viernes, 25 de septiembre de 2015

Escalona y Villamil: gigantes de la provincia


La Fundación Rafael Escalona Martínez invitó al autor de este blog a escribir un artículo sobre la entrañable relación de amistad y colegaje que unió a dos grandes de la cultura popular colombiana. Además, Taryn Escalona, presidenta de esa entidad que realiza un arduo trabajo para preservar la obra del genio creador de páginas inmortales del folclor vallenato, pidió la participación de este periodista cachaco en un ameno conversatorio sobre las músicas del interior y del Valle de Upar en las que Escalona y Villamil son símbolos mayores.

El siguiente artículo fue publicado en Escalona inmortal, magnífico libro en el que auténticas plumas del periodismo nacional como Daniel Samper Pizano, Juan Gossaín, Alberto Salcedo, Daniel Coronell, Juan Manuel López, el expresidente Ernesto Samper Pizano, entre otras personalidades, plantearon diversas miradas sobre la vida del hijo de Patillal.



Las vidas de Rafael Calixto Escalona Martínez y Jorge Augusto Villamil Cordovez se entrecruzaron más de una vez y coincidieron de manera sorprendente pese a la considerable distancia geográfica entre Huila y Cesar, sus entornos culturales diversos y las influencias musicales.

Estos colosos de la música popular, antes que nada, fueron campesinos ilustrados nacidos en familias ricas de provincias marginadas pero afines por elementos vitales como el trabajo, el campo, el ganado, la música y las parrandas. Por supuesto, las mujeres, las frustraciones amorosas, los fracasos empresariales, la política, el gremialismo y el profundo afecto a sus terruños, también marcaron con el mismo sello al dueto de geminianos que nacieron con dos años de diferencia, Escalona en Patillal, cerca de Valledupar, antiguo Magdalena, el 27 de mayo de 1927, y Villamil que llegó a la hacienda del Cedral, jurisdicción de Neiva, en el viejo Tolima Grande, el 6 de junio de 1929.



Ambos eran hijos de hombres influyentes en sus comarcas en las que la política partidista determinaba todo. El padre de Rafael era el coronel Manuel Clemente Escalona Labarcés, hacendado y bravío comandante de huestes liberales del Caribe en la Guerra de los Mil Días. El papá del huilense era Jorge Villamil Ortega, cafetero, godo, sobreviviente de la misma confrontación, perseguido por el régimen de Rafael Reyes y cauchero enemigo de la Casa Arana en el Amazonas.

Los dos partieron muy jóvenes de sus casas para ir a otras ciudades en las que dieron rienda suelta a sus inspiraciones. A comienzos de los 40, Escalona fue enviado a Santa Marta para que hiciera el bachillerato en el famoso Liceo Celedón donde además de aguantar hambre conquistó mujeres, bebió a borbotones e hizo tantos amigos como canciones célebres (El bachiller, El hambre del Liceo y La despedida). Villamil, también obligado, salió del Huila por la misma época para terminar bachillerato en Bogotá y estudiar Medicina. Al contrario de Rafa, sí terminó la secundaria, se convirtió en médico y como Escalona, lejos de su tierra, compuso obras memorables (La Zanquirrucia, Adiós al Huila y El  retorno de José Dolores).



Como buenos artistas fueron malos empresarios. Escalona, un arrocero de poco éxito que ganó algunos pesos en los algodonales, tuvo haciendas como Rosa María y Chapinero y llevó cerdos de contrabando a Venezuela de donde regresó cargado de mercancía ilegal que metió por La Guajira. Fue ingenuo, generoso, botarata y tan ingenuo que muchas veces fue engañado por supuestos amigos a quienes les prestó plata que nunca volvió a ver. El villanuevero, Señor gerente y El chevrolito son pruebas musicales de su condición empresarial.

Villamil nunca le paró bolas a la Vieja hacienda del Cedral ni recogió café como su padre, uno de los fundadores de la Federación Nacional de Cafeteros. En tiempos de la reconciliación con la guerrilla de los años 60 tumbó selva en El Pato y Guayabero y levantó a Andalucía, un predio otorgado por el mismo Estado que después se lo expropió. Su vals La mortaja lo retrata como un hombre desapegado de todo lo material. 

Provincia y política
Escalona, liberal de trapo rojo escarlata como la muleta de un torero, compuso  en 1973 López el pollo, un paseo en homenaje a su íntimo amigo Alfonso López Michelsen que tan pronto llegó a la Presidencia de la República lo nombró cónsul en Colón, Panamá. Allí creó La misión de Rafael y se ganó la confianza del general Omar Torrijos, «el gallo panameño pa’ enfrentárselo a los gringos».

Fue amigo de por lo menos diez presidentes, entre ellos, Gustavo Rojas Pinilla, a quien en 1955 le compuso el paseo El general Rojas, y de Guillermo León Valencia que lo invitó en 1965 al Palacio de San Carlos donde Escalona y un conjunto vallenato protagonizaron una fenomenal parranda que ciertos bogotanos calificaron de «juerga presidencial con músicos costeños». Su lista de amigos poderosos tenía todos los matices ideológicos: Misael Pastrana, Belisario Betancur, Andrés Pastrana, Julio César Turbay, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto Samper y Álvaro Uribe. De ellos decía que los llevó al Valle para ‘descachaquizarlos’ y ‘vallenatizarlos’. 


El neivano era un conservador de centro que se movía muy bien en las fragosas aguas de godos y cachiporros. Se hizo amigo de muchos presidentes, desde Mariano Ospina Pérez hasta Álvaro Uribe. A casi todos les aceptó invitaciones y reconocimientos pero no cargos políticos como la Gobernación del Huila, ofrecida por Belisario Betancur, y que declinó porque «el país estaba tan fregado que no  merecía joderlo más metiéndole farándula al Gobierno». Sin embargo, en los años 70 armó una coalición de artistas y deportistas como Los Tolimenses y el médico-entrenador Gabriel Ochoa Uribe para llegar al Congreso de la República pero su chamuscada fue peor que la de los protagonistas de Llamarada.

Así como Escalona le hizo estrofas a Gurropín, López Michelsen, Fabio Lozano Simonelli, Belisario Betancur y Torrijos, Villamil también le metió política a canciones como El barbasco, Llano Grande, El detenido, Sampedreando y El Barcino, en las que nombra a los expresidentes Valencia, López, Pastrana Borrero, Rafael Azuero Manchola, los exministros Cornelio Reyes y Rómulo González y al mismísimo Tirofijo.

Otra cualidad que los identificó fue su papel como promotores y embajadores de Huila y el Cesar. Gran parte de la proyección nacional de sus provincias se les debe a ellos que así como universalizaron sus cantos de provincia, mostraron a cachacos influyentes las bondades de unas tierras ignotas que muchos veían como la prolongación de la miseria y la ‘corronchera’. 


Escalona, acompañado por López Michelsen, la Cacica Consuelo Araújo Molina y Myriam Pupo de Lacouture, fundó en 1968 el Festival de la Leyenda Vallenata. Por su parte, Villamil, aliado con muchos neivanos como Inés García de Durán, Felio Andrade Manrique, Miguel Barreto, José Domingo Liévano, el Cotudo Falla, entre otros, fue uno de los creadores del Festival Nacional del Bambuco en 1961. Estos dos eventos hoy son patrimonio inmaterial de los colombianos.

Escalona y Villamil aprovecharon sus influencias políticas al más alto nivel para darle un vuelco total a Sayco y dignificar el trabajo de los músicos mediante una legislación moderna ―la Ley 23 de 1982― que después de muchos años logró protegerlos de las fauces de las disqueras y los empresarios que como caimanes hambrientos devoraban sus obras. A su lado, entre otros aclamados compositores, lucharon con tesón personajes como Jaime R, Echavarría, José Barros, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, José A. Morales y Estercita Forero. Los dos fueron presidentes de su gremio por largos períodos, Jorge entre 1981 y 1987 y Rafael de 1987 a 1991. El primero le entregó la presidencia al segundo y por su impronta en la vida del gremio fueron aclamados por sus colegas que los nombraron presidentes eméritos de su organización.


Amores y desamores
Fueron tan enamorados como parranderos. Muchas de sus canciones hablan de conquistas, celos, rivales y mujeres que los despreciaron y los dejaron viendo chispas. También alcahuetearon conquistas y compusieron canciones a hombres despechados y mujeres enamoradas. Para no hacer larga la lista, de las obras románticas del vallenato sobresalen melodías magníficas como La despedida, La Molinera, Honda herida, La golondrina, La Brasilera. Del huilense basta citar Espumas, Me llevarás en ti, Amor en sombras, Llorando por amor

Estos compadres de verdad puesto que Villamil era padrino de uno de los tantos hijos de Escalona, han sido interpretados por famosos artistas del mundo. A Rafael lo cantan los archifamosos Julio Iglesias y Paloma San Basilio y colombianos de gran renombre como Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Carlos Vives, los Hermanos Zuleta y decenas de conjuntos y solistas del Caribe y ‘Cachaquilandia’. A Jorge también le grabaron luminarias como Javier Solís, Vicente Fernández, Soraya, Frank Pourcel, Nati Mistral, Silva y Villalba, Garzón y Collazos, Los Tolimenses, Isadora y por lo menos dos centenares de variados intérpretes.

Ellos, que componían a puro oído acompañados por su silbido, un tiple o una guitarra que a duras penas rasgueaban porque nunca asistieron a una academia, fueron pésimos cantantes. En su papel de ‘solistas’, se conoce el paseo Nube rosada, grabado por Escalona en sus últimos años con el acordeonero José del Gordo, y cuatro elepés en los que Villamil se las dio de cantautor pese a admitir que su voz se parecía a un graznido. En cambio, sí sobresalieron como formidables cronistas musicales, tal vez los mejores de Colombia, y todo porque en solo tres minutos fueron capaces de convertir episodios pueblerinos o dramas muy personales en admirables historias universales que traspasaron fronteras y llegaron a otras culturas. La custodia de Badillo y El Embajador remarcan su aporte a esta forma de construir memoria a punta de acordeón y tiple.

Coincidencias finales
Durante varios años soportaron con gran discreción y dignidad los agudos padecimientos del cáncer y la diabetes y se convirtieron en pacientes asiduos de la Fundación Santa Fe de Bogotá donde Rafael Calixto, a quien Villamil apodaba Rascalona, falleció el 13 de mayo de 2009. Nueve meses después, el 28 de febrero de 2010, el Bigotón ―chapa que le puso Escalona― Jorge Augusto lo acompañó en su partida luego de haber sido internado en la misma clínica durante más de 15 veces en diez años.

Sus vidas concurrentes y sus temáticas provincianas los unieron antes que separarlos y si bien algunos quisieron enfrentarlos como gallos de pelea para plantear una primacía absurda en la música nacional, ellos tuvieron la grandeza suficiente para evadir las comparaciones y sobrevivir en medio del Oropel farandulero.


Al partir, el Gobierno Nacional expidió decretos de honores, ordenó tres días de duelo y dispuso funerales de Estado reservados solo a las personalidades. Escalona y Villamil ―como si sus vidas fulgurantes estuvieran aparejadas hasta el final― fueron despedidos por multitudes en la Catedral Primada y la Plaza de Bolívar de Bogotá. Los restos de Rafa reposan en Valledupar, mientras que las cenizas de Jorge fueron depositadas en una urna que se exhibe en el museo que lleva su nombre en Neiva.

El mejor resumen de su amistad lo hizo el opita al dedicarle al patillalero los paseos vallenatos Viento y arena, crónica sobre las travesuras amorosas por La Guajira de un famoso compositor que no era otro distinto al mismo Escalona, y Tierra grata, canto que narra una accidentada invitación a Valledupar. Esta composición, grabada por Raúl Brito y Egidio Cuadrado, dice así en sus primeras estrofas:


Yo me fui a Valledupar (bis)
la tierra del acordeón
porque me invitó Escalona (bis)
a conocer su folclor.

Al llegar al aeropuerto
Rafa Escalona no estaba ahí,
lo busqué por todas partes,
por todas partes, más no lo vi.

Pregunté a Pedro García,
a Rita Fernández y Pavajeau:
¿En dónde estará Escalona?
¿No han visto al compositor?

¿Se fue tras La Brasilera
o en busca de un nuevo amor?
O tal vez se fue pa’l Cauca
porque le gusta el temblor.

jueves, 27 de agosto de 2015

Las cuatro horas de un periodista 'preso' en Venezuela

En septiembre de 1987, un grupo de reporteros acompañó a una comisión de la Cámara de Representantes que debía inspeccionar varias zonas del territorio colombiano en litigio con Venezuela desde muchos años atrás. Lo que en un principio parecía un cubrimiento rutinario se convirtió en un incidente fronterizo en el que el periodista se convirtió en protagonista.

Por Vicente Silva Vargas 


La corbeta ARC Caldas, una especie de florero de Llorente en
el incidente colombo-venezolano de 1987.

Un mes antes, el 9 de agosto para ser precisos, se había producido el ingreso de la corbeta Caldas de la Armada de Colombia al golfo de Venezuela, aguas que por su inmenso valor estratégico y económico siguen en discusión pese a múltiples intentos fallidos de ambos países. Lo cierto, es que Colombia y Venezuela estuvieron a punto de ir a la guerra, primero porque Bogotá insistía en la soberanía colombiana sobre lo que se ha llamado el golfo de Coquivacoa, y segundo, porque Venezuela siempre ha defendido esta zona como suya hasta el punto de que no solo ejerce soberanía sobre ella explotándola económicamente, sino que también ha cerrado las puertas de mil maneras para tratar de hallar una solución diplomática y pacífica que deje satisfechas a las dos partes.


En todo caso, después de que el presidente Jaime Lusinchi 'le mostrara los dientes' al Gobierno del presidente Virgilio Barco ordenando la militarización de las fronteras, enviando modernos aviones, barcos y submarinos de guerra al golfo para sacar corriendo a la modesta corbeta Caldas, la intentona bélica venezolana y el ejercicio soberano de la embarcación colombiana, quedaron para la historia. Algunos historiadores de ambos países sostienen que aquella vez la guerra se evitó gracias a la mediación del presidente argentino Raúl Alfonsín y del secretario general de la OEA, Joao Baena Soárez. 



¿En qué consistió el incidente de la corbeta Caldas? Entre al siguiente enlace: 



Pocas semanas después del incidente diplomático, los presidentes
de Colombia, Virgilio Barco, y de Venezuela, Jaime Lusinchi coincidieron
 en una cumbre en Acapulco, México. Al lado izquierdo del mandatario
colombiano aparece el presidente argentino, Raúl Alfonsín,
artífice de la solución pacífica.
En medio de ese clima de tensión, que no había cedido pese al retiro de la corbeta y la supuesta disminución de los operativos militares venezolanos, una docena de periodistas llegamos hasta La Guajira con los congresistas para conocer en el terreno de qué manera Colombia dizque seguía ejerciendo soberanía en la zona en litigio, especialmente en la zona de Castillete, y cómo los venezolanos, al contrario de lo que decía la Cancillería colombiana, controlaban la totalidad del área en disputa.
Al fondo, se observa a dos militares venezolanos llevando
hasta un puesto fronterizo al periodista colombiano. 
La presencia venezolana, además de su ostentoso armamento, se hacía evidente en los más débiles: modestos comerciantes y ciudadanos desarmados que pasaban mercaderías de un lado a otro en ejercicio del libre derecho al rebusque. Sus presas favoritas eran las mujeres wayuús a quienes les decomisaban sus mercancías, insultaban y agredían físicamente. 


Esa escena la captamos los sorprendidos periodistas llegados de Bogotá que, sin pensarlo dos veces ni consultarle a nadie, empezamos a grabar con nuestras grabadoras y cámaras fotográficas y de video. Era una pelea entre David y Goliat: mujeres pequeñitas ataviadas con sus mantas multicolores, atrapadas como pájaros por hombres gigantones y armados; ancianas que habían recogido unos pocos pesos para comprar cachivaches y comercializarlos en Paraguachón o Maicao, arrastradas como si fueran bultos; decenas de jóvenes madres que con sus hijos de brazos trataban de escapar de uniformados que en lugar de ser garantes de los derechos ciudadanos actuaban como auténticos depredadores.
Militares venezolano 'entregaron' al periodista a autoridades
y congresistas colombianos en la llamada tierra de nadie.
Embebidos en nuestro cuento reporteril, seguros de que teníamos una noticia gruesa muy diferente a los almibarados comunicados diplomáticos que nada decían, los reporteros de radio grabábamos entrevista, los de televisión hacían malabares para captar la mejor toma y los colegas de prensa con sus fotógrafos buscaban el momento exacto para mostrar a través de la gente del común la realidad política y social de una frontera que es una histórica colección de atropellos de la vera de allá y de sumisión del lado de acá.
El 'preso' fue recibido por congresistas colombianos
y autoridades de La Guajira.
 En ese ir y venir de indígenas huyendo, de guardias nacionales venezolanos tratando de capturar infractores y de periodistas cazando la noticia, el autor de esta blog ―en ese entonces reportero político de la cadena Todelar― fue atrapado en territorio colombiano y llevado hasta un moderno puesto fronterizo venezolano en donde estuvo 'preso' por lo menos durante cuatro horas que fueron una eternidad. Allí, al rayo de sol sentado, de pie o arrodillado―, amenazado con ser llevado ante un consejo de guerra que le podía imponer una condena de hasta seis años de cárcel por denigrar de las fuerzas militares venezolanas, sin derecho a ir al baño y sin ninguna posibilidad  de probar un sorbo de agua, el autor vivió uno de los momentos más tensos de su trayectoria periodística.

No sobra anotar que en ese entonces no existían los teléfonos celulares, internet era lo mas parecido a un invento de ciencia ficción, las redes sociales no estaban en la mente de nadie en el mundo y las comunicaciones satelitales solo las tenían los grandes medios de comunicación de Estados Unidos, Japón y Europa. Así las cosas, la única manera de comunicarse con Bogotá para "echar" la noticia, era encontrar una destartalada oficina de Telecom en Maicao o buscar un alma caritativa del lado colombiano que prestara un teléfono particular, de aquellos de disco lento, que hoy en día solo se ven en los museos. 

Hoy, al ver a  los miles de colombianos humildes atropellados y ultrajados en la frontera, cargando toda su riqueza material a las costillas, simplemente porque ellos nunca han sido importantes para los gobiernos de allá (excepto con fines electorales) y mucho menos para el de acá, estoy convencido de que el 'carcelazo' fue una modestísima piñata de primera comunión frente a las humillaciones de estos compatriotas a muchos de los cuales se les conoce como 'bachaqueros'.

El periodista, de entrevistador cotidiano, de un momento
a otro se convirtió en "noticia" para sus colegas
.
Comparto con los lectores una entrevista realizada hace 28 años por el colega Manuel Vicente Peña, quien la publicó un magnífico libro llamado La guerra fría de Venezuela, y en la que además de este caso personal, en nada comparable con la tragedia de los colombianos perseguidos por el Gobierno de Nicolás Maduro, se documentan cientos de atropellos que durante décadas han cometidos las administraciones venezolanas (dirigidas por adecos y copeyanos) y que en materia de abusos, tropelías y humillaciones no se diferencian para nada de los procedimientos inhumanos aplicados por los 'progresistas' gobiernos bolivarianos del Socialismo del siglo XXI.
Alejandra Balcázar, el Negro Bolaños y José Antonio Rocha,
tres de los colegas de aventuras en Paraguachón.
Además de los textos de Peña, se incluyen seis fotografías guardadas en el baúl de las viejeras, conocida tan solo por la familia y que por las dolorosas noticias de los últimos días recobraron actualidad en los recuerdos del autor. En ellas el ágil reportero gráfico José Barrera registró la 'captura', la liberación por parte de la Guardia Nacional, la entrega a los congresistas y autoridades colombianas del 'peligroso periodista' y la alborozada recepción de los colegas, entre ellos, el Negro José María Bolaño, Alejandra Balcázar, José Antonio Rocha, Myriam Gómez y otros compañeros de brega diaria.

No sobra anotar que esa noche, un diputado guajiro de apellido Iguarán, organizó una acto de 'desagravio' en el brillaron el Old Parr y los buenos vallenatos.








                       






viernes, 7 de agosto de 2015

Desde el atrio, blog de Vicente Silva Vargas: Las tierras del yariseño

Desde el atrio, blog de Vicente Silva Vargas: Las tierras del yariseño:     Después de muchos (muchísimos años), regresé con un grupo de colegas a las tierras de San Vicente de Caguán para producir un documenta...

Las tierras del yariseño

  Después de muchos (muchísimos años), regresé con un grupo de colegas a las tierras de San Vicente de Caguán para producir un documental de televisión sobre su fiesta más popular: el Baile del Yariseño, una colorida mezcla de bambuco, joropo y pasillo que lo sanvicentunos adoran como una reliquia.

 

Se trata de una coreografía montada con base en El yariseño, un joropo llaneo compuesto por Jorge Villamil Cordovez a mediados de los años 60 cuando en Colombia se despertó una especie de fiebre segregacionista de diversas regiones que deseaban romper para siempre con el colonialista centralismo de algunas capitales. Por todas partes surgieron comités cívicos y políticos dedicados solamente a promover ante el Congreso y el Gobierno la creación de nuevos departamentos e intendencias. Fruto de esas 'gestas' descentralizadoras surgieron La Guajira, Cesar, Sucre, Risaralda, Quindío y Caldas. 



En Caquetá, que era de inferior categoría administrativa por ser apenas una intendencia, surgió un comité pro comisaría del Yarí, del cual San Vicente del Caguán sería su capital. Sin embargo, su sueño se frustró por intereses políticos y, porque a decir verdad, a los gobiernos nacionales, a la academia y al empresariado nunca les ha importado una tierra rica y generosa formada a punta de hacha, machete y tesón por modestos colonizadores huilenses, tolimenses, cundinamarqueses y llaneros.


En una de esas tantas reuniones organizadas por los yariseños por quitarse el 'yugo' florenciano estuvo el maestro Jorge Villamil Cordovez, quien por entonces tenía su hacienda Alejandría en predios de El Pato, que está en jurisdicción de San Vicente del Caguán. Luego de discursos, declaraciones firmadas, compromisos políticos que nunca se cumplieron y de mil promesas que poco después quedaron enterradas en la selva de la burocracia, la reunión concluyó en una parranda ya que los invitados de Neiva y Bogotá no pudieron regresar porque el único avión de Taxi Aéreo Opita -TAO-, que viajaba una vez a la semana hasta esa población, se quedó varado en el aeropuerto por la falta de un repuesto que solo se encontraba en Bogotá. 


En medio de chistes, leyendas de la selva, comentarios políticos y mucho aguardiente, un cura italiano de la Consolata, el padre Mateo Gritti, apareció con una guitarra y obligó a Villamil, casi a la fuerza, a componer una himno a la región para utilizarlo como emblema musical de la independencia yariseña. 


Como en otras ocasiones, el ya renombrado artista se negó, pero al final, envalentonado con unos cuatro aguardientes, inventó en un dos por tres un joropo llanero que pinta con asombroso realismo el paisaje natural de selva y de llanura y rinde homenaje a quienes se atrevieron a descuajar montaña para sembrar progreso en una zona por siempre abanadonada de la modernidad.
   

 San Vicente y otros pueblos del Yarí (que limita con Meta, Huila y Putumayo), se quedaron viendo un chispero porque su proyecto fracasó y pasó a engrosar las leyenda locales, como aquellas que relatan las tropelías de los caucheros y las aventuras de comerciantes de quina que en el siglo XIX y gran parte del XX extrajeron sus riquezas y sembraron violencia. 

La canción de Villamil fue grabada por Los Tolimenses poco después y luego los sanvicentunos la declararon su himno folclórico y hasta le montaron una hermosa coreografía que se debe a dos abnegadas educadoras, Nelly Perdomo de Falla y Myriam de Campos. Niños y jóvenes la bailan con devoción; chicos y grandes la cantan con emoción y artesanas del pueblo elaboran a mano trajes para hombres y mujeres que muestran las cosas bellas de allá: aves, peces, ganado, paisaje y la sencillez de miles de personas nacidas y criadas valientemente en medio de la adversidad.



Por supuesto, no se puede desconocer el gigantesco aporte a la educación, la cultura, la religiosidad y la reconciliación de los sacerdotes italianos de la Consolata. Comparto unas pocas fotos de nuestro gran grupo de trabajo, de paisajes y de gente valiosa injustamente incomprendida y estigmatizada por décadas. Por ejemplo, hallamos en una vereda perdida a una pareja de esposos que en una pequeña camioneta llevan libros, teatro, videos y ejercicios lúdicos a niños campesinos que nunca han visto un texto o carecen de un televisor.


Allí también hay grupos de niños y jóvenes que bailan con preciosura danzas folclóricas regionales y de otras regiones del país, así como de otras naciones, sin haber salido nunca de sus casas. Hay músicos talentosos de 10 y 12 años y profesores comprometidos en ofrecerles a las nuevas generaciones una alternativa muy diferente a las armas y la raspadura de coca.


Los paisajes son formidables e impactantes, la vegetación es de un verde rotundo, los cielos una mixtura de azules y blancos que de un momento a otro regalan aguaceros fenomenales que parecieran anunciar el diluvio universal. Allí se observan guacamayas gigantes de mil colores que solo se ven en los afiches promocionales de las compañías de turismo, toros monumentales que caminan dormidos, pájaros diostedé (yátaros o tucanes) que en un santiamén te rapan tu porción de arazá, cascadas que invitan a quedarse por siempre y un calor humano expresado en atenciones, música, la cadencia de su baile y una tímida despedida que compromete por siempre: "¿cuando vuelve?"


Al observar con admiración el trabajo cultural de los jóvenes del Caguán  y de todos los amigos de los Llanos del Yarí, sin otros recursos diferentes a una infinita vocación amorosa por su tierra, lo menos que puede decirles un periodista que ha recorrido Colombia disfrutando su cultura popular es: ¡Siempre estaré con ustedes!

viernes, 3 de julio de 2015

El Balseadero, un puente quebrado que con nada curaremos

Hace algunos días, trabajando para una nueva propuesta televisiva, regresé a Altamira, La Jagua, Agrado, Garzón y Gigante, localidades del Huila, al sur de Colombia,  afectadas en todo sentido por la construcción de la represa de El Quimbo, un monumental proyecto hidroeléctrico que obligó a desviar por segunda vez en la historia al río Magdalena, el más importante del país.

Fotografía tomada desde el nuevo viaducto. Al fondo, el fracturado
puente del Balseadero rodeado de terrenos talados en los que
antes había especies arbóreas nativas. 
(Foto de Vicente Silva Vargas tomada el 24 de junio de 2015).
  
El panorama es deprimente. En el Balseadero, un bañadero natural que debe su nombre al paso obligado de balsas entre Garzón y El Agrado en tiempos remotos cuando no había puentes ni lanchas movidas a motor, desapareció todo lo que muchas generaciones de huilenses conocimos y disfrutamos. Los escampaderos  de piedra, arena y pasto, formados por el uso de la gente para los ancestrales paseos de olla, fueron arrasados por poderosas máquinas retroexcavadoras y sus arbustos nativos que otrora brindaban frescor, se convirtieron en horrendos chamiceros. De la comunidad de La Escalereta, una parcelación formada por modestas familias campesinas que en los años 60 y 70 reclamaron al Estado tierras de engorde para trabajarlas y volverlas productivas hasta el punto de convertirse modelo nacional de reforma agraria, solo queda un parche de tierra rojiza.

Muchas labranzas de cacao, sembradíos naturales que existían en las riberas del río antes de la llegada de los conquistadores españoles, también se esfumaron con lo cual el Huila dejará de ser una de las regiones líderes en la producción del llamado ‘alimento de los dioses’. Ya no hay canoas ni chiles ni anzuelos y mucho menos peces porque los pescadores también debieron salir como si fueran parias.

Otra gran cantidad de árboles de las orillas del Magdalena fueron talados sin misericordia y hoy sus restos son aserrados a las carreras dizque para evitar su descomposición tan pronto las aguas del río empiecen a transformarse en aguas de lago artificial. Tal vez sus trozos de madera sirvan dentro de poco para que a orillas del Magdalena represado (¿o apresado?) ciertos empresarios emergentes de la región levanten sus lujosos chalets.

El puente de acero y concreto construido en los años 40 del siglo pasado, todos los días pierde un trozo de su otrora refulgente figura ya sea porque los martillazos lo trituran o bien porque su espinazo no soporta más el triste final de una vida sobre el río que fue compañero y rival. Al ver su cascarón inerme e inservible en la distancia, junto al portal de otro puente aún más viejo, a él se le puede cantar con ternura aquella cantinela infantil: «El puente está quebrado / con qué lo curaremos...» Seguramente, digo yo, no será con cáscaras de huevo porque el Balseadero, en pocos días, será devorado ya no por su acompañante de siempre sino por otro rival más sano y más fuerte que acabó con los dos al mismo tiempo. 

Este es el puente sobre el paso de El Balseadero que en pocos
 días desaparecerá para siempre. A un lado, a la izquierda,
el portal de un viaducto más antiguo.
(Fotografía de jafiur@gmail.com, tomada del sitio
Panoramio / Google Maps).
El paisaje natural fue transformado salvajemente por la mano del hombre, el poder del dinero, la avaricia de la multinacional europea Emgesa y la nula creatividad de políticos y gobernantes que en contravía de las alternativas probadas por otros países como la energía solar, no ven soluciones distintas a saturar el Guacacayo o río de las Tumbas, como lo llamaban los aborígenes, de represas y más represas como la proyectada en Pericongo. En su página electrónica ―con un imperdonable error de redacción― la multinacional pregona que El Quimbo «Aporta significativamente a la insuficiencia energética de la Nación» (SIC), al suministrar el 8 % de su demanda de electricidad, pero en ninguna parte indica que los miles de kilovatios que generará serán sinónimo de calidad en el servicio o tarifas más cómodas para los usuarios. Tampoco resulta creíble ésta frase de cajón: «impulsará el desarrollo y crecimiento del Huila en línea con la agenda de competitividad del departamento, generando dinamismo económico en la región».

Mucho se ha dicho en Huila y muy poco a nivel nacional, sobre las responsabilidades políticas, sociales, económicas y éticas del proyecto convertido en realidad y los efectos devastadores del Quimbo en el medio ambiente y en la comunidad. Para no entrar en discusiones interminables, basta tomar uno de los apartes de la encíclica Laudato si' promulgada el 24 de mayo de 2015 por el papa Francisco y en la que el sucesor de Pedro hace una profunda reflexión sobre el desenfreno mercantilista y la torpeza política, dos males que aupados por las grandes potencias golpean a los países más pobres:

«Esta hermana [la tierra] clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’ (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura».  

Nunca antes un viaje a la tierra de mis viejos ―la hermana tierra de la que entrañablemente hablara san Francisco de Asís― me había conmovido tanto como el último día de San Juan en el que volví a misa de cinco de la mañana y en la recordé mientras comulgaba a Omar, mi sampedrino hermano bailador, bebedor y enamorador. Allí en Garzón, en la plaza de mercado donde todos los sabores, colores y olores forman un banquete celestial, volví a tomar colada de achira en tazón de esmalte y otra vez engullí como un desaforado los inimitables tamales de arroz, hogo, zanahoria, tajada de huevo, tocino, carne de res y pollo, envueltos en primorosas hojas de bijao. Tan solo la vitalidad de unos jóvenes y viejos cultores de nuestros sanjuaneros y rajaleñas y la pasión por el trabajo cultural al lado de gente del pueblo lograron paliar la tristeza que no pudo ocultar el Doble Anís. No lo puedo negar ni lo he podido superar: me siento tan arrasado como los sembrados y la vegetación del Balseadero.

Al observar la debacle desde el puente de 1.708 metros que según el Gobierno será el más largo de Colombia tan solo por unos años, hoy más que nunca me golpea el mensaje tristón de El Caracolí, la guabina de Jorge Villamil que para mí es el himno de este desastre ambiental y sentimental:
Busqué en las playas del inmenso río
que en el pasado feliz recorrí
hallé el sendero cubierto de abrojos
las casas viejas se cayeron ya.

Y aquellas barcas de los pescadores
que reposaban sobe el arenal
ya no se encuentran, ya no se encadenan
al añoso tronco del caracolí.

En ese enlace podrá escuchar la canción El Caracolí.
Como muchos amigos, especialmente jóvenes, escribieron para que hablara de El Caracolí y su relación con un comentario mío en Facebook sobre El Quimbo y el puente del Balseadero, les cuento que se trata de una canción sobre la vieja Neiva, cuando esa ciudad era un puerto importante sobre el Magdalena al cual llegaban grandes embarcaciones con mercaderías de todo el mundo. Allí había un comercio vibrante y, por supuesto, muchas casas para diversión de adultos (para no ponerme tan fino: eran puteaderos).
En 1939, cuando el maestro apena tenía diez años, su padre, don Jorge Villamil Ortega, lo llevó a conocer ese lugar que vivía sus momentos de mayor esplendor y se sorprendió al ver su vitalidad, el movimiento mercantil, al diversidad de personajes y el colorido portuario. Veinte años después, en 1959, pocos meses después de muerto su padre, el recién graduado médico quiso recordar aquellos paseos al puerto de Caracolí y encontró que todo el agite y la luminosidad de otros tiempos habían muerto para siempre pero que muchos de sus lugares, momentos y personajes estaban vivos entre recuerdos y nostalgias.

Algo parecido me sucedió (sin puteaderos) cuando volví hace unos días al Balseadero y La Escalereta, dos lugares a los que muchas veces fuimos de paseo a fincas de amigos y a fiestas en casas de viejos conocidos que salieron de sus predios como si los hubiera expulsado un demonio exterminador. Allí estuvimos con mi padre y todos sus nietos en el último paseo de su vida ya que tres días después de haber gozado en ese lugar el remate de las fiestas de San Pedro que él contribuyó a crear en Garzón, partió para siempre. Ese fue mi último paseo al Magdalena pues no me imagino dentro de unos años, viejo e inútil, sentado en un restaurante de cadena tratando de identificar el sabor de un sancocho de gallina campesina al lado de un lago artificial que en poco tiempo hará su notable aporte al calentamiento global, ni me ubico en un resort tratando de comer un tamal envuelto en una bolsa de polietileno.
 
Vicente Silva Falla en El Balseadero con sus nietas
María del Mar Chávarro Silva y Daniela y María
Alejandra Silva Chamat.
(Archivo familiar).

Esta postal opita tiene música nostálgica y adioses como los de la mujer de Lot que no se atrevió a mirar atrás para no convertirse en estatua de sal. Son más las preguntas con respuestas huecas y los llantos con sabor al Yuma, el río en el que, como decía el filósofo griego, nunca nos volveremos a bañar.




Garzón, 29 de junio de 2015.