martes, 23 de julio de 2013

Luis Alberto Osorio: auténtico juglar

Por Vicente Silva Vargas


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La fascinante historia de Luis Alberto Osorio, el músico andariego que compuso Alma del Huila, el pasillo que muchos años después, sin su permiso ni el de su familia, fue declarado himno folclórico del Huila.



 
Una de las pocas fotografías que se conocen del compositor
Luis Alberto Osorio Scarpetta.
 
 
 
Se llamaba Luis Alberto Osorio Scarpetta. Era un andariego impenitente, de esos que recorrían pueblos, campos y ciudades sin preocuparse del tiempo, la distancia o el dinero. Ya fuera con la guitarra al hombro o la trompeta en un desvencijado maletín, Osorio recorría el país con invitación o sin ella y hacía correrías interminables, unas veces al Huila y Cundinamarca en donde, de un momento a otro, armaba sus trebejos para llegar hasta los ardientes llanos del Tolima y de allí, sin otras razones diferentes a la música, se desplazaba a cualquier pueblo del Valle del Cauca para aparecer como un fantasma, en cuestión de días, dirigiendo una banda de nativos de San Andrés o deambulando en una chalupa por ríos y caños de la selva amazónica. 

Era músico de todo el día y todas las horas, rigor que adquirió gracias a sus estudios de composición y arte musical en el Conservatorio de Música Antonio María Valencia, en Cali. Allí, aparte de codearse con grandes maestros, aprendió armonía, composición e instrumentación para orquesta y banda. Fue un dedicado director musical y exigente profesor en colegios de Neiva, Ibagué, Chiquinquirá y Zipaquirá.
 
Quienes lo conocieron aseguran que era un gran maestro respetado por todos y recordado con cariño, especialmente por haber dirigido 31 bandas de músicos en regiones culturalmente diferentes, lo que constituye un auténtico récord mundial. La lista de sus agrupaciones ―en las que no figuran las estudiantinas ni los coros que fundó― muchas de las cuales creó casi que trabajando con las uñas, es envidiable: ocho en Huila (Aipe, Baraya, Colombia Campoalegre, Garzón, gigante, Palermo y Tello); siete en Tolima (Anzoátegui, Cajamarca, Espinal, Honda, Ibagué, San Luis y Valle de San Juan); cuatro en Cundinamarca (Anolaima, Fusagasugá, Girardot y la famosísima Banda del Batallón Guardia Presidencial); tres en Valle del Cauca (Cartago, La Victoria y Zarzal); tres en Boyacá (Chiquinquirá, Paipa y Sogamoso); tres en Quindío (Filandia, Montenegro y Quimbaya) y tres más en los mal llamados Territorios Nacionales (Florencia, San Andrés y Amazonas).

Además —y esa es una de sus facetas poco conocidas— dirigió orquestas de músicos en importantes circos colombianos y extranjeros y, como la gran mayoría de músicos de antes, nunca tuvo riquezas ni ambicionó tesoros porque para él primero estaban el arte y la diversión de los demás y luego el vil dinero, si es que este aparecía por algún lado o medio.

 
Quienes han estudiado su obra dicen que Osorio dejaba traslucir un sentimiento huilense y romántico genuino y que en el fondo de sus canciones había un dejo nostálgico propio de sus sinsabores, aspecto que para nada opaca su gigantesca obra musical consistente en más de 200 melodías, entre ellas, pasillos, bambucos, guabinas, joropos, pasodobles, rumbas criollas, rumbas antillanas, rancheras, valses y boleros. Además, tal vez influenciado por su maestro de música clásica en Bogotá, el respetable José Rozo Contreras, Luis Alberto compuso conciertos para flauta y piano, así como oberturas para trompeta y clarinete.

 
Osorio, nacido en Gigante el 24 de septiembre de 1907, fue el creador de Alma del Huila (“Con la ternura de la tierra mía que me vio nacer / canta mi alma con la dicha entera de  un amanecer…”), el hermoso pasillo que en 1995 —arbitrariamente, sin consultarle a nadie ni pagarle un peso a sus herederos— fue elevado a la categoría de himno oficial de este departamento y que, por fortuna, es cantado por los opitas sin rubores ni vergüenzas en eventos públicos como los partidos de fútbol y en certámenes académicos y gubernamentales. Para los que nacimos al sur del cerro del Pacandé y hoy vivimos fuera de nuestra tierra, este mágico canto tiene la virtud de provocar una infinita emoción que hace imposible ocultar los nostálgicos lagrimones.

Como si fuera poco, en una demostración de que viajar de la Seca a La Meca para crear bandas musicales y formar grupos artísticos era sólo una de sus obsesiones, a Osorio también le dio por inventar himnos oficiales de pueblos y ciudades (Baraya, Campoalegre, Florencia, Gigante e Íquira). No recibió nada a cambio en su momento y mucho menos sus herederos, ahora que su nombre ni siquiera es un recuerdo borroso en las páginas de esos lugares a los que entregó una parte de su talento.

 

Ese hombre excepcional que con sorprendente destreza ejecutaba tiple, guitarra, bandola, piano, trompeta, saxofón, tuba y clarinete, murió en la total inopia —en circunstancias muy parecidas a las de Crescencio Salcedo— y sin recibir un centavo por regalías y sin el reconocimiento de las autoridades, los sectores culturales y los gremios artísticos. Pese a ese desdén tan propio de un país más preocupado por lo foráneo que por lo nacional, su nombre hace muchos años pasó a la historia entre los grandes de la música andina colombiana. Es tal su huella que en Leticia, Amazonas, —a donde también llegó con su música para deleitar, enseñar y enamorar— cada año se celebra en su honor el Festival Internacional de Música Popular Amazonense el Pirarucú de Oro, un evento extraordinario que integra a artistas de Colombia, Perú y Brasil.

 
Su gloria no solo está plasmada en Alma del Huila, sino también en otras obras de gran factura inmortalizadas por Garzón y Collazos  y que forman parte de la antología del folclor de los Andes: los pasillos Flor del campo (“Cuando por vez primera mis labios te besaron / junto a los arrayanes que estaban tan floridos), y El ruiseñor (“En un playón del Putumayo / triste cantaba un ruiseñor…”); el bambuco Río Neiva (“Cerquita a río Neiva tengo mi choza y mi plantío…”); la guabina Tarde sobre el río, y la rumba criolla Sampedreando ―también conocida como San Pedro en El Espinal pero sin ninguna relación con el bambuco fiestero del mismo nombre creado por Milcíades Garavito― (“Quiero recorrer hasta el Espinal / y después tener lo que anhelo tanto…”). (Las canciones subrayadas pueden escucharse haciendo clic en el respectivo enlace).  

Ojalá alguna entidad pública o privada, muchas de las cuales despilfarran dineros en la publicación de libros, discos y videos de deplorables calidades artísticas, recopilara muy pronto toda su obra para que rememoremos la grandeza de un opita genial y exaltemos un trabajo artístico edificante pero poco divulgado.

Mientras tanto, desde la lejanía, ponemos una Flor del campo en la tumba de este auténtico juglar desconocido para Colombia e ignorado miserablemente en el Huila y para quien la música era un auténtico placer.  

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Algunos de los datos incluidos en este artículo fueron tomados de la página http://www.rumbayguateque.com/home-1/133-luis-alberto-osorio

martes, 9 de julio de 2013

San Pedro y Sanfermines: afinidades entre Huila y Pamplona

El Un rápido repaso a tradiciones del Huila, en Colombia, y Pamplona, en España, permite establecer que entre ambas culturas hay llamativas aproximaciones. La principal: el rabo de gallo (raboegallo), el vistoso pañuelo rojo que opitas y pamploneses se tercian al cuello cuando llegan las fiestas.  

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José Antonio Cuéllar, Rumichaca, ―el recordado rajaleñero y tamborero―
acostumbraba a ponerse el raboegallo con semanas de anticipación
a la llegada de las fiestas del San Pedro.
(Lienzo original de Jaime Piti Silva Silva).

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Por Vicente Silva Vargas

Aunque no se puede decir que San Juan y San Pedro son fiestas de cosecha como las que celebran algunos países europeos que se dedican al jolgorio durante los días en que el sol llega a su máxima declinación en el hemisferio norte ―aproximadamente a partir del 21 de junio― sí se puede afirmar que entre los festejos opitas y los Sanfermines que desde hace siglos se desarrollan del 6 al 14 de julio en Pamplona, España, hay claras coincidencias que insinúan un parentesco cercano.

En primer lugar, aparte de que se cumplen en pleno solsticio de verano, ambas se hacen en homenaje a grandes personalidades de la Iglesia católica. Mientras en Huila se rinde homenaje a Juan Bautista ―el primo hermano que bautizó a Jesús en el Jordán― a san Pedro, el principal discípulo de Jesús y primer obispo de Roma y a san Pablo, el converso perseguidor de cristianos, en la ciudad española la celebración es en memoria de San Fermín, santo, mártir y evangelizador español a quien se tiene como patrono de los horneros.

Durante las dos festividades el toreo ha sido una característica muy notoria como quiera que en el comienzo del San Pedro siempre había corridas para toreros de a caballo a quienes se llamaba garrocheros y de a pie, denominados ‘chulos’. Infortunadamente,  el toreo ―organizado en una plaza reglamentaria o como simple corraleja― desapareció de los programas sampedrinos huilenses para remplazarlo por los reinados, cosa que no sucedió en Pamplona en donde los famosas corridas y los encierros callejeros que recorren hasta tres kilómetros detrás de los fanáticos, son controvertidos espectáculos turísticos  de fama mundial. 

En la capital de la comunidad autónoma de Navarra ―como en Neiva, Pitalito, Garzón, Campoalegre o La Plata― la pólvora es elemento primordial de la festividad y así como un volador, llamado por los opitas cuete, es señal de alegría infinita, en Pamplona, la explosión de un chupinazo o cohete de gran poder, alborota el júbilo de propios y extraños.


El chupinazo, es el momento en el que un cohete anuncia
el comienzo de los Sanfermines, el 6 de julio. De inmediato, millares
de pañuelos rojos, similares a los raboegallos opitas, invitan al jolgorio general.
(Foto de la web oficial del Ayuntamiento de Pamplona).    

 Durante la semana de fiesta, en uno y otro país hay derroche de música, desfiles, comparsas, comidas y licores, Así como en Pamplona la banda municipal de música es protagonista en todos los programas oficiales, la Sinfónica de Vientos del Huila y otras bandas legendarias como la de Los Borrachos, en La Plata, son indispensables a la hora de amenizar bailes y paradas callejeras. Allá es famosa la comparsa de 25 gigantes y cabezudos de Pamplona.

Acá, en el sureño Huila, son conocidos otros gigantes: el Taitapuro, la Mamapura y las mojigangas. Allá la bebida regional es la famosa sangría, que se bebe a cántaros día y noche, y en Huila, aunque le falta más difusión y su comercialización a gran escala, aún subsiste la mistela hecha por las manos primorosas de abuelas que convierten el alcohol etílico de 90 grados en un bálsamo de mil sabores y colores.

El traje blanco y el raboegallo al cuello del hombre hacen evidente
la relación entre los fiesteros del Huila y Pamplona.
(Foto en Facebook de la Fundación Cultural Baracoa, de Garzón).

En los Sanfermines los pamplonicas portan un pañuelo rojo en el cuello y en junio, ¡vaya coincidencia!, los huilenses también se ponen en idéntica parte del cuerpo una pañoleta roja llamada raboegallo. Y  para completar, los mozos de esa parte de España y los sudacas del Huila, arremangan la bota derecha de sus pantalones bien sea para bailar, formar parte de un desfile o salir huyendo de los cuernos mortales de un toro bravo.

A la hora de comparar los dichos populares también surgen simpáticas afinidades. Al comienzo de las fiestas los españoles dicen “¡Viva San Fermín!” mientras que los huilenses, al arrancar las festividades lanzan su característico “¡Ijiiiii San Pedro!” Es común que los opitas digan «A bailar, a tomar y a gozar que el mundo se va a acabar» para expresar su deseo de sacarle el jugo a la parranda “Hasta que San Juan agache el dedo”, Y también es corriente que los fiesteros de la capital foral de Navarra lamentan la despedida de sus festividades diciendo: «Pobre de mí, se han acabao las fiestas de San Fermín».

Miles de españoles y turistas, con pañuelos en alto, despiden los Sanfermines.
(Foto de la web oficial del Ayuntamiento de Pamplona).   

 Estos improvisados apuntes solo son inquietudes que pretenden recalcar las raíces españolas de una parte de las fiestas huilenses puesto que también hay importantes aportes indígenas. Considero que las autoridades culturales del Huila, antes que interesarse por la contratación de artistas que no forman parte de la cultura Andina, deben preocuparse por la calidad de celebraciones que les ofrecen a niños y jóvenes.  Nada positivo se consigue con emperifollar a los guámbitos y a las reinas con trajes de paisanos y pollerines ostentosos si ellos y ellas no saben cómo, cuándo, donde y por qué empezó tanta alegría.

martes, 18 de junio de 2013

¡Me robaron el asado!


Por Vicente Silva Vargas

 

Crónica sampedrina sobre una experiencia personal vivida hace más de 20 años cuando, de manera inexplicable, una remesa que contenía el delicioso asado de cerdo huilense, desapareció entre el Huila y Bogotá. No es cuento opita ni es otro embuste del Embajador de la India. Sucedió tal como se relata en las siguientes líneas.

 
 
 
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El cerdo es cuidado durante meses y sacrificado en vísperas del
San Juan para reparar el plato emblemático del Huila.
Foto del libro Alto Magdalena, publicado por la Central Hidroeléctrica de Betania (1987).
 
 

jueves, 6 de junio de 2013

Antología sanjuanera

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Ante la inevitable llegada de las San Juan y San Pedro con todos sus sabores, olores y sonidos, resulta oportuno evocar algunos de los sanjuaneros más representativos del Huila. Se trata de un listado subjetivo en el que no están todos los que son, ni son todos los que están.


Sin embargo, para entender la importancia de este ritmo en la región, es necesario saber por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo.


Igualmente, es obligatorio conocer el origen de El sanjuanero, el que bailan las reinas, y qué tan cierto es su parentesco con el joropo llanero


Por estos días, con el resonar de las primeras tamboras y la sobreproducción de reinados de todos los pelambres, vale la pena intentar una breve antología del sanjuanero, el ritmo musical que identifica al Huila ante Colombia y al que, infortunadamente, muchas emisoras regionales junto con advenedizos burócratas culturales, han relegado en su afán mercantilista de imponer esperpentos como el vallenato llorón o el insoportable reguetón.

Cualquier selección es arbitraria y subjetiva, pero en materia de sanjuaneros basta un leve repaso a la historia regional para afirmar sin equívocos que El sanjuanero de Anselmo Durán Plazas y Sofía Gaitán de Reyes no solo es el indiscutible rey de las fiestas a la hora de las recopilaciones sino que está fuera de concurso en cualquier lugar del universo cultural colombiano. 

No obstante, para comprender por qué este y otros sanjuaneros se quedaron pegados al alma del huilense cual relicarios, es imprescindible remontarse a las primeras décadas del siglo XX cuando aparecieron los primeros discos de acetato y las emisoras pioneras de la radio colombiana. 


El triple estreno del Sanjuanero 
No existe una época precisa para decir cuándo nació el sanjuanero como ritmo o tonada, aunque sí se puede señalar como uno de sus hitos de mayor trascendencia la aparición de El sanjuanero, la famosa pieza creada por Anselmo Durán Plazas (1899-1940) y Sofía Gaitán Yanguas (1920-1994).

Según narra Andrés Rosa Summa en su magnífica monografía Esencia, estilo y presencia del rajaleña (Caro y Cuervo, 1965), “El sanjuanero fue compuesto a principios de 1936 y tocado por primera vez en un paseo que la Murga Femenina Huilense, dirigida por Anselmo, hizo a la finca de Buenavista, de propiedad hoy de don Alfonso Gutiérrez, entonces de Álvaro Reyes Elisechea”.

Además de ese dato clave para entender el origen de este himno fiestero, el padre Rosa aporta otra información en la que es evidente la construcción de esta melodía no a cuatro sino a muchas manos: “Formaba parte de la estudiantina como tañedora de tiple la entonces señorita Sofía Gaitán Yanguas, hoy señora de Reyes. Esa niña, después de tocar lo que hoy consideramos como el auténtico ‘aire del Huila’, propuso se le acomodara a esa música una letra apropiada, la que ella misma elaboró no sin la ayuda de las demás compañeras”.

Sobre el estreno público y oficial de El sanjuanero ―el segundo de una tanda de tres― tan solo se sabe que fue el 12 de junio de 1936, en vísperas de las fiestas patronales de Gigante, y que su interpretación estuvo a cargo de la Banda Departamental del Huila. Se desconocen la hora y el sitio en dónde se celebró el evento, aunque es de suponer que fue en el atrio de la iglesia de San Antonio de Padua, al frente de la ceiba de la libertad, lugar en donde habitualmente se ofrecían las populares retretas.

Algunos testimonios de personas que vivieron esa época señalan que la música del artista nombrado poco después como director de la Banda de Músicos de Neiva ―cargo heredado de su padre, el legendario Milcíades Chato Durán― y las estrofas de la destacada alumna de la Murga, se regaron como pólvora por todo el Huila poco después de los primeros estrenos y se convirtió en referencia obligada para la creación de otros sanjuaneros muy diferentes a los bambucos tradicionales y fiesteros y a las tonadas rajaleñeras interpretadas por los tunantes.
Fotografía tomada del libro Esencia, estilo y presencia del rajaleña, del padre Andrés Rosa.
Los antiguos del Huila decían que El sanjuanero, tocado por bandas musicales de pueblos, también era interpretado en las veredas por pichinches, cucambas y tunas, los verdaderos protagonistas de las fiestas populares. Los viejos también evocaban las escenas de entusiasmados amigos que con varios aguardientes encima pedían una y otra vez su ejecución para saltar al ruedo y ejecutar con una pareja, igualmente alebrestada, los pasos del viejo bambuco transmitido por los abuelos. Sus antecedentes como tema preferido de los músicos y su popularidad entre los danzarines, permiten colegir que este canto precursor fue calando poco a poco hasta despertar entre campesinos y músicos el deseo de hacer composiciones distintas a rajaleñas y bambucos. 

Conocido ya en el ambiente festivo regional, El sanjuanero tuvo un tercer estreno en el Salón Amarillo del Capitolio Nacional en agosto de 1938 durante los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, un hecho que, sin duda, lo ayudó a catapultar nacionalmente. Al contrario de lo sucedido en las presentaciones anteriores en las que solo intervinieron músicos, en esta ocasión un pequeño grupo de artistas huilenses encabezado por Anselmo, decidió mostrar ante la crema y nata de la circunspecta sociedad santafereña, un colorido cuadro artístico que en menos de tres minutos resumió la música, el canto y el baile de una región desconocida para gran parte de Colombia.

El grupo musical estuvo integrado por Alberto Rosero Concha, Jorge Durán Plazas, Gregorio el Mono García, Esteban Quintero y Marcos Quintero. El baile del Sanjuanero ―obviamente sin la coreografía establecida 25 años después por Inés García de Durán― estuvo a cargo de dos mujeres ya que fue imposible conseguirle en Neiva un parejo hombre a Lilia Durán Perdomo, una hija de Anselmo, a quien le tocó ejecutar pasos del bambuco antiguo con Leonilde, una hija de la empleada doméstica del compositor.


¿Familiar del joropo?
Aunque se le ha querido emparentar con el joropo, lo cierto es que este clásico es rotundamente andino y nada tiene que ver, desde el punto de vista musical, con la tonada más importante de los llanos Orientales. Sin embargo, quienes no conocen a fondo por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo, tienen todo el derecho a estar despistados. Esta confusión se debe a tres factores tan curiosos como casuales.

El primero, se originó en un afirmación atribuida al mismo Anselmo y reseñada por el Rossa Summa en su obraSegún el sacerdote salesiano, cuando el laureado maestro Emilio Murillo, autor de El trapiche, le preguntó hacia 1940 en Bogotá a Durán Plazas por qué a su obra le había puesto el subtítulo de 'joropo huilense', el músico le contestó: "Porque en Neiva los bailes populares se llaman joropos. Joropear es lo mismo que parrandear, en la periferia".


Rosa Summa, que analizó con celo de cirujano toda la obra tanto en el campo musical como en el antropológico, buscó otras respuestas a la inquietud del maestro Murillo en los documentos originales que reposan en Sayco. En concreto encontró que el equívoco estaba en el subtítulo de 'joropo huilense' escrito por Durán Plazas en la misma partitura y el registro de la obra hecho el 25 de julio de 1951 ante Sayco por doña Ernestina de Durán, la viuda de Anselmo, en la que aparece la denominación adicional 'aire de joropo'.


A lo anterior, agrega el investigador opita-italiano, se sumaron dos frases incluidas por Sofía Gaitán de Reyes, las cuales aparecen textualmente en la partitura registrada en Sayco: "En mi tierra todo es gloria cuando se canta el joropo" y "Vengan a bailar, que al son de este joropo, la vida hay que gozar".

El tercer equívoco sobre las supuestas raíces llaneras de El sanjuanero es de carácter histórico y sí tiene que ver con el joropo en cuanto al contexto político de la época.


En efecto, hacia 1936, este aire llanero era tal vez el ritmo más popular en las pocas emisoras de radio existentes en Colombia así como en los tertuliaderos y fondas campesinas. En particular, debía su fervor a El voluntario, un joropo compuesto por el afamado músico bogotano Alejandro Wills, autor del Galerón llanero, con base en un texto muy patriótico del periodista José Alejandro Jiménez, ´Ximénez'. 

Este canto, que en una de sus estrofas dice "La patria me necesita y a ella acudiré primero", se convirtió en un himno igualmente famoso en escuelas, colegios y cuarteles y fue motivador de los jóvenes colombianos que voluntariamente deseaban enrolarse en la milicia para participar en la guerra con Perú (1932-1933). (En el siguiente enlace se puede escuchar la versión interpretada por Berenice Chávez).


Esa popularidad momentánea del ritmo y de la canción, según los documentos escritos y sonoros consultados por el autor de este blog, es la única relación de El sanjuanero con la música llanera, algo muy diferente a decir que la música de Durán y las estrofas escritas más adelante por Gaitán hayan tenido orígenes o influencias melódicas nacidas al otro lado de la cordillera Oriental. 


Desde luego, es importante recalcar que el ritmo de sanjuanero probablemente nació en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX como fruto del matrimonio legítimo entre el bambuco y el rajaleña. De ambos tomó elementos que lo hacen fácilmente distinguible. Del primero, heredó la tonada bambuquera, de corte alegre y rápido haciéndolo muy parecido al bambuco fiestero, y del segundo, asumió el perfil carnavalero de sus letras a veces desparpajadas que narran aspectos de la vida cotidiana.



Por supuesto, brotó en los candentes llanos del Viejo Tolima y deambuló, hasta llegar a la mayoría de edad, por las grandes haciendas cafeteras y ganaderas en donde los patronos, durante días interminables, costeaban la fiesta tanto a la peonada como a sus amigos ricos, a quienes invitaban a sus propiedades para conmemorar el solsticio de verano y, conforme a la vieja tradición española, homenajear a san Juan Bautista, san Pedro y la Virgen María. En síntesis, como dice Andrés Rosa, «Sanjuanero es el nombre de un género de música vaciado en los moldes del rajaleña». 

Al respecto, el reconocido folclorista huilense Ulises Charry sostiene de manera categórica: "En la práctica, el sanjuanero es un bambuco muy alegre y rápido que en las grandes haciendas como en los pueblos, los campesinos acostumbraban a tocar, cantar y bailar durante los días de San Juan, San Pedro y San Pablo y que con el tiempo se convirtió en ritmo".

  
La selección opita
Desde luego, para la elaboración de esta antología de un periodista metido en la investigación cultural pero sin la menor idea de lo que es componer música o construir un verso, es necesario tener en cuenta aspectos como el origen de los compositores seleccionados y/o la temática sanjuanera referida al Huila. En particular, nos referimos a las obras de grandes artistas huilenses afincados en el Tolima como Cantalicio Rojas y Rodrigo Silva Ramos y el prematuramente desaparecido José Faxir Sánchez, tolimense muy cercano a los opitas.    

Luego del obligado repaso histórico que permite observar todo este fenómeno cultural en su contexto, ya se puede plantear una auténtica Selección Huila de Sanjuaneros. La primera tanda de lujo la integra una parte de la abundante cosecha de Jorge Villamil Cordovez quien compuso 24 sanjuaneros, algunos de ellos auténticos clásicos de la música folclórica colombiana: El Barcino, La vaquería, LlanograndeEl Embajador, El huilense, Sampedreando, El balay, Llegó el San Pedro, El caballo colombiano, La mistela y Tambores del Pacandé.


En un segundo grupo, sin que necesariamente signifique una tabla de clasificación o que una obra sea superior a las demás, cabe una buena cantidad de esos sanjuaneros que, como dice el tolimense Pedro J. Ramos «hacen correr por las venas un tropel de mil vaqueros». 

Entre ellas están verdaderas joyas labradas por compositores de renombre: El contrabandista y Ojo al toro, del doblemente colombiano Cantalicio Rojas; Añoranza campesina y Fiestas en mi pueblo (Rodrigo Silva Ramos); Camino a fiestas también conocida como Sampedreando (Luis Alberto Osorio); San Juan, San Juanito, (obra  de José Ignacio Papi Tovar a la que Emeterio y Felipe llamaron Aires del Huila); Opita soy, de Álvaro Córdoba y Morrocoy, de Lizardo Díaz (el compadre Felipe).


 A ellas se deben añadir estos clásicos insustituibles y emotivos que con solo oírlos invitan a armar corotos y partir de una para la tierra: Cuando retumban las tamboras (José Miller Trujillo); Viaje a Neiva (Luciano Díaz); Fiestas opitas y La chismosa (Ramiro Chávarro); Matachín (Aurora de Navarro); Fiesta huilense (Héctor Bustos); Que viva el San Pedro (Jairo Rojas) La chiva (Juan Carlos Ortiz); El bajacocos (Carlos Álvarez); La surumba, (Manuel Ortiz); El aipuno, (José Faxir Sánchez); Retazos, (Jairo Beltrán) y Mi terruño (Antonio Gómez).


Esta lujosa lista necesariamente plantea la urgencia de elaborar un inventario muy serio para saber, en lo posible, cuántos son los sanjuaneros construidos por huilenses o relacionados con el Huila. También, a sabiendas del poco interés que pueden generar en los entes culturales aportes no politiqueros como este, debe mover a las organizaciones musicales no necesariamente gubernamentales, a impulsar el rescate de viejos sanjuaneros que duermen el sueño de los injustos. De igual manera, puede servir para que los promotores de la cultura respalden las creaciones de nuevas camadas de talentos que cultivan este ritmo y a quienes no se les han brindado oportunidades discográficas, radiofónicas o televisivas y mucho menos en los tablados populares en los que las estrellas son artistas de otras regiones o países. 


Por fortuna, recientemente el estupendo Dueto La Gaitana llevó al cedé una buena cantidad de nuevos temas de excelente calidad, entre ellos el sanjuanero Rascando y rascando, de Duberney Pineda, y Neiva la reina, en realidad un vals-sanjuanero compuesto por Eduardo Pastrana.


Como cada vez son mayores las amenazas extranjeras, no necesariamente culturales, se hace indispensable una formidable tarea pedagógica en escuelas y colegios del Huila para que niños y jóvenes —como lo viene haciendo con empeño admirable la Fundación Baracoa, de Garzón— trabajen por la preservación de este delicioso pariente del rajaleña, el paloparao y la caña. 

Mientras eso ocurre, ojalá que no sea el día de san blando, Sigamos cantando / sigamos bailando / sigamos cantando, ¡caramba! / que me vuelvo loco...

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NOTA:
Algunas de las canciones citadas se pueden escuchar haciendo clic en el enlace subrayado o en los respectivos videos tomados de Youtube.


sábado, 1 de junio de 2013

El profesor de Física

 La noticia del deceso del ilustre profesor caucano Jorge Rengifo Reina sí resultó cierta esta vez. Hace un par de meses el síndrome de la chiva lo mató pero él siguió firme en su refugio de Campoalegre. No ha habido en Garzón un educador que haya dejado tan larga, profunda y constructiva huella entre sus estudiantes y colegas.

Esta breve crónica la escribí hace 17 años para el periódico El Pichinche cuando el profesor había sido notificado de su jubilación y buscaba con afán que el Estado colombiano, después de varios meses de reconocerle el derecho, le pagara la primera mesada de su pensión. Está tal como salió impresa y preferí dejarla así porque prefiero guardar en la memoria el recuerdo vivo de mis muertos en lugar de imaginarlos en la frialdad de una tumba. Homenaje.



  
El profesor Jorge Rengifo Reina, al centro, en la
ceremonia de  graduación de bachilleres del Colegio
Nacional Simón Bolívar en 1978.

Todas las mañanas, cinco minutos antes de empezar su clase, ya estaba parado al frente de la puerta esperando a sus alumnos e impecablemente vestido: pantalón de paño inglés, camisa blanca con puños y cuellos arreglados con almidón de yuca, mancornas de oro, corbata francesa de seda con pisacorbata dorado y su escaso cabello lustrado con fijador ‘Lechuga’.
Bajo el brazo izquierdo, sin falta alguna, llevaba sus armas más poderosas: la escuadra, la regla y el compás de madera. En la mano derecha portaba un viejo pero cuidado maletín de cuero en el que siempre tenían sitio la almohadilla rellena de tripas de tela vieja, una caja de tiza blanca y el libro blanquiazul de Física que era el terror de quienes veíamos en la matemática la fuente de todos nuestros males.

Su presencia era imponente, pero más lo eran el tono de su voz, su porte marcial, las acotaciones a la disciplina alemana y el infaltable llamado a lista por orden alfabético en el que siempre había regaño para el incumplido, el desaseado, el indisciplinado o simplemente para el que no era de sus afectos. Nadie en el Colegio Nacional Simón Bolívar, en Garzón —al sur de Colombia— se perdía sus clases no por el temor que podía generar o por la amenaza de una falla que hiciera perder la materia, sino por el espectáculo que eran sus disertaciones llenas de humanismo, cultura universal e infinidad de apuntes históricos y en las que brotaban, en cualquier momento, bromas promovidas por él y rifirrafes con estudiantes que no pasaban de ser puestas en escena para enseñar divirtiendo.

Sin duda, la marca mayor de su particular estilo pedagógico eran las expresiones acuñadas durante años para remarcar un hecho, simplificar una enseñanza o contar el cuento sin muchos adornos. Todas sus frases que muchas veces parecían una sentencia, pasaron a ser parte de la vida y los dichos cotidianos de sus discípulos que hoy las recuerdan de memoria como si fueran la marca registrada de su legado. “Calce escuadra”, significaba poner sin vacilaciones sobre el tablero aquel útil escolar. “Raya que manda”, era la orden para trazar una línea recta, nítida y firme en el la pizarra. “No tiemble como una gallina”, equivalía a dar la lección sin temores. Con “el que duda, no sabe” se refería a los vacilantes. "El pájaro de acero" era el símil para hablar de los aviones, según él, el mayor invento del hombre. Y "No le ponga perendengues" era una advertencia para decir o hacer las cosas de manera sencilla y sin arabescos.  

El amor nunca estuvo ausente en sus charlas.  Sus referencias hacia las mujeres siempre fueron galantes, algunas de ellas cargadas de fino humor payanés sin llegar nunca a la chabacanería o el irrespeto.  Para ellas, este impenitente solterón que casó ya bastante mayor, siempre tenía a flor de labios un gracejo o una frase halagadora. No importaba sí eran casadas o solteras, viudas o señoras respetables, voluptuosas damas de dudosa actividad o florecientes niñas del Cooperativo.

 El profesor Rengifo, al centro, con camisa y corbata, en una
ceremonia cívica en Garzón. En la foto aparecen la alcaldesa
Lola Ramírez de Ramón, el concejal Hernán Valderrama
y los comunicadores Alonso Barreiro y Vicente Silva Vargas. 

Se jactaba de su estirpe  del Valle y el Cauca y hablaba con propiedad de los Caicedo, los Holguín, los Lloreda, los Rengifo y los Valencia de quienes había sido condiscípulo o profesor ya fuera en Popayán o en Cali.  Era un amante desenfrenado de todo lo colombiano y a sus alumnos les transmitía con sinceridad el afecto hacia su patria, la música, el folclor, la historia y sus paisajes. Si bien Europa era su sueño eterno —en particular Francia y Alemania— Colombia estaba por encima de cualquier cosa, a pesar de su anarquía, la pereza  y lo que él llamaba "la falta de grandeza". Mención aparte merece el dominio perfecto del francés que tenía su mayor expresión en la entonada versión de La Marsellesa (vea la interpretación de Edith Piaff) y en el canto de Nathalie, al estilo Gilbert Becaud. (Ver versión original).

Muchos años después de haber enseñado a varias generaciones de huilenses, compañeros y alumnos cuentan que Jorge Rengifo Reina, el profesor de física, es una sombra en el Bolívar de sus amores. Sus compañeros de entonces —Antonio Navarro, Luis Pérez, Fortunato Figueroa, Elías Luna, Diego Parra y José Nahúm Martínez— lo han imaginado bajando por las escaleras antes de las ocho de la mañana rumbo al salón de clases sin dejar nunca la corbata ni su gomina y mucho menos, la escuadra, la regla, el compás y el abominable libro de Física.

Pajarito, uno de los viejos porteros del colegio, contó que hace poco creyó verlo en el laboratorio, limpiando pipetas y tubos de ensayo. José Ramiro Chávarro, sobrio como siempre, dice haberlo visto junto a la palma de cuesco probando su experimento acción-reacción con un botellón repleto de agua. Teodoro García aseguró que lo vio de verdad y no en visiones, paseando su solitaria dignidad por algunas calles de Garzón. En diciembre, Jorge Triana, un taxista de la Plaza de Bolívar, lo observó bajar a toda prisa por la séptima, dando la vuelta por la calle Real hasta llegar a San Isidro. Y hasta las muchachas del Cooperativo —exalumnas suyas y hoy son abnegadas esposas— aseguran que hasta remilgado se volvió a la hora de echarles piropos.

Un colega suyo contó que tan pronto le notificaron la resolución que ordenaba su pensión de jubilación, su ímpetu creativo disminuyó y que apenas lo desvincularon del servicio en el colegio, sintió como si le hubieran dicho: "Viejo, usted ya no sirve más”. “Desde que lo pensionaron no volvió a ser el mismo", relató Marina, una exitosa bacterióloga de Tarqui para quien Rengifo Reina es el modelo ideal de maestro y persona que el paso de los años y los nuevos vientos educativos ha borrado de los claustros colombianos. .

Ahora, cuando los muchachos dicen que los colegios son más 'bacanos' por permitir el libre desarrollo de la personalidad de compañeros y profesores y porque las buenas maneras y el conocimiento son una 'mamera', añoramos más que nunca los tiempos de cientos de Rengifos olvidados que deambulan en Colombia con una misérrima mesada en la mano y su caudal de conocimientos arrumados en un viejo maletín de cuero.


Bogotá, D. C., víspera del San Juan de 1996.