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miércoles, 4 de junio de 2014

Villamil y Escalona: vidas más que paralelas


Villamil y Escalona: vidas más que paralelas


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Por estos días en los que el compositor vallenato habría cumplido 87 años y el opita debía estar llegando a los 85, compartimos esta breve crónica sobre las enormes coincidencias personales y artísticas entre este par de gigantes de la música colombiana.

 

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Por Vicente Silva Vargas

 
Mucho se ha dicho y escrito sobre Jorge Augusto Villamil Cordovez y Rafael Calixto Escalona Martínez. Algunos los han comparado de manera equivocada señalando que el vallenato es superior al opita porque ha tenido mejor prensa o que el huilense es mejor por haber abordado temáticas más amplias o ritmos diversos. Cualquiera que sea la intención, establecer primacías como si se tratara de campeonatos musicales entre regiones o peleas de lucha libre, no solo resulta absurdo sino perverso porque ambos, si bien nacieron y crecieron en universos diversos, vivieron épocas y circunstancias que a veces se entrecruzan, en otras ocasiones coinciden y la mayoría ocasiones resultan sorprendentes.


 Al repasar sus vidas se encuentra que dos de los compositores de música popular más famosos de Colombia fueron campesinos ilustrados que nacieron al amparo de familias ricas de dos provincias alejadas de la capital pero sorprendentemente afines por elementos sencillos como la música, la parranda, el amor, las frustraciones, los fracasos empresariales, la policía, el gremialismo y, por supuesto, la contagiosa afabilidad de sus terruños. Entre ellos solo había dos años de diferencia: Escalona nació en Patillal, antiguo Magdalena, el 27 de mayo de 1927, y Villamil en El Cedral, jurisdicción de Neiva, el 6 de junio de 1929, es decir, eran geminianos y eso es mucho decir.

 Los dos eran hijos de hombres influyentes en sus comarcas en las que la política partidista determinaba casi todo. El padre de Rafael era Manuel Clemente Escalona Labarcés, hacendado y coronel liberal sobreviviente de la Guerra de los Mil Días. El progenitor del opita era Jorge Villamil Ortega, cafetero, godo de tuerca y tornillo y sobreviviente de la guerra en las caucheras amazónicas.
 Los dos artistas dejaron sus provincias para llegar hasta otras ciudades en las que maduraron y debieron dar rienda suelta a sus inspiraciones artísticas. Escalona fue mandado muy joven a Santa Marta para que se hiciera bachiller en el famoso Liceo Celedón. Allí aguantó hambre, conquistó mujeres e hizo tantos amigos como canciones célebres (El bachiller, El hambre del Liceo y La despedida). Villamil, también obligado por su padre, salió del Huila a finales de los años 40 para terminar su bachillerato en Bogotá y luego estudiar Medicina. Al contrario de Rafa, Jorge sí fue bachiller y luego médico y, como Escalona, en la lejanía de la tierra, compuso obras memorables como La Zanquirrucia, Adiós al Huila y Sampedreando.

 Sus coincidencias también se reflejaron en proyectos empresariales en los que, como buenos artistas, fracasaron estruendosamente. Villamil nunca le paró bolas a la vieja Hacienda del Cedral y no fue cafetero como su padre o su hermana Graciela. Ya famoso se metió a tumbar selva en tiempos de la reconciliación con la guerrilla de los años 60, entre El Pato y Guayabero, donde tuvo una finca que fue expropiada por el Estado. Escalona fue arrocero de relativo éxito, intentó ser algodonero y alguna vez fue a contrabandear por La Guajira y Venezuela. Como Villamil, también fue confiado, generoso, desabrochado y tan pendejo para los negocios que muchas veces fue engañado por supuestos amigos a los que les prestó plata que nunca volvió a ver. Muestra de sus apegos comerciales son El villanuevero y Señor gerente. En el caso de Jorge, se sabe de sus calaveradas como fiador de allegados confianzudos que sí le pagaron con desprecios, habladurías y la enemistad. Su vals La mortaja lo muestra como una persona sincera que nunca estuvo interesado en los bienes materiales  

 Provincia y política
 Si bien el opita era conservador pero decía ser un hombre de centro, la verdad es que él supo moverse muy bien en las aguas partidistas de las dos corrientes tradicionales de la política colombiana. Fue amigo de casi todos los presidentes ―desde algunos de la época de la Violencia hasta los del Frente Nacional y sus sucesores en los años 80 y 90 y la primera década del siglo XXI― a varios de los cuales les aceptó invitaciones y reconocimiento pero no cargos de responsabilidad política como la Gobernación del Huila que le fue ofrecida por Belisario Betancur. En cambio, alguna vez con Los Tolimenses y el médico-entrenador Gabriel Ochoa Uribe intentó llegar al Senado de la República pero, como es de suponer, fracasó al no saber nadar en las fragosas aguas de la manzanilla y la politiquería.

 Escalona era de trapo rojo encendido como el capote de un torero y un lopista tan acérrimo que en 1974, en plena campaña electoral, compuso López, el pollo, un paseo en homenaje a su íntimo amigo el muy cachaco Alfonso López Michelsen. Fue funcionario de la Aduana Nacional por varios años y se hizo amigo cercano de por lo menos diez presidentes, entre ellos Gustavo Rojas Pinilla a quien empezando su carrera musical le hizo el paseo El general Rojas. También fue cónsul de Colombia en Colón, Panamá, en donde conoció de cerca al dictador Omar Torrijos y creó una canción que llamó La misión de Rafael. Fue amigo cercano de Belisario Betancur, Ernesto Samper Pizano, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe y se jactaba de haberlos llevado a todos a Valledupar para disfrutar de sus parrandas vallenatas.  

 Otra cualidad que los identificó fue su papel como inspiradores, promotores y embajadores de sus regiones. Villamil, junto con personajes de Neiva como Inés García de Durán, Miguel Barreto, José Domingo Liévano, Felio Andrade, el Cotudo Falla, entre muchos otros, fue uno de los creadores del Festival Nacional del Bambuco en 1961. Escalona, acompañado por López Michelsen, la Cacica Consuelo Araújo Molina y otros ilustres del Valle, fundó el Festival de la Leyenda Vallenata, en 1968. Gran parte de la proyección nacional del Huila y el Cesar se les debe a ellos que así como universalizaron sus cantos desde la provincia, mostraron a los cachacos influyentes de la política y el empresariado las bondades de unas tierras ignotas que muchos veían como las extensiones del atraso, la miseria y la corronchera.

 Los dos ayudaron a darle un vuelco total a Sayco y aprovecharon sus amistades políticas para que los creadores de música tuvieran una legislación moderna (Ley 23 de 1982), que los protegiera de las garras de las disqueras y los empresarios que como si fueran caimanes se lucraban con las obras de otros. Con ellos lucharon aclamados compositores como Jaime R, Echavarría, José Barros, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, José A. Morales  y Estercita Forero. Escalona y Villamil también fueron presidentes de su gremio por largos períodos, Jorge entre 1981 y 1987 y Rafael de 1987 a 1991. Uno le entregó la presidencia al otro y ambos fueron escogidos por aclamación de sus colegas de la música. Por la impronta que dejaron han sido los únicos reconocidos como presidentes eméritos de su organización.

 De amores y desamores
 Ambos fueron tan enamorados como parranderos. Muchas de sus canciones hablan de conquistas, celos, rivales amorosos y mujeres que los despreciaron y los dejaron viendo chispas. También fueron alcahuetas de mil amores y les compusieron canciones a amigos y amigas enamorados y desenamorados. De las muchas obras románticas del vallenato, en aras de la brevedad, se destacan La despedida, La Molinera, Honda herida, La golondrina, La Brasilera… Del huilense hay que citar Espumas, Llamarada, Me llevarás en ti, Amor en sombras, Llorando por amor

 A Villamil lo han interpretado artistas famosos como Javier Solís, Vicente Fernández, Soraya, Frank Pourcel, Nati Mistral, Silva y Villalba, Garzón y Collazos, Los Tolimenses, Isadora y por lo menos otros 200 intérpretes colombianos y extranjeros. A Escalona  lo han cantado los archifamosos Julio Iglesias y Paloma San Basilio y colombianos de gran renombre como Carlos Vives, Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los Hermanos Zuleta y decenas de conjuntos y solistas del Caribe y el interior de Colombia.

 Este par de compositores que componían a puro oído acompañados por su silbido, un tiple o una guitarra que a duras penas rasgueaban y que nunca asistieron a una academia musical, fueron pésimos cantantes pero se distinguieron como excelentes cronistas que en tres minutos convertían hechos pueblerinos en admirables historias universales. Basta citar La custodia de Badillo y El Embajador para remarcar su aporte a esta forma de construir memoria colectiva a través de la música.

 Coincidencias finales
 Rafael Calixto ―a quien Villamil llamaba Rascalona― falleció el 13 de mayo de 2009 en Bogotá. Nueve meses después, el 28 de febrero der 2010, Jorge Augusto, lo acompañó en su partida. Los dos compadres, que por su edad y sus achaques debieron soportar los agudos dolores del cáncer y la diabetes, se convirtieron en pacientes asiduos de la Fundación Santa Fe, en Bogotá. Allí murió Escalona y poco después, el Bigotón Villamil ―chapa que le puso Escalona― fue atendido varias veces hasta pocos días antes de su deceso, el 28 de febrero de 2010.

 Sus vidas concurrentes en muchos aspectos, sus temáticas de pueblos, animales, naturaleza, mujeres, amigos, traiciones y parrandas sin fin, los unieron antes que separarlos y si bien muchos quisieron enfrentarlos como gallos de pelea para plantear una primacía absurda para la música nacional, ellos tuvieron la suficiente grandeza para evadir las comparaciones odiosas y sobrevivir en medio del Oropel farandulero.  

 Al partir, el Gobierno Nacional expidió decretos de honores, ordenó tres días de duelo y dispuso funerales de Estado reservados solo a las grandes personalidades. Ambos ―como si sus fulgurantes carreras estuvieran signadas más por las identidades que por las discordias― fueron despedidos en la Catedral Primada de Bogotá. Los restos de Rafa reposan en Valledupar, mientras que parte de las cenizas de Jorge fueron esparcidas por el río Magdalena. Sus obras, hoy como ayer, siguen vigentes en el sentimiento nacional sin necesidad de encuestas o competencias destinadas a dividir antes que a conciliar.
El mejor resumen de su amistad y su cercanía, antes que cualquier distanciamiento personal marcado por la vanidad o acomodaticias comparaciones para mostrar a uno mejor que el otro, lo hizo el propio Jorge Villamil al componerle a Escalona dos paseos vallenatos. El primero es Tierra grata, en el que narra una invitación que Rafa le hizo a Valledupar, y Viento y arena, crónica sobre una amargura amorosa de cierto compositor famoso que no era otro distinto a Escalona.


Garzón, 1 de junio de 2014   

jueves, 6 de junio de 2013

Antología sanjuanera

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Ante la inevitable llegada de las San Juan y San Pedro con todos sus sabores, olores y sonidos, resulta oportuno evocar algunos de los sanjuaneros más representativos del Huila. Se trata de un listado subjetivo en el que no están todos los que son, ni son todos los que están.


Sin embargo, para entender la importancia de este ritmo en la región, es necesario saber por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo.


Igualmente, es obligatorio conocer el origen de El sanjuanero, el que bailan las reinas, y qué tan cierto es su parentesco con el joropo llanero


Por estos días, con el resonar de las primeras tamboras y la sobreproducción de reinados de todos los pelambres, vale la pena intentar una breve antología del sanjuanero, el ritmo musical que identifica al Huila ante Colombia y al que, infortunadamente, muchas emisoras regionales junto con advenedizos burócratas culturales, han relegado en su afán mercantilista de imponer esperpentos como el vallenato llorón o el insoportable reguetón.

Cualquier selección es arbitraria y subjetiva, pero en materia de sanjuaneros basta un leve repaso a la historia regional para afirmar sin equívocos que El sanjuanero de Anselmo Durán Plazas y Sofía Gaitán de Reyes no solo es el indiscutible rey de las fiestas a la hora de las recopilaciones sino que está fuera de concurso en cualquier lugar del universo cultural colombiano. 

No obstante, para comprender por qué este y otros sanjuaneros se quedaron pegados al alma del huilense cual relicarios, es imprescindible remontarse a las primeras décadas del siglo XX cuando aparecieron los primeros discos de acetato y las emisoras pioneras de la radio colombiana. 


El triple estreno del Sanjuanero 
No existe una época precisa para decir cuándo nació el sanjuanero como ritmo o tonada, aunque sí se puede señalar como uno de sus hitos de mayor trascendencia la aparición de El sanjuanero, la famosa pieza creada por Anselmo Durán Plazas (1899-1940) y Sofía Gaitán Yanguas (1920-1994).

Según narra Andrés Rosa Summa en su magnífica monografía Esencia, estilo y presencia del rajaleña (Caro y Cuervo, 1965), “El sanjuanero fue compuesto a principios de 1936 y tocado por primera vez en un paseo que la Murga Femenina Huilense, dirigida por Anselmo, hizo a la finca de Buenavista, de propiedad hoy de don Alfonso Gutiérrez, entonces de Álvaro Reyes Elisechea”.

Además de ese dato clave para entender el origen de este himno fiestero, el padre Rosa aporta otra información en la que es evidente la construcción de esta melodía no a cuatro sino a muchas manos: “Formaba parte de la estudiantina como tañedora de tiple la entonces señorita Sofía Gaitán Yanguas, hoy señora de Reyes. Esa niña, después de tocar lo que hoy consideramos como el auténtico ‘aire del Huila’, propuso se le acomodara a esa música una letra apropiada, la que ella misma elaboró no sin la ayuda de las demás compañeras”.

Sobre el estreno público y oficial de El sanjuanero ―el segundo de una tanda de tres― tan solo se sabe que fue el 12 de junio de 1936, en vísperas de las fiestas patronales de Gigante, y que su interpretación estuvo a cargo de la Banda Departamental del Huila. Se desconocen la hora y el sitio en dónde se celebró el evento, aunque es de suponer que fue en el atrio de la iglesia de San Antonio de Padua, al frente de la ceiba de la libertad, lugar en donde habitualmente se ofrecían las populares retretas.

Algunos testimonios de personas que vivieron esa época señalan que la música del artista nombrado poco después como director de la Banda de Músicos de Neiva ―cargo heredado de su padre, el legendario Milcíades Chato Durán― y las estrofas de la destacada alumna de la Murga, se regaron como pólvora por todo el Huila poco después de los primeros estrenos y se convirtió en referencia obligada para la creación de otros sanjuaneros muy diferentes a los bambucos tradicionales y fiesteros y a las tonadas rajaleñeras interpretadas por los tunantes.
Fotografía tomada del libro Esencia, estilo y presencia del rajaleña, del padre Andrés Rosa.
Los antiguos del Huila decían que El sanjuanero, tocado por bandas musicales de pueblos, también era interpretado en las veredas por pichinches, cucambas y tunas, los verdaderos protagonistas de las fiestas populares. Los viejos también evocaban las escenas de entusiasmados amigos que con varios aguardientes encima pedían una y otra vez su ejecución para saltar al ruedo y ejecutar con una pareja, igualmente alebrestada, los pasos del viejo bambuco transmitido por los abuelos. Sus antecedentes como tema preferido de los músicos y su popularidad entre los danzarines, permiten colegir que este canto precursor fue calando poco a poco hasta despertar entre campesinos y músicos el deseo de hacer composiciones distintas a rajaleñas y bambucos. 

Conocido ya en el ambiente festivo regional, El sanjuanero tuvo un tercer estreno en el Salón Amarillo del Capitolio Nacional en agosto de 1938 durante los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, un hecho que, sin duda, lo ayudó a catapultar nacionalmente. Al contrario de lo sucedido en las presentaciones anteriores en las que solo intervinieron músicos, en esta ocasión un pequeño grupo de artistas huilenses encabezado por Anselmo, decidió mostrar ante la crema y nata de la circunspecta sociedad santafereña, un colorido cuadro artístico que en menos de tres minutos resumió la música, el canto y el baile de una región desconocida para gran parte de Colombia.

El grupo musical estuvo integrado por Alberto Rosero Concha, Jorge Durán Plazas, Gregorio el Mono García, Esteban Quintero y Marcos Quintero. El baile del Sanjuanero ―obviamente sin la coreografía establecida 25 años después por Inés García de Durán― estuvo a cargo de dos mujeres ya que fue imposible conseguirle en Neiva un parejo hombre a Lilia Durán Perdomo, una hija de Anselmo, a quien le tocó ejecutar pasos del bambuco antiguo con Leonilde, una hija de la empleada doméstica del compositor.


¿Familiar del joropo?
Aunque se le ha querido emparentar con el joropo, lo cierto es que este clásico es rotundamente andino y nada tiene que ver, desde el punto de vista musical, con la tonada más importante de los llanos Orientales. Sin embargo, quienes no conocen a fondo por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo, tienen todo el derecho a estar despistados. Esta confusión se debe a tres factores tan curiosos como casuales.

El primero, se originó en un afirmación atribuida al mismo Anselmo y reseñada por el Rossa Summa en su obraSegún el sacerdote salesiano, cuando el laureado maestro Emilio Murillo, autor de El trapiche, le preguntó hacia 1940 en Bogotá a Durán Plazas por qué a su obra le había puesto el subtítulo de 'joropo huilense', el músico le contestó: "Porque en Neiva los bailes populares se llaman joropos. Joropear es lo mismo que parrandear, en la periferia".


Rosa Summa, que analizó con celo de cirujano toda la obra tanto en el campo musical como en el antropológico, buscó otras respuestas a la inquietud del maestro Murillo en los documentos originales que reposan en Sayco. En concreto encontró que el equívoco estaba en el subtítulo de 'joropo huilense' escrito por Durán Plazas en la misma partitura y el registro de la obra hecho el 25 de julio de 1951 ante Sayco por doña Ernestina de Durán, la viuda de Anselmo, en la que aparece la denominación adicional 'aire de joropo'.


A lo anterior, agrega el investigador opita-italiano, se sumaron dos frases incluidas por Sofía Gaitán de Reyes, las cuales aparecen textualmente en la partitura registrada en Sayco: "En mi tierra todo es gloria cuando se canta el joropo" y "Vengan a bailar, que al son de este joropo, la vida hay que gozar".

El tercer equívoco sobre las supuestas raíces llaneras de El sanjuanero es de carácter histórico y sí tiene que ver con el joropo en cuanto al contexto político de la época.


En efecto, hacia 1936, este aire llanero era tal vez el ritmo más popular en las pocas emisoras de radio existentes en Colombia así como en los tertuliaderos y fondas campesinas. En particular, debía su fervor a El voluntario, un joropo compuesto por el afamado músico bogotano Alejandro Wills, autor del Galerón llanero, con base en un texto muy patriótico del periodista José Alejandro Jiménez, ´Ximénez'. 

Este canto, que en una de sus estrofas dice "La patria me necesita y a ella acudiré primero", se convirtió en un himno igualmente famoso en escuelas, colegios y cuarteles y fue motivador de los jóvenes colombianos que voluntariamente deseaban enrolarse en la milicia para participar en la guerra con Perú (1932-1933). (En el siguiente enlace se puede escuchar la versión interpretada por Berenice Chávez).


Esa popularidad momentánea del ritmo y de la canción, según los documentos escritos y sonoros consultados por el autor de este blog, es la única relación de El sanjuanero con la música llanera, algo muy diferente a decir que la música de Durán y las estrofas escritas más adelante por Gaitán hayan tenido orígenes o influencias melódicas nacidas al otro lado de la cordillera Oriental. 


Desde luego, es importante recalcar que el ritmo de sanjuanero probablemente nació en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX como fruto del matrimonio legítimo entre el bambuco y el rajaleña. De ambos tomó elementos que lo hacen fácilmente distinguible. Del primero, heredó la tonada bambuquera, de corte alegre y rápido haciéndolo muy parecido al bambuco fiestero, y del segundo, asumió el perfil carnavalero de sus letras a veces desparpajadas que narran aspectos de la vida cotidiana.



Por supuesto, brotó en los candentes llanos del Viejo Tolima y deambuló, hasta llegar a la mayoría de edad, por las grandes haciendas cafeteras y ganaderas en donde los patronos, durante días interminables, costeaban la fiesta tanto a la peonada como a sus amigos ricos, a quienes invitaban a sus propiedades para conmemorar el solsticio de verano y, conforme a la vieja tradición española, homenajear a san Juan Bautista, san Pedro y la Virgen María. En síntesis, como dice Andrés Rosa, «Sanjuanero es el nombre de un género de música vaciado en los moldes del rajaleña». 

Al respecto, el reconocido folclorista huilense Ulises Charry sostiene de manera categórica: "En la práctica, el sanjuanero es un bambuco muy alegre y rápido que en las grandes haciendas como en los pueblos, los campesinos acostumbraban a tocar, cantar y bailar durante los días de San Juan, San Pedro y San Pablo y que con el tiempo se convirtió en ritmo".

  
La selección opita
Desde luego, para la elaboración de esta antología de un periodista metido en la investigación cultural pero sin la menor idea de lo que es componer música o construir un verso, es necesario tener en cuenta aspectos como el origen de los compositores seleccionados y/o la temática sanjuanera referida al Huila. En particular, nos referimos a las obras de grandes artistas huilenses afincados en el Tolima como Cantalicio Rojas y Rodrigo Silva Ramos y el prematuramente desaparecido José Faxir Sánchez, tolimense muy cercano a los opitas.    

Luego del obligado repaso histórico que permite observar todo este fenómeno cultural en su contexto, ya se puede plantear una auténtica Selección Huila de Sanjuaneros. La primera tanda de lujo la integra una parte de la abundante cosecha de Jorge Villamil Cordovez quien compuso 24 sanjuaneros, algunos de ellos auténticos clásicos de la música folclórica colombiana: El Barcino, La vaquería, LlanograndeEl Embajador, El huilense, Sampedreando, El balay, Llegó el San Pedro, El caballo colombiano, La mistela y Tambores del Pacandé.


En un segundo grupo, sin que necesariamente signifique una tabla de clasificación o que una obra sea superior a las demás, cabe una buena cantidad de esos sanjuaneros que, como dice el tolimense Pedro J. Ramos «hacen correr por las venas un tropel de mil vaqueros». 

Entre ellas están verdaderas joyas labradas por compositores de renombre: El contrabandista y Ojo al toro, del doblemente colombiano Cantalicio Rojas; Añoranza campesina y Fiestas en mi pueblo (Rodrigo Silva Ramos); Camino a fiestas también conocida como Sampedreando (Luis Alberto Osorio); San Juan, San Juanito, (obra  de José Ignacio Papi Tovar a la que Emeterio y Felipe llamaron Aires del Huila); Opita soy, de Álvaro Córdoba y Morrocoy, de Lizardo Díaz (el compadre Felipe).


 A ellas se deben añadir estos clásicos insustituibles y emotivos que con solo oírlos invitan a armar corotos y partir de una para la tierra: Cuando retumban las tamboras (José Miller Trujillo); Viaje a Neiva (Luciano Díaz); Fiestas opitas y La chismosa (Ramiro Chávarro); Matachín (Aurora de Navarro); Fiesta huilense (Héctor Bustos); Que viva el San Pedro (Jairo Rojas) La chiva (Juan Carlos Ortiz); El bajacocos (Carlos Álvarez); La surumba, (Manuel Ortiz); El aipuno, (José Faxir Sánchez); Retazos, (Jairo Beltrán) y Mi terruño (Antonio Gómez).


Esta lujosa lista necesariamente plantea la urgencia de elaborar un inventario muy serio para saber, en lo posible, cuántos son los sanjuaneros construidos por huilenses o relacionados con el Huila. También, a sabiendas del poco interés que pueden generar en los entes culturales aportes no politiqueros como este, debe mover a las organizaciones musicales no necesariamente gubernamentales, a impulsar el rescate de viejos sanjuaneros que duermen el sueño de los injustos. De igual manera, puede servir para que los promotores de la cultura respalden las creaciones de nuevas camadas de talentos que cultivan este ritmo y a quienes no se les han brindado oportunidades discográficas, radiofónicas o televisivas y mucho menos en los tablados populares en los que las estrellas son artistas de otras regiones o países. 


Por fortuna, recientemente el estupendo Dueto La Gaitana llevó al cedé una buena cantidad de nuevos temas de excelente calidad, entre ellos el sanjuanero Rascando y rascando, de Duberney Pineda, y Neiva la reina, en realidad un vals-sanjuanero compuesto por Eduardo Pastrana.


Como cada vez son mayores las amenazas extranjeras, no necesariamente culturales, se hace indispensable una formidable tarea pedagógica en escuelas y colegios del Huila para que niños y jóvenes —como lo viene haciendo con empeño admirable la Fundación Baracoa, de Garzón— trabajen por la preservación de este delicioso pariente del rajaleña, el paloparao y la caña. 

Mientras eso ocurre, ojalá que no sea el día de san blando, Sigamos cantando / sigamos bailando / sigamos cantando, ¡caramba! / que me vuelvo loco...

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NOTA:
Algunas de las canciones citadas se pueden escuchar haciendo clic en el enlace subrayado o en los respectivos videos tomados de Youtube.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Medio siglo del escándalo del Embajador de la India

"Señores voy a contarles lo que en Neiva sucedió..."

 
 
 
Jaime Torres Holguín, el hombre que
hace 50 años se hizo pasar como
embajador de la India en Colombia. 
(Foto de la familia Torres Quintero cedida
al periodista Olmedo Polanco).


 

 

Esta semana ―del 10 al 17 de diciembre― se cumplen 50 años del escándalo protagonizado en Neiva por un hombre que se hizo pasar como embajador de la India en Colombia. Este risible episodio que marcó a los huilenses como ingenuos y bobos y que ha servido para hacer canciones, un película y hasta bromas de mal gusto, es reconstruido en las siguientes líneas paso a paso. Memoria.


Por Vicente Silva Vargas

 
   Todo empezó la segunda semana de diciembre de 1962 cuando llegó a Neiva Jaime Torres Holguín, «antiguo seminarista de la ciudad de Garzón», un hombre con gran poder de convicción, genuina capacidad para imitar personajes, dominio perfecto del latín e impecable manejo del inglés, el italiano y el francés. En el autoferro que viajaba de Bogotá a la capital del Huila este hombre se topó con un ingeniero bogotano que adelantaba un trabajo especializado en una reconocida empresa de la región. Al comentarle a su ocasional compañero de viaje sobre el insoportable calor, Torres Holguín le respondió en un extraño acento revuelto con español lo que descrestó al profesional que enseguida empezó a preguntarle de todo como si fuera un viejo conocido.
 
   El extraño le dijo en su enredo que iba «a conocer las ruinas de San Agustín» y bajando la voz le confesó que era el embajador de la India en Colombia aunque le pidió discreción debido a su jerarquía. No obstante, tan pronto se dio cuenta de que su ocasional compañero había mordido el anzuelo empezó a hablar más de la cuenta. Primero explicó que viajaba en tren porque su lujoso automóvil oficial se había varado en Espinal y enseguida anotó que tan pronto fuera reparado por mecánicos enviados de Bogotá su chofer particular lo llevarían hasta Neiva con su equipaje para proseguir hasta el Parque Arqueológico.
 
   Su conocimiento sobre la cultura india, el rostro cetrino, el cabello negro y grasoso, su convicción en cada tema abordado y los gestos que le parecían idénticos a los del Mahatma Gandhi que él había visto en las películas en blanco y negro, dejaron atónito al ingeniero. Desde ese momento empezó a tratarlo como una personalidad única en su vida que no podía pasar desapercibida por esas tierras y por eso, tan pronto llegó bien de mañana ese lunes 10 de diciembre a la vieja estación de Neiva donde era esperado por el comerciante Alvaro Díaz Chávarro, se ahorró los saludos y gritando desde el estribo del tren decidió compartir la gran primicia: «¡Les presento al señor Embajador de la India, pero no digan nada porque viene de incógnito!».
 
 Jaime Torres Holguín, a la derecha, se dedicó al comercio de
mariscos en Estados Unidos y en New Haven, donde murió,
fue un personaje destacado de la comunidad.
(Foto de la familia Torresquintero cedida al
periodista Olmedo Polanco).  

   Los primeros en apuntarse a la lista de este memorable capítulo de la lambonería nacional, tan pintoresco como muchos relatos del realismo mágico de Gabriel García Márquez, fueron el ingeniero que lo descubrió, Díaz Chávarro ―llamado Aldíchar, como su almacén y otros hombres que se volvieron expertos en reverencias y genuflexiones. Los siguieron otros personajes de la banca, el comercio y la industria que a las carreras desempolvaron el Manuel de Urbanidad y buenas maneras de don Francisco Carreño para poner en práctica anticuadas normas de protocolo, así fuera sólo por las apariencias.

    Otros se fueron por la más fácil y llamaron a las autoridades para que no pasaran por la vergüenza de ignorar a un dignatario de esa categoría que por primera vez honraba con su presencia a las gentes de aquellas tierras olvidadas. Aunque en un comienzo el gobernador Gustavo Salazar Tapiero no se tragó el cuento porque la Cancillería no se tomó la molestia de notificarle semejante acontecimiento, muy pronto la gran cantidad de llamadas y de visitas al despacho le hicieron cambiar de parecer. El argumento era sencillo: se trataba de una visita no oficial sobre el cual el Embajador había pedido absoluta reserva.
 
   Su advertencia no sirvió de nada. Al contrario, la noticia sobre la llegada de un personaje exótico proveniente de un país igualmente exótico se regó como pólvora. El gobernador, los secretarios del Departamento, el alcalde de Neiva y el gabinete municipal dejaron de trabajar. Los altos mandos militares y de policía cesaron la persecución de los últimos pájaros y chusmeros y empezaron a lustrar sus charreteras para salir en las fotos. Los comerciantes encargaron sus negocios a los dependientes y la media docena de periodistas, acostumbrados a los incendiarios agarrones verbales entre liberales y conservadores, por fin tuvieron una chiva y un personaje de talla mundial.

 
     Entre lisonjas y ágapes
    Desde el instante en que llegó, el administrador del Hotel Plaza, el más importante de la ciudad, se fajó en atenciones. De entrada, le asignó la suite presidencial y ordenó acondicionarla conforme a los gustos orientales del visitante. Sin consultarle nada al huésped, dispuso una permanente dieta vegetariana ajustada a sus costumbres y pidió vigilancia policial para que nadie interrumpiera su sesión de yoga ni lo distrajera durante sus oraciones sagradas. De ñapa, instruyó a meseros y camareros para que saludaran inclinándose con reverencia y mandó que en los altoparlantes sólo se escuchara música de la India.
 
   Según relataba el cronista Víctor Cortes Castro en el semanario El Debate, ya entrada la tarde, el gobernador, su gabinete en pleno y unos cuantos colados decidieron caerle de sorpresa para presentarle una saludo protocolario, pero al llegar les tocó parar en seco cuando vieron que el Embajador no estaba embutido en un elegante traje de etiqueta sino parado en la cabeza, en aparente estado de meditación. Después de largos minutos de espera, Torres aparentó regresar a la realidad identificándose como Shri Lacshama Dharhamdahaj y aunque quiso mostrar unas credenciales que no tenía, el gesto fue rechazado porque su indumentaria —una túnica blanca y un turbante armados con sábanas del hotel— no dejaron la menor duda de que se trataba de un hombre llegado de lejanas tierras «para fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre dos naciones hermanas».
 
   Informados de que el ‘diplomático’ no tenía su vestuario, funcionarios y miembros de la alta sociedad ejercieron como sapos de oficio y a las volandas buscaron costureras para que le improvisaran atuendos parecidos a los de algunas castas hindúes. Torres Holguín ―apersonado de su papel― les pidió que no se molestaran porque estaba a la espera de su equipaje para proseguir hacia el sur, pero los anfitriones insistieron y dejaron que el dueño de Mi Lord ―el almacén de ropa más importante de la ciudad― pusiera todos sus inventarios a disposición del visitante. Lo mismo hicieron otros personajes que formaron comités para que todos sus caprichos del Embajador fueran atendidos al instante. Uno de ellos fue Miguel Ángel El sapo Villoria, periodista y poeta que haciendo alarde de su apodo le regaló un anillo con el escudo familiar. Algo parecido hizo el prestigioso médico Abelardo García Salas ―Cavicas― al desprenderse de una fina camisa de seda griega comprada por su suegro en Europa.
 

   Hasta don Oliverio Lara Borrero, uno de los empresarios más importantes de Colombia, cayó en las redes de Torres. Ambos hicieron tan buenas migas que en los continuos homenajes al visitante se les escuchó hablar con propiedad del buey Apis ―el toro mitológico de la cultura egipcia― y de la posible importación de bovinos desde la India a Colombia debido a la sobrepoblación originada por la prohibición hinduista de consumir carne de animales sagrados. Se dijo entonces que don Oliverio ―quién sí conocía ese país y Torres que lo había visto en enciclopedias― compararon al Ganges y el Brahmaputra con el Magdalena y el Cauca, elogiaron las milenarias riquezas culturales de Calcuta y Bombay y hasta les hallaron similitudes entre Popayán y Cartagena.
 

   Así como Lara lo atendió, otro grupo le organizó un homenaje con comida, música, baile y aguardiente en una hacienda llamada El Viso. Allí el Embajador quedó extasiado con la imponencia del paisaje y los árboles de totumo que en su postizo acento ―haciéndose el ignorante― se empeñó en llamar ‘tutumas’. Como si fuera poco, aparentó sus convicciones religiosas cuando los dueños de casa le sirvieron provocativas bandejas repletas de lomo fino de res y auténtico asado de cerdo huilense. El incidente fue superado cuando le llevaron desde Campoalegre ensaladas de frutas y verduras que devoró a regañadientes. Mas adelante, el exembajador contó que esa fue la prueba más difícil ya que estuvo a punto de caer en la tentación de probar al menos un bocado de la gran cantidad de humeantes rebanadas puestas a su disposición.
 


En 1963 Emeterio y Felipe convirtieron en éxito
nacional el sanjuanero El Embajador, de Jorge Villamil.
(Carátula del elepé El Embajador).
 
El hombre de largo e impronunciable identidad que se ufanaba de ser descendiente de una vieja casta hindú no se limitó a ser atendido pues desde un comienzo ofreció favores a todos los pedigüeños que se le atravesaron. Las primeras fueron agraciadas damas de todas las edades que hicieron cola para que su excelencia, metro en mano, les tomara las medidas para confeccionarles el sari, el traje típico de las mujeres de su país. Aún se comenta que abuelitas ilustres, señoras dedo parado, algunas solteronas y ciertas señoritas en edad de merecer, le imploraron que les regalara vestidos en colores brillantes, tal como mostraban las revistas de la época a una señora llamada Indira Gandhi. Los hombres no se quedaron atrás a la hora de pedir. A Alberto Vargas Meza le prometió llevárselo para que estudiara farmacia y lavandería, al aviador Héctor el Loro Jiménez le dijo que pensaba contratarlo como piloto de Indian Airlines, al periodista Jorge Andrade le anunció una beca para especializarse en periodismo, al empresario Ignacio Solano le quedó de enviar semillas de pasto del desierto y a Aldíchar le regaló un lente de cine que nunca le llegó.
 
Vicente Silva Falla, corresponsal de El Espectador, relató que Torres Holguín ―oriundo de Yaguará y sobrino del respetabilísimo monseñor Félix María Torres quien años después fue arzobispo de Barranquilla― estaba seguro del final de su película en cuestión de horas. Por eso apuró los preparativos de un banquete de gala en el Hotel Plaza para 250 invitados especiales a quienes quería corresponder en persona por «las generosas e inmerecidas atenciones brindadas». Para no dejar nada al azar e impedir que fuera descubierto antes de tiempo, el propio Embajador mandó a timbrar tarjetas para el martes 18 y encargó a un famoso restaurante bogotano la preparación de la cena y el envío a Neiva, en avión, de banqueteros, cubiertos, mantelería y bebidas. De remate, tan pronto como se escabullera del hotel sin su atuendo junto con compinche de Garzón, pensaba dejar debajo de los platos de cada invitado un mensaje demoledor: «No soy embajador de la India, soy Jaime Torres Holguín. Chupen por opitas, lambones y pendejos. Cada quien paga su plato».
 
    El señor exembajador
Seguro de que jugaba en el filo de la navaja, Torres decidió continuar con su papel al aceptar dos homenajes más. El primero fue el viernes 14 de diciembre cuando recibió los honores militares ofrecidos por el Batallón Tenerife y su comandante, coronel José Pepe Rivas, con motivo de la fiesta de Santa Bárbara, la patrona de la artillería. Esta vez, tal como contemplaba el protocolo militar, los invitados especiales ingresaron con anticipación al casino de oficiales y luego, muy circunspectos lo hicieron el gobernador Salazar Tapiero y el alcalde Julio César García. Por último, el señor embaucador  fue saludado con honores militares reservados a los jefes de Estado y música marcial interpretada por la banda de guerra. Luego, todos los invitados pasaron a manteles.
 
    El sábado 15 el turno fue para el Club Campestre que ofreció una elegante recepción en la que la selecta concurrencia fue vestida de gala: de esmoquin los hombres y con traje largo las mujeres. Para infortunio de Torres ―o tal vez para su beneficio― un condiscípulo suyo en el Seminario Conciliar de Garzón lo reconoció esa noche cuando intentaba bailar un complicado sanjuanero y envalentonado por varios anises entre pecho y espalda decidió romper el protocolo para gritar con marcado acento opita: «Oooole Jaime Torres, ¿usted qué hace por aquiiiiiì?» El Embajador, sorprendido y asustado, le guiñó un ojo y sólo atinó a responderle: «usted estar equivocado». Urbano Cabrera, como se llamaba el excompañero, fue retirado a la fuerza por soldados del batallón que lo amenazaron con mandarlo al calabozo por borracho e irrespeto a la autoridad. Superado el incidente, el gobernador le pidió a su excelencia que abriera el baile en su honor. Mujeres de todas las edades bailaron con él e incluso hubo varias que le coquetearon de frente para ganar sus afectos y tener la remota esperanza de convertirse algún día en una de las tantas mujeres de su harén. Pero la suerte de Jaime estaba marcada para esa noche y ese lugar porque Cabrera, herido por haber sido sacado a empellones y convencido de conocer al impostor, buscó a Ignacio Solano Manrique, secretario de Hacienda del Huila, para contarle su verdad.
 
    Cabrera, cabreado’ como estaba, habló sin rodeos: «Ese no es ningún embajador de la India, ese es Jaime Torres Holguín, compañero mío del seminario de Garzón. A él le decíamos el Caleño porque tenía vínculos con el Valle y hasta allá se fue hace mucho tiempo». Una vez superó la sorpresa, Solano Manrique le informó a Salazar Tapiera para que acabara con la farsa pero el gobernador, más preocupado por la ridiculez en la que estaba envuelto, primero le pidió a la Policía que confiscara y destruyera todos los rollos fotográficos en poder de los fotógrafos que estaban en la fiesta y en los cuales, con toda seguridad, aparecían él y muchas familias linajudas rindiéndole pleitesía al embajador de un país que muy pocos sabían dónde quedaba. Luego, muy a su pesar, encaró a Torres Holguín, que con mansedumbre admitió su verdadera identidad, tiró al suelo su colorido turbante y una falsa piedra preciosa en la mitad y les gritó a todos que no era diplomático ni nada parecido y que fueron ellos mismos quienes, en un alarde de zalamería e idiotez, lo nombraron Embajador.
 
   Los avergonzados opitas que hasta minutos antes le habían sobado la chaqueta, cambiaron de semblante al vilipendiarlo con un variado repertorio de palabras vulgares de la región y hasta intentaron agarrarlo a trompadas. En un permanente de la Policía, esposado e incomunicado en el calabozo, Torres Holguín pasó todo el domingo en carácter de exembajador y solo hasta el lunes 17 fue enviado ante un juez municipal que lo interrogó hasta la saciedad porque, supuestamente, había cometido cuatro delitos. Al final de la tarde, el funcionario lo dejó libre al concluir que no robó por ponerse ropa que le regalaron ni al lucir adornos prestados. Tampoco falsificó documentos públicos o privados porque nunca los exhibió o le fueron exigidos, ni estafó a nadie porque no firmó documentos o contratos ni tumbó al hotel ya que alguien pagó su cuenta. Por último, se determinó que no hubo suplantación de autoridad extranjera alguna porque si bien India y Colombia tenían relaciones diplomáticas y comerciales desde 1959, en ese entonces no había embajador ni embajada en Bogotá (la legación india apenas se estableció en 1973).
 
   Dicen las malas lenguas que al día siguiente, muy temprano, los numerosos anfitriones y sus familias que en la última semana miraron por encima del hombro a vecinos y amigos por estar detrás del Embajador, desaparecieron de Neiva y sus contornos sin ninguna explicación. Unos fueron hospitalizados porque no resistieron la humillación aunque dijeron que se trataba de chequeos de rutina. Otros viajaron a Bogotá, Cartagena y Miami dizque en viajes de negocios en plena Navidad cuando lo cierto es que trataban de evadir la tomadura de pelo de amigos y enemigos. Los demás, al no quedar ni una sola foto acusadora de su arribismo, negaron haber visto en sus vidas a un tal Lacshama y hasta llegaron a decir que no sabían de qué tribu india les hablaban. Es más, con el paso del tiempo ha sido casi imposible hallar un testigo directo de aquellas jornadas de ridículas reverencias como si los hechos hubieran sido arrastrados por una avalancha.
 
    Los coletazos del escándalo
No pasó nada extraordinario en el Huila luego de la humillante visita de su excelencia. El gobernador y el alcalde continuaron en sus cargos durante varios meses. El comandante del batallón siguió su carrera militar. Los secretarios del Departamento y el gabinete municipal volvieron a sus tareas al empezar el nuevo año. Los comerciantes, los banqueros y los hacendados que se codearon con Torres regresaron a sus actividades sin darle mayor importancia al incidente. Los periodistas dejaron una que otra constancia sobre aquella memorable visita y al otro día de la liberación de Jaime retomaron sus noticias sobre las pugnas entre godos y cachiporros.
 
Aparte de las indagaciones del juez a Torres, no hubo juicios políticos y mucho menos investigaciones de la Contraloría o la Procuraduría, como se estila ahora hasta para la caída de una uña. Todo volvió a la tradicional modorra neivana. Sólo un joven abogado llamado Guillermo Plazas Alcid, que por ese entonces sacaba un periódico cada vez que podía, dejó una constancia histórica en la que señala que esa semana de bobería no fue de todos los huilenses sino de un minúsculo grupo de la crema y nata de Neiva: «El advenedizo Jaime Torres Holguín evidenció públicamente la falta de visión, la escasez de prudencia, la mentalidad yérmica, la cortesía frívola y la espesa ignorancia que distingue a nuestra empinada élite político-social».

Llama la atención que medio siglo después de este hecho visto como una simple anécdota provinciana o una pintoresca historia urbana no se hayan realizado estudios o debates que contribuyan a la autocrítica y al análisis social. Todavía es hora de que las universidades locales ―que pululan por todo lado y gradúan profesionales en proporciones industriales― promuevan trabajos académicos desde la Antropología, la Sociología, el Derecho, las Artes o la Comunicación. Qué bueno sería tener tesis y monografías de grado sobre la actitud de los protagonistas, el resentimiento de los marginados del festín, la indignación de la gente del común, las conductas indebidas o no de homenajeado y aduladores. También sería un gran aporte a la memoria llevar a la escena teatral, con nuevos elementos, aquellos días trepidantes. De la misma manera, sería interesante la reconstrucción periodística a partir de la tenue investigación judicial, los registros de los periódicos nacionales y la voz de los pocos testigos que sobreviven. Como se puede ver, hay mucha tela de dónde cortar, distinta de la seda para los saris que el señor Embajador les ofreció «a muchas damas de Neiva».
 
 Mientras esos estudios aparecen, es imprescindible mencionar el más valioso de todos los testimonios de entonces. Se trata de El Embajador, formidable crónica sanjuanera de Jorge Villamil Cordovez que al ser interpretada por los irreverentes Emeterio y Felipe, amplificó el escándalo y dejó vivo en el chip colectivo la constancia histórica de que el humillante arribismo prohijado por unos pocos, trastocado injustamente en una estupidez regional, nunca debe repetirse ni transmitirse a otras generaciones. Gracias a la obra de Villamil aquel momento no quedó sepultado para siempre en el olvido tal como pretendían quienes destruyeron las pruebas, se escondieron y tragaron su vergüenza.    

    Ya en la parte musical y folclórica ―independiente del debate sociológico, ético y político― es encomiable el matiz diferente que los siempre recordados Jorge y Lizardo le dieron a la canción para convertirla en éxito rotundo del San Pedro de 1963 y tema preferido por los colombianos de todas las regiones. Dos aspectos adicionales para destacar de su versión: la introducción con un sitâr, instrumento típico de la India emparentado con el laúd y cuyas cinco cuerdas producen un sonido muy particular, y el simpático diálogo entre el Embajador y un opita en el que Neiva y Garzón aparecen con las pintorescas denominaciones anglicadas de Neivayork y Garzonville.

Además de la genial versión de Villamil y Los Tolimenses ―sin duda, el principal aporte histórico del caso― hay otras versiones destacadas del canto inicial. Una de las primeras la hizo en merengue, pero sin letra, el famoso Sexteto Daro (1964). Junto con la producción de la película dirigida por Mario Ribero en 1986 se conoció la interpretación, con cierto toque de rajaleña, de Ulises Charry y su grupo folclórico Aires de Peñablanca. Al año siguiente, para conmemorar los 25 años de la 'visita' de Shri Lacshama Dharhamdahaj, salió al mercado De San Pedro en el Huila con el Embajador de la India, elepé del dueto Víctor y Daniel, producido por el mismo Villamil con Ramiro Chávarro Vargas.

Daniel Samper Pizano y Bernardo Romero Pereiro también adaptaron en 1989 dos capítulos de la popular comedia de televisión Dejémonos de vainas para recordar las peripecias de Torres y en 2001, el productor radial  Rito Polo Lozada y la orquesta La Bomba montaron una novedosa propuesta al mezclar el acordeón con una banda de pueblo para recordar al 'diplomático' y sus anfitriones. Poco después, Fernando Tafur hizo una magnífica interpretación con el acompañamiento de un pichinche y más recientemente, se conoció el ingenioso montaje en rock de Yersinia Pestis, una banda  integrada por jóvenes rockeros de la Universidad Surcolombiana.
 
 
Los 25 años de «la llegada de la India de un supuesto
Embajador», fue celebrada por Jorge Villamil, Ramiro Chávarro
y el dueto Víctor y Daniel con la publicación de este elepé. 
En la carátula (1997), aparece Hugo Gómez, el actor que un año
atrás protagonizó la película El Embajador de la India.
 
 ¿Y qué paso con Torres Holguín? Poco después del arrollador éxito de El Embajador le escribió a Villamil para darle las gracias por inmortalizarlo en el sanjuanero. Por su correspondencia se supo que fue un hábil comerciante en la costa Caribe colombiana de donde pasó a San Juan de Puerto Rico y luego a Miami. En sus últimos años se residenció en New Haven, Connecticut, Estados Unidos, donde se destacó como empresario e impulsor de importantes obras sociales. Allí murió de un infarto cardíaco a finales de la década del 80. Sus cenizas fueron repatriadas por su esposa e hijos a comienzos de los años 90 y enterradas en un cementerio de Neiva.
 
    En 1986 las peripecias de este personaje que se burló de la ingenuidad de un grupo de neivanos fueron llevadas a la pantalla grande por Mario Ribero y el productor laboyano Abelardo Quintero en una de las mejores producciones del cine nacional financiada por Focine. Esta película protagonizada por un gran artista como Hugo Gómez y en la que participaron varios actores  naturales de Neiva, no podía tener otro nombre distinto a El embajador de la India. 

Desde aquel diciembre de 1962 ―¡la bicoca de hace medio siglo!― se dice que el karma que consume a los gobernadores del Huila no está en el exiguo presupuesto oficial ni en la marca registrada de su proverbial abulia, sino en la presencia de un verdadero embajador. Por eso, cuando se anuncia la visita del representante de algún gobierno extranjero, el gobernador de turno no duda en responder: «Díganle que coma mierda».


 
Fuentes:

Noticias publicadas por Vicente Silva Falla en El Espectador.
Entrevistas con Jorge Villamil  Cordovez y Lizardo Díaz Muñoz.
Crónica Los cinco días con Embajador de la india. Sensacional aventura de un seminarista extraviado, de Víctor Cortés Castro.


 
 
El Embajador
Sanjuanero
Compositor: Jorge Villamil Cordovez
 
Señores, voy a contarles lo que en Neiva sucedió,
señores, voy a contarles lo que en Neiva sucedió
que ha llegado de la India de un supuesto Embajador,
que ha llegado de la India de un supuesto Embajador.

 
Por todas partes practican el yoga y genuflexión,
los Ferros y los Solanos y el señor gobernador.
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el Embajador,
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador.
 
A don Oliverio Lara el buey apis le vendió,
a don Oliverio Lara el buey apis le vendió,
pa’ servir en Trapichito como gran reproductor,
pa’ servir en Trapichito como gran reproductor.

 
Y como si fuera poco entre honores militares
Pepe Rivas lo llevó al casino de oficiales.
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el embajador
Sumatra, Sumatra, contesta el Gobernador.

 
De Neivapur a Calcuta, de Bombay hasta Garzón,
de Neivapur a Calcuta, de Bombay hasta Garzón,
volaba El loro Jiménez por contrato que firmó
volaba El loro Jiménez por contrato que firmó.

 
Calcuta, Calcuta... Ahí vuelve el embajador,
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador.

 
A muchas damas de Neiva las medidas les tomó
para enviarles de la India el traje de la nación.
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el Embajador
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador

 
Al gran Cavicas García la camisa le estrenó,
y el anillo de los Villoria el Sapo le regaló
Aldíchar, el gran amigo, elefantes compraría
y Vargas Mesa marchaba a estudiar lavandería.
 
 
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el Embajador
Sumatra, Sumatra, contesta el gobernador

 
Quesillos y más quesillos, quesillos de Puerto Seco
quesillos y más quesillos, quesillos de Puerto Seco
le enseñaba Adán Gutiérrez al Embajador a hacerlos
le enseñaba Adán Gutiérrez al Embajador a hacerlos.
 
Y aquí termina la historia del supuesto Embajador
y aquí termina la historia del supuesto Embajador
antiguo seminarista de la ciudad de Garzón,
antiguo seminarista de la ciudad de Garzón.
 
Calcuta, Calcuta, ahí vuelve el embajador
Sumatra, la sutra, contesta el Gobernador.