Crónica sampedrina sobre una experiencia personal vivida hace más de 20 años cuando, de manera inexplicable, una remesa que contenía el delicioso asado de cerdo huilense, desapareció entre el Huila y Bogotá. No es cuento opita ni es otro embuste del Embajador de la India. Sucedió tal como se relata en las siguientes líneas.
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El cerdo es cuidado durante meses y sacrificado en vísperas del
San Juan para reparar el plato emblemático del Huila.
Foto del libro Alto Magdalena, publicado por la Central Hidroeléctrica de Betania (1987).
Ante la inevitable llegada de las San Juan y San Pedro con todos sus sabores, olores y sonidos, resulta oportuno evocar algunos de los sanjuaneros más representativos del Huila. Se trata de un listado subjetivo en el que no están todos los que son, ni son todos los que están.
Sin embargo, para entender la importancia de este ritmo en la región, es necesario saber por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del
joropo.
Igualmente, es obligatorio conocer el origen de El sanjuanero, el que bailan las reinas,y qué tan cierto es su parentesco
con el joropo llanero
Por
estos días, con el resonar de las primeras tamboras y la sobreproducción de
reinados de todos los pelambres, vale la pena intentar una breve antología del
sanjuanero, el ritmo musical que identifica al Huila ante Colombia y al que,
infortunadamente, muchas emisoras regionales junto con advenedizos
burócratas culturales, han relegado en su afán mercantilista de imponer
esperpentos como el vallenato llorón o el insoportable reguetón. Cualquier selección es arbitraria y subjetiva, pero en materia de sanjuaneros basta un leve repaso a la historia regional para afirmar sin equívocos que El sanjuanero de Anselmo Durán Plazas y Sofía Gaitán de Reyesno solo es el indiscutible rey de las fiestas a la hora de las recopilaciones sino que está fuera de concurso en cualquier lugar del universo cultural colombiano. No obstante, para comprender por qué este y otros sanjuaneros se quedaron pegados al alma del huilense cual relicarios, es imprescindible remontarse a las primeras décadas del siglo XX cuando aparecieron los primeros discos de acetato y las emisoras pioneras de la radio colombiana.
El triple estreno del Sanjuanero
No existe una época precisa
para decir cuándo nació el sanjuanero como ritmo o tonada, aunque sí se puede
señalar como uno de sus hitos de mayor trascendencia la aparición de El sanjuanero,la famosa pieza
creada por Anselmo Durán Plazas (1899-1940) y Sofía Gaitán Yanguas (1920-1994). Según narra Andrés Rosa
Summa en su magnífica monografía Esencia,
estilo y presencia del rajaleña (Caro y Cuervo, 1965), “El sanjuanero fue compuesto a principios
de 1936 y tocado por primera vez en un paseo que la Murga Femenina Huilense,
dirigida por Anselmo, hizo a la finca de Buenavista, de propiedad hoy de don
Alfonso Gutiérrez, entonces de Álvaro Reyes Elisechea”. Además de ese dato clave
para entender el origen de este himno fiestero, el padre Rosa aporta otra
información en la que es evidente la construcción de esta melodía no a cuatro sino
a muchas manos: “Formaba parte de la estudiantina como tañedora de tiple la
entonces señorita Sofía Gaitán Yanguas, hoy señora de Reyes. Esa niña, después
de tocar lo que hoy consideramos como el auténtico ‘aire del Huila’, propuso se
le acomodara a esa música una letra apropiada, la que ella misma elaboró no sin
la ayuda de las demás compañeras”. Sobre el
estreno público y oficial de El sanjuanero
―el segundo de una tanda de tres― tan solo se sabe que fue el 12 de junio de
1936, en vísperas de las fiestas patronales de Gigante, y que su interpretación
estuvo a cargo de la Banda Departamental del Huila. Se desconocen la hora y el sitio
en dónde se celebró el evento, aunque es de suponer que fue en el atrio de la
iglesia de San Antonio de Padua, al frente de la ceiba de la libertad, lugar en
donde habitualmente se ofrecían las populares retretas. Algunos testimonios de personas que vivieron esa época
señalan que la música del artista nombrado poco después como director de la Banda
de Músicos de Neiva ―cargo heredado de su padre, el legendario Milcíades Chato Durán― y las estrofas de la destacada
alumna de la Murga, se regaron como pólvora por todo el Huila poco después de los
primeros estrenos y se convirtió en referencia obligada para la creación de
otros sanjuaneros muy diferentes a los bambucos tradicionales y fiesteros y a las
tonadas rajaleñeras interpretadas por los tunantes.
Fotografía tomada del libro Esencia, estilo y presencia del rajaleña, del padre Andrés Rosa.
Los antiguos del Huila
decían que El sanjuanero, tocado por bandas musicales de pueblos,
también era interpretado en las veredas por pichinches, cucambas y tunas, los
verdaderos protagonistas de las fiestas populares. Los viejos también evocaban
las escenas de entusiasmados amigos que con varios aguardientes encima pedían
una y otra vez su ejecución para saltar al ruedo y ejecutar con una pareja,
igualmente alebrestada, los pasos del viejo bambuco transmitido por los
abuelos. Sus antecedentes como tema preferido de los músicos y su popularidad
entre los danzarines, permiten colegir que este canto precursor fue calando
poco a poco hasta despertar entre campesinos y músicos el deseo de hacer
composiciones distintas a rajaleñas y bambucos. Conocido ya en el ambiente festivo
regional, El sanjuanero tuvo un tercer
estreno en el Salón Amarillo del Capitolio Nacional en agosto de 1938 durante
los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, un
hecho que, sin duda, lo ayudó a catapultar nacionalmente. Al contrario de lo
sucedido en las presentaciones anteriores en las que solo intervinieron músicos,
en esta ocasión un pequeño grupo de artistas huilenses encabezado por Anselmo, decidió
mostrar ante la crema y nata de la circunspecta sociedad santafereña, un colorido
cuadro artístico que en menos de tres minutos resumió la música, el canto y el baile
de una región desconocida para gran parte de Colombia. El grupo musical estuvo
integrado por Alberto Rosero Concha, Jorge Durán Plazas, Gregorio el Mono García, Esteban Quintero y Marcos
Quintero. El baile del Sanjuanero ―obviamente
sin la coreografía establecida 25 años después por Inés García de Durán― estuvo
a cargo de dos mujeres ya que fue imposible conseguirle en Neiva un parejo
hombre a Lilia Durán Perdomo, una hija de Anselmo, a quien le tocó ejecutar pasos
del bambuco antiguo con Leonilde, una hija de la empleada doméstica del
compositor.
¿Familiar del joropo? Aunque se le ha querido emparentar con el joropo, lo cierto es que este clásico es rotundamente andino y nada tiene que ver, desde el punto de vista musical, con la tonada más importante de los llanos Orientales. Sin embargo, quienes no conocen a fondo por qué en las fiestas del bambuco se baila un sanjuanero que habla del joropo, tienen todo el derecho a estar despistados. Esta confusión se debe a tres factores tan curiosos como casuales. El primero, se originó en un afirmación atribuida al mismo Anselmo y reseñada por el Rossa Summa en su obra. Según el sacerdote salesiano, cuando el laureado maestro Emilio Murillo, autor de El trapiche, le preguntó hacia 1940 en Bogotá a Durán Plazas por qué a su obra le había puesto el subtítulo de 'joropo huilense', el músico le contestó: "Porque en Neiva los bailes populares se llaman joropos. Joropear es lo mismo que parrandear, en la periferia".
Rosa Summa, que analizó con celo de cirujano toda la obra tanto en el campo musical como en el antropológico, buscó otras respuestas a la inquietud del maestro Murilloen los documentos originales que reposan en Sayco. En concreto encontró que el equívoco estaba en el subtítulo de 'joropo huilense' escrito por Durán Plazas en la misma partitura y el registro de la obra hecho el 25 de julio de 1951 ante Sayco por doña Ernestina de Durán, la viuda de Anselmo, en la que aparece la denominación adicional 'aire de joropo'.
A lo anterior, agrega el investigador opita-italiano, se sumaron dos frases incluidas por Sofía Gaitán de Reyes, las cuales aparecen textualmente en la partitura registrada en Sayco: "En mi tierra todo es gloria cuando se canta el joropo" y "Vengan a bailar, que al son de este joropo, la vida hay que gozar".
El tercer equívoco sobre las supuestas raíces llaneras de El sanjuaneroes de carácter histórico y sí tiene que ver con el joropo en cuanto al contexto político de la época.
En efecto, hacia 1936, este aire llanero era tal vez el ritmo más popular en las pocas emisoras de radio existentes en Colombia así como en los tertuliaderos y fondas campesinas. En particular, debía su fervor a El voluntario, un joropo compuesto por el afamado músico bogotano Alejandro Wills, autor del Galerón llanero,con base en un texto muy patriótico del periodista José Alejandro Jiménez, ´Ximénez'. Este canto, que en una de sus estrofas dice "La patria me necesita y a ella acudiré primero", se convirtió en un himno igualmente famoso en escuelas, colegios y cuarteles y fue motivador de los jóvenes colombianos que voluntariamente deseaban enrolarse en la milicia para participar en la guerra con Perú (1932-1933). (En el siguiente enlace se puede escuchar la versión interpretada por Berenice Chávez).
Esa popularidad momentánea del ritmo y de la canción, según los documentos escritos y sonoros consultados por el autor de este blog, es la única relación de El sanjuanero con la música llanera, algo muy diferente a decir que la música de Durán y las estrofas escritas más adelante por Gaitán hayan tenido orígenes o influencias melódicas nacidas al otro lado de la cordillera Oriental.
Desde luego, es importante recalcar que el ritmo de sanjuanero probablemente nació en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX como fruto del matrimonio legítimo entre el bambuco y el rajaleña. De ambos tomó elementos que lo hacen fácilmente distinguible. Del primero, heredó la tonada bambuquera, de corte alegre y rápido haciéndolo muy parecido al bambuco fiestero, y del segundo, asumió el perfil carnavalero de sus letras a veces desparpajadas que narran aspectos de la vida cotidiana.
Por supuesto, brotó en los candentes
llanos del Viejo Tolima y deambuló, hasta llegar a la mayoría de edad, por
las grandes haciendas cafeteras y ganaderas en donde los patronos, durante días interminables, costeaban
la fiesta tanto a la peonada como a sus amigos ricos, a quienes invitaban a sus propiedades para conmemorar el
solsticio de verano y, conforme a la vieja tradición española, homenajear a san
Juan Bautista, san Pedro y la Virgen María. En síntesis, como dice Andrés Rosa, «Sanjuanero es el
nombre de un género de música vaciado en los moldes del rajaleña». Al
respecto, el reconocido folclorista huilense Ulises Charry sostiene de manera categórica: "En la práctica,
el sanjuanero es un bambuco muy alegre y rápido que en las grandes haciendas
como en los pueblos, los campesinos acostumbraban a tocar, cantar y bailar
durante los días de San Juan, San Pedro y San Pablo y que con el tiempo se
convirtió en ritmo".
La selección opita
Desde luego, para la elaboración de esta antología de un periodista metido en la investigación cultural pero sin la menor idea de lo que es componer música o construir un verso, es necesario tener en cuenta aspectos como el origen de los compositores seleccionados y/o la temática sanjuanera referida al Huila. En particular, nos referimos a las obras de grandes artistas huilenses afincados en el Tolima como Cantalicio Rojas y Rodrigo Silva Ramos y el prematuramente desaparecido José Faxir Sánchez, tolimense muy cercano a los opitas. Luego del obligado repaso histórico que permite observar todo este fenómeno cultural en su contexto, ya se puede plantear una auténtica Selección Huila de Sanjuaneros. La primera tanda de lujo la integra una parte de la abundante cosecha de Jorge Villamil Cordovez quien compuso 24 sanjuaneros, algunos de ellos auténticos clásicos de la música folclórica colombiana: El Barcino, La vaquería, Llanogrande, El Embajador, El huilense, Sampedreando, El balay, Llegó el San Pedro, El caballo colombiano, La mistelayTambores del Pacandé.
En
un segundo grupo, sin que necesariamente signifique una tabla de clasificación
o que una obra sea superior a las demás, cabe una buena cantidad de esos sanjuaneros
que, como dice el tolimense Pedro J. Ramos «hacen correr por las venas un tropel de mil
vaqueros». Entre ellas están verdaderas joyas labradas por compositores de
renombre: El contrabandistay Ojo al toro, del doblemente colombiano Cantalicio Rojas; Añoranza campesina y Fiestas
en mi pueblo (Rodrigo Silva Ramos); Camino a fiestas también conocida como Sampedreando(Luis Alberto Osorio); San Juan, San Juanito, (obra de José Ignacio Papi Tovar a la que Emeterio y Felipe llamaron Aires del Huila); Opita soy, de Álvaro Córdoba y Morrocoy, de Lizardo Díaz (el compadre
Felipe).
A
ellas se deben añadir estos clásicos insustituibles y emotivos que con solo oírlos invitan a armar corotos y partir de una para la tierra: Cuando retumban las tamboras (José Miller Trujillo); Viaje a Neiva (Luciano Díaz); Fiestas opitas yLa chismosa(Ramiro Chávarro); Matachín (Aurora de Navarro); Fiesta huilense (Héctor Bustos); Que viva el San Pedro (Jairo Rojas) La chiva (Juan
Carlos Ortiz); El bajacocos (Carlos Álvarez); La surumba, (Manuel Ortiz); El aipuno, (José Faxir
Sánchez); Retazos, (Jairo Beltrán) y Mi terruño (Antonio
Gómez).
Esta
lujosa lista necesariamente plantea la urgencia de elaborar un inventario muy serio para saber, en lo posible, cuántos son los sanjuaneros construidos por huilenses o relacionados con el Huila. También, a sabiendas del poco interés que pueden generar en los entes culturales aportes no politiqueros como este, debe mover a las organizaciones musicales no necesariamente gubernamentales, a impulsar el rescate de viejos sanjuaneros
que duermen el sueño de los injustos. De igual manera, puede servir para que los promotores de
la cultura respalden las creaciones de nuevas camadas de talentos que cultivan
este ritmo y a quienes no se les han brindado oportunidades discográficas,
radiofónicas o televisivas y mucho menos en los tablados populares en los que las estrellas son artistas de otras regiones o países.
Por fortuna, recientemente el estupendo Dueto La Gaitana llevó al cedé una buena cantidad de nuevos temas de excelente calidad, entre ellos el sanjuanero Rascando y rascando, de Duberney
Pineda, y Neiva la reina, en realidad un vals-sanjuanero compuesto por Eduardo
Pastrana.
Como cada vez son
mayores las amenazas extranjeras, no necesariamente culturales, se hace
indispensable una formidable tarea pedagógica en escuelas y colegios del Huila
para que niños y jóvenes —como lo viene haciendo con empeño admirable la
Fundación Baracoa, de Garzón— trabajen por la preservación de este delicioso
pariente del rajaleña, el paloparao y la caña. Mientras eso
ocurre, ojalá que no sea el día de san blando, Sigamos
cantando / sigamos
bailando / sigamos
cantando, ¡caramba! / que me
vuelvo loco...
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NOTA:
Algunas de las canciones citadas se pueden escuchar haciendo clic en el enlace subrayado o en los respectivos videos tomados de Youtube.
La noticia del deceso del ilustre profesor caucano
Jorge Rengifo Reina sí resultó cierta esta vez. Hace un par de meses el
síndrome de la chiva lo mató pero él siguió firme en su refugio de Campoalegre. No ha habido en Garzón un educador que haya dejado
tan larga, profunda y constructiva huella entre sus estudiantes y colegas.
Esta breve crónica la escribí hace 17 años para el
periódico El Pichinche cuando el
profesor había sido notificado de su jubilación y buscaba con afán que el Estado colombiano, después de varios meses de reconocerle el derecho, le pagara la primera mesada de su
pensión. Está tal como salió impresa y preferí dejarla así porque prefiero
guardar en la memoria el recuerdo vivo de mis muertos en lugar de imaginarlos
en la frialdad de una tumba. Homenaje.
El profesor Jorge Rengifo Reina, al centro, en la
ceremonia de graduación de bachilleres del Colegio
Nacional Simón Bolívar en 1978.
Todas las mañanas, cinco minutos antes de empezar su clase, ya estaba
parado al frente de la puerta esperando a sus alumnos e impecablemente vestido:
pantalón de paño inglés, camisa blanca con puños y cuellos arreglados con almidón de
yuca, mancornas de oro, corbata francesa de seda con pisacorbata dorado y su
escaso cabello lustrado con fijador ‘Lechuga’.
Bajo el brazo izquierdo, sin falta alguna, llevaba sus armas más
poderosas: la escuadra, la regla y el compás de madera. En la mano derecha
portaba un viejo pero cuidado maletín de cuero en el que siempre tenían sitio
la almohadilla rellena de tripas de tela vieja, una caja de tiza blanca y el
libro blanquiazul de Física que era el terror de quienes veíamos en la
matemática la fuente de todos nuestros males.
Su presencia era imponente, pero más lo eran el tono de su voz, su
porte marcial, las acotaciones a la disciplina alemana y el infaltable llamado
a lista por orden alfabético en el que siempre había regaño para el incumplido,
el desaseado, el indisciplinado o simplemente para el que no era de sus
afectos. Nadie en el Colegio Nacional Simón Bolívar, en Garzón —al sur de
Colombia— se perdía sus clases no por el temor que podía generar o por la
amenaza de una falla que hiciera perder la materia, sino por el espectáculo que eran sus disertaciones llenas
de humanismo, cultura universal e infinidad de apuntes históricos y en las que
brotaban, en cualquier momento, bromas promovidas por él y rifirrafes con
estudiantes que no pasaban de ser puestas en escena para enseñar divirtiendo.
Sin duda, la marca mayor de su particular estilo pedagógico eran las
expresiones acuñadas durante años para remarcar un hecho, simplificar una
enseñanza o contar el cuento sin muchos adornos. Todas sus frases que muchas veces parecían una sentencia, pasaron a ser parte de la vida y los dichos cotidianos de sus discípulos que hoy las recuerdan de memoria como si fueran la marca registrada de su legado. “Calce escuadra”, significaba
poner sin vacilaciones sobre el tablero aquel útil escolar. “Raya que manda”,
era la orden para trazar una línea recta, nítida y firme en el la pizarra. “No tiemble como
una gallina”, equivalía a dar la lección sin temores. Con “el que duda, no sabe” se refería a
los vacilantes. "El pájaro de acero" era el símil para hablar de los aviones, según él, el mayor invento del hombre. Y "No le ponga perendengues" era una advertencia para decir o hacer las cosas de manera sencilla y sin arabescos.
El amor nunca estuvo ausente en sus charlas.Sus referencias hacia las mujeres siempre fueron
galantes, algunas de ellas cargadas de fino humor payanés sin llegar nunca a la
chabacanería o el irrespeto.Para ellas, este impenitente solterón que casó ya bastante mayor,
siempre tenía a flor de labios un gracejo o una frase halagadora. No
importaba sí eran casadas o solteras, viudas o señoras respetables, voluptuosas
damas de dudosa actividad o florecientes niñasdel Cooperativo.
El profesor Rengifo, al centro, con camisa y corbata, en una
ceremonia cívica en Garzón. En la foto aparecen la alcaldesa
Lola Ramírez de Ramón, el concejal Hernán Valderrama
y los comunicadores Alonso Barreiro y Vicente Silva Vargas.
Se jactaba de su estirpe del Valle y el Cauca y hablaba con propiedad de los
Caicedo, los Holguín, los Lloreda, los Rengifo y los Valencia de quienes había
sido condiscípulo o profesor ya fuera en Popayán o en Cali.Era un amante desenfrenado de todo lo
colombiano y a sus alumnos les transmitía con sinceridad el afecto hacia su
patria, la música, el folclor, la historia y sus paisajes. Si bien Europa era
su sueño eterno —en particular Francia y Alemania— Colombia estaba por encima
de cualquier cosa, a pesar de su anarquía, la perezay lo que él llamaba "la falta de grandeza". Mención aparte merece el dominio perfecto del francés que tenía su mayor expresión en la entonada versión de La Marsellesa (vea la interpretación de Edith Piaff) y en el canto de Nathalie, al estilo Gilbert Becaud. (Ver versión original).
Muchos años después de haber enseñado a varias
generaciones de huilenses, compañeros y alumnos cuentan que Jorge Rengifo Reina, el
profesor de física, es una sombra en el Bolívar de sus amores. Sus compañeros
de entonces —Antonio Navarro, Luis Pérez, Fortunato Figueroa, Elías Luna, Diego
Parra y José Nahúm Martínez— lo han imaginado bajando por las escaleras antes
de las ocho de la mañana rumbo al salón de clases sin dejar nunca la corbata ni
su gomina y mucho menos, la escuadra, la regla, el compás y el abominable libro
de Física.
Pajarito, uno de los viejos porteros del colegio, contó que hace poco creyó verlo en el laboratorio, limpiando pipetas y tubos de ensayo. José Ramiro Chávarro, sobrio como siempre, dice haberlo visto junto a la palma de cuesco probando su experimento acción-reacción con un botellón repleto de agua. Teodoro García aseguró que lo vio de verdad y no en visiones, paseando su solitaria dignidad por algunas calles de Garzón. En diciembre, Jorge Triana, un taxista de la Plaza de Bolívar, lo observó bajar a toda prisa por la séptima, dando la vuelta por la calle Real hasta llegar a San Isidro. Y hasta las muchachas del Cooperativo —exalumnas suyas y hoy son abnegadas esposas— aseguran que hasta remilgado se volvió a la hora de echarles piropos.
Un colega suyo contó que tan pronto le notificaron la resolución que ordenaba su pensión de jubilación, su ímpetu creativo disminuyó y que apenas lo desvincularon del servicio en el colegio, sintió como si le hubieran dicho: "Viejo, usted ya no sirve más”. “Desde que lo pensionaron no volvió a ser el mismo", relató Marina, una exitosa bacterióloga de Tarqui para quien Rengifo Reina es el modelo ideal de maestro y persona que el paso de los años y los nuevos vientos educativos ha borrado de los claustros colombianos. .
Ahora, cuando los muchachos dicen que los colegios son más 'bacanos' por permitir el libre desarrollo de la personalidad de compañeros y profesores y porque las buenas maneras y el conocimiento son una 'mamera', añoramos más que nunca los tiempos de cientos de Rengifos olvidados que deambulan en Colombia con una misérrima mesada en la mano y su caudal de conocimientos arrumados en un viejo maletín de cuero.
Semblanza del maestro José Alejandro Morales
López al conmemorarse este 19 de marzo de 2013 el centenario de su natalicio.
Era
amigo de sus amigos, santandereano como la pepitoria, colombiano hasta la
médula, acérrimo defensor del folclor, bohemio de verdad, enamorado con mil
heridas en el corazón, compositor excepcional, amante declarado del tiple, poeta
de la música. Su nombre: José Alejandro Morales López o, como se le conoce
popularmente, José A. Morales, uno de los baluartes la música popular
colombiana.
Morales, nació el 19
de marzo de 1913 en Socorro, Santander, donde en medio de muchas dificultades
cursó la primaria mientras su madre se ganaba la vida planchando ropa ajena. A
puro oído —porque
nunca fue a la academia ni aprendió a escribir partituras— aprendió
los secretos del tiple y entre músicos y bohemios entendió el arte de ponerle
música a la poesía. Una vez superada su vida de serenatas, romances frustrados y
desprecios sociales, en los años 40 dio el salto a Bogotá en donde sus
refinadas maneras, su calidad humana y un talento artístico natural, le
permitieron codearse con lo más selecto del arte, la política, la alta sociedad
y el mundo empresarial.
En la capital tuvo parte de la inspiración de ese clásico de todos los
tiempos llamado Pueblito viejo,
justamente cuando la añoranza de la tierra socorrana abrumaba su corazón. También
en Bogotá, sin posar de avanzada, compuso una de las primeras
canciones del género protesta compuesta en Colombia: Ayer me echaron del pueblo. Quienes lo conocieron de cerca, como su
entrañable amigo Jaime Llano González, afirman que José era tan profundamente
nacionalista que su amor por Colombia era casi enfermizo. Esto explica por qué compuso
temas tan terrígenas como El corazón dela caña, Campesina santandereana(escúchela aquí cantada por José A.), Bambuquito de mi tierra, Tiplecito bambuquero, Un tiple y un corazón
y Ya se acabaron los machos.
Probablemente la faceta más interesante de la personalidad del maestro era su concepto y
realidad sobre la amistad, esa palabra tan trillada en estos tiempos de
zancadillas y deslealtades. Morales no tenía muchos amigos, pero los pocos que
lo conocían dicen que era de una sola pieza: se era amigo o no. Fruto de esa
sinceridad, compuso Amistad, un bello
vals poco conocido que valdría la pena recordar al menos en los días de las
mercantilistas celebraciones de amores y amistades. A sus amigos —hombres y mujeres de diferentes condiciones y edades— les compuso valses, bambucos, pasillos y hasta tangos.
Aquí varias muestras: Titiribí, Jaime
Llano, Natuchas, Campitos, Carlosé, María Antonia, Doña Rosario(aquí en la voz de José A., con la guitarra de Gentil Montaña), María Helena, Luz
Alba, Marta y muchas otras olvidadas o casi inéditas.
Otra aspecto fascinante del ‘hijuepuerquita’, como él mismo se llamaba, era su obsesión por la vejez, la
soledad y el desamor. De sus nostalgias nacieron clásicos que millones de
colombianos de todas las generaciones hemos cantado: Yo también tuve veinte años, Viejo querido, Camino viejo, Recordar es
sufrir, Viejo tiplecito, Recuerdos viejos, Pescador, lucero y río, Dende que
murió mi negra, Aunque lo niegues, Cenizas al viento, Soberbia, El cántaro, Mi carta y muchas
más que lo pintan de cuerpo entero.
Era fanático del tiple, instrumento que ejecutaba impecablemente y defendía con fervor por considerarlo una insignia nacional para conservar y
difundir en escuelas y colegios. De hecho, como ya se anotó, varias de sus
canciones fueron en homenaje a su tiple, al que llamaba el Faraón y junto al cual se hizo tomar hermosas fotografías que
Josefina —su única hija— guarda en un viejo álbum familiar junto con las letras
originales de sus principales creaciones.
Santander fue objeto de varias creaciones que forman parte delpatrimonio de ese admirable pueblo. Aparte de
Pueblito viejo, basta recordar temas como Campesina santandereana, Señora Bucaramanga, Bucarelia, Socorrito y Un rinconcito amable,
pasillo que no es otra cosa que su testamento. Ese rinconcitoes un bello monumento que existe en Socorro y en
donde reposan los restos de este gigante de la música nacional. A ese lugar —todos los años— sus amigos y admiradores concurren
en una especie de ritual para exaltar la amistad de ese viejo querido y que
hoy, al conmemorar el centenario de su natalicio, podemos cantar con el corazón
henchido:
A propósito del controvertido fallo del Tribunal de Justicia de La
Haya y el ancestral desdén continental hacia el archipiélago de San Andrés y Providencia, vale la pena rememorar con música el doloroso episodio en el que seis colombianos
fueron asesinados por los tripulantes de un submarino alemán.
Video que recrea la canción Alban flies to Colon, publicado en el disco
Música tradicional y popular de la isla de Providencia.
Se
trata de un fox-trot llamado Alban flies
to Colon compuesto tal vez en los años sesenta por Sigby Robinson, un nativo de la isla de Providencia que decidió registrar
la más importante de las cuatro evidencias de la ‘participación’ de Colombia en
la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Según documentos oficiales de la época,
registros de prensa y posteriores investigaciones periodísticas, la goleta
colombiana Resolute fue atacada, sin que mediara ninguna circunstancia militar
o política, por un poderoso submarino de guerra alemán identificado como U-172.
El
barco colombiano de apenas 52 toneladas, era impulsado por un motor diesel que
se dañaba con frecuencia por lo que era necesario utilizar casi en todos los
viajes las dos velas. Aunque figuraba a nombre del raizal James Rankin, otros registros de la época indican que Simón Baena Calvo, un agente aduanero de
Cartagena, era su auténtico dueño.
La Resolute, la goleta bombardeada y hundida en 1942
por un submarino nazi en aguas del Caribe colombiano.
Las
dificultades para la embarcación construida varios años atrás en Islas Caimán, empezaron
en los primeros días de junio de 1942 cuando los fuertes vientos obligaron al
capitán Joseph Alban McLean a pernoctar en Panamá y aplazar su viaje a
Providencia con cinco pasajeros y mercaderías compradas en Cartagena. Superado
el mal tiempo, el 14 de junio los tripulantes de la Resolute superaron otro
escollo al rescatar a cinco oficiales y 23 marinos británicos que estaban a la
deriva al ser bombardeados y hundidos sus barcos de guerra por submarinos
alemanes que por esos días empezaron un ataque sistemático a costas de Estados
Unidos y Canadá y embarcaciones de diferentes banderas que transitaban por el
Caribe.
Además de rescatarlos y prestarles los primeros auxilios, aquel día, en
otro gesto humanitario, el capitán McLean cambiar el rumbo de la Resolute y en
lugar de tomar la ruta prevista hacia Providencia decidió llevar a los
militares sobrevivientes al puerto de Colón, Panamá. Al día siguiente, los
colombianos se encontraron en altamar con un convoy de barcos militares de
Estados Unidos que enterados del rescate, recibieron a sus aliados para
llevarlos hasta el istmo y devolverlos a las autoridades de su país.
Once de los doce ocupantes de la embarcación
atacada eran oriundos de Providencia.
(Foto de María Alejandra Silva).
Submarino contra velero
Al
retomar su viaje hacia Providencia, McLean, sus seis marineros y los cinco
pasajeros le vieron la cara a la muerte al toparse de frente con el imponente U-boat, una de las mil 164 unidades
sumergibles fabricadas por los nazis con la más alta tecnología de la época
para desequilibrar la guerra en el mar, un frente poco explotado por los
alemanes hasta entonces.
Aquella mañana del martes 23 de junio de 1942 la nave
de acero, comandada por Karl Emmermann, uno de los tenientes de navío más
prestigiosos del Tercer Reich, emergió súbitamente de las profundidades del
Caribe ―exactamente en la posición 13.15 Norte, 80.30 Oeste― para atacar con
cañonazos y ráfagas de ametralladora a la frágil embarcación de madera ocupada
por doce civiles indefensos que nada tenían que ver con el gobierno del
presidente Eduardo Santos ―tío abuelo del actual jefe de Estado, Juan Manuel
Santos― cuyo gobierno había roto relaciones con Alemania e Italia, pero no
había adoptado una posición beligerante contra los países integrantes del Eje.
El
U-172 era un submarino de largo alcance tipo IXC, de los más avanzados de la
flota diseñada por el granalmirante Karl Döenitz, el último führer alemán designado
por Adolfo Hitler poco antes de morir. Estaba equipado con 22 torpedos, un
cañón de 10.5 centímetros, seis ametralladoras y cuatro lanzagranadas y podía
llevar 50 hombres armados. Los cinco mil caballos de fuerza de los dos motores transportaban
cerca de 208 toneladas de combustible y podían mover sus 76.8 metros de largo y
los 6.8 de manga a una velocidad 18.2 nudos sobre el agua y 7.3 estando
sumergido.
Como si fuera poco, esta máquina de terror que además de Emmermann
tenía como altos oficiales a Heinz Günter Shultz, Hermann Hoffmann y Lothar
Dick, estaba diseñada para sumergirse con rapidez en profundidades superiores a los 200 metros, podía ubicar objetivos enemigos con facilidad y evadir su ubicación por parte
de los ejércitos aliados.
Cubierta del submarino nazi U-172 que atacó a la goleta
colombiana. Seis personas murieron y seis más sobrevivieron.
Su
prontuario como arma de guerra durante tres años de actividades por los mares
de Europa, África y América lo dice todo: 26 embarcaciones civiles y
militares hundidas, lo que equivale a más de 150 mil toneladas destruidas, y cientos de personas muertas. Gracias
a la reciente desclasificación de archivos de guerra de Estados Unidos y Alemania, se ha
conocido que entre sus víctimas hubo once barcos estadounidenses, diez británicos,
dos noruegos, un panameño, un belga, un griego y la muy modesta goleta colombiana
que como armas sólo tenían los cuchillos y tenedores de los cocineros.
Según
testimonios de dos sobrevivientes, Miguel Santana ―un santandereano que se
desempeñaba como personero de Providencia― y el tripulante James Newball ―único
viajero ileso y uno de los protagonistas de la canción― los alemanes le dieron
varias vueltas a la motonave sin dar explicaciones de ninguna clase. Esa
circunstancia impulsó al capitán McLean a izar la bandera colombiana, gesto
que, al parecer, confundió a los alemanes que a metrallazos destrozaron uno de
los dos mástiles, derribaron el pabellón y mataron al marinero Colbrook
Archbold.
Con este cañón del submarino alemán fueron atacados los
Una nueva tanda de ráfagas dejó sin vida al cocinero Ignacio Baker
y su ayudante Cliford Grant, le destrozó un dedo al personero e hirió
en la cara a Doris, una joven a la que todos en le barco le decían la señorita
Fox. Los alemanes ignoraron los pedidos de clemencia de los navegantes y riendo
sin parar, acribillaron por la espalda a los esposos Tomás y Lucy Steel y a Albert,
su bebé de un año, que en el intento desesperado por salvar sus vidas se colgaron
de una de las barandas del barco.
Tres
cañonazos que partieron el modesto barco por la mitad hundiéndolo en cuestión
de minutos y la aparición en el cielo de un ruidoso hidroavión militar de
Estados Unidos ―una poderosa nave de reconocimiento del tipo Martin PBM
Mariner―marcaron el final de la incursión alemana en
territorio colombiano. Como pudieron, los seis sobrevivientes nadaron hasta un
endeble bote salvavidas, también ametrallado, que los llevó a la deriva durante
más de dos días en los que aguantaron hambre y sed, soportaron el frío de la
noche y sin otra protección que su ropa convertida en harapos, padecieron altas
temperaturas.
Parte de la cubierta del U-172 en la que se observa
El
jueves 26 de junio, ya entrada la tarde, los seis supervivientes ―el personero
Santana, la señorita Fox, el capitán McLean, el contramaestre Garmen García y
los tripulantes Manoa Hawkins y James Newball― llegaron a SanAndrés como si hubieran salido del infierno para
relatar su increíble aventura, contarles a las familias de los seis muertos la
verdad de su terrible drama y denunciar la agresión ante las autoridades locales
que de inmediato reportaron el caso al Palacio de San Carlos.
Al conocerse la
noticia en Bogotá, el Gobierno del presidente Eduardo Santos expresó
públicamente su tristeza e indignación lo que impulsó la protesta espontánea de
miles de personas que a salieron a las calles de las principales ciudades a
pedir la declaratoria de guerra al régimen de Adolfo Hitler, pese a que
Colombia ya había roto relaciones diplomáticas con Alemania, Italia y Japón. (Ver artículo del capitán Mario Rubiano-Groot Roman en www.cyber-corredera.de/correderas/86.htm).
Más goletas hundidas
Un
mes después, el 22 de julio de 1942, el turno le tocó al velero Urious,
renombrado como Roamar para identificar las primeras letras de los apellidos
Rodríguez, Arango y Martínez, sus tres dueños. Esta embarcación, más grande que
la Resolute, fue obligada por la Armada a viajar entre Cartagena y San Andrés
para llevar gran cantidad de víveres para los nativos que estaban aguantando
hambre por la falta de alimentos debido a la guerra que se vivía en el Caribe y
a donde ningún marino se atrevía a viajar por temor a los ataques de los nazis.
Comandada por el capitán de corbeta Samuel May Corpus ―declarado héroe nacional
por aceptar el reto de atravesar el corazón caribeño en plena confrontación― la
nave también fue atacada sin justificación con 22 disparos de cañón de 10.5
centímetros por el submarino alemán U-505. Trece personas, entre ellas el
capitán y su pequeño hijo Harlie, murieron en las profundidades del mar.
Un Martin PBM Mariner de los Estados Unidos ahuyentó
al submarino nazi pero su tripulación no hizo nada para
socorrer a las víctimas que permanecieron 52 horas a la deriva.
Pese
a los 19 muertos en el Caribe y las pérdidas económicas, el Gobierno demoró 16
meses en declarar el estado de beligerancia y para hacerlo fue necesario que otro
submarino alemán ―el U-516― hundiera con 30 cañonazo a la goleta Rubby y matara
a cuatro marineros, entre ellos el contramaestre Garmen García, uno de los
sobrevivientes del salvaje ataque a la Resolute. Este atentado del 17 de
noviembre de 1943 hizo que una semana después, el sábado 27, el Gobierno de Alfonso López Pumarejo declarara el estado de beligerancia con los germanos, restringiera
las actividades particulares y comerciales de los alemanes residentes en el
país y decretara el embargo de empresas tan importantes como la cervecería Bavaria, la aerolínea Scadta, la fábrica de tejidos Handel,
la fabricante de envases Fenicia, el Banco Alemán-Antioqueño, la trilladora
Tolima, entre otras.
Emmermann condecorado
La
suerte de Emmermann y del U-172 fue muy distinta. Cinco meses después
de la masacre del Resolute, el oficial que hundió varios barcos en los que
murieron decenas de inocentes fue declarado héroe de guerra por Adolfo Hitler
quien ordenó condecorarlo con la Cruz de Hierro y la Cruz de Caballero con
hojas de roble. Meses más tarde comandó otro submarino, más poderoso que el
U-172, y en los días finales de la guerra fue ascendido a comandante de una
flota de nuevos sumergibles que desapareció con la rendición alemana.
El teniente fue
declarado prisionero de guerra por las tropas británicas en 1945 cuando defendía el
puerto de Hamburgo y luego fue juzgado por el Tribunal de Núremberg el cual
determinó que «había sido un comandante hábil y humano, habiendo
tratado de luchar de una forma limpia». (Ver: www.24flotilla.com). Después de salir de
su breve cautiverio, el 2 de septiembre de 1945, regresó a Alemania
donde se graduó de ingeniero, se dedicó a los negocios y escribió libros. En
uno de ellos, sin
entrar en mayores detalles, sostuvo que el hundimiento de la goleta se debió a que
sus hombre no entendieron los movimiento de los tripulantes colombianos a los
que en su bitácora menciona despectivamente como ‘no blancos’.
Karl Emmermann, comandante del submarino U-172, a quien Hitler condecoró por sus hazañas en los mares del mundo, entre ellas, la masacre del Resolute. (Foto de www.wehrmacht-awards.com).
Aunque
es probable que los alemanes no supieran en ese momento que la pequeña
embarcación era colombiana porque en el mismo diario de abordo se afirma que la
bandera ‘posiblemente’ era de Ecuador o Venezuela, la confusión por los
movimientos y la ignorancia respecto de los pabellones no pueden esgrimirse
como excusa para masacrar a gente que a todas luces era indefensa.
El
submarino, que para los alemanes era su estrella más rutilante de los mares y para
los aliados una bestia temible que debía destruirse a toda costa, terminó sus
días derrotado y hundido en inmediaciones de las islas Azores, en España, luego
de un múltiple ataque de destructores y aviones de Estados Unidos. El portal www.u-historia.com dice que el 13 de
diciembre de 1943 «Cuando los otros destructores abrieron fuego y el U-172
empezó a incendiarse, la tripulación del U-boat
decidió abandonarlo. El U-172 explotó mientras se estaba hundiendo. El
comandante y 45 tripulantes fueron rescatados. Murieron 14 tripulantes».
Integrantes de Coral Group, los músicos de
Providencia que en su dialecto y con sus
instrumentos típicos narran la vida cotidiana.
(Tomado de la carátula de uno de sus discos).
La difusión de Alban flied to Colon
El
descubrimiento de la pegajosa melodía isleña que nos ha remitido a este
interesante y poco difundido episodio de la historia colombiana, se debe al
trabajo del investigador musical y catedrático Egberto Bermúdez y la Fundación de Música que en 1996
publicaron el álbum Música tradicional y
popular de la isla de Providencia, interpretado en su totalidad por el
conjunto típico Coral Group.
En esta
producción, además de los contenidos en creole, el dialecto de la Vieja
Providencia y San Andrés, se destacan exóticos instrumentos de percusión como el
tinajo (tub bass) ―un elemento de
percusión diseñado con una tina de zinc y una cuerda tensionada por una varilla
que al ser pulsada produce un sonido que se asemeja al bajo― y la quijada de
burro o caballo que los nativos llaman jawbone,
aunque es de anotar que este tipo de órgano es común el otras regiones de
Colombia como Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima y Huila donde
genéricamente se le llama carraca.
Estos instrumentos tan particulares,
unidos a viejos conocidos como el violín, la mandolina, la guitarra y las
maracas, permiten el disfrute de ritmos y danzas casi desconocidos en el
interior de Colombia. Todas estas expresiones son una demostración de la riqueza
cultural de una región ignorada y marginada de la que los colombianos nos
acordamos cada vez que hay un incidente internacional. Ver y escuchar típicos calypsos
y mentos llegados de otras islas caribeñas, valses austriacos con sabor Caribe,
polkas bohemias y mazurcas polacas ejecutadas por afrodescendientes, quadrilles,
chotís y galop heredados de mezclas europeas pero con olor a mar y cadenciosos
fox-trots gringos interpretados por nativos, reconfortan el espíritu e invitan
a tener una mirada sincera hacia los isleños. Eso es lo que proponen con
exquisita sencillez los músicos de Providencia en el cedé del profesor
Bermúdez.
El maravilloso mar de la isla de Providencia. (Foto de María Alejandra Silva).
¿Y
qué dice el fox-trot provindenciano en su creole? Pues nada relacionado con Hitler,
Emmermann, Alemania, los aliados o la guerra. Simplemente relata que James
Newball, uno de los tripulantes, se salvó de ser blanco de las balas nazis por
su pequeña contextura física. Menciona que algunos sobrevivientes fumaron
cigarrillos Camel en una balsa y que el capitán Joseph Alban McLean ―a quien se
menciona solo por Alban― también salvó el pellejo al volar hacia Colón en el
ruidoso hidroplano gringo que apareció por casualidad cuando terminaba el
asesinato colectivo y que,entre otras
cosas, no hizo nada distinto a pasar por allí sin atacar a los alemanes ni
prestarles ayuda humanitaria a los sobrevivientes.
Sobre
la función de la música para contar y cantar realidades, es importante tener en
cuenta el concepto expresado por el antropólogo e investigador Carlos Guillermo
Páramo en una entrevista con el autor de este blog. Según él, «el hecho de que una
obra carezca de letra o no hable explícitamente de determinados asuntos, no le
resta valor contextual porque lo importante no está en lo que pueda decir la lírica
sino en el sentido que a determinado momento o hecho quiso darle el autor al
ponerle un nombre a una obra musical.» Lo importante, entonces, no es la
narración expresa y detallada, sino el sentido de lo que se quiere contar.
A
continuación la traducción, muy literal, de este magnífico canto.
Alban flies to
Colon
(Fox-trot – Sigby Robinson,)
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Puedes oír esa máquina
rodar en el aire,
puedes oír esa máquina
rodar en el aire.
Puedes oír esa máquina
rodar en el aire,
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Jamesy era tan pequeño,
se escondió detrás del mástil,
Jamesy era tan pequeño,
ninguna bala le alcanzó.
Jamesy era tan pequeño,
se escondió detrás del mástil,
Jamesy era tan pequeño,
ninguna bala le alcanzó.
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano
Alban voló a Colón
en un hidroavión americano.
Coral Group preparando una presentación
en un patio de Providencia.
Los artistas
Coral
Group está integrado por artistas nativos sin ínfulas de estrellas que mezclan
su arte con modestos trabajos propios de la vida cotidiana de Providencia. Su
director y autor de la canción, Willberson Archibold Robinson, es pescador, voz
líder y maestro del violín y la mandolina. George Richard Hayman Archibold,
también pescador, toca las maracas, es la otra voz líder y enseña danzas
locales a los niños. La guitarra líder la pulsa Galborn Vinborn Williams, músico
de profesión que desde el nacimiento del conjunto acompaña al director, Mr.
Willy B. La guitarra armónica es tocada por un carpintero, Orlando McLean,
también nativo de Providencia. La percusión es obra de un cachaco, un panadero
y otro artista local. Se trata de Senén Rivera Rojano, que se quedó a vivir en
las islas tocando la popular quijada de caballo, Ambrosio García, especialista
en darle sabor al tináfono y Arnaldo Robinson Bryan, un virtuoso del cencerro.
Esta contraportada del disco Música tradicional y popular de la
isla de Providencia muestra la variedad de ritmos del lugar.
El
valor histórico, político y cultural de Alban
flied to Colon y de sus originales artistas vigentes en las islas pero
ignorados por los grandes medios de comunicación y los empresarios que
promueven con desespero a figuras de folletín, radica en la revelación muy
alegre de un hecho trascendental en la vida de los raizales desde mediados del
siglo XX pero prácticamente inédito para muchos colombianos del continente para
quienes ―equivocadamente― las islas no tienen historia ilustre como la de los
andinos porque están condenadas a ser un simple paraíso de mar, rumba y
comercio.
El mar de Providencia también tiene siete colores.
(Foto de María Alejandra Silva).
Si hay algo de lo que pueden
sentir orgullo los isleños, aparte del valioso protagonismo como vigías de un
mar cercenado a finales de 2012 por una discutible decisión judicial, es haber puesto
una alta cuota de sangre ―por lo menos 23 personas asesinadas, sin contar las
probables víctimas de otra goleta llamada Los tres amigos― en la más grande
conflagración padecida por la humanidad.