martes, 18 de diciembre de 2012

Bertilda Samper, la monja que reencauchó la Novena de Navidad

Portada de la Novena para el aguinaldo escrita hace 
más de 244 años por el fray Fernando de Jesús Larrea. 
(Tomada de la versión reimpresa por el Instituto Caro y Cuervo en 1987). 

Crónica sobre el origen y evolución de la Novena de aguinaldos, una de las tradiciones religiosas y navideñas de mayor arraigo en el pueblo colombiano. ¿Quién fue Fernando de Jesús Larrea? ¿Qué hizo Bertilda Samper Acosta y cuál es su parentesco con los Samper Pizano? ¿Por qué, pese a su antigüedad y a quienes la califican de obsoleta, la Novena conserva su vigor?


Por Vicente Silva Vargas

Si la Novena de Aguinaldos que por estos días rezan con regocijo millones de colombianos y buena parte de ecuatorianos se hiciera como hace dos siglos, muchos devotos se verían en grandes apuros para poder cumplir al menos con la más liviana de las penitencias recomendadas por la Iglesia en ese entonces.

Según la Novena para el aguinaldo, escrita por el fraile ecuatoriano Fernando de Jesús Larrea (Quito, 1700 - Cali, 1773), además de la confesión y la comunión, los feligreses debían dedicar una hora diaria de oración para luego rezar con fe la Novena que sugería «mortificaciones» muy serias para lograr «benignas influencias». Por ejemplo, para el primer día se debían hacer «reverencias a las camisitas del Niño» y besar 33 veces el suelo. En el segundo se reverenciaban «los pañales de Jesús» y era necesario orar por las ánimas del Purgatorio. Para el tercero había que procurar el silencio durante todo el día. En el cuarto, era obligatorio un Rosario de 150 avemarías y en el quinto la penitencia incluía el Viacrucis. En el sexto eran de estricto rigor 50 actos de contrición y en el séptimo tocaba dar limosnas a los pobres y visitar enfermos. Los dos últimos días eran los más severos: en el octavo tocaba dormir en una cama dura y golpearse con una disciplina y en el noveno, la pena era postrarse siete veces ante el Divino Infante y, si fuera posible, ayunar con agua y pan.

Ante semejante austeridad, digna del más severo de los monjes cartujos, ¿es posible imaginarse una Navidad como la actual, rebosante de opulencia y extravagancias? ¿Qué tal tomar solo agua en lugar de aguardiente, cerveza y güisqui o comer pan duro y desaliñado en lugar del jugoso pavo, el apetitoso pernil de cerdo o las rebosantes hallacas?       

La respuesta, aunque borrosa, ha aparecido poco a poco en los últimos años en los que se ha fortalecido la figura de Bertilda Samper Acosta, una de las hijas del prestigioso político liberal y poeta colombiano José María Samper y la no menos famosa escritora Soledad Acosta de Samper. Bertilda ―nombre que corresponde a un anagrama de la palabra libertad” con la que su padre quiso recalcar sus ideas democráticas― además de religiosa fue poeta y colaboradora habitual de reconocidas revistas bogotanas como La Mujer y Familia en las que firmó con el seudónimo de Berenice. Después de educarse en Francia, donde fue impregnada por el misticismo de su época, la joven que prometía ser tan buena escritora como sus exitosos padres, renunció al mundo material y se inclinó por la vida monástica al ingresar a la comunidad de la Orden de la Enseñanza donde adoptó el nombre de María Ignacia.

El padre Larrea
La hermana encontró en su convento que desde los albores de la Independencia las monjas y las novicias rezaba en diciembre con mucha fe una Novena escrita en Lima, Perú, por el fraile quiteño Fernando de Jesús Larrea, teólogo, filósofo, respetado predicador, abnegado misionero en territorios inhóspitos de Perú, Ecuador y Colombia y fundador de prestigiosos colegios y seminarios en Quito y Cali. Además se enteró que pocos meses antes de morir, fray Fernando le envió su escrito como regalo desde la capital ecuatoriana a doña Clemencia Gertrudis de Jesús Caicedo Vélez Ladrón de Guevara de Aróstegui y Escoto, la fundadora del monasterio y del Colegio de la Enseñanza, la primera institución educativa para mujeres fundada en Bogotá, justamente la institución en la que Samper Acosta primero fue una simple monja y más tarde madre superiora.

Pese a que ese devocionario del franciscano era algo conocido en la capital colombiana, a Bertilda le pareció que ese trabajo escrito tal vez antes de 1770 y publicado por primera vez hacia 1884 según los documentos consultados, era excelente para ser rezado en conventos y capillas con mucha devoción, pero sin el sabor popular para llegarle a la gente común y corriente que, en su opinión, debía ser la primera en practicar la devoción al Divino Niño y extender la fe a la Sagrada Familia.



Los cambios de María Ignacia
Después de pensarlo y consultarlo durante meses con otras monjas, la religiosa consideró que era hora de darle un vuelco modernizador a las oraciones del padre Larrea con base en diversas invocaciones importadas en sus baúles europeos. El primer paso para armar una novena conforme a lo que ella consideraba era la idiosincrasia colombiana fue cambiarle el nombre a la introducción de fray Fernando ―llamada Primer día y leída solo el 16 de diciembre y no en los días restantes― para denominarla Oración para todos los días, aquella que dice «Benignísimo Dios de tanta caridad…» Luego, le hizo leves retoques a los textos originales de la Oración a Nuestra Señora ―llamada por Bertilda Oración a la Santísima Virgen― y a la Oración al Señor San Joseph, curioso título que ella sustituyó por la elemental designación de Oración a San José.

También le metió la mano a las Consideraciones para los nueve días incluidas en la vieja Novena al sustituir en su totalidad las dos reflexiones creadas por el cura Larrea y las siete restantes que él había tomado del libro Mística ciudad de Dios: historia divina y vida de la Virgen madre de Dios (1670), escrito por la clarisa española María de Jesús Ágreda. Para esta modificación, María Ignacia tradujo los libros El interior de Jesús y María, del jesuita francés Joseph Grou (1816), y Belén o el misterio de la santa infancia (1860), del sacerdote inglés Frederick William Faber. De uno y otro  tomó conceptos y montó, a su manera, las llamadas Consideraciones que en gran medida sobreviven a nuestros días.

Para hacer más corta la Novena ―que en tiempos de fray Fernando podía durar dos horas― borró de un plumazo y para siempre las nueve oraciones adicionales que el ecuatoriano había compuesto para ser leídas después de cada Consideración. En cambio, la Oración al Niño Jesús («Acordaos, ¡oh! dulcísimo Niño Jesús…»), es casi de su total cosecha porque se basó en la devoción al Niño Jesús propagada en Europa por Margarita Parigot, la carmelita descalza más conocida como Margarita del Santísimo Sacramento y a quien el Divino Infante se le apareció en 1636 para decirle: «Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado».

No satisfecha con las sustituciones, adiciones y modificaciones, la madre María Ignacia ―fallecida en 1910 a los 54 años― se le ocurrió espantar el aburrimiento surgido por la solemnidad de los templos y conventos poniéndole música ‘pegajosa’ al «Dulce Jesús mío, mi niño adorado… ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!», la breve oración que iba intercalada entre los Gozos, que en ese entonces se llamaban Afectos y aspiraciones para la venida del Niño Jesús. Para facilitar la rima de su versión, Bertilda decidió extender el estribillo repitiendo y agregando palabras cortas: «Ven, ven, ven / ven a nuestras almas / Jesús ven, ven, ven, ven. / Ven a nuestras almas / Jesús ven, ven / a nuestras almas. / No tardes tanto, no tardes tanto, Jesús ven, ven».

Al igual que hizo con las oraciones creadas por Larrea, María Ignacia también eliminó las Jornadas que hicieron la santísima Virgen y San José de Nazaret a Belén, una serie de nueva narraciones que se leían después de los Gozos y que, según el historiador Carlos Valderrama Andrade, «servían de guía para los cambios que se van haciendo al pesebre a lo largo de los días de la Novena del aguinaldo en las iglesias franciscanas de Colombia».

Once de los doce versos cortos que alaban al Niño y que con el paso del tiempo pasaron a llamarse Gozos para todos los días, fueron modificados en su totalidad por la religiosa que los extendió, los reacomodó tomando palabras de uno y otro lado y les dio cierta coherencia para ser asimilados por la gente de su época. El único verso que sobrevivió a su cuchilla fue el último Gozo que remata toda la oración y al que curiosamente no le matizó música: «¡Ven Salvador nuestro por quien suspiramos…! ¡Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto!»  María Ignacia también simplificó el título del librito y el nombre original, Novena para el aguinaldo, lo transformó en Novena de aguinaldos, que es como se le conoce popularmente en Colombia y Ecuador.

Fernando de Jesús Larrea, el fraile que redactó la primera Novena de Navidad.
(Tomado de la reimpresión del Instituto Caro y Cuervo en 1987).
Lmadre María Ignacia o Bertilda Samper Acosta, la poeta bogotana 
que actualizó la Novena rezada por los colombianos todos los diciembres.
(Tomada de www.banrepcultural.org/sites/default/files).
Pedagogía y difusión
Al terminar su labor como compiladora, redactora, correctora de estilo y editora, a la devota le tocó otra misión por partida doble: convencer a la curia de las bondades de un novenario junto al pesebre para hacer de la Navidad una fiesta de todos los hogares y no solo de templos, conventos y monasterios, y conseguir la licencia eclesiástica para publicar su trabajo. Superados estos escollos con ciertas dificultades, su siguiente eslabón fue persuadir a la gente común y corriente para que también orara y alabara a Dios en sus casas sin la necesidad de tener a su lado a un sacerdote o a una religiosa para que dirigiera las plegarias.

Como si fuera poco, emprendió una intensa campaña pedagógica casa por casa de los más importantes barrios bogotanos para que los devotos ―la gran mayoría analfabetas― asimilaran la «divina esencia» de expresiones inusuales como «doliente amparo» y «llave de David» que correspondían más a la espesa Teología y al estilo literario de aquellos tiempos, campos en los que la monja-poeta era una estudiosa de tiempo completo.

Lo sorprendente es que esta obra literario-religiosa que hace parte de las tradiciones navideñas de Colombia y Ecuador se impuso año tras año en ciudades importantes como Bogotá, Cali, Medellín, Tunja, Cartagena, Popayán, Pasto, Manizales, Neiva y Bucaramanga y pequeñas poblaciones donde contó con el visto bueno de los obispos y párrocos pero sin ser una publicación oficial de la Iglesia. Así ha sobrevivido durante más de un siglo sin que los múltiples intentos para cambiarla, maquillarla, mejorarla, rediseñarla, desaparecerla o acomodarla a los tiempos reinantes, hayan logrado sus propósitos.
                         
Dos versiones de las novenas de Larrea y María Ignacia. A la izquierda, una versión de bolsillo
del rezo adaptado por la monja (1949), y a la derecha la reimpresión de la obra del fraile
publicada por el Instituto Caro y Cuervo (1987).

Inamovible
Ni siquiera el viraje impuesto por el Concilio Vaticano II a las ceremonias y rituales ni los ataques de todo género consiguieron desterrar frases como «Soberano beneficio”, «lumbre de Oriente», «sapiencia suma», «Adonaí potente» y tantas otras expresiones que muchas décadas después recitamos alegres y de memoria ―con fe o sin ella― y sin ponernos a pensar en asuntos teológicos o en interpretaciones gramaticales. Es más, intentar quitarle sus palabrejas o sus frases originales, sería inútil porque la gente del pueblo, la misma a la que ella dirigió su Novena cuando se aproximaba el final del siglo XIX, la quiere tal como es, sin ediciones modernas ni interpretaciones filosóficas ni sesudos racionamientos basados en la Teología.   

El prestigioso periodista y escritor Daniel Samper Pizano, hermano de Ernesto Samper Pizano, expresidente de Colombia, tampoco logró desacreditar la obra de su parienta directa algo así como su tía abuela cuando dijo en 1973 que la Novena de Bertilda era una «melcocha ideológica […] subterráneamente insuflada de un soplo negro y enlutado», tal vez para referirse a los gozos que hablan del «bienhechor rocío», la «raíz sagrada de Jesé» y el «fragante nardo». 

En los años 90 la Arquidiócesis de Bogotá también intentó darle un toque renovador a la antiquísima Novena publicando un libro muy bien editado y que como muchos otros de su estilo en las navidades siguientes fue a parar a los archivos eclesiásticos donde quizá «more eternamente». Y por allá en 1977, el brillante sacerdote huilense Leónidas Ortiz Losada ―hoy en «altos ministerios» del Celam― redactó otra novena navideña pero su esfuerzo tampoco tuvo eco. En 2012, la Asociación para la Enseñanza ―Aspaen―, respetabilísima organización educativa vinculada al Opus Dei, también publicó su novena, la cual se reza en todos sus colegios pero que, como otras de su estilo, no tienen el encanto de los arreglos introducidos hace tantas décadas. En agosto de 2014 la Conferencia Episcopal Colombiana, por mandato de los obispos de todo el país, decidió publicar en internet su atractiva Novena Multimedia en la que combinó con acierto gran parte de los textos tradicionales adaptados por la madre con fragmentos de los Evangelios, reflexiones sobre la paz y la armonía y villancicos populares. 

Portada de la Novena Multimedia preparada por el Episcopado Colombiano en 2014.

Aparte de estos esfuerzos, nada nuevo ha afectado el viejo cuadernillo que cabe en una mano y las frases ‘huecas’ y ‘cursis’, criticadas por su sobrino-nieto, el Viejo Daniel Samper, han «prosternado en tierra» a los escritores digitales, el computador, la Internet, las redes sociales y los smartphones que cuentan todo en milésimas de segundo sin dar mucho espacio para la reflexión.

Ojalá, cuando la algazara de panderetas, los coros destemplados y las pícaras sonrisas generadas por el «padre putativo» congreguen ante el pesebre a millones de católicos de la atribulada Colombia, se recuerde con gratitud, afecto y admiración a fray Fernando y a la madre María Ignacia. Al primero, por su formidable creación de hace 244 años (en 2014) y a la segunda, por reencauchar ―como llamamos los periodistas en Colombia a la actualización noticiosa― y convertir en «suave cayado» algo tan serio como un novenario de adoración al Niño Dios.


Novena publicada en 2012 por Aspaen y rezada en todos sus colegios.  



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Glosario navideño

Muchas de las palabras, expresiones, frases y nombres que hacen parte de la Novena de María Ignacia, son inusuales, desconocidas o poco utilizadas en la vida cotidiana. Por tanto, junto con otros elementos de la Navidad no necesariamente ligados a la tradición católica pero presentes en todos los diciembres, se incluyen en este listado para facilitar su comprensión.


Adonaí potente: Palabra de origen hebreo que equivale a la expresión ‘Mi Señor’.

Aguinaldos: Regalos que se entregan en Navidad o en la fiesta de la Epifanía (6 de enero). También son inocentes juegos navideños en los cuales el perdedor entrega un regalo al ganador.

Altos ministerios: Servicios estables y de gran responsabilidad que presta la Iglesia a su feligresía por medio de un ministro que puede ser sacerdote, obispo o diácono.

Ángeles: Simbolizan la presencia de mensajeros de Dios en los momentos cumbres como la encarnación y el nacimiento de Jesús.

Árbol de Navidad: La tradición dice que san Bonifacio sembró un pino para reemplazar un árbol utilizado por paganos de Europa para adorar a su dios y lo adornó con manzanas (pecado original) y velas (Jesús, luz del mundo). El tronco representa a Dios y las ramas, sus brazos protectores.

Benignísimo: Persona extremadamente afable, benévola, piadosa, suave, apacible.

Bienhechor rocío: Se refiere al maná ―una especie de escarcha― que calmó el hambre de los israelitas en el desierto. Equivale a bendición.

Buey: Los Evangelios no lo mencionan en el pesebre. Sin embargo, como advirtió el papa Benedicto XVI, su presencia se infiere porque «El pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen».

Campanas: Su sonido se interpreta como un llamado de Dios a los hombres.

Cayado: Palo o bastón curvo en su parte superior. Lo utilizan los pastores en sus faenas.

Colores: Cada uno tiene un significado particular. Dorado: realeza de Jesús; blanco: luz del mundo; verde: esperanza; rojo: nueva vida.
Coronas: Representan poder y dignidad.

Divina esencia: Naturaleza divina y sobrenatural de Dios por encima de cualquier cosa o ser.

Do: Se utilizaba en la poesía antigua y equivale al adverbio ‘donde’.

Emmanuel: Uno de los títulos del Mesías, el hijo de Dios, El Salvador y rey descendiente de David, prometido por los profetas al pueblo hebreo.

Encarnación: Acto misterioso mediante el cual el Verbo Divino tomó forma humana en el seno de María.

Estrellas: Recuerdan al cuerpo celeste que orientó a los Reyes Magos. También representa la luz que guía al cristiano.
Gozos: Breve composición poética en honor a María, el Niño Dios o los santos. Se divide en coplas, después de las cuales se repite un estribillo. Sinónimos: aspiraciones, afectos.

Humanado: Referido concretamente al Niño Jesús por hacerse hombre.

Incienso: Resina aromática originaria de Arabia e India utilizada en ritos religiosos para alabar a las divinidades. La leyenda de los Reyes Magos señala que Gaspar lo regaló al Niño Jesús por ser Dios.

Jesé: Hijo de Obed, nieto de Booz y padre de David. Es la raíz familiar de donde procede Jesús.

Lirio de los valles: Tierna y fragante flor mencionada varias veces en La Biblia y que para algunos cristianos antiguos simbolizó la segunda venida de Cristo.

Llave de David: El  rey David, según la tradición judía, tenía la ‘llave’ de entrada al cielo. Por consiguiente, Jesús al ser su descendiente, también la poseía.

Luces / velas: Representan a Jesús, luz del mundo que ilumina nuestras vidas.

Lumbre de Oriente: Jesús, luz del mundo, nació en el Oriente del mundo cristiano.

Mirra: Resina originaria de Turquía y Arabia utilizada para elaborar perfumes y ungüentos y embalsamar cadáveres. Según la leyenda, este fue el regalo de Melchor al Niño Jesús en su calidad de hombre.

Misa de gallo: Eucaristía de la media noche del 24 de diciembre para saludar la llegada de Cristo antes de que cante el gallo.

More: Del verbo morar. Significa habitar o residir habitualmente en un lugar.

Nacimiento espiritual: Según san Agustín, es el nacimiento sacramental de Cristo por obra del Espíritu Santo y el nacimiento moral o místico del alma creyente.

Mula: Aunque La Biblia no la menciona, la tradición católica la ubica en el pesebre junto al Niño, José, María y el buey.

Nardo: Planta que produce flores muy blancas y olorosas. En el antiguo Israel su extracto se utilizaba como un perfume fragante de alto valor.

Novena: Oraciones, lecturas y otros actos piadosos practicados durante nueve días seguidos para adorar a Dios o venerar a la Virgen o a los santos.

Omnipotente: Quien todo lo puede, atributo exclusivo de Dios.

Oro: El más precioso de todos los metales. La leyenda de los Reyes Magos dice que Baltasar lo regaló al Niño Jesús por su categoría de rey.

Pandero / pandereta: Rústico instrumento musical formado por uno o dos aros provistos de sonajas o cascabeles y cubierto por un lado con un parche liso.

Papá Noel: San Nicolás de Bari, obispo y santo turco al que la tradición navideña presenta como el personaje de traje rojo que reparte regalos en un trineo. En holandés su nombre es Sinterklaas, en inglés Santa Claus y en francés Père Noël del cual salió el latino Papá Noel.

Pastor: Persona que en tiempos bíblicos, guiaba y apacentaba las ovejas.

Pesebre: Representación del lugar en el que nació Jesús. Su propagación se debe a San Francisco de Asís quien presentó por primera vez en el siglo XII un nacimiento en vivo. También se le llama Belén o nacimiento.

Pitillo / pito: Pequeño instrumento musical que al soplarse produce un sonido muy agudo.

Plantas: Parte inferior de los pies.

Prosternado: Arrodillarse o inclinarse por respeto.

Putativo: Alguien al que se tiene por padre, hermano o cualquier otro familiar pero sin serlo. Sinónimo: adoptivo.

Regalos: Simbolizan los dones que los sabios de Oriente llevaron al Niño Dios. También representan a Jesús como un presente de Dios Padre para la humanidad.

Reyes magos: No se ha probado si se trataba de sabios y magos con título de rey y si en verdad eran tres. Los cuerpos de quienes se cree serían Melchor, Gaspar y Baltasar ―nombres creados por la tradición― reposan en la catedral de Colonia, Alemania.

Sacro: Perteneciente o relativo al culto divino.

Sagrario: Lugar del templo en el que se conserva a Cristo sacramentado.

Sapiencia suma: Referencia al Niño Jesús como la sabiduría eterna de Dios padre.

Venerable Margarita del Santísimo Sacramento: Nombre adoptado por Margarita Parigot, monja francesa de la Orden del Carmen a quien el Niño Jesús se le apareció para pedirle que propagara por el mundo la devoción a su infancia.

Villancico: Canción popular profana compuesta o interpretada por los villanos (habitantes de las villas). Esta música de origen europeo adoptó después temas religiosos que cantan a los personajes de la  Navidad.
Zagal / zagalillo: Pastor joven.


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Fuentes

Ente otros escritos, el autor consultó los siguientes:

Dejémonos de vainas, Daniel Samper Pizano (1973)
Diccionario de la lengua española, RAE (2001)
La Biblia, Editorial Verbo Divino (1995)
La cathédrale de Cologne, Joseph Hoster (1949)
Navidad, Reader's Digest (2001) 
Novena de aguinaldos, adaptada por la madre María Ignacia (1956)
Novena de Navidad, Arquidiócesis de Bogotá, (2013)
Novena para el aguinaldo, Instituto Caro y Cuervo (1987)
Parnaso colombiano: Colección de poesías escogidas, Julio Añez (1884).


viernes, 7 de diciembre de 2012

Medio siglo del escándalo del Embajador de la India

"Señores voy a contarles lo que en Neiva sucedió..."

 
 
 
Jaime Torres Holguín, el hombre que
hace 50 años se hizo pasar como
embajador de la India en Colombia. 
(Foto de la familia Torres Quintero cedida
al periodista Olmedo Polanco).


 

 

Esta semana ―del 10 al 17 de diciembre― se cumplen 50 años del escándalo protagonizado en Neiva por un hombre que se hizo pasar como embajador de la India en Colombia. Este risible episodio que marcó a los huilenses como ingenuos y bobos y que ha servido para hacer canciones, un película y hasta bromas de mal gusto, es reconstruido en las siguientes líneas paso a paso. Memoria.


Por Vicente Silva Vargas

 
   Todo empezó la segunda semana de diciembre de 1962 cuando llegó a Neiva Jaime Torres Holguín, «antiguo seminarista de la ciudad de Garzón», un hombre con gran poder de convicción, genuina capacidad para imitar personajes, dominio perfecto del latín e impecable manejo del inglés, el italiano y el francés. En el autoferro que viajaba de Bogotá a la capital del Huila este hombre se topó con un ingeniero bogotano que adelantaba un trabajo especializado en una reconocida empresa de la región. Al comentarle a su ocasional compañero de viaje sobre el insoportable calor, Torres Holguín le respondió en un extraño acento revuelto con español lo que descrestó al profesional que enseguida empezó a preguntarle de todo como si fuera un viejo conocido.
 
   El extraño le dijo en su enredo que iba «a conocer las ruinas de San Agustín» y bajando la voz le confesó que era el embajador de la India en Colombia aunque le pidió discreción debido a su jerarquía. No obstante, tan pronto se dio cuenta de que su ocasional compañero había mordido el anzuelo empezó a hablar más de la cuenta. Primero explicó que viajaba en tren porque su lujoso automóvil oficial se había varado en Espinal y enseguida anotó que tan pronto fuera reparado por mecánicos enviados de Bogotá su chofer particular lo llevarían hasta Neiva con su equipaje para proseguir hasta el Parque Arqueológico.
 
   Su conocimiento sobre la cultura india, el rostro cetrino, el cabello negro y grasoso, su convicción en cada tema abordado y los gestos que le parecían idénticos a los del Mahatma Gandhi que él había visto en las películas en blanco y negro, dejaron atónito al ingeniero. Desde ese momento empezó a tratarlo como una personalidad única en su vida que no podía pasar desapercibida por esas tierras y por eso, tan pronto llegó bien de mañana ese lunes 10 de diciembre a la vieja estación de Neiva donde era esperado por el comerciante Alvaro Díaz Chávarro, se ahorró los saludos y gritando desde el estribo del tren decidió compartir la gran primicia: «¡Les presento al señor Embajador de la India, pero no digan nada porque viene de incógnito!».
 
 Jaime Torres Holguín, a la derecha, se dedicó al comercio de
mariscos en Estados Unidos y en New Haven, donde murió,
fue un personaje destacado de la comunidad.
(Foto de la familia Torresquintero cedida al
periodista Olmedo Polanco).  

   Los primeros en apuntarse a la lista de este memorable capítulo de la lambonería nacional, tan pintoresco como muchos relatos del realismo mágico de Gabriel García Márquez, fueron el ingeniero que lo descubrió, Díaz Chávarro ―llamado Aldíchar, como su almacén y otros hombres que se volvieron expertos en reverencias y genuflexiones. Los siguieron otros personajes de la banca, el comercio y la industria que a las carreras desempolvaron el Manuel de Urbanidad y buenas maneras de don Francisco Carreño para poner en práctica anticuadas normas de protocolo, así fuera sólo por las apariencias.

    Otros se fueron por la más fácil y llamaron a las autoridades para que no pasaran por la vergüenza de ignorar a un dignatario de esa categoría que por primera vez honraba con su presencia a las gentes de aquellas tierras olvidadas. Aunque en un comienzo el gobernador Gustavo Salazar Tapiero no se tragó el cuento porque la Cancillería no se tomó la molestia de notificarle semejante acontecimiento, muy pronto la gran cantidad de llamadas y de visitas al despacho le hicieron cambiar de parecer. El argumento era sencillo: se trataba de una visita no oficial sobre el cual el Embajador había pedido absoluta reserva.
 
   Su advertencia no sirvió de nada. Al contrario, la noticia sobre la llegada de un personaje exótico proveniente de un país igualmente exótico se regó como pólvora. El gobernador, los secretarios del Departamento, el alcalde de Neiva y el gabinete municipal dejaron de trabajar. Los altos mandos militares y de policía cesaron la persecución de los últimos pájaros y chusmeros y empezaron a lustrar sus charreteras para salir en las fotos. Los comerciantes encargaron sus negocios a los dependientes y la media docena de periodistas, acostumbrados a los incendiarios agarrones verbales entre liberales y conservadores, por fin tuvieron una chiva y un personaje de talla mundial.

 
     Entre lisonjas y ágapes
    Desde el instante en que llegó, el administrador del Hotel Plaza, el más importante de la ciudad, se fajó en atenciones. De entrada, le asignó la suite presidencial y ordenó acondicionarla conforme a los gustos orientales del visitante. Sin consultarle nada al huésped, dispuso una permanente dieta vegetariana ajustada a sus costumbres y pidió vigilancia policial para que nadie interrumpiera su sesión de yoga ni lo distrajera durante sus oraciones sagradas. De ñapa, instruyó a meseros y camareros para que saludaran inclinándose con reverencia y mandó que en los altoparlantes sólo se escuchara música de la India.
 
   Según relataba el cronista Víctor Cortes Castro en el semanario El Debate, ya entrada la tarde, el gobernador, su gabinete en pleno y unos cuantos colados decidieron caerle de sorpresa para presentarle una saludo protocolario, pero al llegar les tocó parar en seco cuando vieron que el Embajador no estaba embutido en un elegante traje de etiqueta sino parado en la cabeza, en aparente estado de meditación. Después de largos minutos de espera, Torres aparentó regresar a la realidad identificándose como Shri Lacshama Dharhamdahaj y aunque quiso mostrar unas credenciales que no tenía, el gesto fue rechazado porque su indumentaria —una túnica blanca y un turbante armados con sábanas del hotel— no dejaron la menor duda de que se trataba de un hombre llegado de lejanas tierras «para fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre dos naciones hermanas».
 
   Informados de que el ‘diplomático’ no tenía su vestuario, funcionarios y miembros de la alta sociedad ejercieron como sapos de oficio y a las volandas buscaron costureras para que le improvisaran atuendos parecidos a los de algunas castas hindúes. Torres Holguín ―apersonado de su papel― les pidió que no se molestaran porque estaba a la espera de su equipaje para proseguir hacia el sur, pero los anfitriones insistieron y dejaron que el dueño de Mi Lord ―el almacén de ropa más importante de la ciudad― pusiera todos sus inventarios a disposición del visitante. Lo mismo hicieron otros personajes que formaron comités para que todos sus caprichos del Embajador fueran atendidos al instante. Uno de ellos fue Miguel Ángel El sapo Villoria, periodista y poeta que haciendo alarde de su apodo le regaló un anillo con el escudo familiar. Algo parecido hizo el prestigioso médico Abelardo García Salas ―Cavicas― al desprenderse de una fina camisa de seda griega comprada por su suegro en Europa.
 

   Hasta don Oliverio Lara Borrero, uno de los empresarios más importantes de Colombia, cayó en las redes de Torres. Ambos hicieron tan buenas migas que en los continuos homenajes al visitante se les escuchó hablar con propiedad del buey Apis ―el toro mitológico de la cultura egipcia― y de la posible importación de bovinos desde la India a Colombia debido a la sobrepoblación originada por la prohibición hinduista de consumir carne de animales sagrados. Se dijo entonces que don Oliverio ―quién sí conocía ese país y Torres que lo había visto en enciclopedias― compararon al Ganges y el Brahmaputra con el Magdalena y el Cauca, elogiaron las milenarias riquezas culturales de Calcuta y Bombay y hasta les hallaron similitudes entre Popayán y Cartagena.
 

   Así como Lara lo atendió, otro grupo le organizó un homenaje con comida, música, baile y aguardiente en una hacienda llamada El Viso. Allí el Embajador quedó extasiado con la imponencia del paisaje y los árboles de totumo que en su postizo acento ―haciéndose el ignorante― se empeñó en llamar ‘tutumas’. Como si fuera poco, aparentó sus convicciones religiosas cuando los dueños de casa le sirvieron provocativas bandejas repletas de lomo fino de res y auténtico asado de cerdo huilense. El incidente fue superado cuando le llevaron desde Campoalegre ensaladas de frutas y verduras que devoró a regañadientes. Mas adelante, el exembajador contó que esa fue la prueba más difícil ya que estuvo a punto de caer en la tentación de probar al menos un bocado de la gran cantidad de humeantes rebanadas puestas a su disposición.
 


En 1963 Emeterio y Felipe convirtieron en éxito
nacional el sanjuanero El Embajador, de Jorge Villamil.
(Carátula del elepé El Embajador).
 
El hombre de largo e impronunciable identidad que se ufanaba de ser descendiente de una vieja casta hindú no se limitó a ser atendido pues desde un comienzo ofreció favores a todos los pedigüeños que se le atravesaron. Las primeras fueron agraciadas damas de todas las edades que hicieron cola para que su excelencia, metro en mano, les tomara las medidas para confeccionarles el sari, el traje típico de las mujeres de su país. Aún se comenta que abuelitas ilustres, señoras dedo parado, algunas solteronas y ciertas señoritas en edad de merecer, le imploraron que les regalara vestidos en colores brillantes, tal como mostraban las revistas de la época a una señora llamada Indira Gandhi. Los hombres no se quedaron atrás a la hora de pedir. A Alberto Vargas Meza le prometió llevárselo para que estudiara farmacia y lavandería, al aviador Héctor el Loro Jiménez le dijo que pensaba contratarlo como piloto de Indian Airlines, al periodista Jorge Andrade le anunció una beca para especializarse en periodismo, al empresario Ignacio Solano le quedó de enviar semillas de pasto del desierto y a Aldíchar le regaló un lente de cine que nunca le llegó.
 
Vicente Silva Falla, corresponsal de El Espectador, relató que Torres Holguín ―oriundo de Yaguará y sobrino del respetabilísimo monseñor Félix María Torres quien años después fue arzobispo de Barranquilla― estaba seguro del final de su película en cuestión de horas. Por eso apuró los preparativos de un banquete de gala en el Hotel Plaza para 250 invitados especiales a quienes quería corresponder en persona por «las generosas e inmerecidas atenciones brindadas». Para no dejar nada al azar e impedir que fuera descubierto antes de tiempo, el propio Embajador mandó a timbrar tarjetas para el martes 18 y encargó a un famoso restaurante bogotano la preparación de la cena y el envío a Neiva, en avión, de banqueteros, cubiertos, mantelería y bebidas. De remate, tan pronto como se escabullera del hotel sin su atuendo junto con compinche de Garzón, pensaba dejar debajo de los platos de cada invitado un mensaje demoledor: «No soy embajador de la India, soy Jaime Torres Holguín. Chupen por opitas, lambones y pendejos. Cada quien paga su plato».
 
    El señor exembajador
Seguro de que jugaba en el filo de la navaja, Torres decidió continuar con su papel al aceptar dos homenajes más. El primero fue el viernes 14 de diciembre cuando recibió los honores militares ofrecidos por el Batallón Tenerife y su comandante, coronel José Pepe Rivas, con motivo de la fiesta de Santa Bárbara, la patrona de la artillería. Esta vez, tal como contemplaba el protocolo militar, los invitados especiales ingresaron con anticipación al casino de oficiales y luego, muy circunspectos lo hicieron el gobernador Salazar Tapiero y el alcalde Julio César García. Por último, el señor embaucador  fue saludado con honores militares reservados a los jefes de Estado y música marcial interpretada por la banda de guerra. Luego, todos los invitados pasaron a manteles.
 
    El sábado 15 el turno fue para el Club Campestre que ofreció una elegante recepción en la que la selecta concurrencia fue vestida de gala: de esmoquin los hombres y con traje largo las mujeres. Para infortunio de Torres ―o tal vez para su beneficio― un condiscípulo suyo en el Seminario Conciliar de Garzón lo reconoció esa noche cuando intentaba bailar un complicado sanjuanero y envalentonado por varios anises entre pecho y espalda decidió romper el protocolo para gritar con marcado acento opita: «Oooole Jaime Torres, ¿usted qué hace por aquiiiiiì?» El Embajador, sorprendido y asustado, le guiñó un ojo y sólo atinó a responderle: «usted estar equivocado». Urbano Cabrera, como se llamaba el excompañero, fue retirado a la fuerza por soldados del batallón que lo amenazaron con mandarlo al calabozo por borracho e irrespeto a la autoridad. Superado el incidente, el gobernador le pidió a su excelencia que abriera el baile en su honor. Mujeres de todas las edades bailaron con él e incluso hubo varias que le coquetearon de frente para ganar sus afectos y tener la remota esperanza de convertirse algún día en una de las tantas mujeres de su harén. Pero la suerte de Jaime estaba marcada para esa noche y ese lugar porque Cabrera, herido por haber sido sacado a empellones y convencido de conocer al impostor, buscó a Ignacio Solano Manrique, secretario de Hacienda del Huila, para contarle su verdad.
 
    Cabrera, cabreado’ como estaba, habló sin rodeos: «Ese no es ningún embajador de la India, ese es Jaime Torres Holguín, compañero mío del seminario de Garzón. A él le decíamos el Caleño porque tenía vínculos con el Valle y hasta allá se fue hace mucho tiempo». Una vez superó la sorpresa, Solano Manrique le informó a Salazar Tapiera para que acabara con la farsa pero el gobernador, más preocupado por la ridiculez en la que estaba envuelto, primero le pidió a la Policía que confiscara y destruyera todos los rollos fotográficos en poder de los fotógrafos que estaban en la fiesta y en los cuales, con toda seguridad, aparecían él y muchas familias linajudas rindiéndole pleitesía al embajador de un país que muy pocos sabían dónde quedaba. Luego, muy a su pesar, encaró a Torres Holguín, que con mansedumbre admitió su verdadera identidad, tiró al suelo su colorido turbante y una falsa piedra preciosa en la mitad y les gritó a todos que no era diplomático ni nada parecido y que fueron ellos mismos quienes, en un alarde de zalamería e idiotez, lo nombraron Embajador.
 
   Los avergonzados opitas que hasta minutos antes le habían sobado la chaqueta, cambiaron de semblante al vilipendiarlo con un variado repertorio de palabras vulgares de la región y hasta intentaron agarrarlo a trompadas. En un permanente de la Policía, esposado e incomunicado en el calabozo, Torres Holguín pasó todo el domingo en carácter de exembajador y solo hasta el lunes 17 fue enviado ante un juez municipal que lo interrogó hasta la saciedad porque, supuestamente, había cometido cuatro delitos. Al final de la tarde, el funcionario lo dejó libre al concluir que no robó por ponerse ropa que le regalaron ni al lucir adornos prestados. Tampoco falsificó documentos públicos o privados porque nunca los exhibió o le fueron exigidos, ni estafó a nadie porque no firmó documentos o contratos ni tumbó al hotel ya que alguien pagó su cuenta. Por último, se determinó que no hubo suplantación de autoridad extranjera alguna porque si bien India y Colombia tenían relaciones diplomáticas y comerciales desde 1959, en ese entonces no había embajador ni embajada en Bogotá (la legación india apenas se estableció en 1973).
 
   Dicen las malas lenguas que al día siguiente, muy temprano, los numerosos anfitriones y sus familias que en la última semana miraron por encima del hombro a vecinos y amigos por estar detrás del Embajador, desaparecieron de Neiva y sus contornos sin ninguna explicación. Unos fueron hospitalizados porque no resistieron la humillación aunque dijeron que se trataba de chequeos de rutina. Otros viajaron a Bogotá, Cartagena y Miami dizque en viajes de negocios en plena Navidad cuando lo cierto es que trataban de evadir la tomadura de pelo de amigos y enemigos. Los demás, al no quedar ni una sola foto acusadora de su arribismo, negaron haber visto en sus vidas a un tal Lacshama y hasta llegaron a decir que no sabían de qué tribu india les hablaban. Es más, con el paso del tiempo ha sido casi imposible hallar un testigo directo de aquellas jornadas de ridículas reverencias como si los hechos hubieran sido arrastrados por una avalancha.
 
    Los coletazos del escándalo
No pasó nada extraordinario en el Huila luego de la humillante visita de su excelencia. El gobernador y el alcalde continuaron en sus cargos durante varios meses. El comandante del batallón siguió su carrera militar. Los secretarios del Departamento y el gabinete municipal volvieron a sus tareas al empezar el nuevo año. Los comerciantes, los banqueros y los hacendados que se codearon con Torres regresaron a sus actividades sin darle mayor importancia al incidente. Los periodistas dejaron una que otra constancia sobre aquella memorable visita y al otro día de la liberación de Jaime retomaron sus noticias sobre las pugnas entre godos y cachiporros.
 
Aparte de las indagaciones del juez a Torres, no hubo juicios políticos y mucho menos investigaciones de la Contraloría o la Procuraduría, como se estila ahora hasta para la caída de una uña. Todo volvió a la tradicional modorra neivana. Sólo un joven abogado llamado Guillermo Plazas Alcid, que por ese entonces sacaba un periódico cada vez que podía, dejó una constancia histórica en la que señala que esa semana de bobería no fue de todos los huilenses sino de un minúsculo grupo de la crema y nata de Neiva: «El advenedizo Jaime Torres Holguín evidenció públicamente la falta de visión, la escasez de prudencia, la mentalidad yérmica, la cortesía frívola y la espesa ignorancia que distingue a nuestra empinada élite político-social».

Llama la atención que medio siglo después de este hecho visto como una simple anécdota provinciana o una pintoresca historia urbana no se hayan realizado estudios o debates que contribuyan a la autocrítica y al análisis social. Todavía es hora de que las universidades locales ―que pululan por todo lado y gradúan profesionales en proporciones industriales― promuevan trabajos académicos desde la Antropología, la Sociología, el Derecho, las Artes o la Comunicación. Qué bueno sería tener tesis y monografías de grado sobre la actitud de los protagonistas, el resentimiento de los marginados del festín, la indignación de la gente del común, las conductas indebidas o no de homenajeado y aduladores. También sería un gran aporte a la memoria llevar a la escena teatral, con nuevos elementos, aquellos días trepidantes. De la misma manera, sería interesante la reconstrucción periodística a partir de la tenue investigación judicial, los registros de los periódicos nacionales y la voz de los pocos testigos que sobreviven. Como se puede ver, hay mucha tela de dónde cortar, distinta de la seda para los saris que el señor Embajador les ofreció «a muchas damas de Neiva».
 
 Mientras esos estudios aparecen, es imprescindible mencionar el más valioso de todos los testimonios de entonces. Se trata de El Embajador, formidable crónica sanjuanera de Jorge Villamil Cordovez que al ser interpretada por los irreverentes Emeterio y Felipe, amplificó el escándalo y dejó vivo en el chip colectivo la constancia histórica de que el humillante arribismo prohijado por unos pocos, trastocado injustamente en una estupidez regional, nunca debe repetirse ni transmitirse a otras generaciones. Gracias a la obra de Villamil aquel momento no quedó sepultado para siempre en el olvido tal como pretendían quienes destruyeron las pruebas, se escondieron y tragaron su vergüenza.    

    Ya en la parte musical y folclórica ―independiente del debate sociológico, ético y político― es encomiable el matiz diferente que los siempre recordados Jorge y Lizardo le dieron a la canción para convertirla en éxito rotundo del San Pedro de 1963 y tema preferido por los colombianos de todas las regiones. Dos aspectos adicionales para destacar de su versión: la introducción con un sitâr, instrumento típico de la India emparentado con el laúd y cuyas cinco cuerdas producen un sonido muy particular, y el simpático diálogo entre el Embajador y un opita en el que Neiva y Garzón aparecen con las pintorescas denominaciones anglicadas de Neivayork y Garzonville.

Además de la genial versión de Villamil y Los Tolimenses ―sin duda, el principal aporte histórico del caso― hay otras versiones destacadas del canto inicial. Una de las primeras la hizo en merengue, pero sin letra, el famoso Sexteto Daro (1964). Junto con la producción de la película dirigida por Mario Ribero en 1986 se conoció la interpretación, con cierto toque de rajaleña, de Ulises Charry y su grupo folclórico Aires de Peñablanca. Al año siguiente, para conmemorar los 25 años de la 'visita' de Shri Lacshama Dharhamdahaj, salió al mercado De San Pedro en el Huila con el Embajador de la India, elepé del dueto Víctor y Daniel, producido por el mismo Villamil con Ramiro Chávarro Vargas.

Daniel Samper Pizano y Bernardo Romero Pereiro también adaptaron en 1989 dos capítulos de la popular comedia de televisión Dejémonos de vainas para recordar las peripecias de Torres y en 2001, el productor radial  Rito Polo Lozada y la orquesta La Bomba montaron una novedosa propuesta al mezclar el acordeón con una banda de pueblo para recordar al 'diplomático' y sus anfitriones. Poco después, Fernando Tafur hizo una magnífica interpretación con el acompañamiento de un pichinche y más recientemente, se conoció el ingenioso montaje en rock de Yersinia Pestis, una banda  integrada por jóvenes rockeros de la Universidad Surcolombiana.
 
 
Los 25 años de «la llegada de la India de un supuesto
Embajador», fue celebrada por Jorge Villamil, Ramiro Chávarro
y el dueto Víctor y Daniel con la publicación de este elepé. 
En la carátula (1997), aparece Hugo Gómez, el actor que un año
atrás protagonizó la película El Embajador de la India.
 
 ¿Y qué paso con Torres Holguín? Poco después del arrollador éxito de El Embajador le escribió a Villamil para darle las gracias por inmortalizarlo en el sanjuanero. Por su correspondencia se supo que fue un hábil comerciante en la costa Caribe colombiana de donde pasó a San Juan de Puerto Rico y luego a Miami. En sus últimos años se residenció en New Haven, Connecticut, Estados Unidos, donde se destacó como empresario e impulsor de importantes obras sociales. Allí murió de un infarto cardíaco a finales de la década del 80. Sus cenizas fueron repatriadas por su esposa e hijos a comienzos de los años 90 y enterradas en un cementerio de Neiva.
 
    En 1986 las peripecias de este personaje que se burló de la ingenuidad de un grupo de neivanos fueron llevadas a la pantalla grande por Mario Ribero y el productor laboyano Abelardo Quintero en una de las mejores producciones del cine nacional financiada por Focine. Esta película protagonizada por un gran artista como Hugo Gómez y en la que participaron varios actores  naturales de Neiva, no podía tener otro nombre distinto a El embajador de la India. 

Desde aquel diciembre de 1962 ―¡la bicoca de hace medio siglo!― se dice que el karma que consume a los gobernadores del Huila no está en el exiguo presupuesto oficial ni en la marca registrada de su proverbial abulia, sino en la presencia de un verdadero embajador. Por eso, cuando se anuncia la visita del representante de algún gobierno extranjero, el gobernador de turno no duda en responder: «Díganle que coma mierda».


 
Fuentes:

Noticias publicadas por Vicente Silva Falla en El Espectador.
Entrevistas con Jorge Villamil  Cordovez y Lizardo Díaz Muñoz.
Crónica Los cinco días con Embajador de la india. Sensacional aventura de un seminarista extraviado, de Víctor Cortés Castro.


 
 
El Embajador
Sanjuanero
Compositor: Jorge Villamil Cordovez
 
Señores, voy a contarles lo que en Neiva sucedió,
señores, voy a contarles lo que en Neiva sucedió
que ha llegado de la India de un supuesto Embajador,
que ha llegado de la India de un supuesto Embajador.

 
Por todas partes practican el yoga y genuflexión,
los Ferros y los Solanos y el señor gobernador.
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el Embajador,
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador.
 
A don Oliverio Lara el buey apis le vendió,
a don Oliverio Lara el buey apis le vendió,
pa’ servir en Trapichito como gran reproductor,
pa’ servir en Trapichito como gran reproductor.

 
Y como si fuera poco entre honores militares
Pepe Rivas lo llevó al casino de oficiales.
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el embajador
Sumatra, Sumatra, contesta el Gobernador.

 
De Neivapur a Calcuta, de Bombay hasta Garzón,
de Neivapur a Calcuta, de Bombay hasta Garzón,
volaba El loro Jiménez por contrato que firmó
volaba El loro Jiménez por contrato que firmó.

 
Calcuta, Calcuta... Ahí vuelve el embajador,
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador.

 
A muchas damas de Neiva las medidas les tomó
para enviarles de la India el traje de la nación.
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el Embajador
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador

 
Al gran Cavicas García la camisa le estrenó,
y el anillo de los Villoria el Sapo le regaló
Aldíchar, el gran amigo, elefantes compraría
y Vargas Mesa marchaba a estudiar lavandería.
 
 
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el Embajador
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador

 
Quesillos y más quesillos, quesillos de Puerto Seco
quesillos y más quesillos, quesillos de Puerto Seco
le enseñaba Adán Gutiérrez al Embajador a hacerlos
le enseñaba Adán Gutiérrez al Embajador a hacerlos.
 
Y aquí termina la historia del supuesto Embajador
y aquí termina la historia del supuesto Embajador
antiguo seminarista de la ciudad de Garzón,
antiguo seminarista de la ciudad de Garzón.
 
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el embajador
Sumatra, la sutra, contesta el Gobernador.