Semblanza del maestro José Alejandro Morales
López al conmemorarse este 19 de marzo de 2013 el centenario de su natalicio.
Era
amigo de sus amigos, santandereano como la pepitoria, colombiano hasta la
médula, acérrimo defensor del folclor, bohemio de verdad, enamorado con mil
heridas en el corazón, compositor excepcional, amante declarado del tiple, poeta
de la música. Su nombre: José Alejandro Morales López o, como se le conoce
popularmente, José A. Morales, uno de los baluartes la música popular
colombiana.
Morales, nació el 19
de marzo de 1913 en Socorro, Santander, donde en medio de muchas dificultades
cursó la primaria mientras su madre se ganaba la vida planchando ropa ajena. A
puro oído —porque
nunca fue a la academia ni aprendió a escribir partituras— aprendió
los secretos del tiple y entre músicos y bohemios entendió el arte de ponerle
música a la poesía. Una vez superada su vida de serenatas, romances frustrados y
desprecios sociales, en los años 40 dio el salto a Bogotá en donde sus
refinadas maneras, su calidad humana y un talento artístico natural, le
permitieron codearse con lo más selecto del arte, la política, la alta sociedad
y el mundo empresarial.
En la capital tuvo parte de la inspiración de ese clásico de todos los
tiempos llamado Pueblito viejo,
justamente cuando la añoranza de la tierra socorrana abrumaba su corazón. También
en Bogotá, sin posar de avanzada, compuso una de las primeras
canciones del género protesta compuesta en Colombia: Ayer me echaron del pueblo. Quienes lo conocieron de cerca, como su
entrañable amigo Jaime Llano González, afirman que José era tan profundamente
nacionalista que su amor por Colombia era casi enfermizo. Esto explica por qué compuso
temas tan terrígenas como El corazón dela caña, Campesina santandereana(escúchela aquí cantada por José A.), Bambuquito de mi tierra, Tiplecito bambuquero, Un tiple y un corazón
y Ya se acabaron los machos.
Probablemente la faceta más interesante de la personalidad del maestro era su concepto y
realidad sobre la amistad, esa palabra tan trillada en estos tiempos de
zancadillas y deslealtades. Morales no tenía muchos amigos, pero los pocos que
lo conocían dicen que era de una sola pieza: se era amigo o no. Fruto de esa
sinceridad, compuso Amistad, un bello
vals poco conocido que valdría la pena recordar al menos en los días de las
mercantilistas celebraciones de amores y amistades. A sus amigos —hombres y mujeres de diferentes condiciones y edades— les compuso valses, bambucos, pasillos y hasta tangos.
Aquí varias muestras: Titiribí, Jaime
Llano, Natuchas, Campitos, Carlosé, María Antonia, Doña Rosario(aquí en la voz de José A., con la guitarra de Gentil Montaña), María Helena, Luz
Alba, Marta y muchas otras olvidadas o casi inéditas.
Otra aspecto fascinante del ‘hijuepuerquita’, como él mismo se llamaba, era su obsesión por la vejez, la
soledad y el desamor. De sus nostalgias nacieron clásicos que millones de
colombianos de todas las generaciones hemos cantado: Yo también tuve veinte años, Viejo querido, Camino viejo, Recordar es
sufrir, Viejo tiplecito, Recuerdos viejos, Pescador, lucero y río, Dende que
murió mi negra, Aunque lo niegues, Cenizas al viento, Soberbia, El cántaro, Mi carta y muchas
más que lo pintan de cuerpo entero.
Era fanático del tiple, instrumento que ejecutaba impecablemente y defendía con fervor por considerarlo una insignia nacional para conservar y
difundir en escuelas y colegios. De hecho, como ya se anotó, varias de sus
canciones fueron en homenaje a su tiple, al que llamaba el Faraón y junto al cual se hizo tomar hermosas fotografías que
Josefina —su única hija— guarda en un viejo álbum familiar junto con las letras
originales de sus principales creaciones.
Santander fue objeto de varias creaciones que forman parte delpatrimonio de ese admirable pueblo. Aparte de
Pueblito viejo, basta recordar temas como Campesina santandereana, Señora Bucaramanga, Bucarelia, Socorrito y Un rinconcito amable,
pasillo que no es otra cosa que su testamento. Ese rinconcitoes un bello monumento que existe en Socorro y en
donde reposan los restos de este gigante de la música nacional. A ese lugar —todos los años— sus amigos y admiradores concurren
en una especie de ritual para exaltar la amistad de ese viejo querido y que
hoy, al conmemorar el centenario de su natalicio, podemos cantar con el corazón
henchido:
A propósito del controvertido fallo del Tribunal de Justicia de La
Haya y el ancestral desdén continental hacia el archipiélago de San Andrés y Providencia, vale la pena rememorar con música el doloroso episodio en el que seis colombianos
fueron asesinados por los tripulantes de un submarino alemán.
Video que recrea la canción Alban flies to Colon, publicado en el disco
Música tradicional y popular de la isla de Providencia.
Se
trata de un fox-trot llamado Alban flies
to Colon compuesto tal vez en los años sesenta por Sigby Robinson, un nativo de la isla de Providencia que decidió registrar
la más importante de las cuatro evidencias de la ‘participación’ de Colombia en
la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Según documentos oficiales de la época,
registros de prensa y posteriores investigaciones periodísticas, la goleta
colombiana Resolute fue atacada, sin que mediara ninguna circunstancia militar
o política, por un poderoso submarino de guerra alemán identificado como U-172.
El
barco colombiano de apenas 52 toneladas, era impulsado por un motor diesel que
se dañaba con frecuencia por lo que era necesario utilizar casi en todos los
viajes las dos velas. Aunque figuraba a nombre del raizal James Rankin, otros registros de la época indican que Simón Baena Calvo, un agente aduanero de
Cartagena, era su auténtico dueño.
La Resolute, la goleta bombardeada y hundida en 1942
por un submarino nazi en aguas del Caribe colombiano.
Las
dificultades para la embarcación construida varios años atrás en Islas Caimán, empezaron
en los primeros días de junio de 1942 cuando los fuertes vientos obligaron al
capitán Joseph Alban McLean a pernoctar en Panamá y aplazar su viaje a
Providencia con cinco pasajeros y mercaderías compradas en Cartagena. Superado
el mal tiempo, el 14 de junio los tripulantes de la Resolute superaron otro
escollo al rescatar a cinco oficiales y 23 marinos británicos que estaban a la
deriva al ser bombardeados y hundidos sus barcos de guerra por submarinos
alemanes que por esos días empezaron un ataque sistemático a costas de Estados
Unidos y Canadá y embarcaciones de diferentes banderas que transitaban por el
Caribe.
Además de rescatarlos y prestarles los primeros auxilios, aquel día, en
otro gesto humanitario, el capitán McLean cambiar el rumbo de la Resolute y en
lugar de tomar la ruta prevista hacia Providencia decidió llevar a los
militares sobrevivientes al puerto de Colón, Panamá. Al día siguiente, los
colombianos se encontraron en altamar con un convoy de barcos militares de
Estados Unidos que enterados del rescate, recibieron a sus aliados para
llevarlos hasta el istmo y devolverlos a las autoridades de su país.
Once de los doce ocupantes de la embarcación
atacada eran oriundos de Providencia.
(Foto de María Alejandra Silva).
Submarino contra velero
Al
retomar su viaje hacia Providencia, McLean, sus seis marineros y los cinco
pasajeros le vieron la cara a la muerte al toparse de frente con el imponente U-boat, una de las mil 164 unidades
sumergibles fabricadas por los nazis con la más alta tecnología de la época
para desequilibrar la guerra en el mar, un frente poco explotado por los
alemanes hasta entonces.
Aquella mañana del martes 23 de junio de 1942 la nave
de acero, comandada por Karl Emmermann, uno de los tenientes de navío más
prestigiosos del Tercer Reich, emergió súbitamente de las profundidades del
Caribe ―exactamente en la posición 13.15 Norte, 80.30 Oeste― para atacar con
cañonazos y ráfagas de ametralladora a la frágil embarcación de madera ocupada
por doce civiles indefensos que nada tenían que ver con el gobierno del
presidente Eduardo Santos ―tío abuelo del actual jefe de Estado, Juan Manuel
Santos― cuyo gobierno había roto relaciones con Alemania e Italia, pero no
había adoptado una posición beligerante contra los países integrantes del Eje.
El
U-172 era un submarino de largo alcance tipo IXC, de los más avanzados de la
flota diseñada por el granalmirante Karl Döenitz, el último führer alemán designado
por Adolfo Hitler poco antes de morir. Estaba equipado con 22 torpedos, un
cañón de 10.5 centímetros, seis ametralladoras y cuatro lanzagranadas y podía
llevar 50 hombres armados. Los cinco mil caballos de fuerza de los dos motores transportaban
cerca de 208 toneladas de combustible y podían mover sus 76.8 metros de largo y
los 6.8 de manga a una velocidad 18.2 nudos sobre el agua y 7.3 estando
sumergido.
Como si fuera poco, esta máquina de terror que además de Emmermann
tenía como altos oficiales a Heinz Günter Shultz, Hermann Hoffmann y Lothar
Dick, estaba diseñada para sumergirse con rapidez en profundidades superiores a los 200 metros, podía ubicar objetivos enemigos con facilidad y evadir su ubicación por parte
de los ejércitos aliados.
Cubierta del submarino nazi U-172 que atacó a la goleta
colombiana. Seis personas murieron y seis más sobrevivieron.
Su
prontuario como arma de guerra durante tres años de actividades por los mares
de Europa, África y América lo dice todo: 26 embarcaciones civiles y
militares hundidas, lo que equivale a más de 150 mil toneladas destruidas, y cientos de personas muertas. Gracias
a la reciente desclasificación de archivos de guerra de Estados Unidos y Alemania, se ha
conocido que entre sus víctimas hubo once barcos estadounidenses, diez británicos,
dos noruegos, un panameño, un belga, un griego y la muy modesta goleta colombiana
que como armas sólo tenían los cuchillos y tenedores de los cocineros.
Según
testimonios de dos sobrevivientes, Miguel Santana ―un santandereano que se
desempeñaba como personero de Providencia― y el tripulante James Newball ―único
viajero ileso y uno de los protagonistas de la canción― los alemanes le dieron
varias vueltas a la motonave sin dar explicaciones de ninguna clase. Esa
circunstancia impulsó al capitán McLean a izar la bandera colombiana, gesto
que, al parecer, confundió a los alemanes que a metrallazos destrozaron uno de
los dos mástiles, derribaron el pabellón y mataron al marinero Colbrook
Archbold.
Con este cañón del submarino alemán fueron atacados los
Una nueva tanda de ráfagas dejó sin vida al cocinero Ignacio Baker
y su ayudante Cliford Grant, le destrozó un dedo al personero e hirió
en la cara a Doris, una joven a la que todos en le barco le decían la señorita
Fox. Los alemanes ignoraron los pedidos de clemencia de los navegantes y riendo
sin parar, acribillaron por la espalda a los esposos Tomás y Lucy Steel y a Albert,
su bebé de un año, que en el intento desesperado por salvar sus vidas se colgaron
de una de las barandas del barco.
Tres
cañonazos que partieron el modesto barco por la mitad hundiéndolo en cuestión
de minutos y la aparición en el cielo de un ruidoso hidroavión militar de
Estados Unidos ―una poderosa nave de reconocimiento del tipo Martin PBM
Mariner―marcaron el final de la incursión alemana en
territorio colombiano. Como pudieron, los seis sobrevivientes nadaron hasta un
endeble bote salvavidas, también ametrallado, que los llevó a la deriva durante
más de dos días en los que aguantaron hambre y sed, soportaron el frío de la
noche y sin otra protección que su ropa convertida en harapos, padecieron altas
temperaturas.
Parte de la cubierta del U-172 en la que se observa
El
jueves 26 de junio, ya entrada la tarde, los seis supervivientes ―el personero
Santana, la señorita Fox, el capitán McLean, el contramaestre Garmen García y
los tripulantes Manoa Hawkins y James Newball― llegaron a SanAndrés como si hubieran salido del infierno para
relatar su increíble aventura, contarles a las familias de los seis muertos la
verdad de su terrible drama y denunciar la agresión ante las autoridades locales
que de inmediato reportaron el caso al Palacio de San Carlos.
Al conocerse la
noticia en Bogotá, el Gobierno del presidente Eduardo Santos expresó
públicamente su tristeza e indignación lo que impulsó la protesta espontánea de
miles de personas que a salieron a las calles de las principales ciudades a
pedir la declaratoria de guerra al régimen de Adolfo Hitler, pese a que
Colombia ya había roto relaciones diplomáticas con Alemania, Italia y Japón. (Ver artículo del capitán Mario Rubiano-Groot Roman en www.cyber-corredera.de/correderas/86.htm).
Más goletas hundidas
Un
mes después, el 22 de julio de 1942, el turno le tocó al velero Urious,
renombrado como Roamar para identificar las primeras letras de los apellidos
Rodríguez, Arango y Martínez, sus tres dueños. Esta embarcación, más grande que
la Resolute, fue obligada por la Armada a viajar entre Cartagena y San Andrés
para llevar gran cantidad de víveres para los nativos que estaban aguantando
hambre por la falta de alimentos debido a la guerra que se vivía en el Caribe y
a donde ningún marino se atrevía a viajar por temor a los ataques de los nazis.
Comandada por el capitán de corbeta Samuel May Corpus ―declarado héroe nacional
por aceptar el reto de atravesar el corazón caribeño en plena confrontación― la
nave también fue atacada sin justificación con 22 disparos de cañón de 10.5
centímetros por el submarino alemán U-505. Trece personas, entre ellas el
capitán y su pequeño hijo Harlie, murieron en las profundidades del mar.
Un Martin PBM Mariner de los Estados Unidos ahuyentó
al submarino nazi pero su tripulación no hizo nada para
socorrer a las víctimas que permanecieron 52 horas a la deriva.
Pese
a los 19 muertos en el Caribe y las pérdidas económicas, el Gobierno demoró 16
meses en declarar el estado de beligerancia y para hacerlo fue necesario que otro
submarino alemán ―el U-516― hundiera con 30 cañonazo a la goleta Rubby y matara
a cuatro marineros, entre ellos el contramaestre Garmen García, uno de los
sobrevivientes del salvaje ataque a la Resolute. Este atentado del 17 de
noviembre de 1943 hizo que una semana después, el sábado 27, el Gobierno de Alfonso López Pumarejo declarara el estado de beligerancia con los germanos, restringiera
las actividades particulares y comerciales de los alemanes residentes en el
país y decretara el embargo de empresas tan importantes como la cervecería Bavaria, la aerolínea Scadta, la fábrica de tejidos Handel,
la fabricante de envases Fenicia, el Banco Alemán-Antioqueño, la trilladora
Tolima, entre otras.
Emmermann condecorado
La
suerte de Emmermann y del U-172 fue muy distinta. Cinco meses después
de la masacre del Resolute, el oficial que hundió varios barcos en los que
murieron decenas de inocentes fue declarado héroe de guerra por Adolfo Hitler
quien ordenó condecorarlo con la Cruz de Hierro y la Cruz de Caballero con
hojas de roble. Meses más tarde comandó otro submarino, más poderoso que el
U-172, y en los días finales de la guerra fue ascendido a comandante de una
flota de nuevos sumergibles que desapareció con la rendición alemana.
El teniente fue
declarado prisionero de guerra por las tropas británicas en 1945 cuando defendía el
puerto de Hamburgo y luego fue juzgado por el Tribunal de Núremberg el cual
determinó que «había sido un comandante hábil y humano, habiendo
tratado de luchar de una forma limpia». (Ver: www.24flotilla.com). Después de salir de
su breve cautiverio, el 2 de septiembre de 1945, regresó a Alemania
donde se graduó de ingeniero, se dedicó a los negocios y escribió libros. En
uno de ellos, sin
entrar en mayores detalles, sostuvo que el hundimiento de la goleta se debió a que
sus hombre no entendieron los movimiento de los tripulantes colombianos a los
que en su bitácora menciona despectivamente como ‘no blancos’.
Karl Emmermann, comandante del submarino U-172, a quien Hitler condecoró por sus hazañas en los mares del mundo, entre ellas, la masacre del Resolute. (Foto de www.wehrmacht-awards.com).
Aunque
es probable que los alemanes no supieran en ese momento que la pequeña
embarcación era colombiana porque en el mismo diario de abordo se afirma que la
bandera ‘posiblemente’ era de Ecuador o Venezuela, la confusión por los
movimientos y la ignorancia respecto de los pabellones no pueden esgrimirse
como excusa para masacrar a gente que a todas luces era indefensa.
El
submarino, que para los alemanes era su estrella más rutilante de los mares y para
los aliados una bestia temible que debía destruirse a toda costa, terminó sus
días derrotado y hundido en inmediaciones de las islas Azores, en España, luego
de un múltiple ataque de destructores y aviones de Estados Unidos. El portal www.u-historia.com dice que el 13 de
diciembre de 1943 «Cuando los otros destructores abrieron fuego y el U-172
empezó a incendiarse, la tripulación del U-boat
decidió abandonarlo. El U-172 explotó mientras se estaba hundiendo. El
comandante y 45 tripulantes fueron rescatados. Murieron 14 tripulantes».
Integrantes de Coral Group, los músicos de
Providencia que en su dialecto y con sus
instrumentos típicos narran la vida cotidiana.
(Tomado de la carátula de uno de sus discos).
La difusión de Alban flied to Colon
El
descubrimiento de la pegajosa melodía isleña que nos ha remitido a este
interesante y poco difundido episodio de la historia colombiana, se debe al
trabajo del investigador musical y catedrático Egberto Bermúdez y la Fundación de Música que en 1996
publicaron el álbum Música tradicional y
popular de la isla de Providencia, interpretado en su totalidad por el
conjunto típico Coral Group.
En esta
producción, además de los contenidos en creole, el dialecto de la Vieja
Providencia y San Andrés, se destacan exóticos instrumentos de percusión como el
tinajo (tub bass) ―un elemento de
percusión diseñado con una tina de zinc y una cuerda tensionada por una varilla
que al ser pulsada produce un sonido que se asemeja al bajo― y la quijada de
burro o caballo que los nativos llaman jawbone,
aunque es de anotar que este tipo de órgano es común el otras regiones de
Colombia como Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima y Huila donde
genéricamente se le llama carraca.
Estos instrumentos tan particulares,
unidos a viejos conocidos como el violín, la mandolina, la guitarra y las
maracas, permiten el disfrute de ritmos y danzas casi desconocidos en el
interior de Colombia. Todas estas expresiones son una demostración de la riqueza
cultural de una región ignorada y marginada de la que los colombianos nos
acordamos cada vez que hay un incidente internacional. Ver y escuchar típicos calypsos
y mentos llegados de otras islas caribeñas, valses austriacos con sabor Caribe,
polkas bohemias y mazurcas polacas ejecutadas por afrodescendientes, quadrilles,
chotís y galop heredados de mezclas europeas pero con olor a mar y cadenciosos
fox-trots gringos interpretados por nativos, reconfortan el espíritu e invitan
a tener una mirada sincera hacia los isleños. Eso es lo que proponen con
exquisita sencillez los músicos de Providencia en el cedé del profesor
Bermúdez.
El maravilloso mar de la isla de Providencia. (Foto de María Alejandra Silva).
¿Y
qué dice el fox-trot provindenciano en su creole? Pues nada relacionado con Hitler,
Emmermann, Alemania, los aliados o la guerra. Simplemente relata que James
Newball, uno de los tripulantes, se salvó de ser blanco de las balas nazis por
su pequeña contextura física. Menciona que algunos sobrevivientes fumaron
cigarrillos Camel en una balsa y que el capitán Joseph Alban McLean ―a quien se
menciona solo por Alban― también salvó el pellejo al volar hacia Colón en el
ruidoso hidroplano gringo que apareció por casualidad cuando terminaba el
asesinato colectivo y que,entre otras
cosas, no hizo nada distinto a pasar por allí sin atacar a los alemanes ni
prestarles ayuda humanitaria a los sobrevivientes.
Sobre
la función de la música para contar y cantar realidades, es importante tener en
cuenta el concepto expresado por el antropólogo e investigador Carlos Guillermo
Páramo en una entrevista con el autor de este blog. Según él, «el hecho de que una
obra carezca de letra o no hable explícitamente de determinados asuntos, no le
resta valor contextual porque lo importante no está en lo que pueda decir la lírica
sino en el sentido que a determinado momento o hecho quiso darle el autor al
ponerle un nombre a una obra musical.» Lo importante, entonces, no es la
narración expresa y detallada, sino el sentido de lo que se quiere contar.
A
continuación la traducción, muy literal, de este magnífico canto.
Alban flies to
Colon
(Fox-trot – Sigby Robinson,)
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Puedes oír esa máquina
rodar en el aire,
puedes oír esa máquina
rodar en el aire.
Puedes oír esa máquina
rodar en el aire,
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Jamesy era tan pequeño,
se escondió detrás del mástil,
Jamesy era tan pequeño,
ninguna bala le alcanzó.
Jamesy era tan pequeño,
se escondió detrás del mástil,
Jamesy era tan pequeño,
ninguna bala le alcanzó.
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Coral Group preparando una presentación
en un patio de Providencia.
Los artistas
Coral
Group está integrado por artistas nativos sin ínfulas de estrellas que mezclan
su arte con modestos trabajos propios de la vida cotidiana de Providencia. Su
director y autor de la canción, Willberson Archibold Robinson, es pescador, voz
líder y maestro del violín y la mandolina. George Richard Hayman Archibold,
también pescador, toca las maracas, es la otra voz líder y enseña danzas
locales a los niños. La guitarra líder la pulsa Galborn Vinborn Williams, músico
de profesión que desde el nacimiento del conjunto acompaña al director, Mr.
Willy B. La guitarra armónica es tocada por un carpintero, Orlando McLean,
también nativo de Providencia. La percusión es obra de un cachaco, un panadero
y otro artista local. Se trata de Senén Rivera Rojano, que se quedó a vivir en
las islas tocando la popular quijada de caballo, Ambrosio García, especialista
en darle sabor al tináfono y Arnaldo Robinson Bryan, un virtuoso del cencerro.
Esta contraportada del disco Música tradicional y popular de la
isla de Providencia muestra la variedad de ritmos del lugar.
El
valor histórico, político y cultural de Alban
flied to Colon y de sus originales artistas vigentes en las islas pero
ignorados por los grandes medios de comunicación y los empresarios que
promueven con desespero a figuras de folletín, radica en la revelación muy
alegre de un hecho trascendental en la vida de los raizales desde mediados del
siglo XX pero prácticamente inédito para muchos colombianos del continente para
quienes ―equivocadamente― las islas no tienen historia ilustre como la de los
andinos porque están condenadas a ser un simple paraíso de mar, rumba y
comercio.
El mar de Providencia también tiene siete colores.
(Foto de María Alejandra Silva).
Si hay algo de lo que pueden
sentir orgullo los isleños, aparte del valioso protagonismo como vigías de un
mar cercenado a finales de 2012 por una discutible decisión judicial, es haber puesto
una alta cuota de sangre ―por lo menos 23 personas asesinadas, sin contar las
probables víctimas de otra goleta llamada Los tres amigos― en la más grande
conflagración padecida por la humanidad.
El 14 de diciembre de 2012 falleció en Cartagena de Indias, Colombia, don Antonio Chamat Curi, tronco de una respetable familia de profesionales de esa ciudad. Tony, como lo llamaban cariñosamente sus amigos y familiares, fue un destacado comerciante y educador, pero sobre todo, un excepcional ser humano.
Comparto esta breve oración pronunciada ante sus cenizas.
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Antonio Chamat Curi―al centro― con su esposa
Lucy y sus hijos y nietos en Cartagena.
Fue hace un par de años, poco antes de partir de Cartagena, cuando apareció cargando un paquete forrado en plástico, amarrado con apretadas piolas y rematado por vueltas de cintas adhesivas por arriba y por abajo como si en su interior se ocultara un tesoro que no debía quedar a expensas de los piratas.
En el trajín de las maletas, los abrazos, las despedidas y las lágrimas que lo agobiaban ante la inminencia del viaje de cualquiera de los suyos, así fuera a Turbaco o al polo Norte, sólo atinó a decir que se trataba de algo muy valioso para él y que sólo yo podía ayudarle a recuperar.
Uno de los viejos discos de acetato que
Tony guardaba como un tesoro.
No quiso entrar en detalles pero su característica sonrisa que siempre lo delataba, anticipaba una pilatuna o un momento de inmensa satisfacción. Lo cierto es que el envoltorio era lo suficientemente misterioso como para plantear más de una pregunta. Debía ser algo muy importante por su peso y su tamaño, pero sobre todo, por el preámbulo de la entrega y el extraño aroma de naftalina mezclada con olivares y sal marina que se impregnaba con solo tocarlo.
Ya en Bogotá, intrigado por el misterio, convencido de que allí no había títulos valores, escrituras, dinero, joyas ni herencias antiquísimas allende las fronteras dispuestas para el yerno cachaco, abrí el paquetón con el cuidado de un artesano y la curiosidad del arqueólogo. En su interior, estaba la más valiosa fortuna que he palpado en mi vida de diletante musical: ocho fabulosos discos de acetato con canciones grabadas en árabe por artistas famosos del Oriente Medio hacia 1950. Junto a una de las carátulas, Tony había pegado una nota corta escrita a mano en la que pedía en medio de disculpas y remilgos que le hiciera el favor de convertir en modernos cedés aquellos long plays que habían sido de sus padres libaneses.
Otro de los elepés de música árabe que
Tony pidió que fuera restaurado.
La petición, antes que un favor, se convirtió en un excitante compromiso porque estaba seguro de que en esos cantos trepidaban las raíces libanesas de mi suegro, de sus hijos y de sus nietos, unos orígenes signados por la riqueza de una civilización milenaria escarnecida por los horrores de la guerra, las ambiciosas invasiones, la intolerancia racial, la persecución a los católicos y el cruel desarraigo.
Carátula de los uno de las
producciones más populares
de la cantante libanesa Fairuz.
Para traspasar aquellos antiquísimos sonidos captados con técnicas primarias y adaptarlos a la tecnología de punta del siglo XXI primero fue necesaria una profunda limpieza para arrancarles hongos, tierra del trópico y salitre caribeño. Luego, todos esos surcos milimétricos se introdujeron a un computador doméstico que les restauró la lozanía de 60 años atrás. Al final, hallé una sinfonía de instrumentos exóticos, sonidos guturales, ritmos fascinantes y ambientes excitantes que en mi mente dibujaban caravanas interminables huyendo del salvajismo turco, desiertos dorados plagados por tiendas diminutas y cedros gigantes que como enviados de Dios prodigaban calor en invierno y frescor en verano.
El libanés Wadi El Safi, es uno de los artistas
más prestigiosos del Medio Oriente.
Tan pronto recibió su tesoro transformado en tres cedés que cabían en una mano, Tony se dedicó horas enteras a degustar cada tonada, a tararear ritmos ancestrales que canturreaban sus viejos recién llegados al Chocó y luego a Cartagena. Lucy me contó que durante largas horas repasaba el árabe disfrutando la romántica voz de Fairuz. Que se emocionaba como un niño escuchando, una y otra vez, la tesitura nostálgica de Wadi El Safi con sus poemas a las mujeres que se aman hasta el fin de los tiempos, a las cosechas de dátiles, a los colores de la berenjena, el olor del garbanzo y el suave sabor de un cordero impregnado en el shawarma.
Una de las últimas fotos de Tony Chamat con Lucy.
Tenjo, Cundinamarca, junio de 2012.
Olvidaba decir que entre el cargamento de discos árabes, apareció envolatado un elepé de viejas cumbias colombianas. En su interior, el disco tenía una dedicatoria en preciosa caligrafía de 1966: «Para Lucy Barrios, con todo mi cariño». Al leerla, entendí en toda su dimensión la formidable mixtura que brotó a comienzos del siglo XX cuando grupos de inmigrantes sirio-libaneses ―los perversamente llamados turcos― salieron de puertos mediterráneos embutidos en cascarones que hacían las veces de barcos huyendo de la violencia religiosa y la discriminación racial. Familias enteras llegaron a Colombia cargadas con el más maravilloso de todos los equipajes: la bendición divina. Aquí encontraron una nueva patria, amores renovados, amigos generosos y negocios que solo estaban en sus cabezas.
Miembros de familias libanesas, entre ellas algunos Chamat y Curi,
durante una fiesta en el barco que los trajo del Líbano a Colombia.
Aquellos barcos que desafiaron el oleaje impredecible del Atlántico inundaron las costas del Caribe con su cargamento de ilusiones, sus cantos de califas, sultanes y huríes, su lengua enrevesada que pronto se adaptó a la jerga costeña. Aquí sembraron semillas de trabajo en la tierra fértil de los calamarí, araron en predios de los zenúes y se encontraron con los africanos arrancados de su patria por los negreros. Aquí también se enamoraron y hoy ―cuando ha pasado un siglo de la más importante migración en la historia colombiana― los árabes de distintas nacionalidades están presentes en las artes, el empresariado, el periodismo, la publicidad, la medicina, la educación, la política, el deporte y hasta en las ventas populares que ofrecen quibbes, yabraks y tahine como si fueran productos nacidos al lado de gaitas y tambores. (Lea cómo decenas de familias provenientes de Siria y Líbano llegaron a Colombia).
Celebración del último cumpleaños de Tony Chamat
con Lucy y sus amigos Toño Segovia (QEPD) y Camilo Restrepo.
Entre esos descendientes de inmigrantes está Tony Chamat Curi, uno de aquellos escogidos que, según Isaías y el libro de los Proverbios, aparecen excepcionalmente en contadas generaciones. Él era un hombre justo y de alma transparente que sin aspavientos levantó un hogar en medio de la lucha diaria, sin renegar del destino, sin pelear por el prurito de no perder, sin avasallar al otro para imponer ideas. Lo hizo solo, gracias a la bendición de Dios, y a las manos de Lucy Barrios Carrasquilla, un ángel guardián cartagenero que lo acompañó durante 45 años.
María Alejandra Silva Chamat, la primera nieta, baila el vals
de los 15 años con su abuelo en Cartagena de Indias.
Esta pequeña evocación sobre la música de sus ancestros y las cumbias y los porros que lo ataban a dos tierras, me permite ver en la última línea del mar de Cartagena aquel endeble vapor que trajo a los suyos. Ya no es el cascarón de los años 30 sino una moderna nave del nuevo siglo en la que Tony entrega la posta a sus cuatro hijos exitosos y a la fila de nietos para quienes su inconfundible voz de trueno escondía una sonrisa infantil capaz de desarmar cualquier espíritu.
Al repasar el ejemplo vital del esposo, el padre, el abuelo, el amigo, el paisano y el educador que bromeaba con grandes y niños como si él fuera un ‘pelao’ más, deseo homenajearlo con los versos de Rodrigo Silva Ramos, un poeta musical de mi tierra huilense: