jueves, 13 de noviembre de 2014

El Tigre que le escribió a la jueza


Luis Enrique el Tigre Valenzuela
(Foto tomada de Historia General del Huila - Volumen 2). 

Breve recuento de la curiosa misiva enviada por un abogado litigante a una prestigiosa jueza en la que sobresalen el respeto a la autoridad, el buen humor y la rigidez del Derecho.



Por Vicente Silva Vargas

 

Luis Enrique Valenzuela Ramírez fue un abogado que por los años 60 y 70 se hizo famoso en los juzgados y tribunales de Huila y Caquetá por sus brillantes defensas penales fundamentadas en una contundente oratoria forense. Para él, la ley no solo era la que estaba escrita o la escondida en los vericuetos de los incisos, sino también aquella que consultaba el sentido común.


Oriundo de La Plata, sobrino del padre Pedro María Ramírez el Mártir de Armero― y fogoso militante del Partido Conservador, el Tigre, era temido por sus colegas y muy respetado en los juzgados, pero el mayor afecto se lo profesaban sus clientes que le tenían una devoción casi mística porque conferirle poder ya fuera pagando costosos honorarios o sirviendo gratuitamente a clientes pobres de pueblos y ciudades, equivalía a un proceso exitoso.

 

Pocos meses después de su trágica desaparición en un pueblo caqueteño en 1984, un grupo de estudiantes de Facultad de Derecho de la Universidad Libre, en Bogotá, adelantó arduas discusiones sobre un memorial presentado dos décadas atrás por Ramírez Valenzuela a una jueza superior de Garzón, en el Huila. Ese documento, transcrito a continuación, es una auténtica pieza jurídica llena de humor pero también de profundo respeto a la autoridad, al matrimonio y a la ley.        

«... Me he notificado de su auto el 20 del pasado mes, por el cual se revoca la sanción que se me había impuesto de 500 pesos por no haber concurrido a la audiencia pública fijada para el 30 de marzo. Agradezco su última determinación. Sin embargo, me permito hacer notar que en esto de la nueva fecha para la celebración de la audiencia hay una especie de mala suerte, porque su Despacho la fijó para el próximo 15 de julio y acontece que el 15 de julio es precisamente el aniversario de mi matrimonio. Si acudo a la audiencia, seguramente voy a disgustar en materia grave a mi esposa. Y si concurro al hogar y no al salón de audiencias, voy a disgustar a la juez.

De un lado la mujer. De otro lado la juez. ¿Para dónde coger?  ¿Qué camino adoptar? Severidad en las dos puntas. Severidad verbal en la esposa. Severidad escrita en la juez. Con ira santa la primera. Con gravedad económica la segunda. Si pago la multa, ¿con qué compro el regalo? Y si compro el regalo, ¿con qué pago la multa? Son implacables las dos. Mujeres ambas. Señora la una. Señorita la otra. Con partida matrimonial aquella. Con diploma universitario ésta.

El dilema es agudo. Si acudo a los  brazos de la esposa, caigo en manos de la juez. Pero debo obedecer. ¿A quién? Por ministerio de la Justicia Divina, debo obediencia a la esposa. Por mandato de la justicia humana, debo obediencia a la Juez. Si desobedezco a la juez, se me impone una multa, que de no ser pagada, me puede llevar a prisión. Pero la mujer me declararía libre de la afectuosa prisión en que me ha tenido durante tantos años.

La juez me cita. La señora me llama. Ambas me esperan. A ninguna debo dejar esperando. La fecha de la audiencia fue fijada por medio de un auto. Y en un auto también se convino la fecha del matrimonio. ¿Por qué yo, que soy el defensor, habré de ser el del banquillo de los acusados? De antemano es conocido el veredicto que respecto a mí se pronunciaría. ¿Cómo adivinar el del procesado? ¿Qué será más temible? ¿La balanza en las manos de la juez o un rodillo en manos de la esposa? Pero de todas maneras iré. No cabe duda. La resolución está tomada, iré. ¿Pero a dónde? Dios me iluminará.

 Respetuosamente,


Luis Enrique Valenzuela Ramírez».

 

 
Este escrito, además de su sarcástico contenido, tiene un enorme valor ético para la Justicia y los servidores judiciales de hoy porque muestra un perfil humanista del Derecho en el cual Valenzuela Ramírez brilló como uno de sus más fieles exponentes en esas olvidadas tierras del sur colombiano.

No sobra agregar que la abogada Irma Gómez Hermida, la jueza superior de Garzón protagonista del escrito, confirmó la existencia del documento y de los hechos referidos por su colega, así como el aplazamiento de la temida audiencia. Obviamente, el recordado Tigre celebró en el calor del hogar su anhelado aniversario de bodas.