sábado, 1 de junio de 2013

El profesor de Física

 La noticia del deceso del ilustre profesor caucano Jorge Rengifo Reina sí resultó cierta esta vez. Hace un par de meses el síndrome de la chiva lo mató pero él siguió firme en su refugio de Campoalegre. No ha habido en Garzón un educador que haya dejado tan larga, profunda y constructiva huella entre sus estudiantes y colegas.

Esta breve crónica la escribí hace 17 años para el periódico El Pichinche cuando el profesor había sido notificado de su jubilación y buscaba con afán que el Estado colombiano, después de varios meses de reconocerle el derecho, le pagara la primera mesada de su pensión. Está tal como salió impresa y preferí dejarla así porque prefiero guardar en la memoria el recuerdo vivo de mis muertos en lugar de imaginarlos en la frialdad de una tumba. Homenaje.



  
El profesor Jorge Rengifo Reina, al centro, en la
ceremonia de  graduación de bachilleres del Colegio
Nacional Simón Bolívar en 1978.

Todas las mañanas, cinco minutos antes de empezar su clase, ya estaba parado al frente de la puerta esperando a sus alumnos e impecablemente vestido: pantalón de paño inglés, camisa blanca con puños y cuellos arreglados con almidón de yuca, mancornas de oro, corbata francesa de seda con pisacorbata dorado y su escaso cabello lustrado con fijador ‘Lechuga’.
Bajo el brazo izquierdo, sin falta alguna, llevaba sus armas más poderosas: la escuadra, la regla y el compás de madera. En la mano derecha portaba un viejo pero cuidado maletín de cuero en el que siempre tenían sitio la almohadilla rellena de tripas de tela vieja, una caja de tiza blanca y el libro blanquiazul de Física que era el terror de quienes veíamos en la matemática la fuente de todos nuestros males.

Su presencia era imponente, pero más lo eran el tono de su voz, su porte marcial, las acotaciones a la disciplina alemana y el infaltable llamado a lista por orden alfabético en el que siempre había regaño para el incumplido, el desaseado, el indisciplinado o simplemente para el que no era de sus afectos. Nadie en el Colegio Nacional Simón Bolívar, en Garzón —al sur de Colombia— se perdía sus clases no por el temor que podía generar o por la amenaza de una falla que hiciera perder la materia, sino por el espectáculo que eran sus disertaciones llenas de humanismo, cultura universal e infinidad de apuntes históricos y en las que brotaban, en cualquier momento, bromas promovidas por él y rifirrafes con estudiantes que no pasaban de ser puestas en escena para enseñar divirtiendo.

Sin duda, la marca mayor de su particular estilo pedagógico eran las expresiones acuñadas durante años para remarcar un hecho, simplificar una enseñanza o contar el cuento sin muchos adornos. Todas sus frases que muchas veces parecían una sentencia, pasaron a ser parte de la vida y los dichos cotidianos de sus discípulos que hoy las recuerdan de memoria como si fueran la marca registrada de su legado. “Calce escuadra”, significaba poner sin vacilaciones sobre el tablero aquel útil escolar. “Raya que manda”, era la orden para trazar una línea recta, nítida y firme en el la pizarra. “No tiemble como una gallina”, equivalía a dar la lección sin temores. Con “el que duda, no sabe” se refería a los vacilantes. "El pájaro de acero" era el símil para hablar de los aviones, según él, el mayor invento del hombre. Y "No le ponga perendengues" era una advertencia para decir o hacer las cosas de manera sencilla y sin arabescos.  

El amor nunca estuvo ausente en sus charlas.  Sus referencias hacia las mujeres siempre fueron galantes, algunas de ellas cargadas de fino humor payanés sin llegar nunca a la chabacanería o el irrespeto.  Para ellas, este impenitente solterón que casó ya bastante mayor, siempre tenía a flor de labios un gracejo o una frase halagadora. No importaba sí eran casadas o solteras, viudas o señoras respetables, voluptuosas damas de dudosa actividad o florecientes niñas del Cooperativo.

 El profesor Rengifo, al centro, con camisa y corbata, en una
ceremonia cívica en Garzón. En la foto aparecen la alcaldesa
Lola Ramírez de Ramón, el concejal Hernán Valderrama
y los comunicadores Alonso Barreiro y Vicente Silva Vargas. 

Se jactaba de su estirpe  del Valle y el Cauca y hablaba con propiedad de los Caicedo, los Holguín, los Lloreda, los Rengifo y los Valencia de quienes había sido condiscípulo o profesor ya fuera en Popayán o en Cali.  Era un amante desenfrenado de todo lo colombiano y a sus alumnos les transmitía con sinceridad el afecto hacia su patria, la música, el folclor, la historia y sus paisajes. Si bien Europa era su sueño eterno —en particular Francia y Alemania— Colombia estaba por encima de cualquier cosa, a pesar de su anarquía, la pereza  y lo que él llamaba "la falta de grandeza". Mención aparte merece el dominio perfecto del francés que tenía su mayor expresión en la entonada versión de La Marsellesa (vea la interpretación de Edith Piaff) y en el canto de Nathalie, al estilo Gilbert Becaud. (Ver versión original).

Muchos años después de haber enseñado a varias generaciones de huilenses, compañeros y alumnos cuentan que Jorge Rengifo Reina, el profesor de física, es una sombra en el Bolívar de sus amores. Sus compañeros de entonces —Antonio Navarro, Luis Pérez, Fortunato Figueroa, Elías Luna, Diego Parra y José Nahúm Martínez— lo han imaginado bajando por las escaleras antes de las ocho de la mañana rumbo al salón de clases sin dejar nunca la corbata ni su gomina y mucho menos, la escuadra, la regla, el compás y el abominable libro de Física.

Pajarito, uno de los viejos porteros del colegio, contó que hace poco creyó verlo en el laboratorio, limpiando pipetas y tubos de ensayo. José Ramiro Chávarro, sobrio como siempre, dice haberlo visto junto a la palma de cuesco probando su experimento acción-reacción con un botellón repleto de agua. Teodoro García aseguró que lo vio de verdad y no en visiones, paseando su solitaria dignidad por algunas calles de Garzón. En diciembre, Jorge Triana, un taxista de la Plaza de Bolívar, lo observó bajar a toda prisa por la séptima, dando la vuelta por la calle Real hasta llegar a San Isidro. Y hasta las muchachas del Cooperativo —exalumnas suyas y hoy son abnegadas esposas— aseguran que hasta remilgado se volvió a la hora de echarles piropos.

Un colega suyo contó que tan pronto le notificaron la resolución que ordenaba su pensión de jubilación, su ímpetu creativo disminuyó y que apenas lo desvincularon del servicio en el colegio, sintió como si le hubieran dicho: "Viejo, usted ya no sirve más”. “Desde que lo pensionaron no volvió a ser el mismo", relató Marina, una exitosa bacterióloga de Tarqui para quien Rengifo Reina es el modelo ideal de maestro y persona que el paso de los años y los nuevos vientos educativos ha borrado de los claustros colombianos. .

Ahora, cuando los muchachos dicen que los colegios son más 'bacanos' por permitir el libre desarrollo de la personalidad de compañeros y profesores y porque las buenas maneras y el conocimiento son una 'mamera', añoramos más que nunca los tiempos de cientos de Rengifos olvidados que deambulan en Colombia con una misérrima mesada en la mano y su caudal de conocimientos arrumados en un viejo maletín de cuero.


Bogotá, D. C., víspera del San Juan de 1996.