jueves, 17 de enero de 2013

La partida de un hombre justo


La partida de un hombre justo

----------------------------------------

El 14 de diciembre de 2012 falleció en Cartagena de Indias, Colombia, don Antonio Chamat Curi, tronco de una respetable familia de profesionales de esa ciudad. Tony, como lo llamaban cariñosamente sus amigos y familiares, fue un destacado comerciante y educador, pero sobre todo, un excepcional ser humano.

Comparto esta breve oración pronunciada ante sus cenizas.

----------------------------------------


Antonio Chamat Curi ―al centro― con su esposa
Lucy y sus hijos y nietos en Cartagena. 

Fue hace un par de años, poco antes de partir de Cartagena, cuando apareció cargando un paquete forrado en plástico, amarrado con apretadas piolas y rematado por vueltas de cintas adhesivas por arriba y por abajo como si en su interior se ocultara un tesoro que no debía quedar a expensas de los piratas.

En el trajín de las maletas, los abrazos, las despedidas y las lágrimas que lo agobiaban ante la inminencia del viaje de cualquiera de los suyos, así fuera a Turbaco o al polo Norte, sólo atinó a decir que se trataba de algo muy valioso para él y que sólo yo podía ayudarle a recuperar. 

Uno de los viejos discos de acetato que
Tony guardaba como un tesoro.

No quiso entrar en detalles pero su característica sonrisa que siempre lo delataba, anticipaba una pilatuna o un momento de inmensa satisfacción. Lo cierto es que el envoltorio era lo suficientemente misterioso como para plantear más de una pregunta. Debía ser algo muy importante por su peso y su tamaño, pero sobre todo, por el preámbulo de la entrega y el extraño aroma de naftalina mezclada con olivares y sal marina que se impregnaba con solo tocarlo.

Ya en Bogotá, intrigado por el misterio, convencido de que allí no había títulos valores, escrituras, dinero, joyas ni herencias antiquísimas allende las fronteras dispuestas para el yerno cachaco, abrí el paquetón con el cuidado de un artesano y la curiosidad del arqueólogo. En su interior, estaba la más valiosa fortuna que he palpado en mi vida de diletante musical: ocho fabulosos discos de acetato con canciones grabadas en árabe por artistas famosos del Oriente Medio hacia 1950. Junto a una de las carátulas, Tony había pegado una nota corta escrita a mano en la que pedía en medio de disculpas y remilgos que le hiciera el favor de convertir en modernos cedés aquellos long plays que habían sido de sus padres libaneses.
  
Otro de los elepés de música árabe que
Tony pidió que fuera restaurado.

La petición, antes que un favor, se convirtió en un excitante compromiso porque estaba seguro de que en esos cantos trepidaban las raíces libanesas de mi suegro, de sus hijos y de sus nietos, unos orígenes signados por la riqueza de una civilización milenaria escarnecida por los horrores de la guerra, las ambiciosas invasiones, la intolerancia racial, la persecución a los católicos y el cruel desarraigo.

 
Carátula de los uno de las
producciones más populares
de la cantante libanesa Fairuz.

Para traspasar aquellos antiquísimos sonidos captados con técnicas primarias y adaptarlos a la tecnología de punta del siglo XXI primero fue necesaria una profunda limpieza para arrancarles hongos, tierra del trópico y salitre caribeño. Luego, todos esos surcos milimétricos se introdujeron a un computador doméstico que les restauró la lozanía de 60 años atrás. Al final, hallé una sinfonía de instrumentos exóticos, sonidos guturales, ritmos fascinantes y ambientes excitantes que en mi mente dibujaban caravanas interminables huyendo del salvajismo turco, desiertos dorados plagados por tiendas diminutas y cedros gigantes que como enviados de Dios prodigaban calor en invierno y frescor en verano.


 

El libanés Wadi El Safi, es uno de los artistas

más prestigiosos del Medio Oriente.

Tan pronto recibió su tesoro transformado en tres cedés que cabían en una mano, Tony se dedicó horas enteras a degustar cada tonada, a tararear ritmos ancestrales que canturreaban sus viejos recién llegados al Chocó y luego a Cartagena. Lucy me contó que durante largas horas repasaba el árabe disfrutando la romántica voz de Fairuz. Que se emocionaba como un niño escuchando, una y otra vez, la tesitura nostálgica de Wadi El Safi con sus poemas a las mujeres que se aman hasta el fin de los tiempos, a las cosechas de dátiles, a los colores de la berenjena, el olor del garbanzo y el suave sabor de un cordero impregnado en el shawarma
Una de las últimas fotos de Tony Chamat con Lucy.
Tenjo, Cundinamarca, junio de 2012.

 Olvidaba decir que entre el cargamento de discos árabes, apareció envolatado un elepé de viejas cumbias colombianas. En su interior, el disco tenía una dedicatoria en preciosa caligrafía de 1966: «Para Lucy Barrios, con todo mi cariño». Al leerla, entendí en toda su dimensión la formidable mixtura que brotó a comienzos del siglo XX cuando grupos de inmigrantes sirio-libaneses ―los perversamente llamados turcos― salieron de puertos mediterráneos embutidos en cascarones que hacían las veces de barcos huyendo de la violencia religiosa y la discriminación racial. Familias enteras llegaron a Colombia cargadas con el más maravilloso de todos los equipajes: la bendición divina. Aquí encontraron una nueva patria, amores renovados, amigos generosos y negocios que solo estaban en sus cabezas.
  
Miembros de familias libanesas, entre ellas algunos Chamat y Curi, 
durante una fiesta en el barco que los trajo del Líbano a Colombia.

Aquellos barcos que desafiaron el oleaje impredecible del Atlántico inundaron las costas del Caribe con su cargamento de ilusiones, sus cantos de califas, sultanes y huríes, su lengua enrevesada que pronto se adaptó a la jerga costeña. Aquí sembraron semillas de trabajo en la tierra fértil de los calamarí, araron en predios de los zenúes y se encontraron con los africanos arrancados de su patria por los negreros. Aquí también se enamoraron y hoy ―cuando ha pasado un siglo de la más importante migración en la historia colombiana― los árabes de distintas nacionalidades están presentes en las artes, el empresariado, el periodismo, la publicidad, la medicina, la educación, la política, el deporte y hasta en las ventas populares que ofrecen quibbes, yabraks y tahine como si fueran productos nacidos al lado de gaitas y tambores. (Lea cómo decenas de familias provenientes de Siria y Líbano llegaron a Colombia).

 
Celebración del último cumpleaños de Tony Chamat
con Lucy y sus amigos Toño Segovia (QEPD) y Camilo Restrepo.

Entre esos descendientes de inmigrantes está Tony Chamat Curi, uno de aquellos escogidos que, según Isaías y el libro de los Proverbios, aparecen excepcionalmente en contadas generaciones. Él era un hombre justo y de alma transparente que sin aspavientos levantó un hogar en medio de la lucha diaria, sin renegar del destino, sin pelear por el prurito de no perder, sin avasallar al otro para imponer ideas. Lo hizo solo, gracias a la bendición de Dios, y a las manos de Lucy Barrios Carrasquilla, un ángel guardián cartagenero que lo acompañó durante 45 años.
  
María Alejandra Silva Chamat, la primera nieta, baila el vals
de los 15 años con su abuelo en Cartagena de Indias.

Esta pequeña evocación sobre la música de sus ancestros y las cumbias y los porros que lo ataban a dos tierras, me permite ver en la última línea del mar de Cartagena aquel endeble vapor que trajo a los suyos. Ya no es el cascarón de los años 30 sino una moderna nave del nuevo siglo en la que Tony entrega la posta a sus cuatro hijos exitosos y a la fila de nietos para quienes su inconfundible voz de trueno escondía una sonrisa infantil capaz de desarmar cualquier espíritu.

Al repasar el ejemplo vital del esposo, el padre, el abuelo, el amigo, el paisano y el educador que bromeaba con grandes y niños como si él fuera un ‘pelao’ más, deseo homenajearlo con los versos de Rodrigo Silva Ramos, un poeta musical de mi tierra huilense:

«Recuerdo que de niño
con él jugaba yo
que me contaba cuentos
hasta que un día murió.

Mi pelo se ha llenado
de blanca ensoñación,
recuerdos que inundaron
de llanto el corazón.

Ya se murió mi viejo,
ya se murió mi viejo,
ahora el viejo soy yo».

(Fragmentos del pasillo Se murió mi viejo).

Cartagena de Indias, 18 de diciembre de 2012