martes, 19 de marzo de 2013

El faraón de la amistad, homenaje a José A. Morales en el centenario de su nacimiento

 

 

 

Semblanza del maestro José Alejandro Morales López al conmemorarse este 19 de marzo de 2013 el centenario de su natalicio.


 
Era amigo de sus amigos, santandereano como la pepitoria, colombiano hasta la médula, acérrimo defensor del folclor, bohemio de verdad, enamorado con mil heridas en el corazón, compositor excepcional, amante declarado del tiple, poeta de la música. Su nombre: José Alejandro Morales López o, como se le conoce popularmente, José A. Morales, uno de los baluartes la música popular colombiana.
 
 
Morales, nació el 19 de marzo de 1913 en Socorro, Santander, donde en medio de muchas dificultades cursó la primaria mientras su madre se ganaba la vida planchando ropa ajena. A puro oído porque nunca fue a la academia ni aprendió a escribir partiturasaprendió los secretos del tiple y entre músicos y bohemios entendió el arte de ponerle música a la poesía. Una vez superada su vida de serenatas, romances frustrados y desprecios sociales, en los años 40 dio el salto a Bogotá en donde sus refinadas maneras, su calidad humana y un talento artístico natural, le permitieron codearse con lo más selecto del arte, la política, la alta sociedad y el mundo empresarial.
 
 
 
 
En la capital tuvo parte de la inspiración de ese clásico de todos los tiempos llamado Pueblito viejo, justamente cuando la añoranza de la tierra socorrana abrumaba su corazón. También en Bogotá, sin posar de avanzada, compuso una de las primeras canciones del género protesta compuesta en Colombia: Ayer me echaron del pueblo. Quienes lo conocieron de cerca, como su entrañable amigo Jaime Llano González, afirman que José era tan profundamente nacionalista que su amor por Colombia era casi enfermizo. Esto explica por qué compuso temas tan terrígenas como El corazón dela caña, Campesina santandereana (escúchela aquí cantada por José A.), Bambuquito de mi tierra, Tiplecito bambuquero, Un tiple y un corazón y Ya se acabaron los machos.
 
 
Probablemente la faceta más interesante de la personalidad del maestro era su concepto y realidad sobre la amistad, esa palabra tan trillada en estos tiempos de zancadillas y deslealtades. Morales no tenía muchos amigos, pero los pocos que lo conocían dicen que era de una sola pieza: se era amigo o no. Fruto de esa sinceridad, compuso Amistad, un bello vals poco conocido que valdría la pena recordar al menos en los días de las mercantilistas celebraciones de amores y amistades. A sus amigos hombres y mujeres de diferentes condiciones y edadesles compuso valses, bambucos, pasillos y hasta tangos. Aquí varias muestras: Titiribí, Jaime Llano, Natuchas, Campitos, Carlosé, María Antonia, Doña Rosario (aquí en la voz de José A., con la guitarra de Gentil Montaña), María Helena, Luz Alba, Marta y muchas otras olvidadas o casi inéditas.
 
 
 
 
Otra aspecto fascinante del ‘hijuepuerquita’, como él mismo se llamaba, era su obsesión por la vejez, la soledad y el desamor. De sus nostalgias nacieron clásicos que millones de colombianos de todas las generaciones hemos cantado: Yo también tuve veinte años, Viejo querido, Camino viejo, Recordar es sufrir, Viejo tiplecito, Recuerdos viejos, Pescador, lucero y río, Dende que murió mi negra, Aunque lo niegues, Cenizas al viento, Soberbia, El cántaro, Mi carta y muchas más que lo pintan de cuerpo entero.
 
Era fanático del tiple, instrumento que ejecutaba impecablemente y defendía con fervor por considerarlo una insignia nacional para conservar y difundir en escuelas y colegios. De hecho, como ya se anotó, varias de sus canciones fueron en homenaje a su tiple, al que llamaba el Faraón y junto al cual se hizo tomar hermosas fotografías que Josefina su única hijaguarda en un viejo álbum familiar junto con las letras originales de sus principales creaciones.
 
 
 
Santander fue objeto de varias creaciones que forman parte del  patrimonio de ese admirable pueblo. Aparte de Pueblito viejo, basta recordar temas como Campesina santandereana, Señora Bucaramanga, Bucarelia, Socorrito y Un rinconcito amable, pasillo que no es otra cosa que su testamento. Ese rinconcito es un bello monumento que existe en Socorro y en donde reposan los restos de este gigante de la música nacional. A ese lugar todos los años— sus amigos y admiradores concurren en una especie de ritual para exaltar la amistad de ese viejo querido y que hoy, al conmemorar el centenario de su natalicio, podemos cantar con el corazón henchido:
 
«Que suerte es tener amigos
pero amigos de verdad
de aquellos que si hoy cantamos
con nosotros cantarán.

 Y si mañana lloramos
con nosotros llorarán,
 
que suerte es tener amigos
que nos quieran de verdad.»