La reivindicación del Mártir de Armero Por Vicente Silva Vargas
Pedro María Ramírez Ramos recién ordenado como
subdiácono en el seminario de Garzón (Foto familia Ramírez).
El nuevo beato colombiano Pedro María Ramírez Ramos, además de recio defensor de la fe, devoto irreductible del Santísimo y la Virgen María, era un hombre elemental que tocaba cuatro instrumentos, componía canciones y cantaba maravillosamente. Al contrario de lo que muchos pueden creer, el Mártir de Armero hacía todo lo posible para que su apostolado no pareciera nada extraordinario a lo que debía hacer un cura de pueblo: estar cerca de los fieles. Por eso, desde su primeros años en los seminarios de la Mesa de Elías y Garzón ―en Huila― se preocupó por aprender a tocar tiple, guitarra, armonio y piano. También, dicen los testimonios recogidos por este cronista, cantaba tan maravillosamente que unas veces adoptaba el papel de un gran tenor operático y en otras, asumía el rol de una mezzosoprano. «¡Todos quedaban admirados de su formidable voz!», comenta Luis Eduardo Nieto Lucena, un veterano sacerdote que le sirvió de acólito en Armero cuando apenas tenía ocho años.
Como si fuera poco, componía canciones colombianas, especialmente, bambucos y pasillos, uno de ellos llamado Blanquita, una dedicatoria a una muchacha bogotana a la que parece le arrastró el ala en los años en los que hizo una pausa en el seminario e intentó vivir «en el mundo», es decir, fuera del sacerdocio, por allá entre 1920 y 1928. También se sabe que en Fresno, ya siendo sacerdote, un día después de la misa dominical tomó el armonio e improvisó una pieza musical con base en La paloma torcaz, el poema de su paisano José Eustasio Rivera.
El cura intentó ser tan normal que cuando era profesor de escuela en Alpujarra, Tolima, se enamoró de una joven llamada Lastenia Barreto López, sobrina del influyente obispo de Garzón, José Ignacio López Umaña, pero el noviazgo terminó muy pronto porque el profesor Ramírez Ramos convenció a su enamorada de romper la promesa matrimonial para que ella se convirtiera en monja y él regresara al seminario. Así ocurrió porque Lastenia ingresó al convento de las hermanas vicentinas en Cali y él, a los 29 años ―una edad inusual para aspirar a ser cura― regresó al seminario, pero no al de Garzón sino al de Ibagué.
Tan normal era este religioso, nacido en rica familia conservadora de La Plata, al occidente del Huila, que muchas veces, cuando era maestro, organizaba equipos de fútbol a los cuales les pedía dejarse ganar de los rivales para que estos no se sintieran humillados por la derrota. Sin duda, un gesto de magnanimidad, envidiable desde el punto de vista del juego limpio, pero imperdonable si se estuviera en una alta competición como las del siglo XXI.
Otro rasgo simpático de su vida era la manera como permitía que sus amigos y familiares lo llamaran. En términos legales él era Pedro María, aunque sus compañeros del seminario preferían llamarlo ‘Píter’, ‘Don Píter’, ‘Padre Píter’, ‘Pítermaría’ o ‘Pedromaría’. Se acostumbró tanto a esos apelativos que muchas veces, en algunas de las pocas cartas conocidas, firmaba con cualquiera de esas denominaciones, incluso, como párroco había gente que lo llamaba el Padre Píter.
Las malas pulgas del beato Sus familiares y biógrafos aseguran que su mal humor nació luego de que un ternero le propinara una patada en la cara deformándole parte del ojo izquierdo. Ya en el seminario, en las escuelas y en su vida sacerdotal, ese accidente que sufrió en Zapatero ―la hacienda ganadera de su familia en La Plata― le ocasionaba terribles dolores de cabeza que no le permitían concentrarse en las lecturas o en el análisis de sesudos documentos teológicos. Solo una caseras cataplasmas de matarratón le calmaban el dolor y le regresaban la tranquilidad.
Por culpa de sus dolores de cabeza, el padre se enfurecía y regañaba acólitos y vaciaba a fieles que no eran muy apegados a las tradiciones de la Iglesia. Su blanco favorito eran las mujeres que vestían prendas atrevidas para la época, por ejemplo, blusas con manga sisa, escotes levemente insinuantes, faldas talladas en la cintura o un milímetro arriba de la rodilla. Son múltiples los testimonios que recuerdan cómo el padre Pedro se bajaba del púlpito o del presbiterio a pegarles un pellizco en el hombro a las infractoras para luego pedirles que regresaran a sus casas a «vestirse decentemente». Sin embargo, el sacerdote se arrepentía de sus actitudes y luego de que la rabia desaparecía, buscaba a las personas ofendidas y con absoluta humildad, muchas veces con la voz entrecortada, se excusaba y les pedía sincero perdón. Al evocar algunos momentos tensionantes con las mujeres a las que regañaba, su sobrino Álvaro Ramírez Vargas anota con mucho humor: «¡Qué tal que el padre Pedro viviera en estos tiempos y hubiera visto la minifaldas y las tangas brasileras? ¡Le hubiera dado un síncope!».
Precisamente por esos momentos de irascibilidad el beato le pidió siempre a Dios que lo hiciera mártir de la Iglesia. Fue una obsesión permanente: «Quiero morir por la fe», «Deseo que el Sagrado Corazón me haga mártir», «Mi carácter es mi cruz», fueron algunas de sus públicas expresiones de sincero arrepentimiento. Y quería ser mártir para expiar el terrible defecto del mal genio que para él era un pecado porque demostraba que no era humilde ni dócil ni tenía templanza para manejar los momentos de dificultades. Fue tan evidente su vocación de mártir que a pocas horas de ser macheteado y rematado con un varillazo en la nuca, escribió con letra firme y clara: «quiero derramar mi sangre por el pueblo de Armero».
Rumbo a la plaza del pueblo, el 10 de abril de 1948, apresado como un criminal, fue llevado a la turbamulta en medio de planazos de peinilla y garrotazos. Primero, un corte en la cabeza, luego otro machetazo que lo derribó y lo obligó a exclamar: «Padre, perdónalos! ¡Todo por Cristo!» El tercer peinillazo lo volvió a tumbar y por último, una varilla de hierro le hizo volver la cabeza hacia atrás. Nadie hizo nada por él, ninguna persona le dio la mano, no hubo un alma caritativa que le cerrara los ojos y le ayudar al buen morir. ¡Cayó miserablemente humillado!
Retrato al óleo del Mártir de Armero en el museo
de La Plata (Foto Instituto Pedro María Ramírez).
En la plaza se desangró, las mujeres de vida alegre se regocijaron con su tragedia y ya muerto le recordaron sus pellizcos en los hombros. Después de varias horas fue lanzado a una desvencijada camioneta y botado como un fardo en la puerta del cementerio. Solo un par de prostitutas ―a las que él tanto había atacado invitándolas a dejar la vida disipada― se apiadaron de su miseria humana y abrieron un boquete en cualquier parte del cementerio. No tuvo ataúd, no hubo responsos, nadie lo lloró, tan solo la naturaleza se acordó de él y esa noche en Armero llovió como nunca había llovido en los últimos cincuenta años. Uno de los amigos del padre, muchas décadas después trajo a colación una vieja leyenda del Tolima Grande según la cual cuando muere un gran hombre la Providencia llora y derrama sus lágrimas en forma de aguaceros tempestuosos.
Ejemplo de perdón Los permanentes gestos de perdón por haber ofendido a sus semejantes pero también de perdonar a quienes le hicieron daño ―como aquellos que lo amenazaron con un revólver, la gritaron «godo hijueputa» y más tarde lo apresaron y condenaron a muerte― fueron elementos claves para que la Congregación para las Causas de los Santos después de una tortuoso proceso jurídico, histórico y teológico de 29 años impulsado con denuedo por monseñor Libardo Ramírez Gómez, aprobara su beatificación. Para los expertos del Vaticano, de las más diversas nacionalidades, su martirio no fue por causas políticas, ni por perseguir a liberales ni por regañar a las mal vestidas, sino por odio a la fe y a la Iglesia.
En palabras de monseñor Octavio Ruiz, uno de los obispos más cercanos al sumo pontífice, su muerte fue por cumplir estrictamente los deberes y obligaciones como ministro de la Iglesia y por ofrendar su vida a Dios. Tales actitudes de perdón fueron interpretadas por los teólogos e historiadores del Vaticano como un auténtico ejemplo para todos los colombianos en el contexto del posacuerdo entre el Gobierno y las guerrillas. Eso explica por qué la ceremonia de beatificación, que usualmente no presiden los papas, se celebrará durante el gran acto de reconciliación en Villavicencio el próximo 8 de septiembre.
Con esta decisión, el papa Francisco reivindica a Pedro María con la historia porque durante casi 60 años al cura se le atribuyeron graves hechos que no fueron probados simplemente porque nunca ocurrieron. De él se dijo que escondía armas en el templo para utilizarlas contra los liberales. También lo acusaron de encaramarse en la cúpula de San Lorenzo para lanzar bombas contra el pueblo exaltado por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y le endilgaron el papel de alcahuete que dizque por esconder en la casa cural a los ‘godos’ del pueblo. Finalmente, y esa es la más absurda y descabellada de todas las acusaciones, 37 años después de haber sido sacrificado se le achacó la leyenda urbana de que a las puertas de la muerte había maldecido a Armero y profetizado su desaparición al decir que de ese ese pueblo no quedaría piedra sobre piedra.
Retrato del antiguo seminario La Inmaculada, de Garzón,
en donde empezó sus estudios el Mártir en 1915.
(Cuadro de Piti Silva Silva).
Ninguno solo de esos señalamientos, a la luz de los documentos de la época y de los testimonios recientes recogidos y corroborados por el autor de esta crónica, es cierto. Los detalles de estas abominables calumnias y muchos otros aspectos de la fascinante vida de Pedro María Ramírez Ramos los compartirá el autor en un libro que saldrá a la venta en las próximas semanas y que será publicado por Cuéllar Editores.
Una de las pocas fotografías conocidas del Mártir de Armero,
el venerable Pedro María Ramírez Ramos.
El obispo de Garzón, Fabio Duque Jaramillo, fue notificado por la Santa Sede en mayo del año pasado, pero hasta tanto no se proclame oficialmente, Pedro María Ramírez Ramos será llamado 'venerable'. Por esa razón, durante algún tiempo, no se le podrán rendir culto a su imagen ni en su honor se consagrarán capillas e iglesias.
El proceso de beatificación del sacerdote, señalado injustamente de maltratar a los liberales en tiempos de la Violencia y maldecir a Armero poco antes de morir, duró más de 25 años. El papa Francisco podría celebrar la beatificación del venerable Pedro María durante su visita a Colombia en septiembre de este año.
Carta abierta en la que el obispo de Garzón, Fabio Duque Jaramillo,
confirmó la noticia sobre el nuevo beato colombiano.
El
sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, más conocido como el ‘Mártir de Armero’,
asesinado por una turba de habitantes de esa población
tolimense al día siguiente del magnicidio del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, será beatificado y declarado mártir de la Iglesia católica por el papa Francisco.
Monseñor
Fabio Duque Jaramillo, obispo de la diócesis de Garzón, al anunciar que la Santa Sede le notificó oficialmente la aprobación de este paso previo a la canonización, explicó que «el parecer de los teólogos sobre la causa del
martirio ha sido por unanimidad positivo». En carta enviada a
los sacerdotes, monjas y feligreses de su jurisdicción, que abarca a la mitad de poblaciones del Huila, el prelado afirmó que la beatificación «alegra a la iglesia universal, a nuestro país y de manera
particular a nuestra iglesia diocesana». Al pedirles a religiosos y feligreses abstenerse de promover expresiones de culto como la veneración de su imagen o el levantamiento de capillas e iglesias hasta tanto el papa Francisco no lo proclame solemnemente, el prelado precisó que el hasta ahora 'siervo de Dios' ya puede ser denominado 'venerable'.
La causa de beatificación del sacerdote
nacido en La Plata, occidente del Huila, el 23 de octubre de 1899 ―cinco días después del comienzo de la Guerra de los Mil Días― tuvo un largo recorrido histórico, jurídico y teológico de más de 25 años en Garzón, La Plata, Bogotá y Roma. Entre otros aspectos, se hizo un análisis a fondo sobre su origen familiar, los estudios en los seminarios de la Mesa de Elías, Garzón e Ibagué, las dudas acera de su vocación sacerdotal, su vida como maestro de escuela, la tarea pastoral en cuatro pueblos del Tolima (Chaparral, Cunday, Fresno y Armero), el contexto de la violencia política entre liberales y conservadores y el martirio. Olor de santidad La fama de santo del padre Pedro María surgió pocos meses después de su asesinato cuando personas de diferentes condiciones sociales de Tolima y Huila empezaron a atribuirle múltiples milagros como la sanación definitiva de personas desahuciadas por los médicos, la solución de terribles problemas familiares, el regreso de hijos pródigos al hogar, la renuncia a la drogadicción o el alcoholismo y hasta la prosperidad económica de comerciantes en quiebra. Además de los favores registrados en placas, inscripciones y cruces tanto en su mausoleo como en el museo que se conservan en La Plata, también son numerosos los milagros atribuidos al Mártir de Armero en su página oficial http://padrepedromaria.com. El padre Héctor Trujillo Luna, párroco de la catedral de Garzón, explicó que la primera fase del proceso, llamada diocesana, comenzó en los años 90 cuando el entonces obispo de Garzón, Libardo Ramírez Gómez, quien más tarde fue designado presidente del Tribunal Eclesiástico Nacional, introdujo la causa y declaró 'siervo de Dios' a Ramírez Ramos. Posteriormente, el actual titular de la diócesis, monseñor Duque Jaramillo, le dio un nuevo aire al caso y lo planteó ante la
Conferencia Episcopal Colombiana, órgano que reúne a todos los obispos del país, quienes le pidieron a la Santa Sede tenerlo en cuenta para la visita del papa Franciscoa Colombia en 2017.
El padre Trujillo Luna contó que en la segunda etapa, conocida como fase romana porque se tramita solo en el Vaticano, los postuladores y censores de la causa se centraron en el momento de la muerte del padre Ramírez Ramos y en particularde su asesinato por «odio a la fe». Precisó que el voluminoso expediente, en turno para ser estudiado y decidido en 2022, fue estudiado con inusitada anticipación y votado favorablemente en Roma por la Comisión de Teólogos citada en su comunicación por el obispo Duque Jaramillo, la cual entregó su concepto unánime a la Congregación para la Causa de los Santos. Este organismo de la curia vaticana es la última instancia encargada de aprobar procesos de esta naturaleza y de proponerle al papa la expedición de los decretos declarando beatos a quienes han sido denominados 'venerables', como es el caso del padre Pedro María.
Isabel Ramos de Ramírez, madre del venerable.
Ramón Ramírez Flórez, padre del sacerdote huilense.
El martirio
Según relata el jesuita Juan
Álvarez Mejía en el libro Una víctima de
la revolución de abril,al
conocerse por radio la noticia del asesinato a tiros del líder liberal Jorge
Eliécer Gaitán en pleno centro de Bogotá, gran parte del pueblo de Armero, que
era de mayoría liberal, se levantó contra las autoridades pidiendo la cabeza
del presidente Mariano Ospina Pérez y la caída del Gobierno conservador. Los
exaltados, como en gran parte del país, también acusaban a la Iglesia católica
de defender al conservatismo y de propiciar con su conducta pasiva y en otras,
de manera velada, el clima de violencia contra los liberales.
Casa campestre en la que nació el padre Ramírez Ramos el 23 de octubre de 1899.
Hacia las 2:30 de la tarde, dice el padre Álvarez Mejía en su libro publicado al año siguiente del martirio, una turbamulta ebria y armada llegó
hasta la casa cural con el propósito de matar al sacerdote, pero su intento fue
frenado por las monjas de la comunidad de las Mercedarias
Eucarísticas, especialmente la madre Miguelina, quien enfrentó a un hombre que pretendía balear al cura cuando se encontraba orando de rodillas frente al Santísimo. Sin embargo,
los violentos saquearon la casa cural, destruyeron y quemaron muebles, enseres, libros y ornamentos, aunque no alcanzaron a profanar el Santísimo ni a destruir las
hostias conservadas en el sagrario. Pese al pedido encarecido de las monjas para que huyera del pueblo porque su sacrificio era inminente, Pedro María se negó a hacerlo diciéndoles que ya había
perdonado a los agresores y a quienes pudieran atentar contra su vida. Al día siguiente del magnicidio
del líder liberal, con el centro de Bogotá destruido por la acción de los vándalos
en hechos conocidos históricamente como El Bogotazo, el padreofició la misa de la mañana, dio la comunión a las monjas y a un grupo de
estudiantes, confesó a un enfermo en el hospital y visitó a más de 170
conservadores detenidos en la cárcel.
En esta foto familiar, aparece el sacerdote con su madre, algunos hermanos y sobrinos.
Poco antes del mediodía repartió entre él y las monjas las hostias consagradas que quedaban, guardó una para utilizarla en caso de necesidad y escribió a lápiz un lacónico testamento que guardó en un sobre en el que escribió: «Voluntad del Pbro. Pedro Ma. Ramírez Ramos, a la Curia de Ibagué y a mis familiares de La Plata». El conmovedor documento dice así:
«De mi parte, deseo morir por Cristo y su fe. Al excelentísimo señor obispo mi
inmensa gratitud porque sin merecerlo me hizo ministro del Altísimo, sacerdote
de Dios y párroco hoy del pueblo de Armero, por quien quiero derramar mi
sangre. Especiales memorias para mi orientador espiritual, el santo padre
Dávila. A mis familiares que voy a la cabeza para que sigan el ejemplo de morir
por Cristo. Con especial cariño los miraré desde el cielo. Profunda gratitud
con las madres eucarísticas; desde el cielo velaré por ellas, sobre todo por la madre Miguelina (la superiora). En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén. Armero, 10 de abril de 1948».
A los gritos de «¡Entregan al
cura o mueren todas!», las monjas salieron huyendo de la casa cural por entre
los tejados, dejando indefenso al hoy venerable Ramírez Ramos que vestido con bonete
y estola fue sacado en medio de insultos, golpes y puñetazos y llevado a la
plaza principal del pueblo donde fue entregado, sin fórmula de juicio, a un
tumulto de por lo menos mil hombres y mujeres exaltados, muchos de ellos en completo
estado de embriaguez.
Diferentes versiones, confirmadas
en el voluminoso expediente judicial que se abrió días después del crimen, indican que hacia las 4:30 de la tarde fue otra vez ultrajado
y golpeado y luego atacado con garrotes, varillas y planazos de machetes. Otros
documentos señalan que cuando una voz dio la orden de «No
más planazos, dénle por el filo», Ramírez Ramos pronunció sus últimas
palabras: «Padre, perdónalos. Todo por Cristo» y que enseguida varios hombres le
asestaron machetazos en la cabeza y los brazos que acabaron con su
vida en pocos minutos. Aún en el suelo, otro hombre le dio un varillazo en la nuca que le hizo girar la cabeza hacia atrás.
El cadáver fue abandonado a la
entrada del cementerio donde lo recogieron algunas vecinas del sector, entre ellas algunas prostitutas, quienes lo sepultaron
semidesnudo en una fosa, sin ataúd ni nada parecido a una ceremonia religiosa. Allí
permaneció hasta que semanas después de restablecido el orden las
autoridades identificaron plenamente el cuerpo y lo entregaron a familiares y miembros
de la Iglesia católica quienes durante varios días lo trasladaron en un estremecedor y largo cortejo fúnebre que empezó en Armero, pasó por Ibagué y Espinal, siguió en Neiva y Garzón y terminó en La
Plata.
Mausoleo en el que reposan los restos del Mártir, en La Plata, Huila.
El largo camino de la beatificación
La causa tramitada en su fase final ante la sede papal fue ampliamente discutida por juristas y teólogos que analizaron con especial cuidado los graves hechos de violencia protagonizados en los años 40 y 50 por los
partidos Liberal y Conservador, una época en la cual, según diversos historiadores,
fueron asesinados más de 200 mil colombianos. Entre otras documentos que hacen parte del expediente canónico, se contrastaron testimonios de habitantes de la desaparecida Armero que observaron los hechos pero en los cuales no aparecen evidencias contra Ramírez Ramos de perseguir tanto en sus prédicas como en las actividades
pastorales a quienes no fueran militantes del Partido Conservador, en especial, a los liberales gaitanistas. Sin embargo, en recientes publicaciones académicas y periodísticas se afirma, sin ningún sustento probatorio, que el sacerdote participaba activamente en la política conservadora local y daba la comunión a los liberales con
su mano derecha invertida, contrariamente a lo indicado por los cánones de la
Iglesia.
Otro de los aspectos abordado por estamentos vaticanos como la Comisión de Teólogos de diferentes partes del mundo que presentó su «parecer unánime» ante la Congregación para la Causa de los Santos, fue la leyenda urbana de que poco antes de su sacrificio en la plaza pública,el padre Ramírez Ramos habría dicho: «De Armero no quedará piedra sobre piedra». Esas palabras, entendidas por
algunos como una terrible y profética maldición, se habrían hecho realidad 37 años después
del crimen ―el 13 de noviembre de 1985― cuando una avalancha de lodo y piedra sepultó a la
población tolimense y mató a más de 25 mil personas.
Sin embargo, de acuerdo a lo
relatado por expertos que conocen el expediente, los canonistas
contratados por la Diócesis de Garzón, así como el sacerdote postulador de la
causa, refutaron las acusaciones expuestas ante el promotor de justicia ―un
fiscal experimentado especialista en derecho canónico, conocido antiguamente
como ‘abogado del diablo’― y demostraron que tales sindicaciones no tenían fundamentos jurídicos, teológicos ni históricos. Es más, estos aspectos tuvieron un tratamiento muy secundario en todo el proceso ya que lo verdaderamente trascendental, desde el punto de vista de la teología, fueron las virtudes cristianas, el heroísmo del sacerdote y su muerte ocasionada por odio a la fe y a la Iglesia.
Esta foto, la más conocida del padre Pedro María, probablemente se convierta
en imagen oficial cuando el papa lo declare mártir y beato.
Lo que sigue
El párroco de la principal iglesia de la diócesis de Garzón aclaró que no fue necesario atribuirle algún milagro al Mártir de Armero ya que las normas canónicas exigen un martirio por la fe y que en este caso particular se demostró«un segundo bautismo, un bautismo en sangre». No obstante, precisó que «Dios por medio del venerable Pedro María, según testimonios de hombres y mujeres, sí ha realizado muchos milagros que la Iglesia espera se multipliquen después de la beatificación y puedan ser demostrados científicamente en un posterior proceso de canonización o sea cuando se declara santo a un beato». Fuentes del episcopado dijeron hasta el momento el Vaticano no ha confirmado la fecha en la que Francisco hará pública la beatificación y precisaron que la ceremonia para ungir al Mártir como beato podría efectuarse durante la visita del papa a Colombia en septiembre, probablemente en Bogotá. También señalaron que si debido a su agitada agenda el pontífice no puede presidir la beatificación en Colombia, el evento se celebraría en La Plata, tierra nativa del venerable. En este caso, la ceremonia estaría presidida por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Documento de la Diócesis de Garzón en el que se resumen aspectos de la vida del beato.
Otros santos y beatos colombianos La única persona nacida en Colombia que fue declarada santa es la Madre Laura Montoya Upegui, reconocida como tal por el papa Francisco el 12 de mayo de 2013. Sin embargo, tres importantes religiosos españoles que desarrollaron la mayor parte de su actividad pastoral y espiritual en el país, son considerados popularmente como 'santos colombianos'. Se trata de san Pedro Claver, el esclavo de los esclavos; san Luis Beltrán, evangelizador de indígenas, y san Ezequiel Moreno, patrono de los enfermos de cáncer. Al contrario de países como Italia, Francia, España y México que veneran a una gran cantidad de santos y beatos, la lista de colombianos que han llegado a los altares no es muy nutrida. Además de Mariano de Jesús Eusse Hoyos ―el padre Marianito― son beatos oficialmente declarados por la Santa Sede los Mártires Hospitalarios, siete jóvenes colombianos asesinados en 1936 durante la Guerra Civil española. Se trata de Juan Bautista Velásquez Peláez, Melquíades Ramírez Zuluaga, Eugenio Ramírez Salazar y Rubén de Jesús López Aguilar, oriundos de Antioquia; Esteban Maya Gutiérrez, nacido en Caldas; Arturo Ayala Niño, de Paipa, Boyacá, y el huilense Gaspar Páez Perdomo. Con la inminente beatificación del opita Pedro María Ramírez y el bogotano Rafael Manuel Almanza Riaño ―el famoso padre Almanza―el listado de beatos ascendería a diez. No obstante, en el Vaticano reposan por lo menos otra decena causas de colombianos, entre ellas la del controvertido jerarca antioqueño Miguel Ángel Builes y la de Ismael Perdomo Borrero, prelado nacido en Gigante, Huila, arzobispo de Bogotá por muchos años y a quien la picaresca política le puso el apodo de Monseñor Perdimos para atribuirle la caída de la Hegemonía conservadora en 1930. Otros procesos que duermen el sueño de los justos en la Santa Sede son los de la monja María de Jesús Upegui Moreno ―tía de la madre Laura― y el del obispo Jesús Emilio Jaramillo, secuestrado, torturado y asesinado por la guerrilla en Arauca. ----------------------------------------------------------------------------------------- (Las fotografías incluidas en este artículo fueron tomadas del libro Una víctima de la revolución de abril, publicado por el padre jesuita Juan Álvarez Mejía en 1949).
lunes, 29 de febrero de 2016
Los últimos días de Jorge Villamil
El médico Jorge Augusto Villamil Cordovez nunca imaginó que heredaría la enfermedad que mató a su mamá en 1945 y tampoco, por pura imprevisión, supuso que el mal lo atacaría con inusual virulencia antes de cumplir los 50 años, justo en uno de los momentos culminantes de su vida artística.
El autor de esta crónica estuvo junto al artista durante muchos episodios de la parte final de su vida, especialmente cuando dedicó más de cuatro años a la investigación que concluyó con la publicación del libro biográfico Las huellas de Villamil.
Homenaje a Villamil Cordovez al conmemorarse este 28 de febrero seis años de su muerte.
En esta fotografía de 2006, el maestro firma uno de los ejemplares
de su biografía, Las huellas de Villamil.
Fue el 21 de junio de 1975, un
día después de la inauguración de Si
pasas por San Gil, el famoso vals en homenaje a la bella ciudad santandereana,
cuando una baja en la presión arterial y un sudor frío y espeso, seguido de un
desmayo, le hicieron pensar en alguna dolencia pasajera que superó de manera
engañosa con una breve atención en el servicio de urgencias sangileño. Pese a tan severa advertencia, el galeno prefirió automedicarse y viajó a las fiestas de San Pedro
en Neiva, donde emocionado por el reencuentro con tantos amigos, tomó Doble
Anís a raudales y se dedicó a cantar bambucos, rajaleñas y sanjuaneros. No
obstante, en medio del guayabo sampedrino, se dio cuenta que algo muy agresivo estaba
pasando en su cuerpo pues en solo cinco días había perdido 18 kilos.
El grupo colombo-británico Classico Trío
hizo una excepcional versión de Si pasas por San Gil.
Escúchela aquí.
Asustado,
regresó a Bogotá y pidió cita en un consultorio especializado en donde no fue
el médico reconocido sino el enfermo que debía someterse a un chequeo detallado
y a rigurosos exámenes de laboratorio para determinar con exactitud el origen
de sus dolencias. Aunque en principio creía que podía tener cáncer, el
diagnóstico fue distinto e igual de preocupante: diabetes mellitus tipo 1, una
enfermedad incurable producida por una alteración del metabolismo de los
carbohidratos y que, entre otros efectos, se traduce en azúcar excesiva en la
sangre y la orina y daños en la vista, los riñones, el corazón y las
extremidades inferiores. Ante el anuncio de que la afección era llevadera
siempre y cuando dejara el licor, cambiara sus hábitos alimenticios y fuera disciplinado
con los medicamentos prescritos, Villamil se enfrentó a la disyuntiva de vivir
con limitaciones o dejar que la diabetes actuara con rapidez.
Ana María, su
hija, contaba cómo era la convivencia con esta dolencia que afecta a casi el 2%
de la población mundial:
Habría tenido una vida más sana si él se hubiera
cuidado de una mejor manera y observado una disciplina más estricta. Desde que
se le diagnosticó la diabetes todo se volvió una lucha porque en
fiestas, eventos artísticos y homenajes, la gente le decía: «Maestro, tómese un
trago, hagamos un brindis». Y de copa en copa, terminaba con sus buenos tragos
en la cabeza, mientras yo les pedía que no le dieran licor porque le hacía
daño, pero la gente más le daba. Al final de cada fiesta quedaba peleada con
ellos y en unos conflictos muy grandes con papá, pero por fortuna eso se superó
y dejó de tomar. En los últimos años no volvió a comer dulces y todos los días,
religiosamente, él mismo empezó a ponerse dos inyecciones de insulina.
Debido a la progresiva disminución de la visión, el
músico fue sometido a exámenes y consultas a las que por muchos años no les
hizo mucho caso pero que le pasaron factura en 1994 cuando fue obligado a internarse
en la Fundación Santa Fe de Bogotá en donde oftalmólogos especializados en el
tratamiento de diabéticos lo intervinieron para evitar el deterioro del nervio
óptico. Allí permaneció hospitalizado durante una semana completa para
garantizar la eficacia de dos cirugías que le ayudaron a recuperar parte de la
vista y de su rutina diaria puesto que en poco tiempo reapareció con su
demoledor humor negro y retomó su manía de idear letras y tonadas mediante
silbidos que después convertiría en canciones en las que se hizo evidente la calidad del otrora consagrado inspirador de Espumas, Llamarada, El Barcino, Me llevarás en ti, Oropel y muchas más.
Últimas creaciones
De las 16 canciones compuestas entre 1994 y 2002, algunas de ellas grabadas por famosos como Silva
& Villalba, Óscar Javier, los Hermanos Tejada, Bibiana y Olga Acevedo, entre otros, y cuya producción financió
con dinero de su bolsillo para responderles a las disqueras y a la radio que se niegan a grabar
y difundir música de la región andina con el argumento, doblemente absurdo, de que bambucos, pasillos, valses y
sanjuaneros no venden, no atraen a la gente joven ni pegan en las emisoras, medio en el que sus geniales ejecutivos consideran que lo folclórico es una 'música de viejos' que 'apaga' radios. Entre esas creaciones de su última cosecha hay para todos los gustos, desde crónicas cantadas y paisajes musicalizados, hasta poemas de amor y desamor dirigidos a los románticos de ayer y del siglo XXI. A pueblos y regiones como Líbano, Tolima; Choachí, Cundinamarca; Vélez, Santander; Algeciras y Campoalegre, Huila; el Amazonas y las sabanas de Sucre y Bolívar, les hizo Ciudad de torres blancas, Travesuras chiguanas, El atravesao, Algeciras, El pájaro copetón, Victoria Regia y Fantasía sabanera. A los mexicanos y a la virgen de Guadalupe les dedicó Tepeyac, al vallenato Rafael Escalona ―amigo, compadre y compinche― lo pintó como el donjuán de siempre en Viento y arena y al Milagroso de Buga lo alabó con gratitud en El Peregrino. También tuvo tiempo para otra formidable crónica, Me suena me suena, un risible relato sobre el Proceso 8000 y escribió sobre amores, amantes, traiciones y frustraciones del corazón en Paraulata fugitiva, Pintor, Calandria fugitiva, Si llegaras a olvidarme y Seguiré tus pasos.
Ciudad de torres blancas, homenaje de Villamil a Líbano,
Tolima. Esta interpretación de una de sus últimas creaciones fue hecha por la Sinfónica del Tolima.
Otra
secuela de la diabetes fue la notable disminución de la sensibilidad de piernas
y pies que con el paso del tiempo afectaron el equilibrio y sus desplazamientos.
Aunque en su apartamento al norte de Bogotá no tenía complicaciones por el
dominio pleno de los espacios y el auxilio constante de Anita Castro García —la
eficiente laboyana que durante diez años le sirvió como ama de llaves,
enfermera y asistente personal— las mayores dificultades las padecía en sitios como las calles, las oficinas de Sayco, los estudios de grabación
o escenarios en donde debía apoyarse en otras personas para no caer, como
infortunadamente sucedió el 21 de marzo de 2002 en Ibagué durante la
inauguración del Concurso Nacional de Duetos Príncipes de la Canción. Según
narraba el propio Villamil, ese día, al tratar de saludar a unos amigos,
trastabilló, rodó por el piso y aprisionó con su cuerpo la mano izquierda que
se fracturó en el cuarto y quinto huesos carpianos.Enseguida,
recordando sus viejos tiempos de ortopedista en las salas de urgencias, hizo un
rápido y fuerte movimiento para reubicar los huesos y aunque cada uno encajó en
su lugar fue necesaria la inmovilización de la mano por varias semanas durante
las cuales se opuso a cualquier cirugía, no por temor a las operaciones, sino
porque una intervención quirúrgica en un diabético tan avanzado como él podría
terminar con la amputación de la mano. Después del percance le quedó una ligera
malformación que no afectó su sensibilidad ni la habilidad para pulsar la
guitarra y el tiple, instrumentos que en los últimos cinco años de su vida
decidió abandonar.
La
diabetes continuó con un paso tan demoledor que en menos de dos años el
paciente fue hospitalizado de urgencia en la Fundación Santa Fe de Bogotá en
seis ocasiones. La primera, el 12 de abril de 2004, al hallársele serias
complicaciones renales y detectarse una hernia inguinal que fue operada sin
anestesia debido a su vulnerabilidad como diabético. Como si fuera poco, su
incómoda estadía se prolongó por varias semanas al diagnosticársele una
neumonía que lo obligó a utilizar temporalmente un respirador mecánico con el
cual pudo mejorar su capacidad pulmonar. El 1º de mayo fue dado de alta pero
sus actividades quedaron más limitadas porque desde entonces debió someterse a
dos sesiones semanales de diálisis para eliminar el exceso de urea en la
sangre. Pero los problemas siguieron porque el 8 de septiembre una hernia
hiatal y el sangrado del colon lo llevaron de nuevo al hospital de donde salió
tres días después con otra larga lista de medicamentos especiales y nuevos
controles.
El
tercer ingreso ―ocasionado por serias dificultades neurológicas― comenzó el 30 de septiembre y se extendió hasta el 8 de octubre de 2004, días en los cuales además
de análisis muy avanzados fue sometido a un Tac, un electroencefalograma y una
punción lumbar. Dos meses y medio después un sangrado rectal y una notoria
anemia prendieron de nuevo las alarmas de los médicos que el 21 de diciembre
ordenaron su hospitalización hasta la víspera de Navidad, día en el que fue
dado de alta para poder disfrutar con su familia la Nochebuena y el Año Nuevo. La mejoría fue mentirosa porque el 4 de enero 2005, al observarse la pérdida
parcial del conocimiento y la disminución del habla, fue llevado otra vez al
servicio de urgencias donde los neurólogos concluyeron que padecía una isquemia
cerebral.A las dos semanas Villamil recobró buena parte de sus
facultades mentales y regresó a su apartamento por un corto tiempo porque desde
el 15 de febrero una encefalopatía lo mantuvo en la Santa Fe durante diez
angustiosos días en los que, según testimonios de familiares y allegados,
estuvo a punto de morir. El 24 de febrero recuperó la memoria, identificó su
entorno y pudo hablar con una fluidez muy cercana a lo normal, sin embargo, los
médicos reforzaron sus cuidados y medicamentos.
Jorge y Ana María Villamil Ospina, los dos únicos hijos del médico-compositor.
Siendo
un practicante católico, más no un fervoroso participante en misas o
celebraciones de la Iglesia, Villamil incrementó en los últimos años su fe y
llegó a decir que era «un compositor de Dios». A partir de ese reencuentro
espiritual él atribuyó su asombrosa recuperación al Señor de los Milagros de
Buga a quien, decía, vio en sueños durante los días más críticos de la recaída
de 2005. El maestro relataba que un Jesús misericordioso se acercó a su lecho
de enfermo para decirle que cuando le extendiera sus brazos y lo tocara se lo
llevaría para siempre, pero que mientras tanto lo dejaba porque su misión en la
tierra no estaba terminada. A los pocos días asistió a la iglesia de san
Alfonso María de Ligorio —parroquia bogotana en la que también se venera al
Milagroso— para estrenar su canción El peregrinoy dar testimonio de su
sanación física a través del canal Teveandina.
En
una de las pocas treguas que le permitió la diabetes, el Huila le rindió a
Villamil uno de los homenajes más emotivos de toda su carrera al exaltarlo en
el marco de las celebraciones del Centenario del Departamento como la
personalidad cultural viva más importante de la región en el siglo XX y parte
del XXI. Sin embargo, el reconocimiento casi se frustra porque el 4 de junio de
2005, día de la ceremonia, las exageradas medidas de seguridad obstaculizaron
su llegada y lo obligaron a recorrer, paso a paso, ocho cuadras de Neiva
apoyado en los brazos de Anita Castro. El hecho de ver a un hombre muy
deteriorado, de caminar cansino, rumbo a una tribuna en la que iba a
recibir uno más de los tantos honores de su vida, dio paso a una espontánea
salva de aplausos y vivas de la gente del pueblo apostada en los andenes y
balcones cercanos al parque Santander y se extendió hasta la tarima central. Allí el presidente Álvaro Uribe Vélez, el gobernador Rodrigo Villalba
Mosquera, los ministros, congresistas, empresarios e invitados especiales, interrumpieron
el orden día para ponerse de pie y ovacionar largamente al artista que en ese
instante sublime comprendió por qué su nombre figuraba en el Olimpo de la
cultura.
Sus
complicaciones físicas reaparecieron el 4 de enero de 2006 —sexta vez en 21
meses— cuando una aguda presión en el pecho que estuvo a punto de ahogarlo lo
convirtió, según su desparpajado humor, en «huésped distinguido de la Santa
Fe», clínica donde permaneció diez días durante los cuales también se le atendió
por una neumonía que inquietó a médicos y familiares. En este 2006, aparte de
que cada vez lo amargaban más las diálisis, los ‘ok’ de repetidos controles
médicos y los mismos exámenes de laboratorio de 30 años atrás, Villamil comenzó
un sistemático aislamiento del medio artístico que lo acompañó gran parte de su
vida, aunque en momentos muy puntuales participó en tertulias musicales con
familiares y amigos en su apartamento de la calle 94.
Uno
de los acontecimientos que más lo conmovió por esos días fue la noticia de la muerte
de Soraya, la famosa cantante colombo-americana que popularizó en el mercado
hispano de Estados Unidos una hermosa versión de Oropel. Poco antes de que hiciera público el caso de cáncer de seno que la llevó a la muerte, ella
lo llamó desde Londres para pedirle en spanglish su aval para grabar el vals que, según dijo en un desconectado del
canal MTV, representaba la vida materialista del mundo moderno: «...cuando uno
se muere no puede llevarse el BMW, no puede llevarse su casota, no puede llevarse la cuenta del banco. Las
cosas que valen la pena son las cosas que no se pueden comprar».
Durante los conciertos en los que cantaba Oropel,
Soraya siempre hablaba de su autor. Este enlace
corresponde a su 'desconectado' con MTV.
El alejamiento
A
partir de 2007, la imposibilidad de desplazarse por sus propios medios, su
negativa a utilizar un caminador, un bastón o una silla de ruedas motorizada y
el manejo cada vez más truculento de Sayco, ahondaron su alejamiento. Pese a sus
momentos de evidente jartera, aceptaba con agrado las llamadas y visitas de
periodistas, entre ellos un equipo de la cadena hispana Univisión que produjo
un documental sobre su obra. A mediados de ese año también autorizó a un
centenar de niños y jóvenes huilenses para montar e interpretar la totalidad de
su cancionero en conciertos gratuitos que se celebraron en Bogotá, Neiva,
Garzón, La Plata, Pitalito, San Agustín y Yaguará. Con el paso de los años este
proyecto denominado ‘Las nuevas generaciones cantan a Villamil’, realizado por
la Fundación Cultural Baracoa, creció
en volumen y calidad hasta el punto de que sus protagonistas ―muchos de ellos
jóvenes talentosos que hoy están dedicados profesionalmente a la música folclórica― han sido
invitados a grandes certámenes artísticos para mostrarlos como un acertado
ejemplo pedagógico de transmisión de la herencia musical.
El
21 de diciembre de 2008, siete años después de la llegada de Juan Pablo, el
niño que los fines de semana llenaba de risas, travesuras y preguntas el
apartamento del abuelo famoso, una terrible noticia mimetizada en encriptados
exámenes de laboratorio confirmó las sospechas de Ana María quien desde 2006
había comenzado a padecer extrañas dolencias en la parte superior de la
faringe, justo detrás de la nariz. Acostumbrada desde niña a enfrentar
cualquier noticia por inclemente que fuera, se reunió sin prevenciones con
oncólogos y especialistas que con franqueza le hablaron del rápido y agresivo
avance de un cáncer nasofaringe con mínimas posibilidades de ser atenuado,
neutralizado o dilatado en sus efectos. En el mejor de los casos, le dijeron,
con el aumento de la quimioterapia, paliativos contra el dolor y una buena cuota
de colaboración de su parte podría sobrevivir durante un año más. Ella habló
francamente con su padre y su esposo, el médico Rafael Carrillo Flórez, a
quienes les pidió que debían asimilar el mensaje de uno de los equipos médicos
más experimentados en el manejo de este tipo de cáncer: prepararse para una partida
en corto tiempo y enfrentar la realidad con entereza, disfrutar al pequeño Juan
Pablo todos los días como si fuera el último y morir con dignidad.
Durante
un año completo Ana María de Guadalupe soportó de manera estoica los
extenuantes procedimientos, asistió a todas las citas médicas y sicológicas
programadas y no dejó de tomar ni uno solo de los costosos medicamentos
formulados, aun sabiendo que eran simples lenitivos. En casa, haciéndole
zancadillas a su deteriorada condición física, continuó atendiendo con afecto
infinito al niño, acrecentó su fe en Dios y renovó su devoción a la Virgen de
Guadalupe a quien sus padres encomendaron desde el día en que nació agregándole
su mexicanísimo nombre. Incluso, cuando la enfermedad, los extenuantes
tratamientos y el cargamento de medicinas le daban alguna tregua, retomaba su
habitual vivacidad opita para echar chistes, hablar de la familia como si no
pasara nada y escuchar en un pequeño IPod su música de mujer joven y los cantos
del maestro.
La vaca golosa, sanjuanero compuesto para sus hijos, se ha
convertido en un canción de juegos infantiles en colegios y escuelas del país.
El
2009 fue una conjunción de grandes alegrías y profundas desdichas para el
artista. El 10 de marzo fue internado otra vez por una hernia sangrante, el 13
de mayo murió su amigo y compadre Rafael Escalona y al día siguiente recibió de
manos del presidente Álvaro Uribe la Orden Maestro del Patrimonio Musical de
Colombia. El 6 de junio diversos estamentos y medios de comunicación celebraron
con alborozo sus 80 años de vida. Por un lado, la cadena RCN le llevó
hasta su casa, muy de madrugada, una serenata con los famosos Hermanos Tejada,
y por otro, el reconocido periodista Gustavo Gómez Córdoba le dedicó un
programa especial en Caracol Radio. Por su parte, la Gobernación del
Huila le ofreció en Bogotá un concierto con la Sinfónica de Vientos y el
presidente Álvaro Uribe Vélez, al comenzar un largo Consejo Comunal en Arauca
lo felicitó por radio y televisión y lo llamó «gran guardián del patrimonio
cultural de la Nación». Por
esos días Villamil recibió las últimas condecoraciones de su vida: el título de
Gran Maestro de la Música del Huila, concedido mediante votación electrónica
organizada por el Ministerio de Cultura, y la Gran Orden Maestros del
Patrimonio Musical de Colombia, conferida por la ministra de Cultura, Paula
Moreno.
En
julio el artista volvió a ser internado por una neumonía que lo tuvo postrado
durante más de una semana y en septiembre fue hospitalizado por una inesperada
descompensación. Entre octubre y noviembre de 2009, Ana María y su padre fueron
internados de manera simultánea en el mismo hospital. Mientras ella agonizaba
en una habitación de la Fundación Santa Fe desde la mañana del 10 de octubre, a
pocos metros de distancia, separados solo por un piso, Villamil sostenía desde
el 12 de noviembre otro de los tantos combates que por más de diez años lo
convirtieron en el paciente con el mayor número de ingresos a la prestigiosa
institución y en donde los especialistas evidenciaron esta vez la necrosis de
sus pies, signo indiscutible de la devastación causada por la diabetes.
Salud
Hernández-Mora, reconocida periodista hispano-colombiana que conoció al
compositor por su amistad cercana con Jorge hijo, contó en el diario español El Mundo que ni siquiera durante esos
días lúgubres en los que ambos estaban en el umbral de la partida, Villamil
dejó de burlarse de la vida y de la Pelona, como llamaba él a la muerte: «Tenía
un humor negro tan particular que hace unos meses le dijo a su hija Ana María
que no corriera tanto, no fuera ser que le ganara y llegara primera a la
tumba». Su premonición se cumplió al pie de la letra: ella murió el 5 de
diciembre de 2009, justo cuando se cumplió un año del demoledor dictamen de los
oncólogos y 83 días después fue él quien la escoltó en la carrera final. Con
la ausencia de su padre, que se sintió incapaz de soportar en público su
profundo desconsuelo, Ana María fue despedida en una conmovedora ceremonia
celebrada en la iglesia de la Inmaculada Concepción donde sus amigos y
familiares, con voces entrecortadas y ojos llorosos, entonaron un tristísimo Me
llevarás en ti, el pasillo romántico preferido por ella. La caída del roble Desde entonces, el
ensimismamiento, la depresión, el espeluznante deterioro de sus
facciones y el alejamiento total de personas ajenas al círculo familiar evidenciaron el derrumbe total del hombre al que desde niño le habían enseñado a no caer ante las adversidades por dolorosas que fueran. En el campo político Villamil conoció el sectarismo al oír los relatos de los mayores sobre la orden del presidente liberal Tomás Cipriano de Mosquera de desterrar de Boyacá a su abuelo Mateo por el delito de ser conservador. Ese sino trágico también lo vivió Jorge, su padre, a quien el régimen de Rafael Reyes, empezando el siglo XX, expulsó de Colombia para obligarlo a vivir en la selva amazónica en donde La vorágine de avaricia, pasiones, degradación humana y la necesidad de salvar el pellejo todos los días, relatada con maestría por su amigo José Eustasio Rivera, lo convirtieron en un áspero cauchero que en las mañanas dominaba a indígenas y siringueiros y de noche cantaba bambucos y pasodobles. Ya en El Cedral, la más grande hacienda cafetera del sur colombiano, vio varias veces las caras de la violencia liberal-conservadora. Su hermana la Negra Graciela dice que allí, sin poder hacer nada porque nunca fue hombre de negocios, el futuro compositor observó cómo la propiedad familiar se descascaraba como si fuera un viejo roble podrido, sin la enorme producción de otros tiempos, pero sí con el continuo y avasallante paso de combatientes de todos los colores. «Unas veces eran los chusmeros al mando de bandoleros como Tirofijo, y en otras eran los pájaros, chulavitas, guerrilleros, limpios, policías o militares que tenían la hacienda como lugar de paso para descansar y meterse a la cordillera Oriental», recuerda la única sobreviviente del clan Villamil Cordovez.
Radicado en Bogotá, poco antes de cumplir los 50 años, lloró la separación de su esposa Olga Lucía Ospina y sin haber cambiado jamás un pañal o preparado un tetero, le tocó asumir el rol de padre-madre de sus dos niños pequeños. Poco después, como si la cascada de sinsabores fuera parte de su escudo familiar, se le diagnosticó la diabetes y al año siguiente fue capturado por el Ejército Nacional que lo acusó de colaborar con la guerrilla de las Farc. De 'chepa', como dirían en el Huila, se salvó de un severo consejo verbal de guerra presidido por militares y fue dejado en libertad. En 1977, un predio en las selvas del Caquetá que el mismo Estado colombiano le había adjudicado en los años 60 para que lo pusiera a producir ―en el marco de la política de rehabilitación de territorios con influencia guerrillera― le fue expropiado por ese mismo Estado sin ninguna indemnización ni consideración. Como si la enfermedad, la estigmatización política y la quiebra económica fueran poco, en los primeros meses de 1978 recibió otro golpe letal: la muerte de Olga Lucía, su exesposa, quien accidentalmente se intoxicó al consumir un químico industrial. A las pocas semanas, gracias a su vals Llamarada, tuvo uno de los pocos momentos de alegría de su montaña rusa de emociones de aquellos años al ser galardonado por la Asociación de Periodistas del Espectáculo de Nueva York ―Ace―como el mejor compositor de las Américas en 1978, algo así como un Premios Grammy del siglo XXI. A excepción del carcelazo que padeció en Santander de Quilichao, Cauca, estos y otros dolorosos episodios familiares nunca los compartió en público para evitar la conmiseración de sus seguidores y el morbo mediático. Tampoco, pese a que sus amigos y allegados se lo insinuaron abiertamente, quiso insinuarlos en sus obras y mucho menos los expresó a través del odio y el resentimiento social. Por el contrario, el discreto manejo que siempre le dio a su vida privada en épocas de gloria y figuración fue idéntico a los días que presagiaron los momentos finales del artista que pasó la última Navidad de su vida encerrado en una habitación de la Santa Fe a donde, otra vez, había sido llevado de urgencia. La víspera de Año
Nuevo y los primeros días del 2010 los pasó en casa acompañado de familiares y
unos pocos amigos a quienes les permitió visitarlo y aunque algunos le llevaron
regalos, alimentos para diabéticos y discos con música de cuerdas, nada logró disipar
unos signos de abatimiento desconocidos en él.
Carmiña Gallo, la gran soprano colombiana, acompañada por la
Sinfónica de Colombia, hizo una de las mejores interpretaciones de Me llevarás en ti.
Poco antes de morir pidió que se la cantaran el día de su entierro.
Otras malas noticias El 29 de enero de 2010 murió en
Medellín su gran amigo y colega en las lides gremiales, Jaime R. Echavarría, el
autor de Noches de Cartagena, Cuando voy
por la calle, Traicionera y decenas de éxitos románticos. El 8 de febrero Villamil
volvió a la Fundación Santa Fe para salir el 15 y regresar, bastante delicado,
cuatro días después. El martes 23, sin decir palabra pero visiblemente
impactado, se enteró del deceso de su doble colega y amigo, el médico y
guitarrista Jaime Martínez, integrante del dueto santandereano Hermanos
Martínez. El 25, cuando fue dado de alta, les dijo con énfasis a los médicos,
las enfermeras, a su hijo y a Anita Castro que «nunca, nunca, jamás» volvería a
un hospital como médico ni mucho menos en calidad de paciente y al llegar a
casa, pese a los ruegos de familiares, las llamadas suplicantes de amigos y las
órdenes perentorias de los galenos, el médico Villamil ―a sabiendas del daño
que se causaba― obstinadamente se negó a la práctica de las diálisis necesarias
para mantener activo el sistema renal, en otras palabras, desconectó el único
dispositivo científico que lo podía mantener con vida.
La
mañana del sábado 27 ―«en uso pleno de sus facultades mentales superiores»,
según certificó días atrás el neurólogo clínico Hernán Bayona― lo visitó la
notaria Veintitrés de Bogotá, Adriana Margarita Guerrero, ante la cual
suscribió un testamento abierto que quedó consignado de manera detallada en la
escritura # 00441. Por la tarde, en otra de sus inesperadas salidas de humor
negro, con una sonrisa extraña, le pidió a Anita Castro que llamara al
periodista Vicente Silva Vargas para recordarle una misión macabra: transmitir la
‘chiva’ de su muerte. El domingo 28 desayunó hacia las nueve de la mañana,
almorzó sin afanes después del mediodía y conversó por teléfono con familiares
a quienes les pidió que no lo ‘jodieran’ más con el cuento de las diálisis. En
la noche zapeó los noticieros de televisión, lamentó la derrota de su amado Santa Fe ante el Pereira (0-2) en el Campín, le recordó a Jorge que su cuerpo
no lo llevaran al Capitolio Nacional ni lo mostraran en público para que
no lo vieran «vuelto mierda» y le pidió a Anita un vaso de avena casera que sorbió
con fruición. Poco antes de las diez llamó a Jorgito para decirle de nuevo que
no quería un funeral con boato oficial ni oportunismo político, le dio un
fuerte, interminable y último abrazo, suspiró profundo, se recostó
apaciblemente en la cabecera de su cama y quedó dormido para siempre.
Media
hora después, el periodista amigo al que le prometió la ‘chiva’, lanzó al aire
en RCN Radio la noticia más triste de su vida profesional:
El famoso compositor colombiano Jorge Villamil
Cordovez, autor de canciones muy populares como Espumas, Llamarada, Me llevarás en ti, El Barcino y por lo menos otras 170 canciones folclóricas y románticas, falleció hace
pocos minutos en su casa de Bogotá luego de soportar durante más de 30 años una
diabetes mellitus tipo 1 que en los últimos años lo postró en cama y limitó sus
actividades artísticas y personales...
Rodrigo Silva y Álvaro Villalba fueron los primeros en grabar El Barcino,
el sanjuanero que fue tocado indefinidamente el día del sepelio de Villamil.
De
inmediato, las emisoras, periódicos y revistas de Colombia, las
agencias internacionales de noticias y otros medios internacionales, replicaron
la noticia en sus páginas digitales y publicaron sentidos artículos y
editoriales que esbozaron la trascendencia del artista. Mientras El
Espectador tituló: «Mejor guardo silencio porque ha llegado el fin»,El Tiempo editorializó: «Fue un compositor
enorme, prolífico y diverso, que le subió el volumen a la música del interior,
cuando más lo requería… Que le consiguió visa al pasillo. Fue una figura cimera
de nuestra música, al lado de Rafael Escalona, de José A. Morales o de Jaime R.
Echavarría[...]
Villamil supo verle el lado musical, poético y fiestero al entorno campesino, a
esa estirpe de la cual fue uno de sus hijos grandes, pues nació en la famosa
hacienda El Cedral, de su Huila amado.»
El
lunes 1º de marzo el cuerpo fue velado en la Funeraria Gaviria y al día
siguiente, artistas populares lo homenajearon con tiples, guitarras y cantos en
la sede Sayco donde permaneció hasta el miércoles cuando fue trasladado para
los funerales de Estado dispuestos por el Gobierno Nacional. Ese día, con una
Bogotá semiparalizada por uno de los inexplicables paros de transportadores, el
maestro fue despedido en una eucaristía concelebrada en la Catedral Primada de
Bogotá y presidida por su amigo Libardo Ramírez Gómez, exobispo de Garzón y
Armenia. De allí salió un largo, lento y triste cortejo que lo acompañó hasta
el cementerio Jardines de Paz donde su cuerpo fue cremado.
Vieja hacienda del Cedral, el testamento cantado de Villamil,
en versión de sus primeros intérpretes: Garzón y Collazos.
Sus
cenizas llegaron a Neiva el miércoles 17 de marzo para la despedida final, tal
como lo pidió, con aguardiente, ‘cuetes’, canciones como El Barcino y Espumas y miles de paisanos que
salieron a las calles con pañuelos blancos para agradecerle por haber
encumbrado al Huila con su música universal. Por decisión familiar, sus cenizas
no se lanzaron al río Magdalena, como era su deseo, sino que fueron depositadas
en el museo, debajo de la réplica de la Vieja
hacienda del Cedral. Su voluntad, expresada en aquel mítico bambuco, se
cumplió en parte porque los restos quedaron en Neiva ―cerca de El Cedral―, a un
paso de las aguas que inspiraron tantas canciones y al pie de sus bienes más
preciados.
Al
observar la urna con las cenizas junto a tantos emblemas que marcaron su vida y
su música, cobra plena vigencia esta patética estrofa: