jueves, 6 de junio de 2013

Antología sanjuanera

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Ante la inevitable llegada de las San Juan y San Pedro con todos sus sabores, olores y sonidos, resulta oportuno evocar algunos de los sanjuaneros más representativos del Huila. Se trata de un listado subjetivo en el que no están todos los que son, ni son todos los que están.


Sin embargo, para entender la importancia de este ritmo en la región, es necesario saber por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo.


Igualmente, es obligatorio conocer el origen de El sanjuanero, el que bailan las reinas, y qué tan cierto es su parentesco con el joropo llanero


Por estos días, con el resonar de las primeras tamboras y la sobreproducción de reinados de todos los pelambres, vale la pena intentar una breve antología del sanjuanero, el ritmo musical que identifica al Huila ante Colombia y al que, infortunadamente, muchas emisoras regionales junto con advenedizos burócratas culturales, han relegado en su afán mercantilista de imponer esperpentos como el vallenato llorón o el insoportable reguetón.

Cualquier selección es arbitraria y subjetiva, pero en materia de sanjuaneros basta un leve repaso a la historia regional para afirmar sin equívocos que El sanjuanero de Anselmo Durán Plazas y Sofía Gaitán de Reyes no solo es el indiscutible rey de las fiestas a la hora de las recopilaciones sino que está fuera de concurso en cualquier lugar del universo cultural colombiano. 

No obstante, para comprender por qué este y otros sanjuaneros se quedaron pegados al alma del huilense cual relicarios, es imprescindible remontarse a las primeras décadas del siglo XX cuando aparecieron los primeros discos de acetato y las emisoras pioneras de la radio colombiana. 


El triple estreno del Sanjuanero 
No existe una época precisa para decir cuándo nació el sanjuanero como ritmo o tonada, aunque sí se puede señalar como uno de sus hitos de mayor trascendencia la aparición de El sanjuanero, la famosa pieza creada por Anselmo Durán Plazas (1899-1940) y Sofía Gaitán Yanguas (1920-1994).

Según narra Andrés Rosa Summa en su magnífica monografía Esencia, estilo y presencia del rajaleña (Caro y Cuervo, 1965), “El sanjuanero fue compuesto a principios de 1936 y tocado por primera vez en un paseo que la Murga Femenina Huilense, dirigida por Anselmo, hizo a la finca de Buenavista, de propiedad hoy de don Alfonso Gutiérrez, entonces de Álvaro Reyes Elisechea”.

Además de ese dato clave para entender el origen de este himno fiestero, el padre Rosa aporta otra información en la que es evidente la construcción de esta melodía no a cuatro sino a muchas manos: “Formaba parte de la estudiantina como tañedora de tiple la entonces señorita Sofía Gaitán Yanguas, hoy señora de Reyes. Esa niña, después de tocar lo que hoy consideramos como el auténtico ‘aire del Huila’, propuso se le acomodara a esa música una letra apropiada, la que ella misma elaboró no sin la ayuda de las demás compañeras”.

Sobre el estreno público y oficial de El sanjuanero ―el segundo de una tanda de tres― tan solo se sabe que fue el 12 de junio de 1936, en vísperas de las fiestas patronales de Gigante, y que su interpretación estuvo a cargo de la Banda Departamental del Huila. Se desconocen la hora y el sitio en dónde se celebró el evento, aunque es de suponer que fue en el atrio de la iglesia de San Antonio de Padua, al frente de la ceiba de la libertad, lugar en donde habitualmente se ofrecían las populares retretas.

Algunos testimonios de personas que vivieron esa época señalan que la música del artista nombrado poco después como director de la Banda de Músicos de Neiva ―cargo heredado de su padre, el legendario Milcíades Chato Durán― y las estrofas de la destacada alumna de la Murga, se regaron como pólvora por todo el Huila poco después de los primeros estrenos y se convirtió en referencia obligada para la creación de otros sanjuaneros muy diferentes a los bambucos tradicionales y fiesteros y a las tonadas rajaleñeras interpretadas por los tunantes.
Fotografía tomada del libro Esencia, estilo y presencia del rajaleña, del padre Andrés Rosa.
Los antiguos del Huila decían que El sanjuanero, tocado por bandas musicales de pueblos, también era interpretado en las veredas por pichinches, cucambas y tunas, los verdaderos protagonistas de las fiestas populares. Los viejos también evocaban las escenas de entusiasmados amigos que con varios aguardientes encima pedían una y otra vez su ejecución para saltar al ruedo y ejecutar con una pareja, igualmente alebrestada, los pasos del viejo bambuco transmitido por los abuelos. Sus antecedentes como tema preferido de los músicos y su popularidad entre los danzarines, permiten colegir que este canto precursor fue calando poco a poco hasta despertar entre campesinos y músicos el deseo de hacer composiciones distintas a rajaleñas y bambucos. 

Conocido ya en el ambiente festivo regional, El sanjuanero tuvo un tercer estreno en el Salón Amarillo del Capitolio Nacional en agosto de 1938 durante los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, un hecho que, sin duda, lo ayudó a catapultar nacionalmente. Al contrario de lo sucedido en las presentaciones anteriores en las que solo intervinieron músicos, en esta ocasión un pequeño grupo de artistas huilenses encabezado por Anselmo, decidió mostrar ante la crema y nata de la circunspecta sociedad santafereña, un colorido cuadro artístico que en menos de tres minutos resumió la música, el canto y el baile de una región desconocida para gran parte de Colombia.

El grupo musical estuvo integrado por Alberto Rosero Concha, Jorge Durán Plazas, Gregorio el Mono García, Esteban Quintero y Marcos Quintero. El baile del Sanjuanero ―obviamente sin la coreografía establecida 25 años después por Inés García de Durán― estuvo a cargo de dos mujeres ya que fue imposible conseguirle en Neiva un parejo hombre a Lilia Durán Perdomo, una hija de Anselmo, a quien le tocó ejecutar pasos del bambuco antiguo con Leonilde, una hija de la empleada doméstica del compositor.


¿Familiar del joropo?
Aunque se le ha querido emparentar con el joropo, lo cierto es que este clásico es rotundamente andino y nada tiene que ver, desde el punto de vista musical, con la tonada más importante de los llanos Orientales. Sin embargo, quienes no conocen a fondo por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo, tienen todo el derecho a estar despistados. Esta confusión se debe a tres factores tan curiosos como casuales.

El primero, se originó en un afirmación atribuida al mismo Anselmo y reseñada por el Rossa Summa en su obraSegún el sacerdote salesiano, cuando el laureado maestro Emilio Murillo, autor de El trapiche, le preguntó hacia 1940 en Bogotá a Durán Plazas por qué a su obra le había puesto el subtítulo de 'joropo huilense', el músico le contestó: "Porque en Neiva los bailes populares se llaman joropos. Joropear es lo mismo que parrandear, en la periferia".


Rosa Summa, que analizó con celo de cirujano toda la obra tanto en el campo musical como en el antropológico, buscó otras respuestas a la inquietud del maestro Murillo en los documentos originales que reposan en Sayco. En concreto encontró que el equívoco estaba en el subtítulo de 'joropo huilense' escrito por Durán Plazas en la misma partitura y el registro de la obra hecho el 25 de julio de 1951 ante Sayco por doña Ernestina de Durán, la viuda de Anselmo, en la que aparece la denominación adicional 'aire de joropo'.


A lo anterior, agrega el investigador opita-italiano, se sumaron dos frases incluidas por Sofía Gaitán de Reyes, las cuales aparecen textualmente en la partitura registrada en Sayco: "En mi tierra todo es gloria cuando se canta el joropo" y "Vengan a bailar, que al son de este joropo, la vida hay que gozar".

El tercer equívoco sobre las supuestas raíces llaneras de El sanjuanero es de carácter histórico y sí tiene que ver con el joropo en cuanto al contexto político de la época.


En efecto, hacia 1936, este aire llanero era tal vez el ritmo más popular en las pocas emisoras de radio existentes en Colombia así como en los tertuliaderos y fondas campesinas. En particular, debía su fervor a El voluntario, un joropo compuesto por el afamado músico bogotano Alejandro Wills, autor del Galerón llanero, con base en un texto muy patriótico del periodista José Alejandro Jiménez, ´Ximénez'. 

Este canto, que en una de sus estrofas dice "La patria me necesita y a ella acudiré primero", se convirtió en un himno igualmente famoso en escuelas, colegios y cuarteles y fue motivador de los jóvenes colombianos que voluntariamente deseaban enrolarse en la milicia para participar en la guerra con Perú (1932-1933). (En el siguiente enlace se puede escuchar la versión interpretada por Berenice Chávez).


Esa popularidad momentánea del ritmo y de la canción, según los documentos escritos y sonoros consultados por el autor de este blog, es la única relación de El sanjuanero con la música llanera, algo muy diferente a decir que la música de Durán y las estrofas escritas más adelante por Gaitán hayan tenido orígenes o influencias melódicas nacidas al otro lado de la cordillera Oriental. 


Desde luego, es importante recalcar que el ritmo de sanjuanero probablemente nació en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX como fruto del matrimonio legítimo entre el bambuco y el rajaleña. De ambos tomó elementos que lo hacen fácilmente distinguible. Del primero, heredó la tonada bambuquera, de corte alegre y rápido haciéndolo muy parecido al bambuco fiestero, y del segundo, asumió el perfil carnavalero de sus letras a veces desparpajadas que narran aspectos de la vida cotidiana.



Por supuesto, brotó en los candentes llanos del Viejo Tolima y deambuló, hasta llegar a la mayoría de edad, por las grandes haciendas cafeteras y ganaderas en donde los patronos, durante días interminables, costeaban la fiesta tanto a la peonada como a sus amigos ricos, a quienes invitaban a sus propiedades para conmemorar el solsticio de verano y, conforme a la vieja tradición española, homenajear a san Juan Bautista, san Pedro y la Virgen María. En síntesis, como dice Andrés Rosa, «Sanjuanero es el nombre de un género de música vaciado en los moldes del rajaleña». 

Al respecto, el reconocido folclorista huilense Ulises Charry sostiene de manera categórica: "En la práctica, el sanjuanero es un bambuco muy alegre y rápido que en las grandes haciendas como en los pueblos, los campesinos acostumbraban a tocar, cantar y bailar durante los días de San Juan, San Pedro y San Pablo y que con el tiempo se convirtió en ritmo".

  
La selección opita
Desde luego, para la elaboración de esta antología de un periodista metido en la investigación cultural pero sin la menor idea de lo que es componer música o construir un verso, es necesario tener en cuenta aspectos como el origen de los compositores seleccionados y/o la temática sanjuanera referida al Huila. En particular, nos referimos a las obras de grandes artistas huilenses afincados en el Tolima como Cantalicio Rojas y Rodrigo Silva Ramos y el prematuramente desaparecido José Faxir Sánchez, tolimense muy cercano a los opitas.    

Luego del obligado repaso histórico que permite observar todo este fenómeno cultural en su contexto, ya se puede plantear una auténtica Selección Huila de Sanjuaneros. La primera tanda de lujo la integra una parte de la abundante cosecha de Jorge Villamil Cordovez quien compuso 24 sanjuaneros, algunos de ellos auténticos clásicos de la música folclórica colombiana: El Barcino, La vaquería, LlanograndeEl Embajador, El huilense, Sampedreando, El balay, Llegó el San Pedro, El caballo colombiano, La mistela y Tambores del Pacandé.


En un segundo grupo, sin que necesariamente signifique una tabla de clasificación o que una obra sea superior a las demás, cabe una buena cantidad de esos sanjuaneros que, como dice el tolimense Pedro J. Ramos «hacen correr por las venas un tropel de mil vaqueros». 

Entre ellas están verdaderas joyas labradas por compositores de renombre: El contrabandista y Ojo al toro, del doblemente colombiano Cantalicio Rojas; Añoranza campesina y Fiestas en mi pueblo (Rodrigo Silva Ramos); Camino a fiestas también conocida como Sampedreando (Luis Alberto Osorio); San Juan, San Juanito, (obra  de José Ignacio Papi Tovar a la que Emeterio y Felipe llamaron Aires del Huila); Opita soy, de Álvaro Córdoba y Morrocoy, de Lizardo Díaz (el compadre Felipe).


 A ellas se deben añadir estos clásicos insustituibles y emotivos que con solo oírlos invitan a armar corotos y partir de una para la tierra: Cuando retumban las tamboras (José Miller Trujillo); Viaje a Neiva (Luciano Díaz); Fiestas opitas y La chismosa (Ramiro Chávarro); Matachín (Aurora de Navarro); Fiesta huilense (Héctor Bustos); Que viva el San Pedro (Jairo Rojas) La chiva (Juan Carlos Ortiz); El bajacocos (Carlos Álvarez); La surumba, (Manuel Ortiz); El aipuno, (José Faxir Sánchez); Retazos, (Jairo Beltrán) y Mi terruño (Antonio Gómez).


Esta lujosa lista necesariamente plantea la urgencia de elaborar un inventario muy serio para saber, en lo posible, cuántos son los sanjuaneros construidos por huilenses o relacionados con el Huila. También, a sabiendas del poco interés que pueden generar en los entes culturales aportes no politiqueros como este, debe mover a las organizaciones musicales no necesariamente gubernamentales, a impulsar el rescate de viejos sanjuaneros que duermen el sueño de los injustos. De igual manera, puede servir para que los promotores de la cultura respalden las creaciones de nuevas camadas de talentos que cultivan este ritmo y a quienes no se les han brindado oportunidades discográficas, radiofónicas o televisivas y mucho menos en los tablados populares en los que las estrellas son artistas de otras regiones o países. 


Por fortuna, recientemente el estupendo Dueto La Gaitana llevó al cedé una buena cantidad de nuevos temas de excelente calidad, entre ellos el sanjuanero Rascando y rascando, de Duberney Pineda, y Neiva la reina, en realidad un vals-sanjuanero compuesto por Eduardo Pastrana.


Como cada vez son mayores las amenazas extranjeras, no necesariamente culturales, se hace indispensable una formidable tarea pedagógica en escuelas y colegios del Huila para que niños y jóvenes —como lo viene haciendo con empeño admirable la Fundación Baracoa, de Garzón— trabajen por la preservación de este delicioso pariente del rajaleña, el paloparao y la caña. 

Mientras eso ocurre, ojalá que no sea el día de san blando, Sigamos cantando / sigamos bailando / sigamos cantando, ¡caramba! / que me vuelvo loco...

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NOTA:
Algunas de las canciones citadas se pueden escuchar haciendo clic en el enlace subrayado o en los respectivos videos tomados de Youtube.