martes, 8 de diciembre de 2015


La tumba de un buen ladrón, la más popular en un cementerio del Huila

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Habitantes de Altamira recuerdan que en 1978 un extraño llegó a la población con el propósito de robarse una valiosa custodia de oro guardada con celo en la sacristía de la iglesia. El hombre, que según otras versiones robaba para ayudar a los pobres, fue abatido a tiros por la Policía a plena luz del día. Como nadie reclamó su cadáver después de varios días de permanecer a la intemperie, cinco prostitutas reunieron un poco de dinero para evitar que fuera enterrado en una fosa común.

Después de casi cuatro décadas, la tumba de Mauro Piñeros ―el 'Robin Hood' opita― es la más visitada y adornada del cementerio de Garzón, la ciudad de mayor fervor religioso en Huila, al sur de Colombia.


Flores de todos los colores y arreglos especiales nunca faltan en la tumba.


Hace poco menos de 40 años un policía mató a balazos a Mauro Piñeros en el atrio de la iglesia de Altamira, pero hasta ahora, nadie sabe si ese era su nombre y si en verdad se trataba de un ladrón que robaba a los ricos para favorecer a los más pobres. Lo que sí está comprobado es que era un forastero joven y de buena apariencia que al ser sorprendido cuando huía de la iglesia con una custodia de oro escondida entre su chaqueta de cuero negro, fue cosido a balazos por uno de los dos policiales que vigilaba la tradicional modorra que al medio día anestesia a muchos pueblos del Huila.

Testimonios de la época contrastados con personajes de hoy indican que Mauro alcanzó a decir su nombre, aprisionó la valiosa joya contra su pecho, confesó su vocación por los desvalidos y que poco antes de morir, con el policía todavía apuntándole a la cabeza, pidió perdón a Dios por todos sus pecados. Alertado por las beatas del lugar, al cura párroco poco le importó meterse en el charco de sangre para impartirle la extremaunción en latín y esparcirle agua bendita por todo el cuerpo. Cuando comprobó que había expirado, desengarzó con dificultad los dedos que atenazaban la custodia salpicada de sangre y ayudado por el purificador, un pequeño lienzo utilizado para tocar los ornamentos sagrados, logró recuperarlo y «limpiarle la mancha del sacrilegio».

Al contrario de lo dicho por Rubén Blades en su canción, ese día de 1978 hubo mucho ruido porque todo el pueblo salió a curiosear y a hacerse repetidas cruces delante del cadáver aún caliente. Sin embargo, como sí dice el panameño en su Pedro Navajas, «no hubo preguntas [ni] nadie lloró», quizá porque se trataba de un intruso llegado de lejos a perturbar la paz de un pueblo en el que sus mil almas acostumbraban a morirse de viejos cada veinte años. Además, Altamira, ―donde siempre se han fabricado las mejores achiras del mundo― era un pueblo tan pobre que escasamente tenía presupuesto para pagarle el sueldo cada tres meses al alcalde, a la tesorera y al personero y mal podía despilfarrar sus paupérrimos recursos en el entierro de un sacrílego.

El cuerpo estuvo varios días a la intemperie. Aunque todo el pueblo fue en romería hasta el camposanto para hacerle caso al alcalde que a través del megáfono encaramado en una guadua del parque principal había pedido su colaboración para identificar al difunto y «darle cristiana sepultura», todos vieron y olieron algo peor a lo que ya habían visto: una gruesa nube negra de chulos dando vueltas interminables en el cielo y un olor nauseabundo impregnándose en todo lo que parecía tener vida.
Placas de agradecimiento dan cuenta de los favores del 'Robin Hood' opita.
Tres días después, una comisión judicial llegó de Garzón con la doble misión de investigar los hechos y, como se dice en medios policiales, «reconocer plenamente al occiso». De nuevo, nadie lo distinguió ni habló de él. Ninguno lo había visto antes ni sabía de su familia ni conocía en la región a alguien con el apellido Piñeros y, como en el primer día, «no hubo preguntas [ni] nadie lloró», aunque sí se tomó la sesuda decisión de amortajarlo en una raída sábana de soldado y tirarlo como un bulto de yuca a una volqueta de la basura para llevarlo hasta Garzón, un pueblo más grande y con distrito judicial, en donde la identificación podría arrojar mejores resultados.

Luego de otros cinco días abandonado en el piso de otro lúgubre cuarto que hacía las veces de morgue del cementerio, la diligencia de reconocimiento, pese a los anuncios transmitidos cada media hora por Radio Garzón, llegó a la misma conclusión de los primeros días: no había pistas sobre el tal Mauro Piñeros y su llegada al Huila. Nadie hizo nada por buscar a su familia y confirmar su identidad, pese a que unos pocos alcanzaron a insinuarles a los investigadores que buscaran ayuda en Bogotá y Cundinamarca en donde ese apellido era muy reconocido.

Sepelio digno
El alcalde de Garzón autorizó una modesta partida para comprar un ataúd de madera desechable y ordenó, por razones de salubridad, el inmediato entierro del ‘Ladrón de la custodia de Altamira’ en una fosa común. El trámite de la partida presupuestal y la compra del cajón se refundieron entre firmas, sellos y vistos buenos y obligaron al administrador del cementerio, Darío Rivas, a llevar el cuerpo envuelto en la misma sábana de Altamira, hasta un pestilente hueco colindante con las tumbas de los suicidas. Jaime Rivas Polo, hijo de Darío, le contó al autor de este blog que justo en el momento en que Rivas abría una zanja para ubicar al nuevo inquilino cerca a los cuerpos descompuestos de otros NN, cinco mujeres a las que nunca había visto lo abordaron con múltiples preguntas que respondió entre dudas y monosílabos.

Como acostumbraban a hacerlo todos los lunes, las mujeres habían bajado de los vagabundeaderos de Moroco para rezarles a las almas del Purgatorio, pero en lugar de minifaldas de ocasión, mallas insinuantes y yines embutidos a la fuerza, vestían discretos faldones de tafetán que ocultaban los sensuales atractivos del amor comprado. No llevaban coloretes chillones, maquillajes extravagantes ni pelucas de colorines, tan solo unos sencillos mantos de encajes negros ocultaban sus rostros ajados por el fragor de besos babosos y la trasnocha de todos las horas.

Sepulturero y prostitutas hablaron apenas lo necesario. Ellas prometieron comprar el mejor ataúd que había en la Funeraria Milflorez, la única existente en el pueblo, e hicieron ‘vaca’ para adquirir con sus ajados billetes una tumba en tierra digna, distante del pabellón de suicidas y distinta a la fosa común. Sin importarles las habladurías ni los señalamientos de las rezanderas que todos los lunes también iban al cementerio a chismosear y no a rezar, las putas buscaron a tres amigos de farra, trago y amores para que hicieran la obra de caridad de preparar el cuerpo de un pobre cristiano al que la burocracia le negó un sepelio decente.

Carlos Fériz, David Boronas Gil y Omar Silva Vargas, aparecieron en un santiamén, limpiaron el cuerpo putrefacto, lo vistieron de saco y corbata, le pusieron zapatos nuevos, lo amortajaron con una sábana nueva comprada en el Almacén Tequendama y poco antes de que las campanas de la Catedral marcaran las seis de la tarde ―tras fracasar en la búsqueda de un sacerdote que le diera cristiana sepultura, siendo Garzón un pueblo atestado de curas―, los ocho deudos llevaron el féretro hasta la capilla del cementerio.
En tiempos de lluvia o de pleno sol, siempre hay flores para Mauro.
Allí rezaron el credo, un padrenuestro y tres avemarías, y luego, en un cortejo lúgubre y silencioso, apenas cortado por el gimoteo de las cinco mujeres, entregaron el ataúd a Darío quien les advirtió que por tratarse de una persona muerta violentamente su sepultura debía identificarse con claridad a fin de que las autoridades pudieran adelantaran «las investigaciones pertinentes», investigaciones pertinentes que nunca continuaron.

Los ‘deudos’ atendieron la recomendación al tomar una cruz de madera abandonada en una tumba sin muerto y le pusieron un cartón en el que escribieron lo único que sabían de su muerto: «Mauro Piñeros». Después de rezar en coro la oración de los difuntos («Dale, Señor, el descanso eterno / brille para él la luz perpetua»), cada uno dio tres golpes largos y secos en el cajón para pedirle al difunto, en silencio, un favor desde la eternidad. Enseguida, los hombres bajaron el cuerpo a la fosa, le lanzaron unas cuantas manotadas de tierra y dejaron que Darío lo tapara con lentas paladas, tan lentas que parecían lamentos de alma en pena.

La leyenda
Las cinco mujeres de Moroco ―el más antiguo prostíbulo del Huila― se convirtieron desde ese momento en las viudas de un hombre con el que nunca hablaron ni cruzaron palabras. Allí mismo, al borde de la fosa, acordaron cuidar la sepultura, le mandaron a decir misas cantadas y sin decir quiénes eran ni qué hacían, fueron hasta el convento de las monjas Clarisas para pedirles que lo incluyeran en su lista de intenciones por las almas del Purgatorio.

Fueron aquellas muchachas desconocidas y estigmatizadas las que en el voz a voz con sus clientes, amigas y comadres empezaron a regar el cuento de un delincuente desconocido que desde el más allá les hizo milagros como conseguirles un empleo decente para retirarse del oficio, conquistar a un hombre soltero que las sacara a vivir juiciosas, levantar un billete para construir la casa de sus viejos, librarlas por siempre de la trampa del aguardiente o alejarlas del cigarrillo y la marihuana. Desde los puteaderos, el cuento del buen ladrón se regó como pólvora y llegó a todo el pueblo rezandero y al no creyente, se metió entre la ‘gente bien’ del Club Social y caló hondo en la ‘gente mal’ que no sabía de clubes ni tenía apellidos encopetados.

Cuatro décadas después, su imagen ―etérea y desconocida― está presente en la más visitada, cuidada y florida tumba de la conventual Garzón. Alberto Sanabria, un veterano sepulturero que conoce muy bien la leyenda del 'Robin Hood de Altamira' y sus alrededores recordó con el cronista algunos detalles que la memoria colectiva ha ido alimentado. «En la medida que creció el rumor de la muerte a tiros del hombre que dizque robaba para darle lo robado a los pobres, fue aumentando la peregrinación. Su tumba, que no es la más bonita ni la más lujosa o la de mayor tamaño, poco a poco empezó a llenarse de flores, placas de agradecimiento, velas y veladoras», asegura este hombre que lleva más de 30 años cuidando el cementerio que es propiedad de la Diócesis de Garzón.
Aunque es muy modesto, el sepulcro se destaca desde
cualquier lugar del cementerio.
«La sepultura estuvo abandonada durante un tiempo, apenas con la cruz de madera que le dejaron las mujeres que lo enterraron, pero un día vino de Cali una señora muy elegante y emperifollada que le prometió cuidar su tumba si le hacía un milagro. Y debió hacerle el favor porque al poco tiempo volvió y la mandó a arreglar dejándola muy bonita», afirma Alberto Cabrera, otro trabajador del cementerio que se volvió viejo viendo el diario desfile de fieles de Mauro.

Oliva, una mujer que hace más de 30 años vende flores a la entrada del cementerio, dice que «todos los lunes una señora llamada Mercedes llega a las ocho en punto de la mañana a barrer, limpiar la tumba, ponerle flores y cambiarle el agua a los floreros». Oliva no sabe quién es la misteriosa mujer ni qué hace porque, según ella, tan pronto compra los arreglos entra al cementerio de donde sale una hora después sin dar ninguna explicación.

«Es impresionante, desde el momento en que abrimos el puesto, llega gente muy diferente a pedir las flores más bonitas para ese señor, pero cuando más vendemos es los lunes que es el día de la misa de difuntos», asegura Teresa, otra vendedora que nunca ha preguntado a sus clientes si Piñeros les ha hecho milagros o no.
Empleados del cementerio aseguran que por lo menos un centenar
de personas visitan el lugar en días normales.
Según versiones de los fieles que frecuentan el camposanto, el ‘buen ladrón’ es visitado por personas de todas las condiciones sociales. «Viene de todo, desde gente adinerada del antiguo Club Social, hasta gente muy pobre que no tiene dónde caer muerta. También lo visitan los políticos del pueblo, empleados públicos, profesionales reconocidos, las prostitutas de Moroco y otros ‘metederos’ y hasta guerrilleros, paramilitares y personas del bajo mundo como raponeros y vendedores de drogas», asegura Alberto Chávarro, un pensionado que los primeros lunes de todos los meses visita el lugar «para darle las gracias a Mauro por el milagrito que me hizo», un favor que él se niega a revelar.  

«Muchos vienen con flores, le rezan un rato, se arrodillan y le prenden una esperma o una veladora. Otros hacen el rosario, le ponen una placa de agradecimiento y al final dan tres golpes lentos y secos en la cruz de concreto o en el nicho para pedirle favores, especialmente trabajo, salud o la solución a problemas económicos o familiares», atestigua con seguridad Alberto Sanabria.

Aunque la Iglesia católica no avala ni cuestiona estas manifestaciones de religiosidad popular, Sanabria y Cabrera, que nunca han golpeado con los dedos los lugares de reposo de sus vecinos para pedirles un milagro, manifiestan que junto a la florida y concurrida sepultura han escuchado muchos testimonios de personas que, Biblia en mano, juran haber recibido sorprendentes favores del 'Robin Hood opita'.

Bogotá, D. C., 7 de diciembre de 2015

sábado, 17 de octubre de 2015

Cariocas, charrúas, gauchos, incas, aztecas, chibchas y otros revueltos

Seleccionado de Brasil que participa en las 
eliminatorias a Rusia 2018.
(Foto tomada de http://www.cbf.com.br).

Causa curiosidad escuchar y leer por estos días de las eliminatorias al Mundial de Fútbol de Rusia 2018 y de la Copa América Centenario, las denominaciones que muchos periodistas colombianos y de otros países latinoamericanos les dan a algunas selecciones futboleras. Muchas de ellas no se ajustan a las realidades históricas o sociopolíticas.
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A Brasil le dicen el equipo ‘carioca’, pero según el Diccionario panhispánico de dudas es equivocado llamar así a la generalidad de los brasileños ya que ese gentilicio solo es aplicable a los de Río de Janeiro y no a los habitantes o nativos de otros estados brasileños, entre ellos los integrantes de la selección pentacampeona del mundo. Pero, según especialistas brasileños, la historia del término es más larga que la escueta referencia de la RAE ya que su origen se remonta a la época de la etnia tupí-guaraní que desde comienzos de la Conquista llamó kari-oka a la casa del hombre blanco que no era otra cosa distinta que la residencia de los portugueses.

Además, hay otras dos razones, una geográfica y otra política. La primera se refiere al río Carioca (hoy sepultado en gran parte por la modernidad de la urbe), llamado de esa manera poco después de la llegada de los conquistadores, y la segunda, está relacionada con su común utilización hacia la totalidad del Brasil hasta 1960 cuando Brasilia, constitucionalmente, se convirtió en la capital federal y Río de Janeiro perdió el poder político que había ostentado desde su fundación. Así las cosas, el capitán de la selección brasileña, David Luiz, oriundo de Sao Paulo, es un paulista mientras que Ronaldo Nazario de Lima, el temible gordo Ronaldo, sí es de Río y, por tanto, es un auténtico carioca.
Selección uruguaya que el 13 de octubre de 2015 
goleó a Colombia en Montevideo. 
(Foto tomada de www.auf.org.uy)
Algo parecido sucede con el combinado uruguayo al que se conoce como el equipo 'charrúa', pero sin saber que la palabreja está relacionada con nativos que antes de la llegada de los conquistadores habitaban grandes extensiones de tierra al norte de la actual República Oriental del Uruguay, el estado brasileño de Rio Grande do Sul y las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, en Argentina. Para la mayoría de historiadores uruguayos, la palabra 'charrúa' se originó en una extinguida tribu nómada amerindia ―sin mayor organización social o política― cuyos hombres, influenciados por los indígenas araucanos (los mismos mapuches de Chile), se convirtieron en feroces jinetes guerreros.

Esta condición que les permitió enfrentar con inusitada ferocidad a los conquistadores españoles y luego a distintos gobiernos de Buenos Aires y Montevideo que también quisieron someterlos por la vía militar, fue adoptada desde comienzos del siglo XX en el campo deportivo, especialmente en el fútbol, actividad en la cual Uruguay es conocido por la llamada 'garra charrúa". De esta manera es claro que si fuera por el origen, no todos los uruguayos deberían ser llamados 'charrúas', aunque la costumbre, que es fuente de derecho, y la influencia mediática, generalizaron este sinónimo de gentilicio para todos los habitantes de ese país, el segundo más pequeño de la región.
Lionel Messi, el principal referente del fútbol argentino 
de hoy. (Foto tomada de la página de la AFA en Facebook).
El asunto tiene cierta similitud con el de Argentina en donde ―en el sentido estricto del término― no todos los oriundos de esa nación serían necesariamente 'gauchos'. Diferentes tratados indican con claridad que este nombre se les dio hace más de un siglo a los pobladores rurales de las pampas argentinas, uruguayas, paraguayas, el chaco boliviano y del estado brasileño de Rio Grande do Sul. Los estudios señalan que los 'gauchos' eran aquellos hombres y mujeres nacidos del mestizaje entre españoles e indígenas en esa vasta región y que en medio de la rudeza de la tierra adquirieron grandes habilidades para el manejo de ganado vacuno y caballar. Son famosos por su habilidad como jinetes, el empleo del lazo y el uso del cuchillo, pero además se les identifica por su pintoresca indumentaria: camisa, chaleco, chiripá (una especie de pantalón), pañoleta, botas de cuero, poncho y sombrero.

Algún respetable historiador podría decir, por tanto, que no sería correcta la utilización de la palabra 'gaucho' para un nacido en la capital, Buenos Aires, ya que a estos los llaman comúnmente porteños, mientras que a los originarios de la provincia de Buenos Aires les dicen bonaerenses. En este sentido, a Lionel Messi, por haber nacido en Rosario, sí se le podría decir gaucho, mientras que a Sergio Agüero, originario de la ciudad de Buenos Aires, sería un porteño de verdad.
Por esas cosas maravillas de la tradición construida gracias a los pueblos sin que fuera necesaria una ley o cualquier otra norma escrita, la palabra se arraigó tanto en el alma argentina que adquirió una connotación nacional y hoy, todos ellos, sin importar si son pamperos, porteños, rosarinos, bonaerenses o patagónicos, son 'gauchos'. Juan Linares, argentino radicado en Colombia hace muchos años le 'hizo la gauchada' (el favor) de sacar de dudas al autor de este blog después de muchas vueltas: 
«Todos los argentinos somos gauchos».

Aun así, el tema sigue siendo apasionante ya que gauchos no son solo los argentinos sino también los habitantes del brasileño estado Rio Grande do Sul a quienes se les llama ‘gaúchos’, con tilde en la 'u'. Uno de sus hijos más representativos en el deporte es Ronaldo de Assis Moreira, más conocido como Ranaldinho, el mismo que agregó a su diminutivo el apelativo de 'Gaúcho'.
Jugadores de la Selección Nacional de Perú 
que participan en las eliminatorias. 
(Foto tomada de http://www.fpf.com.pe). 
A los peruanos les dicen 'incas', pero algunos narradores se han puesto a pensar, y mucho menos a averiguar, que hace 500 años, cuando llegaron los conquistadores españoles, el imperio incaico o del Tahuantinsuyo dominaba amplios territorios peruanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos y buena parte de lo que hoy son Chile y Argentina. 

Sin embargo, allí existían otras comunidades que no eran incas como los chanas, collas, huancas, chimús, cajamarcas, chachapoyas y los mismísimos mapuches que fueron sometidos, perseguidos y en muchos casos esclavizados, entre otros, por emperadores como Inca Roca, Yáhuar Huaca, Lloque Yupanqui, Mayta Cápac, Viracocha, Pachacuti, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa, el último gobernante.

Estos antecedentes ayudan a entender, si se aplicara la palabra en sentido estricto, que no todos los peruanos son incas per sé, pues no sería preciso decirl que dos magníficos futbolistas como Claudio Pizarro o Paolo Guerrero tienen los ancestros indígenas como sí posee el expresidente Alejandro el Cholo Toledo. Tampoco lo serían los millones de descendientes de europeos que viajaron en el período de entreguerras ni los familiares de japoneses llegados a finales del siglo XIX, entre ellos el expresidente Alberto el Chino Fujimori, ni los millones de afroperuanos hijos de la criminal esclavitud impuesta por los españoles.
La selección mexicana tiene una larga y exitosa
participación en las elminatorias mundialistas. 

(Foto tomada de www.femexfut.org.mx).
Existe una situación idéntica con los aztecas, que si bien eran dominadores de gran parte de lo que hoy México y una importante porción del territorio guatemalteco, no eran los únicos gobernantes ni habitantes de una gigantesca región en la que también estaban asentadas diversas familias mayas que reinaron en el sureste mexicano y en territorios correspondientes a Belice, Honduras, El Salvador y Guatemala.

Fueron los mexicas, como también se conoce a los aztecas, quienes integraron con los señoríos de Texcoco y Tlacopan la Tripe Alianza, una poderosa confederación indígena que al llegar los españoles comandados por Hernán Cortés hacia 1518 gobernaban la más avanzada civilización existente en América. Además de los mayas, también existieron otras etnias como los zapotecos, los popolocas, los tarascos, los tlapanecos, los mixtecos y los tlaxcaltecas que no pudieron ser doblegadas económica ni militarmente por los confederados.

Como en los casos anteriores ―si se interpretara la palabra en su sentido más literal― no debería decirse que todos los que tienen la condición de ciudadanos de los Estados Unidos Mexicanos son ‘aztecas’, como sería el caso de los hermanos Jonathan y Giovani Álex dos Santos Ramírez, dos futbolistas de la selección hijos de padre brasileño y madre mexicana, pero con la diferencia de que el primero se nacionalizó en España y el segundo sí nació en este país. Por supuesto, también sería un equívoco mayor hablar del nuevo ‘seleccionador azteca’ para referirse al muy colombiano Juan Carlos Osorio.

En el caso mexicano, como en los anteriores, es necesario entender que la estricta y exigente historia no aceptaría de buenas a primeras la generalización de estas denominaciones para todos los oriundos de una nación, pero también es imprescindible ponerse a tono con los tiempos de la globalización, el enorme poder de la tradición de los pueblos y la fuerza incontenible de los medios de comunicación. En nuestra opinión, el error está en exagerar su uso a toda hora y aplicar estos curiosos etnónimos sin tener el adecuado contexto.  
Equipo de Colombia que derrotó a Perú en la
primera fecha de las eliminatorias a Rusia 2018. 

(Foto tomada de www.fcf.com.co).
Para terminar, vale la pena reflexionar si en el caso de Colombia, por el hecho de haber sido los chibchas o músicas la etnia mejor organizada de lo que hoy es nuestro país, al equipo en el que juegan Teo, Falcao, Fabra, Arias, Murillo, Meza, Cuadrado, Ospina, Jackson, Zapata y demás, muchos de ellos mestizos y otros afrocolombianos, debería decírsele “el conjunto chibcha” o la “selección muisca”. Sin embargo, hay que dudar mucho de la posibilidad de que algunos arribistas se refieran así a los colombianos, primero, porque con toda seguridad, ignoran que esa denominación sería imprecisa, y segundo, porque en su filosofía trepadora muchos de aquellos que se creen blancos, descendientes de nobles europeos o del más puro de todos los linajes, no soportarían el 'oso' de sentirse 'indios'.

En cierta manera ese arribismo tranquiliza porque si bien a muchos personajes les da pena mentar su origen campesino y eluden el peyorativo 'indio' (a sabiendas de que indios son los nativos de la India), no es posible imaginarlos sacando pecho dándoselas de 'chibchas' o 'músicas'. Tampoco es probable que lo apliquen para referirse a otras etnias existentes en tiempos remotos como los motilones, panches, pijaos, natagaimas, maitos, aviramas, tayronas, calimas, yotocos…

Todo parece indicar, gracias al arribismo, que nos libraremos de las manidas frases de cajón elaboradas en molde por algunos insoportables de radio y televisión que desgañitados en amor patrio, podrían hacer la colombianada de narrar perlas de este calibre: "Juega mi equipo chibcha”, «Arriba en el marcador el cuadro muisca», «Esta es mi tierra caribe compañero, compañero», «El elenco tayrona juega como mandan los dioses», «Qué actuación portentosa tuvo la selección quimbaya», «Los panches jugaron según los cánones del fútbol…»

Gracias a Dios en Colombia no han copiado la denominación de ‘cafeteros que periodistas de otros países le dan al seleccionado nacional. Y es afortunado porque si bien el café es un producto insignia del país, el grano ya no es el principal renglón de exportación ni en todo el territorio nacional se cultiva este arbusto ni todos los colombianos son tomadores de tan estimulante bebida. 


Pero no todo es color de rosa, o mejor, con olor a cafetal porque, como si fuera un café recalentado en una vieja greca,  en todo momento en las transmisiones futboleras nos machacan esta cuña terrible: «¡Tomémonos un tinto, seamos amigos!»

viernes, 25 de septiembre de 2015

Escalona y Villamil: gigantes de la provincia


La Fundación Rafael Escalona Martínez invitó al autor de este blog a escribir un artículo sobre la entrañable relación de amistad y colegaje que unió a dos grandes de la cultura popular colombiana. Además, Taryn Escalona, presidenta de esa entidad que realiza un arduo trabajo para preservar la obra del genio creador de páginas inmortales del folclor vallenato, pidió la participación de este periodista cachaco en un ameno conversatorio sobre las músicas del interior y del Valle de Upar en las que Escalona y Villamil son símbolos mayores.

El siguiente artículo fue publicado en Escalona inmortal, magnífico libro en el que auténticas plumas del periodismo nacional como Daniel Samper Pizano, Juan Gossaín, Alberto Salcedo, Daniel Coronell, Juan Manuel López, el expresidente Ernesto Samper Pizano, entre otras personalidades, plantearon diversas miradas sobre la vida del hijo de Patillal.



Las vidas de Rafael Calixto Escalona Martínez y Jorge Augusto Villamil Cordovez se entrecruzaron más de una vez y coincidieron de manera sorprendente pese a la considerable distancia geográfica entre Huila y Cesar, sus entornos culturales diversos y las influencias musicales.

Estos colosos de la música popular, antes que nada, fueron campesinos ilustrados nacidos en familias ricas de provincias marginadas pero afines por elementos vitales como el trabajo, el campo, el ganado, la música y las parrandas. Por supuesto, las mujeres, las frustraciones amorosas, los fracasos empresariales, la política, el gremialismo y el profundo afecto a sus terruños, también marcaron con el mismo sello al dueto de geminianos que nacieron con dos años de diferencia, Escalona en Patillal, cerca de Valledupar, antiguo Magdalena, el 27 de mayo de 1927, y Villamil que llegó a la hacienda del Cedral, jurisdicción de Neiva, en el viejo Tolima Grande, el 6 de junio de 1929.



Ambos eran hijos de hombres influyentes en sus comarcas en las que la política partidista determinaba todo. El padre de Rafael era el coronel Manuel Clemente Escalona Labarcés, hacendado y bravío comandante de huestes liberales del Caribe en la Guerra de los Mil Días. El papá del huilense era Jorge Villamil Ortega, cafetero, godo, sobreviviente de la misma confrontación, perseguido por el régimen de Rafael Reyes y cauchero enemigo de la Casa Arana en el Amazonas.

Los dos partieron muy jóvenes de sus casas para ir a otras ciudades en las que dieron rienda suelta a sus inspiraciones. A comienzos de los 40, Escalona fue enviado a Santa Marta para que hiciera el bachillerato en el famoso Liceo Celedón donde además de aguantar hambre conquistó mujeres, bebió a borbotones e hizo tantos amigos como canciones célebres (El bachiller, El hambre del Liceo y La despedida). Villamil, también obligado, salió del Huila por la misma época para terminar bachillerato en Bogotá y estudiar Medicina. Al contrario de Rafa, sí terminó la secundaria, se convirtió en médico y como Escalona, lejos de su tierra, compuso obras memorables (La Zanquirrucia, Adiós al Huila y El  retorno de José Dolores).



Como buenos artistas fueron malos empresarios. Escalona, un arrocero de poco éxito que ganó algunos pesos en los algodonales, tuvo haciendas como Rosa María y Chapinero y llevó cerdos de contrabando a Venezuela de donde regresó cargado de mercancía ilegal que metió por La Guajira. Fue ingenuo, generoso, botarata y tan ingenuo que muchas veces fue engañado por supuestos amigos a quienes les prestó plata que nunca volvió a ver. El villanuevero, Señor gerente y El chevrolito son pruebas musicales de su condición empresarial.

Villamil nunca le paró bolas a la Vieja hacienda del Cedral ni recogió café como su padre, uno de los fundadores de la Federación Nacional de Cafeteros. En tiempos de la reconciliación con la guerrilla de los años 60 tumbó selva en El Pato y Guayabero y levantó a Andalucía, un predio otorgado por el mismo Estado que después se lo expropió. Su vals La mortaja lo retrata como un hombre desapegado de todo lo material. 

Provincia y política
Escalona, liberal de trapo rojo escarlata como la muleta de un torero, compuso  en 1973 López el pollo, un paseo en homenaje a su íntimo amigo Alfonso López Michelsen que tan pronto llegó a la Presidencia de la República lo nombró cónsul en Colón, Panamá. Allí creó La misión de Rafael y se ganó la confianza del general Omar Torrijos, «el gallo panameño pa’ enfrentárselo a los gringos».

Fue amigo de por lo menos diez presidentes, entre ellos, Gustavo Rojas Pinilla, a quien en 1955 le compuso el paseo El general Rojas, y de Guillermo León Valencia que lo invitó en 1965 al Palacio de San Carlos donde Escalona y un conjunto vallenato protagonizaron una fenomenal parranda que ciertos bogotanos calificaron de «juerga presidencial con músicos costeños». Su lista de amigos poderosos tenía todos los matices ideológicos: Misael Pastrana, Belisario Betancur, Andrés Pastrana, Julio César Turbay, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto Samper y Álvaro Uribe. De ellos decía que los llevó al Valle para ‘descachaquizarlos’ y ‘vallenatizarlos’. 


El neivano era un conservador de centro que se movía muy bien en las fragosas aguas de godos y cachiporros. Se hizo amigo de muchos presidentes, desde Mariano Ospina Pérez hasta Álvaro Uribe. A casi todos les aceptó invitaciones y reconocimientos pero no cargos políticos como la Gobernación del Huila, ofrecida por Belisario Betancur, y que declinó porque «el país estaba tan fregado que no  merecía joderlo más metiéndole farándula al Gobierno». Sin embargo, en los años 70 armó una coalición de artistas y deportistas como Los Tolimenses y el médico-entrenador Gabriel Ochoa Uribe para llegar al Congreso de la República pero su chamuscada fue peor que la de los protagonistas de Llamarada.

Así como Escalona le hizo estrofas a Gurropín, López Michelsen, Fabio Lozano Simonelli, Belisario Betancur y Torrijos, Villamil también le metió política a canciones como El barbasco, Llano Grande, El detenido, Sampedreando y El Barcino, en las que nombra a los expresidentes Valencia, López, Pastrana Borrero, Rafael Azuero Manchola, los exministros Cornelio Reyes y Rómulo González y al mismísimo Tirofijo.

Otra cualidad que los identificó fue su papel como promotores y embajadores de Huila y el Cesar. Gran parte de la proyección nacional de sus provincias se les debe a ellos que así como universalizaron sus cantos de provincia, mostraron a cachacos influyentes las bondades de unas tierras ignotas que muchos veían como la prolongación de la miseria y la ‘corronchera’. 


Escalona, acompañado por López Michelsen, la Cacica Consuelo Araújo Molina y Myriam Pupo de Lacouture, fundó en 1968 el Festival de la Leyenda Vallenata. Por su parte, Villamil, aliado con muchos neivanos como Inés García de Durán, Felio Andrade Manrique, Miguel Barreto, José Domingo Liévano, el Cotudo Falla, entre otros, fue uno de los creadores del Festival Nacional del Bambuco en 1961. Estos dos eventos hoy son patrimonio inmaterial de los colombianos.

Escalona y Villamil aprovecharon sus influencias políticas al más alto nivel para darle un vuelco total a Sayco y dignificar el trabajo de los músicos mediante una legislación moderna ―la Ley 23 de 1982― que después de muchos años logró protegerlos de las fauces de las disqueras y los empresarios que como caimanes hambrientos devoraban sus obras. A su lado, entre otros aclamados compositores, lucharon con tesón personajes como Jaime R, Echavarría, José Barros, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, José A. Morales y Estercita Forero. Los dos fueron presidentes de su gremio por largos períodos, Jorge entre 1981 y 1987 y Rafael de 1987 a 1991. El primero le entregó la presidencia al segundo y por su impronta en la vida del gremio fueron aclamados por sus colegas que los nombraron presidentes eméritos de su organización.


Amores y desamores
Fueron tan enamorados como parranderos. Muchas de sus canciones hablan de conquistas, celos, rivales y mujeres que los despreciaron y los dejaron viendo chispas. También alcahuetearon conquistas y compusieron canciones a hombres despechados y mujeres enamoradas. Para no hacer larga la lista, de las obras románticas del vallenato sobresalen melodías magníficas como La despedida, La Molinera, Honda herida, La golondrina, La Brasilera. Del huilense basta citar Espumas, Me llevarás en ti, Amor en sombras, Llorando por amor

Estos compadres de verdad puesto que Villamil era padrino de uno de los tantos hijos de Escalona, han sido interpretados por famosos artistas del mundo. A Rafael lo cantan los archifamosos Julio Iglesias y Paloma San Basilio y colombianos de gran renombre como Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Carlos Vives, los Hermanos Zuleta y decenas de conjuntos y solistas del Caribe y ‘Cachaquilandia’. A Jorge también le grabaron luminarias como Javier Solís, Vicente Fernández, Soraya, Frank Pourcel, Nati Mistral, Silva y Villalba, Garzón y Collazos, Los Tolimenses, Isadora y por lo menos dos centenares de variados intérpretes.

Ellos, que componían a puro oído acompañados por su silbido, un tiple o una guitarra que a duras penas rasgueaban porque nunca asistieron a una academia, fueron pésimos cantantes. En su papel de ‘solistas’, se conoce el paseo Nube rosada, grabado por Escalona en sus últimos años con el acordeonero José del Gordo, y cuatro elepés en los que Villamil se las dio de cantautor pese a admitir que su voz se parecía a un graznido. En cambio, sí sobresalieron como formidables cronistas musicales, tal vez los mejores de Colombia, y todo porque en solo tres minutos fueron capaces de convertir episodios pueblerinos o dramas muy personales en admirables historias universales que traspasaron fronteras y llegaron a otras culturas. La custodia de Badillo y El Embajador remarcan su aporte a esta forma de construir memoria a punta de acordeón y tiple.

Coincidencias finales
Durante varios años soportaron con gran discreción y dignidad los agudos padecimientos del cáncer y la diabetes y se convirtieron en pacientes asiduos de la Fundación Santa Fe de Bogotá donde Rafael Calixto, a quien Villamil apodaba Rascalona, falleció el 13 de mayo de 2009. Nueve meses después, el 28 de febrero de 2010, el Bigotón ―chapa que le puso Escalona― Jorge Augusto lo acompañó en su partida luego de haber sido internado en la misma clínica durante más de 15 veces en diez años.

Sus vidas concurrentes y sus temáticas provincianas los unieron antes que separarlos y si bien algunos quisieron enfrentarlos como gallos de pelea para plantear una primacía absurda en la música nacional, ellos tuvieron la grandeza suficiente para evadir las comparaciones y sobrevivir en medio del Oropel farandulero.


Al partir, el Gobierno Nacional expidió decretos de honores, ordenó tres días de duelo y dispuso funerales de Estado reservados solo a las personalidades. Escalona y Villamil ―como si sus vidas fulgurantes estuvieran aparejadas hasta el final― fueron despedidos por multitudes en la Catedral Primada y la Plaza de Bolívar de Bogotá. Los restos de Rafa reposan en Valledupar, mientras que las cenizas de Jorge fueron depositadas en una urna que se exhibe en el museo que lleva su nombre en Neiva.

El mejor resumen de su amistad lo hizo el opita al dedicarle al patillalero los paseos vallenatos Viento y arena, crónica sobre las travesuras amorosas por La Guajira de un famoso compositor que no era otro distinto al mismo Escalona, y Tierra grata, canto que narra una accidentada invitación a Valledupar. Esta composición, grabada por Raúl Brito y Egidio Cuadrado, dice así en sus primeras estrofas:


Yo me fui a Valledupar (bis)
la tierra del acordeón
porque me invitó Escalona (bis)
a conocer su folclor.

Al llegar al aeropuerto
Rafa Escalona no estaba ahí,
lo busqué por todas partes,
por todas partes, más no lo vi.

Pregunté a Pedro García,
a Rita Fernández y Pavajeau:
¿En dónde estará Escalona?
¿No han visto al compositor?

¿Se fue tras La Brasilera
o en busca de un nuevo amor?
O tal vez se fue pa’l Cauca
porque le gusta el temblor.