Luis Enrique el Tigre Valenzuela
(Foto tomada de Historia General del Huila - Volumen 2).
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Breve recuento de la curiosa misiva enviada por un abogado litigante a una prestigiosa jueza en la que sobresalen el respeto a la autoridad, el buen humor y la rigidez del Derecho.
Por Vicente Silva Vargas
Luis Enrique Valenzuela Ramírez fue un abogado que por los años 60 y 70
se hizo famoso en los juzgados y tribunales de Huila y Caquetá por sus brillantes defensas
penales fundamentadas en una contundente oratoria forense. Para él, la ley no
solo era la que estaba escrita o la escondida en los vericuetos de los incisos,
sino también aquella que consultaba el sentido común.
Oriundo de La Plata, sobrino del padre Pedro María Ramírez ―el Mártir de Armero― y fogoso militante del Partido Conservador, el Tigre, era temido por sus colegas y muy respetado en los juzgados,
pero el mayor afecto se lo profesaban sus clientes que le tenían una devoción
casi mística porque conferirle poder ya fuera pagando costosos honorarios o sirviendo gratuitamente a clientes pobres de pueblos y ciudades, equivalía a un
proceso exitoso.
Pocos meses después de su trágica desaparición en un pueblo
caqueteño en 1984, un grupo de estudiantes de Facultad de Derecho de la
Universidad Libre, en Bogotá, adelantó arduas discusiones sobre un memorial
presentado dos décadas atrás por Ramírez Valenzuela a una jueza superior de
Garzón, en el Huila. Ese documento, transcrito a continuación, es una auténtica
pieza jurídica llena de humor pero también de profundo respeto a la autoridad,
al matrimonio y a la ley.
«... Me he notificado de su
auto el 20 del pasado mes, por el cual se revoca la sanción que se me había
impuesto de 500 pesos por no haber concurrido a la audiencia pública fijada
para el 30 de marzo. Agradezco su última determinación. Sin embargo, me permito
hacer notar que en esto de la nueva fecha para la celebración de la audiencia
hay una especie de mala suerte, porque su Despacho la fijó para el próximo 15
de julio y acontece que el 15 de julio es precisamente el aniversario de mi
matrimonio. Si acudo a la audiencia, seguramente voy a disgustar en materia
grave a mi esposa. Y si concurro al hogar y no al salón de audiencias, voy a
disgustar a la juez.
De un lado la mujer. De otro lado la juez. ¿Para
dónde coger? ¿Qué camino adoptar?
Severidad en las dos puntas. Severidad verbal en la esposa. Severidad escrita
en la juez. Con ira santa la primera. Con gravedad económica la segunda. Si
pago la multa, ¿con qué compro el regalo? Y si compro el regalo, ¿con qué pago
la multa? Son implacables las dos. Mujeres ambas. Señora la una. Señorita la
otra. Con partida matrimonial aquella. Con diploma universitario ésta.
El dilema es agudo. Si acudo
a los brazos de la esposa, caigo en
manos de la juez. Pero debo obedecer. ¿A quién? Por ministerio de la Justicia
Divina, debo obediencia a la esposa. Por mandato de la justicia humana, debo
obediencia a la Juez. Si desobedezco a la juez, se me impone una multa, que de
no ser pagada, me puede llevar a prisión. Pero la mujer me declararía libre de
la afectuosa prisión en que me ha tenido durante tantos años.
La juez me cita. La señora
me llama. Ambas me esperan. A ninguna debo dejar esperando. La fecha de la
audiencia fue fijada por medio de un auto. Y en un auto también se convino la
fecha del matrimonio. ¿Por qué yo, que soy el defensor, habré de ser el del
banquillo de los acusados? De antemano es conocido el veredicto que respecto a
mí se pronunciaría. ¿Cómo adivinar el del procesado? ¿Qué será más temible? ¿La
balanza en las manos de la juez o un rodillo en manos de la esposa? Pero de
todas maneras iré. No cabe duda. La resolución está tomada, iré. ¿Pero a dónde?
Dios me iluminará.
Luis Enrique Valenzuela
Ramírez».
Este escrito, además de su sarcástico contenido, tiene un enorme valor ético para la Justicia y los servidores judiciales de hoy porque muestra un perfil humanista del Derecho en el cual Valenzuela
Ramírez brilló como uno de sus más fieles exponentes en esas olvidadas tierras del sur colombiano.
No sobra agregar que la abogada Irma Gómez
Hermida, la jueza superior de Garzón protagonista del escrito, confirmó la
existencia del documento y de los hechos referidos por su colega, así como el aplazamiento de la temida audiencia.
Obviamente, el recordado Tigre celebró en el calor del hogar su anhelado
aniversario de bodas.