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martes, 29 de agosto de 2017

La reivindicación del mártir de Armero


 La reivindicación del Mártir de Armero
Por Vicente Silva Vargas

Pedro María Ramírez Ramos recién ordenado como
subdiácono en el seminario de Garzón (Foto familia Ramírez).
El nuevo beato colombiano Pedro María Ramírez Ramos, además de recio defensor de la fe, devoto irreductible del Santísimo y la Virgen María, era un hombre elemental que tocaba cuatro instrumentos, componía canciones y cantaba maravillosamente.

Al contrario de lo que muchos pueden creer, el Mártir de Armero hacía todo lo posible para que su apostolado no pareciera nada extraordinario a lo que debía hacer un cura de pueblo: estar cerca de los fieles. Por eso, desde su primeros años en los seminarios de la Mesa de Elías y Garzón ―en Huila― se preocupó por aprender a tocar tiple, guitarra, armonio y piano. También, dicen los testimonios recogidos por este cronista, cantaba tan maravillosamente que unas veces adoptaba el papel de un gran tenor operático y en otras, asumía el rol de una mezzosoprano. «¡Todos quedaban admirados de su formidable voz!», comenta Luis Eduardo Nieto Lucena, un veterano sacerdote que le sirvió de acólito en Armero cuando apenas tenía ocho años.

Como si fuera poco, componía canciones colombianas, especialmente, bambucos y pasillos, uno de ellos llamado Blanquita, una dedicatoria a una muchacha bogotana a la que parece le arrastró el ala en los años en los que hizo una pausa en el seminario e intentó vivir «en el mundo», es decir, fuera del sacerdocio, por allá entre 1920 y 1928. También se sabe que en Fresno, ya siendo sacerdote, un día después de la misa dominical tomó el armonio e improvisó una pieza musical con base en La paloma torcaz, el poema de su paisano José Eustasio Rivera.

El cura intentó ser tan normal que cuando era profesor de escuela en Alpujarra, Tolima, se enamoró de una joven llamada Lastenia Barreto López, sobrina del influyente obispo de Garzón, José Ignacio López Umaña, pero el noviazgo terminó muy pronto porque el profesor Ramírez Ramos convenció a su enamorada de romper la promesa matrimonial para que ella se convirtiera en monja y él regresara al seminario. Así ocurrió porque Lastenia ingresó al convento de las hermanas vicentinas en Cali y él, a los 29 años ―una edad inusual para aspirar a ser cura― regresó al seminario, pero no al de Garzón sino al de Ibagué.

Tan normal era este religioso, nacido en rica familia conservadora de La Plata, al occidente del Huila, que muchas veces, cuando era maestro, organizaba equipos de fútbol a los cuales les pedía dejarse ganar de los rivales para que estos no se sintieran humillados por la derrota. Sin duda, un gesto de magnanimidad, envidiable desde el punto de vista del juego limpio, pero imperdonable si se estuviera en una alta competición como las del siglo XXI.

Otro rasgo simpático de su vida era la manera como permitía que sus amigos y familiares lo llamaran. En términos legales él era Pedro María, aunque sus compañeros del seminario preferían llamarlo ‘Píter’, ‘Don Píter’, ‘Padre Píter’, ‘Pítermaría’ o ‘Pedromaría’. Se acostumbró tanto a esos apelativos que muchas veces, en algunas de las pocas cartas conocidas, firmaba con cualquiera de esas denominaciones, incluso, como párroco había gente que lo llamaba el Padre Píter.


Las malas pulgas del beato
Sus familiares y biógrafos aseguran que su mal humor nació luego de que un ternero le propinara una patada en la cara deformándole parte del ojo izquierdo. Ya en el seminario, en las escuelas y en su vida sacerdotal, ese accidente que sufrió en Zapatero ―la hacienda ganadera de su familia en La Plata― le ocasionaba terribles dolores de cabeza que no le permitían concentrarse en las lecturas o en el análisis de sesudos documentos teológicos. Solo una caseras cataplasmas de matarratón le calmaban el dolor y le regresaban la tranquilidad.

Por culpa de sus dolores de cabeza, el padre se enfurecía y regañaba acólitos y vaciaba a fieles que no eran muy apegados a las tradiciones de la Iglesia. Su blanco favorito eran las mujeres que vestían prendas atrevidas para la época, por ejemplo, blusas con manga sisa, escotes levemente insinuantes, faldas talladas en la cintura o un milímetro arriba de la rodilla. Son múltiples los testimonios que recuerdan cómo el padre Pedro se bajaba del púlpito o del presbiterio a pegarles un pellizco en el hombro a las infractoras para luego pedirles que regresaran a sus casas a «vestirse decentemente». Sin embargo, el sacerdote se arrepentía de sus actitudes y luego de que la rabia desaparecía, buscaba a las personas ofendidas y con absoluta humildad, muchas veces con la voz entrecortada, se excusaba y les pedía sincero perdón. Al evocar algunos momentos tensionantes con las mujeres a las que regañaba, su sobrino Álvaro Ramírez Vargas anota con mucho humor: «¡Qué tal que el padre Pedro viviera en estos tiempos y hubiera visto la minifaldas y las tangas brasileras? ¡Le hubiera dado un síncope!».

Precisamente por esos momentos de irascibilidad el beato le pidió siempre a Dios que lo hiciera mártir de la Iglesia. Fue una obsesión permanente: «Quiero morir por la fe», «Deseo que el Sagrado Corazón me haga mártir», «Mi carácter es mi cruz», fueron algunas de sus públicas expresiones de sincero arrepentimiento. Y quería ser mártir para expiar el terrible defecto del mal genio que para él era un pecado porque demostraba que no era humilde ni dócil ni tenía templanza para manejar los momentos de dificultades. Fue tan evidente su vocación de mártir que a pocas horas de ser macheteado y rematado con un varillazo en la nuca, escribió con letra firme y clara: «quiero derramar mi sangre por el pueblo de Armero».

Rumbo a la plaza del pueblo, el 10 de abril de 1948, apresado como un criminal, fue llevado a la turbamulta en medio de planazos de peinilla y garrotazos. Primero, un corte en la cabeza, luego otro machetazo que lo derribó y lo obligó a exclamar: «Padre, perdónalos! ¡Todo por Cristo!» El tercer peinillazo lo volvió a tumbar y por último, una varilla de hierro le hizo volver la cabeza hacia atrás. Nadie hizo nada por él, ninguna persona le dio la mano, no hubo un alma caritativa que le cerrara los ojos y le ayudar al buen morir. ¡Cayó miserablemente humillado!

Retrato al óleo del Mártir de Armero en el museo
de La Plata (Foto Instituto Pedro María Ramírez). 
En la plaza se desangró, las mujeres de vida alegre se regocijaron con su tragedia y ya muerto le recordaron sus pellizcos en los hombros. Después de varias horas fue lanzado a una desvencijada camioneta y botado como un fardo en la puerta del cementerio. Solo un par de prostitutas ―a las que él tanto había atacado invitándolas a dejar la vida disipada― se apiadaron de su miseria humana y abrieron un boquete en cualquier parte del cementerio. No tuvo ataúd, no hubo responsos, nadie lo lloró, tan solo la naturaleza se acordó de él y esa noche en Armero llovió como nunca había llovido en los últimos cincuenta años. Uno de los amigos del padre, muchas décadas después trajo a colación una vieja leyenda del Tolima Grande según la cual cuando muere un gran hombre la Providencia llora y derrama sus lágrimas en forma de aguaceros tempestuosos.


Ejemplo de perdón
Los permanentes gestos de perdón por haber ofendido a sus semejantes pero también de perdonar a quienes le hicieron daño ―como aquellos que lo amenazaron con un revólver, la gritaron «godo hijueputa» y más tarde lo apresaron y condenaron a muerte― fueron elementos claves para que la Congregación para las Causas de los Santos después de una tortuoso proceso jurídico, histórico y teológico de 29 años impulsado con denuedo por monseñor Libardo Ramírez Gómez, aprobara su beatificación. Para los expertos del Vaticano, de las más diversas nacionalidades, su martirio no fue por causas políticas, ni por perseguir a liberales ni por regañar a las mal vestidas, sino por odio a la fe y a la Iglesia.

En palabras de monseñor Octavio Ruiz, uno de los obispos más cercanos al sumo pontífice, su muerte fue por cumplir estrictamente los deberes y obligaciones como ministro de la Iglesia y por ofrendar su vida a Dios. Tales actitudes de perdón fueron interpretadas por los teólogos e historiadores del Vaticano como un auténtico ejemplo para todos los colombianos en el contexto del posacuerdo entre el Gobierno y las guerrillas. Eso explica por qué la ceremonia de beatificación, que usualmente no presiden los papas, se celebrará durante el gran acto de reconciliación en Villavicencio el próximo 8 de septiembre.

Con esta decisión, el papa Francisco reivindica a Pedro María con la historia porque durante casi 60 años al cura se le atribuyeron graves hechos que no fueron probados simplemente porque nunca ocurrieron. De él se dijo que escondía armas en el templo para utilizarlas contra los liberales. También lo acusaron de encaramarse en la cúpula de San Lorenzo para lanzar bombas contra el pueblo exaltado por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y le endilgaron el papel de alcahuete que dizque por esconder en la casa cural a los ‘godos’ del pueblo. Finalmente, y esa es la más absurda y descabellada de todas las acusaciones, 37 años después de haber sido sacrificado se le achacó la leyenda urbana de que a las puertas de la muerte había maldecido a Armero y profetizado su desaparición al decir que de ese ese pueblo no quedaría piedra sobre piedra. 

Retrato del antiguo seminario La Inmaculada, de Garzón,
en donde empezó sus estudios el Mártir en 1915.
(Cuadro de Piti Silva Silva).

Ninguno solo de esos señalamientos, a la luz de los documentos de la época y de los testimonios recientes recogidos y corroborados por el autor de esta crónica, es cierto. Los detalles de estas abominables calumnias y muchos otros aspectos de la fascinante vida de Pedro María Ramírez Ramos los compartirá el autor en un libro que saldrá a la venta en las próximas semanas y que será publicado por Cuéllar Editores.

domingo, 29 de mayo de 2016

Mártir de Armero, nuevo beato de la Iglesia

Papa Francisco declarará beato 

al 'Mártir de Armero'

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Una de las pocas fotografías conocidas del Mártir de Armero,
el venerable Pedro María Ramírez Ramos.

El obispo de Garzón, Fabio Duque Jaramillo, fue notificado por la Santa Sede en mayo del año pasado, pero hasta tanto no se proclame oficialmente, Pedro María Ramírez Ramos será llamado 'venerable'. Por esa razón, durante algún tiempo, no se le podrán rendir culto a su imagen ni en su honor se consagrarán capillas e iglesias. 

El proceso de beatificación del sacerdote, señalado injustamente de maltratar a los liberales en tiempos de la Violencia y maldecir a Armero poco antes de morir, duró más de 25 años.

El papa Francisco podría celebrar la beatificación del venerable Pedro María durante su visita a Colombia en septiembre de este año. 
Carta abierta en la que el obispo de Garzón, Fabio Duque Jaramillo, 
confirmó la noticia sobre el nuevo beato colombiano. 
El sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, más conocido como el ‘Mártir de Armero’, asesinado por una turba de habitantes de esa población tolimense al día siguiente del magnicidio del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, será beatificado y declarado mártir de la Iglesia católica por el papa Francisco.

Monseñor Fabio Duque Jaramillo, obispo de la diócesis de Garzón, al anunciar que la Santa Sede le notificó oficialmente la aprobación de este paso previo a la canonización, explicó que «el parecer de los teólogos sobre la causa del martirio ha sido por unanimidad positivo»

En carta enviada a los sacerdotes, monjas y feligreses de su jurisdicción, que abarca a la mitad de poblaciones del Huila, el prelado afirmó que la beatificación «alegra a la iglesia universal, a nuestro país y de manera particular a nuestra iglesia diocesana». Al pedirles a religiosos y feligreses abstenerse de promover expresiones de culto como la veneración de su imagen o el levantamiento de capillas e iglesias hasta tanto el papa Francisco no lo proclame solemnemente, el prelado precisó que el hasta ahora 'siervo de Dios' ya puede ser denominado 'venerable'.

La causa de beatificación del sacerdote nacido en La Plata, occidente del Huila, el 23 de octubre de 1899 ―cinco días después del comienzo de la Guerra de los Mil Días tuvo un largo recorrido histórico, jurídico y teológico de más de 25 años en Garzón, La Plata, Bogotá y Roma. Entre otros aspectos, se hizo un análisis a fondo sobre su origen familiar, los estudios en los seminarios de la Mesa de Elías, Garzón e Ibagué, las dudas acera de su vocación sacerdotal, su vida como maestro de escuela, la tarea pastoral en cuatro pueblos del Tolima (Chaparral, Cunday, Fresno y Armero), el contexto de la violencia política entre liberales y conservadores y el martirio. 

Olor de santidad
La fama de santo del padre Pedro María surgió pocos meses después de su asesinato cuando personas de diferentes condiciones sociales de Tolima y Huila empezaron a atribuirle múltiples milagros como la sanación definitiva de personas desahuciadas por los médicos, la solución de terribles problemas familiares, el regreso de hijos pródigos al hogar, la renuncia a la drogadicción o el alcoholismo y hasta la prosperidad económica de comerciantes en quiebra. Además de los favores registrados en placas, inscripciones y cruces tanto en su mausoleo como en el museo que se conservan en La Plata, también son numerosos los milagros atribuidos al Mártir de Armero en su página oficial http://padrepedromaria.com.

El padre Héctor Trujillo Luna, párroco de la catedral de Garzón, explicó que la primera fase del proceso, llamada diocesana, comenzó en los años 90 cuando el entonces obispo de Garzón, Libardo Ramírez Gómez, quien más tarde fue designado presidente del Tribunal Eclesiástico Nacional, introdujo la causa y declaró 'siervo de Dios' a Ramírez Ramos. Posteriormente, el actual titular de la diócesis, monseñor Duque Jaramillo, le dio un nuevo aire al caso y lo planteó ante la Conferencia Episcopal Colombiana, órgano que reúne a todos los obispos del país, quienes le pidieron a la Santa Sede tenerlo en cuenta para la visita del papa Francisco a Colombia en 2017.

El padre Trujillo Luna contó que en la segunda etapa, conocida como fase romana porque se tramita solo en el Vaticano, los postuladores y censores de la causa se centraron en el momento de la muerte del padre Ramírez Ramos y en particular de su asesinato por «odio a la fe». Precisó que el voluminoso expediente, en turno para ser estudiado y decidido en 2022, fue estudiado con inusitada anticipación y votado favorablemente en Roma por la Comisión de Teólogos citada en su comunicación por el obispo Duque Jaramillo, la cual entregó su concepto unánime a la Congregación para la Causa de los Santos. Este organismo de la curia vaticana es la última instancia encargada de aprobar procesos de esta naturaleza y de proponerle al papa la expedición de los decretos declarando beatos a quienes han sido denominados 'venerables', como es el caso del padre Pedro María.
Isabel Ramos de Ramírez, madre del venerable.
Ramón Ramírez Flórez, padre del sacerdote huilense.



















El martirio
Según relata el jesuita Juan Álvarez Mejía en el libro Una víctima de la revolución de abril, al conocerse por radio la noticia del asesinato a tiros del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán en pleno centro de Bogotá, gran parte del pueblo de Armero, que era de mayoría liberal, se levantó contra las autoridades pidiendo la cabeza del presidente Mariano Ospina Pérez y la caída del Gobierno conservador. Los exaltados, como en gran parte del país, también acusaban a la Iglesia católica de defender al conservatismo y de propiciar con su conducta pasiva y en otras, de manera velada, el clima de violencia contra los liberales.
Casa campestre en la que nació el padre Ramírez Ramos el 23 de octubre de 1899.
Hacia las 2:30 de la tarde, dice el padre Álvarez Mejía en su libro publicado al año siguiente del martirio, una turbamulta ebria y armada llegó hasta la casa cural con el propósito de matar al sacerdote, pero su intento fue frenado por las monjas de la comunidad de las Mercedarias Eucarísticas, especialmente la madre Miguelina, quien enfrentó a un hombre que pretendía balear al cura cuando se encontraba orando de rodillas frente al Santísimo. Sin embargo, los violentos saquearon la casa cural, destruyeron y quemaron muebles, enseres, libros y ornamentos, aunque no alcanzaron a profanar el Santísimo ni a destruir las hostias conservadas en el sagrario. 

Pese al pedido encarecido de las monjas para que huyera del pueblo porque su sacrificio era inminente, Pedro María se negó a hacerlo diciéndoles que ya había perdonado a los agresores y a quienes pudieran atentar contra su vida. Al día siguiente del magnicidio del líder liberal, con el centro de Bogotá destruido por la acción de los vándalos en hechos conocidos históricamente como El Bogotazo, el padre ofició la misa de la mañana, dio la comunión a las monjas y a un grupo de estudiantes, confesó a un enfermo en el hospital y visitó a más de 170 conservadores detenidos en la cárcel. 
En esta foto familiar, aparece el sacerdote con su madre, algunos hermanos y sobrinos.
Poco antes del mediodía repartió entre él y las monjas las hostias consagradas que quedaban, guardó una para utilizarla en caso de necesidad y escribió a lápiz un lacónico testamento que guardó en un sobre en el que escribió: «Voluntad del Pbro. Pedro Ma. Ramírez Ramos, a la Curia de Ibagué y a mis familiares de La Plata».

El conmovedor documento dice así: 
«De mi parte, deseo morir por Cristo y su fe. Al excelentísimo señor obispo mi inmensa gratitud porque sin merecerlo me hizo ministro del Altísimo, sacerdote de Dios y párroco hoy del pueblo de Armero, por quien quiero derramar mi sangre. Especiales memorias para mi orientador espiritual, el santo padre Dávila. A mis familiares que voy a la cabeza para que sigan el ejemplo de morir por Cristo. Con especial cariño los miraré desde el cielo. Profunda gratitud con las madres eucarísticas; desde el cielo velaré por ellas, sobre todo por la madre Miguelina (la superiora). En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Armero, 10 de abril de 1948».

A los gritos de «¡Entregan al cura o mueren todas!», las monjas salieron huyendo de la casa cural por entre los tejados, dejando indefenso al hoy venerable Ramírez Ramos que vestido con bonete y estola fue sacado en medio de insultos, golpes y puñetazos y llevado a la plaza principal del pueblo donde fue entregado, sin fórmula de juicio, a un tumulto de por lo menos mil hombres y mujeres exaltados, muchos de ellos en completo estado de embriaguez.

Diferentes versiones, confirmadas en el voluminoso expediente judicial que se abrió días después del crimen, indican que hacia las 4:30 de la tarde fue otra vez ultrajado y golpeado y luego atacado con garrotes, varillas y planazos de machetes. Otros documentos señalan que cuando una voz dio la orden de «No más planazos, dénle por el filo», Ramírez Ramos pronunció sus últimas palabras: «Padre, perdónalos. Todo por Cristo» y que enseguida varios hombres le asestaron machetazos en la cabeza y los brazos que acabaron con su vida en pocos minutos. Aún en el suelo, otro hombre le dio un varillazo en la nuca que le hizo girar la cabeza hacia atrás.

El cadáver fue abandonado a la entrada del cementerio donde lo recogieron algunas vecinas del sector, entre ellas algunas prostitutas, quienes lo sepultaron semidesnudo en una fosa, sin ataúd ni nada parecido a una ceremonia religiosa. Allí permaneció hasta que semanas después de restablecido el orden las autoridades identificaron plenamente el cuerpo y lo entregaron a familiares y miembros de la Iglesia católica quienes durante varios días lo trasladaron en un estremecedor y largo cortejo fúnebre que empezó en Armero, pasó por Ibagué y Espinal, siguió en Neiva y Garzón y terminó en La Plata.               
Mausoleo en el que reposan los restos del Mártir, en La Plata, Huila.
El largo camino de la beatificación
La causa tramitada en su fase final ante la sede papal fue ampliamente discutida por juristas y teólogos que analizaron con especial cuidado los graves hechos de violencia protagonizados en los años 40 y 50 por los partidos Liberal y Conservador, una época en la cual, según diversos historiadores, fueron asesinados más de 200 mil colombianos. 

Entre otras documentos que hacen parte del expediente canónico, se contrastaron testimonios de habitantes de la desaparecida Armero que observaron los hechos pero en los cuales no aparecen evidencias contra Ramírez Ramos de perseguir tanto en sus prédicas como en las actividades pastorales a quienes no fueran militantes del Partido Conservador, en especial, a los liberales gaitanistas. Sin embargo, en recientes publicaciones académicas y periodísticas se afirma, sin ningún sustento probatorio, que el sacerdote participaba activamente en la política conservadora local y daba la comunión a los liberales con su mano derecha invertida, contrariamente a lo indicado por los cánones de la Iglesia.

Otro de los aspectos abordado por estamentos vaticanos como la Comisión de Teólogos de diferentes partes del mundo que presentó su «parecer unánime» ante la Congregación para la Causa de los Santos, fue la leyenda urbana de que poco antes de su sacrificio en la plaza pública, el padre Ramírez Ramos habría dicho: «De Armero no quedará piedra sobre piedra». Esas palabras, entendidas por algunos como una terrible y profética maldición, se habrían hecho realidad 37 años después del crimen el 13 de noviembre de 1985 cuando una avalancha de lodo y piedra sepultó a la población tolimense y mató a más de 25 mil personas.  

Sin embargo, de acuerdo a lo relatado por expertos que conocen el expediente, los canonistas contratados por la Diócesis de Garzón, así como el sacerdote postulador de la causa, refutaron las acusaciones expuestas ante el promotor de justicia ―un fiscal experimentado especialista en derecho canónico, conocido antiguamente como ‘abogado del diablo’― y demostraron que tales sindicaciones no tenían fundamentos jurídicos, teológicos ni históricos. Es más, estos aspectos tuvieron un tratamiento muy secundario en todo el proceso ya que lo verdaderamente trascendental, desde el punto de vista de la teología, fueron las virtudes cristianas, el heroísmo del sacerdote y su muerte ocasionada por odio a la fe y a la Iglesia.
Esta foto, la más conocida del padre Pedro María, probablemente se convierta
en imagen oficial cuando el papa lo declare mártir y beato.
Lo que sigue
El párroco de la principal iglesia de la diócesis de Garzón aclaró que no fue necesario atribuirle algún milagro al Mártir de Armero ya que las normas canónicas exigen un martirio por la fe y que en este caso particular se demostró «un segundo bautismo, un bautismo en sangre». No obstante, precisó que «Dios por medio del venerable Pedro María, según testimonios de hombres y mujeres, sí ha realizado muchos milagros que la Iglesia espera se multipliquen después de la beatificación y puedan ser demostrados científicamente en un posterior proceso de canonización o sea cuando se declara santo a un beato».

Fuentes del episcopado dijeron hasta el momento el Vaticano no ha confirmado la fecha en la que Francisco hará pública la beatificación y precisaron que la ceremonia para ungir al Mártir como beato podría efectuarse durante la visita del papa a Colombia en septiembre, probablemente en Bogotá. También señalaron que si debido a su agitada agenda el pontífice no puede presidir la beatificación en Colombia, el evento se celebraría en La Plata, tierra nativa del venerable. En este caso, la ceremonia estaría presidida por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Documento de la Diócesis de Garzón en el que se resumen aspectos de la vida del beato.
Otros santos y beatos colombianos
La única persona nacida en Colombia que fue declarada santa es la Madre Laura Montoya Upegui, reconocida como tal por el papa Francisco el 12 de mayo de 2013. Sin embargo, tres importantes religiosos españoles que desarrollaron la mayor parte de su actividad pastoral y espiritual en el país, son considerados popularmente como 'santos colombianos'. Se trata de san Pedro Claver, el esclavo de los esclavos; san Luis Beltrán, evangelizador de indígenas, y san Ezequiel Moreno, patrono de los enfermos de cáncer. 

Al contrario de países como Italia, Francia, España y México que veneran a una gran cantidad de santos y beatos, la lista de colombianos que han llegado a los altares no es muy nutrida. Además de Mariano de Jesús Eusse Hoyos el padre Marianito― son beatos oficialmente declarados por la Santa Sede los Mártires Hospitalarios, siete jóvenes colombianos asesinados en 1936 durante la Guerra Civil españolaSe trata de Juan Bautista Velásquez Peláez, Melquíades Ramírez Zuluaga, Eugenio Ramírez Salazar y Rubén de Jesús López Aguilar, oriundos de Antioquia; Esteban Maya Gutiérrez, nacido en Caldas; Arturo Ayala Niño, de Paipa, Boyacá, y el huilense Gaspar Páez Perdomo.

Con la inminente beatificación del opita Pedro María Ramírez y el bogotano Rafael Manuel Almanza Riaño el famoso padre Almanza el listado de beatos ascendería a diez. No obstante, en el Vaticano reposan por lo menos otra decena causas de colombianos, entre ellas la del controvertido jerarca antioqueño Miguel Ángel Builes y la de Ismael Perdomo Borrero, prelado nacido en Gigante, Huila, arzobispo de Bogotá por muchos años y a quien la picaresca política le puso el apodo de Monseñor Perdimos para atribuirle la caída de la Hegemonía conservadora en 1930. Otros procesos que duermen el sueño de los justos en la Santa Sede son los de la monja María de Jesús Upegui Moreno ―tía de la madre Laura― y  el  del obispo Jesús Emilio Jaramillo, secuestrado, torturado y asesinado por la guerrilla en Arauca.

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(Las fotografías incluidas en este artículo fueron tomadas del libro Una víctima de la revolución de abril, publicado por el padre jesuita Juan Álvarez Mejía en 1949)

viernes, 3 de julio de 2015

El Balseadero, un puente quebrado que con nada curaremos

Hace algunos días, trabajando para una nueva propuesta televisiva, regresé a Altamira, La Jagua, Agrado, Garzón y Gigante, localidades del Huila, al sur de Colombia,  afectadas en todo sentido por la construcción de la represa de El Quimbo, un monumental proyecto hidroeléctrico que obligó a desviar por segunda vez en la historia al río Magdalena, el más importante del país.

Fotografía tomada desde el nuevo viaducto. Al fondo, el fracturado
puente del Balseadero rodeado de terrenos talados en los que
antes había especies arbóreas nativas. 
(Foto de Vicente Silva Vargas tomada el 24 de junio de 2015).
  
El panorama es deprimente. En el Balseadero, un bañadero natural que debe su nombre al paso obligado de balsas entre Garzón y El Agrado en tiempos remotos cuando no había puentes ni lanchas movidas a motor, desapareció todo lo que muchas generaciones de huilenses conocimos y disfrutamos. Los escampaderos  de piedra, arena y pasto, formados por el uso de la gente para los ancestrales paseos de olla, fueron arrasados por poderosas máquinas retroexcavadoras y sus arbustos nativos que otrora brindaban frescor, se convirtieron en horrendos chamiceros. De la comunidad de La Escalereta, una parcelación formada por modestas familias campesinas que en los años 60 y 70 reclamaron al Estado tierras de engorde para trabajarlas y volverlas productivas hasta el punto de convertirse modelo nacional de reforma agraria, solo queda un parche de tierra rojiza.

Muchas labranzas de cacao, sembradíos naturales que existían en las riberas del río antes de la llegada de los conquistadores españoles, también se esfumaron con lo cual el Huila dejará de ser una de las regiones líderes en la producción del llamado ‘alimento de los dioses’. Ya no hay canoas ni chiles ni anzuelos y mucho menos peces porque los pescadores también debieron salir como si fueran parias.

Otra gran cantidad de árboles de las orillas del Magdalena fueron talados sin misericordia y hoy sus restos son aserrados a las carreras dizque para evitar su descomposición tan pronto las aguas del río empiecen a transformarse en aguas de lago artificial. Tal vez sus trozos de madera sirvan dentro de poco para que a orillas del Magdalena represado (¿o apresado?) ciertos empresarios emergentes de la región levanten sus lujosos chalets.

El puente de acero y concreto construido en los años 40 del siglo pasado, todos los días pierde un trozo de su otrora refulgente figura ya sea porque los martillazos lo trituran o bien porque su espinazo no soporta más el triste final de una vida sobre el río que fue compañero y rival. Al ver su cascarón inerme e inservible en la distancia, junto al portal de otro puente aún más viejo, a él se le puede cantar con ternura aquella cantinela infantil: «El puente está quebrado / con qué lo curaremos...» Seguramente, digo yo, no será con cáscaras de huevo porque el Balseadero, en pocos días, será devorado ya no por su acompañante de siempre sino por otro rival más sano y más fuerte que acabó con los dos al mismo tiempo. 

Este es el puente sobre el paso de El Balseadero que en pocos
 días desaparecerá para siempre. A un lado, a la izquierda,
el portal de un viaducto más antiguo.
(Fotografía de jafiur@gmail.com, tomada del sitio
Panoramio / Google Maps).
El paisaje natural fue transformado salvajemente por la mano del hombre, el poder del dinero, la avaricia de la multinacional europea Emgesa y la nula creatividad de políticos y gobernantes que en contravía de las alternativas probadas por otros países como la energía solar, no ven soluciones distintas a saturar el Guacacayo o río de las Tumbas, como lo llamaban los aborígenes, de represas y más represas como la proyectada en Pericongo. En su página electrónica ―con un imperdonable error de redacción― la multinacional pregona que El Quimbo «Aporta significativamente a la insuficiencia energética de la Nación» (SIC), al suministrar el 8 % de su demanda de electricidad, pero en ninguna parte indica que los miles de kilovatios que generará serán sinónimo de calidad en el servicio o tarifas más cómodas para los usuarios. Tampoco resulta creíble ésta frase de cajón: «impulsará el desarrollo y crecimiento del Huila en línea con la agenda de competitividad del departamento, generando dinamismo económico en la región».

Mucho se ha dicho en Huila y muy poco a nivel nacional, sobre las responsabilidades políticas, sociales, económicas y éticas del proyecto convertido en realidad y los efectos devastadores del Quimbo en el medio ambiente y en la comunidad. Para no entrar en discusiones interminables, basta tomar uno de los apartes de la encíclica Laudato si' promulgada el 24 de mayo de 2015 por el papa Francisco y en la que el sucesor de Pedro hace una profunda reflexión sobre el desenfreno mercantilista y la torpeza política, dos males que aupados por las grandes potencias golpean a los países más pobres:

«Esta hermana [la tierra] clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’ (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura».  

Nunca antes un viaje a la tierra de mis viejos ―la hermana tierra de la que entrañablemente hablara san Francisco de Asís― me había conmovido tanto como el último día de San Juan en el que volví a misa de cinco de la mañana y en la recordé mientras comulgaba a Omar, mi sampedrino hermano bailador, bebedor y enamorador. Allí en Garzón, en la plaza de mercado donde todos los sabores, colores y olores forman un banquete celestial, volví a tomar colada de achira en tazón de esmalte y otra vez engullí como un desaforado los inimitables tamales de arroz, hogo, zanahoria, tajada de huevo, tocino, carne de res y pollo, envueltos en primorosas hojas de bijao. Tan solo la vitalidad de unos jóvenes y viejos cultores de nuestros sanjuaneros y rajaleñas y la pasión por el trabajo cultural al lado de gente del pueblo lograron paliar la tristeza que no pudo ocultar el Doble Anís. No lo puedo negar ni lo he podido superar: me siento tan arrasado como los sembrados y la vegetación del Balseadero.

Al observar la debacle desde el puente de 1.708 metros que según el Gobierno será el más largo de Colombia tan solo por unos años, hoy más que nunca me golpea el mensaje tristón de El Caracolí, la guabina de Jorge Villamil que para mí es el himno de este desastre ambiental y sentimental:
Busqué en las playas del inmenso río
que en el pasado feliz recorrí
hallé el sendero cubierto de abrojos
las casas viejas se cayeron ya.

Y aquellas barcas de los pescadores
que reposaban sobe el arenal
ya no se encuentran, ya no se encadenan
al añoso tronco del caracolí.

En ese enlace podrá escuchar la canción El Caracolí.
Como muchos amigos, especialmente jóvenes, escribieron para que hablara de El Caracolí y su relación con un comentario mío en Facebook sobre El Quimbo y el puente del Balseadero, les cuento que se trata de una canción sobre la vieja Neiva, cuando esa ciudad era un puerto importante sobre el Magdalena al cual llegaban grandes embarcaciones con mercaderías de todo el mundo. Allí había un comercio vibrante y, por supuesto, muchas casas para diversión de adultos (para no ponerme tan fino: eran puteaderos).
En 1939, cuando el maestro apena tenía diez años, su padre, don Jorge Villamil Ortega, lo llevó a conocer ese lugar que vivía sus momentos de mayor esplendor y se sorprendió al ver su vitalidad, el movimiento mercantil, al diversidad de personajes y el colorido portuario. Veinte años después, en 1959, pocos meses después de muerto su padre, el recién graduado médico quiso recordar aquellos paseos al puerto de Caracolí y encontró que todo el agite y la luminosidad de otros tiempos habían muerto para siempre pero que muchos de sus lugares, momentos y personajes estaban vivos entre recuerdos y nostalgias.

Algo parecido me sucedió (sin puteaderos) cuando volví hace unos días al Balseadero y La Escalereta, dos lugares a los que muchas veces fuimos de paseo a fincas de amigos y a fiestas en casas de viejos conocidos que salieron de sus predios como si los hubiera expulsado un demonio exterminador. Allí estuvimos con mi padre y todos sus nietos en el último paseo de su vida ya que tres días después de haber gozado en ese lugar el remate de las fiestas de San Pedro que él contribuyó a crear en Garzón, partió para siempre. Ese fue mi último paseo al Magdalena pues no me imagino dentro de unos años, viejo e inútil, sentado en un restaurante de cadena tratando de identificar el sabor de un sancocho de gallina campesina al lado de un lago artificial que en poco tiempo hará su notable aporte al calentamiento global, ni me ubico en un resort tratando de comer un tamal envuelto en una bolsa de polietileno.
 
Vicente Silva Falla en El Balseadero con sus nietas
María del Mar Chávarro Silva y Daniela y María
Alejandra Silva Chamat.
(Archivo familiar).

Esta postal opita tiene música nostálgica y adioses como los de la mujer de Lot que no se atrevió a mirar atrás para no convertirse en estatua de sal. Son más las preguntas con respuestas huecas y los llantos con sabor al Yuma, el río en el que, como decía el filósofo griego, nunca nos volveremos a bañar.




Garzón, 29 de junio de 2015. 






jueves, 27 de noviembre de 2014

'Opitenglish', el intento de traducir los nombres de los pueblos del Huila

Intentar la traduccción de los nombres de algunos de los 37 municipios del Huila es un ejercicio divertido. Aunque las normas idiomáticas tanto del inglés como del castellano no obligan a traducir los nombres de ciudades, pueblos o lugares, no sobra bromear sobre cómo se diría Campoalegre, Carnicerías o Naranjal en esa lengua. En otras palabras, dejando de lado el rigor de las normas ortográficas o gramaticales y sin desconocer que muchos sitios son de imposible traducción, vale la pena ensayar una especie de 'opitenglish'.



Un acucioso colega paisa envió a mi correo una simpática traducción o, si se quiere, una adaptación al inglés de los curiosos nombres de más de 30 pueblos de la muy variada geografía antioqueña. No contento con su risible listado, me invitó a hacer lo mismo con municipios huilenses que son menos en cantidad a los de esa tierra en donde los arrieros de mediados del siglo XIX y principios del XX fundaban pueblos en la misma proporción que tumbaban monte, apostaban sus carrieles jugando naipe y canturreaban bambucos mientras apuraban un aguardiente.

Al agradecer la invitación le advertí que en términos geográficos e históricos, aun contando con la asesoría de reputados investigadores de la Academia Huilense de Historia como Delimiro Moreno, Gabriel Calderón, Camilo Francisco Salas o Reynel Salas, no era fácil ‘mamarle gallo’ al inglés y muchos menos ensayar una versión en otro idioma de hermosos nombres aborígenes como Timaná, Oporapa, Pital, Nátaga, Hobo, Yaguará, entre otros. Le expliqué que ni siquiera los españoles con sus caballos guerreros y sus perros asesinos pudieron cambiar  viejos nombres y que a pesar de perversos intentos nacidos como las malas yerbas, las alcaldadas han sido incapaces de modificar lo construido por la tradición durante siglos.

El colega paisa, insistente y positivamente retador como muchos de su tierra, recargó baterías para contarme que traductores, periodistas y hasta humoristas de allá hicieron el ejercicio como simple divertimento en tiempos de la globalización, las redes sociales y la creciente irreverencia de las nuevas generaciones. De nuevo le dije que no fuera ‘charro’, como les dicen allá a los cansones, pero al final me convencí que si allá a Angelópolis le pueden decir Angel Town, a Titiribí la llaman Titiriby, a Zaragoza la vacilan como Sara Enjoy, a Vigía del Fuerte lo traducen Fort Look Out, a Santa Rosa de Osos le ponen el anglicado Saint Rose from Bears, The Eye Brow es La Ceja y The Star quiere decir La Estrella, en el Huila no podíamos quedarnos atrás a la hora de hacernos los gringos.
  
Apelando al inglés que infructuosamente quiso inculcarnos Mister Luna ―el entrañable profesor garzoneño Elías Luna Llanos―, limitado a un modestísimo léxico de aeropuerto, y abusando de la asesoría ad honorem de jóvenes pilosas de la familia que hablan y escriben impecablemente el inglés, me di a la tarea de ‘adaptar’ a la lengua de Shakespeare algunas de las poblaciones y ciertos sitios opitas. Así como no se pudieron traducir los nombres de los seis poblados ya citados, también fue imposible encontrar palabras, frases y expresiones equivalentes para Acevedo, Aipe, Algeciras, Baraya, Guadalupe, Íquira, Paicol, Palermo, Pitalito, Rivera, Suaza, Tarqui, Tello y Teruel. 

Excepcionalmente, al tener el mismo equivalente en inglés, para el norteño municipio de Colombia se utilizaron las traducciones dadas para el país en francés y alemán. En el caso de ‘garzón’, palabra con siete acepciones en el Diccionario de la RAE, se tomó la referente a la «especie de las garzas reales, de cabeza sin pluma, pico muy largo, collar rojo, alas negras y vientre blanco», definición que corresponde a la del ave que dio su origen al nombre de Garzón.      

Sin ánimo de incomodar a filólogos, lingüistas, antropólogos, sociólogos, traductores, historiadores y periodistas, solo por diversión y como un ligero bálsamo en medio de tanta noticia trepidante y de personajes cada vez más detestables en diferentes ámbitos, damos paso a nuestra modesta ‘transcripción’ literal ―para nada académica, histórica ni nada que se le parezca― del opita al inglés, un ejercicio que tiene como antecedente valioso el risible diálogo introductorio de Emeterio y Felipe en El Embajador, sanjuanero de Jorge Villamil en el que Neiva y Garzón se convirtieron en las inglesas ciudades de Neivayork, Neivapur y Garzonville.

Los 16 pueblos traducibles, acompañados de sus escudos oficiales algunos de ellos auténticos adefesios que agreden el buen gusto y la estética son: 

Altamira: Hight Look

Campoalegre: Happy Field

Colombia: Colombia, Colombie, Kolumbien
(inglés, francés y alemán).

El Agrado: The Affability

Garzón: Grey Heron

Gigante: Giant

La Argentina: The Argentina

La Plata: The Silver

Mesa de Elías: Elijah’s Table

Palestina: Palestine

Saladoblanco: White Salt

San Agustín: Saint Augustine 

San José de Isnos: Saint Joseph of Isnos

Santa María: Saint Mary

Tesalia: Thessaly

Villavieja: Old Village

Además de las anteriores poblaciones, hay lugares conocidos en todo el departamento que también pueden ser objeto de adaptación. De aquellos sitios que la memoria trae a colación, se rescatan los siguientes:

Carnincerías: Slaughters

El Plan: The Level  (zona entre el norte del Huila y sur tolimense.)

El Vergel: The Orchard

Estrecho del Magdalena: Magdalena's Narrow 

La Resaca: The Hangover

Llano de la Virgen: Plain of the Virgin

Moroco: Morocco (nombre del legendario prostíbulo garzoneño que traducido al español significa Marruecos).

Naranjal: Orange Grove

Órganos: Organs

Puertoseco: Dryport

Ríoloro: Parrot's River

Entre otros puntos geográficos, por las obvias razones expuestas, quedan por fuera nombres emblemáticos como Bambucá, La Jagua, Pericongo, Caguán, Pacarní, Maito, La Guandinosa, Los Dujos, Huila, Baché, Zuluaga, Quituro, La Mata, Matambo, Guacirco, La Chaquira… ¡Y faltan datos de otros municipios!