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domingo, 30 de diciembre de 2012

Una leyenda llamada Buitrago

Una leyenda llamada Buitrago

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 La historia de Guillermo Buitrago, el más célebre cantor de fin de año en Colombia. Su cinematográfica vida es tan fascinante como el mundo de sus alegres melodías.

(Este blog está protegido por las leyes de derecho de autor. Por tanto, está prohibido copiar o transcribir para medios impresos y electrónicos la totalidad o cualquier aparte de esta crónica sin el permiso expreso y escrito del autor). 


Carátula del célebre larga duración que incluye
el himno de Año Nuevo.


 
Un personaje irremediablemente ligado al sentimiento de los colombianos y cuyo nombre nunca pasará de moda, es Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, el célebre intérprete de La víspera de Año Nuevo y compositor de por lo menos 30 melodías que por su particular estilo y su entrañable sabor decembrino han hecho las delicias de varias generaciones.
 
A Buitrago ―además de su inmenso legado― se le debe reconocer que fue el músico que más discos grabó en los años cuarenta cuando los cantantes y las orquestas grababan en vivo en las pocas emisoras de radio de entonces o en los estudios artesanales montados por empresarios interesados más en la música que en el billete. Fue él junto con Julio Bovea, quien inició la grabación de viejos y nuevos vallenatos con guitarras y, como si fuera poco, fue el primer intérprete de dos ilustres desconocidos de entonces: Rafael Calixto Escalona Martínez y Emiliano Zuleta Baquero, el Viejo Mile. Al primero le grabó nada menos que El testamento ―con los Trovadores de Barú, conjunto del cual formaba parte José Benito Barros―, y al segundo le interpretó La gota fría, paseo que durante muchos años se conoció con el título nada comercial de Qué criterio. Por esa y otras razones, el Nobel Gabriel García Márquez, al contrario de otros gurúes del vallenato, dijo hace algunos años que Buitrago tenía el doble mérito de haber sido el primer artista en comercializar la música vallenata y de promocionar las obras de otros compositores que después ganaron renombre.


Foto del álbum de la
familia Buitrago Henríquez
 
Buitrago, un hombre alegre, dicharachero, de buena pinta y caribeño total, supo transmitir su alegría a públicos diversos, desde aquellos que atiborran las casetas populares y los clubes de socios linajudos, hasta aquellas familias modestas que viven en los campos y las barriadas de invasión. Pero su vida fue áspera, trepidante, fugaz y tan diferente a su regocijo artístico que bien podría contarse en cine o televisión con rotundo éxito. Muy niño perdió a su madre, oriunda de Ciénaga, y para ayudar al sostenimiento de la casa tuvo que aprender el peligroso oficio de polvorero y colaborar con su padre, un comerciante paisa. Apenas entrado en la adolescencia, aprendió a tocar guitarra y a cantar en su Ciénaga natal, ciudad del Magdalena donde se desarrollaron casi todos los acontecimientos que motivaron sus canciones. Tan pronto llegó a los veinte años, el hambre de triunfo, los apremios económicos y su capacidad artística lo obligaron  a recorrer pueblos, veredas y ciudades como un auténtico juglar que buscaba espacio para contar la vida cotidiana en forma de canciones.
 
Radio Magdalena, Emisora Atlántico, La Voz de la Patria, Ecos de Córdoba, Emisora Variedades y Emisoras Unidas, lo vieron nacer como artista y le ayudaron en sus triunfos como músico genuino. Los éxitos lo abrumaron casi sin darse cuenta y muy pronto fue contratado para presentaciones en emisoras y clubes de Bogotá, Cali y Medellín. Mientras tanto, sus discos llegaron con rapidez a México, Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, Cuba, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y otros países que lo admiraban como sólo ocurre con los ídolos.

 
El Mono Buitrago, en el cénit de su
carrera como compositor y cantante
de vallenatos en guitarra.
 
 
De Guillermo Buitrago y sus muchachos ―como se llamaba el conjunto de guitarras, guacharaca y a veces clarinete e integrado por Carlos El Mocho Rubio, Efraín Torres y Ángel Fontanilla― se conservan unas 150 melodías que gracias al prodigio de la tecnología digital hoy se pueden disfrutar como hace seis décadas cuando la gente hacía cola en los almacenes para comprar un disco de 78 revoluciones por minuto que se le entregaba al cliente ocho días después. Del apreciable listado de paseos, merengues, sones y porros de su autoría grabados casi todos con unos cuantos rones entre pecho y espalda en los estudios de Discos Fuentes, de Cartagena, sin lugar a dudas, los más populares son Ron de vinola, Grito vagabundo, El huerfanito, Compae Heliodoro, La araña picúa, La piña madura, La hija de mi comadre, Las mujeres a mi no me quieren y La Capuchona.
 
Capítulo aparte merece La víspera de Año Nuevo, que se escucha en  gran parte de América Latina en la  versión original del Mono Buitrago a quien de manera equivocada, durante casi medio siglo, se le atribuyó la creación de este merengue que en realidad es de la autoría de Tobías Enrique Pumarejo, Don Toba, quien decidió relatar en una ambiente entre nostálgico y jocoso, ‘la perdida’ el día de Año Viejo con su novia Doris del Castillo Altamar. Este personaje, respetado en el viejo Magdalena por su alta posición social, sus memorables parrandas e importantes cantos como Callate corazón y Mírame fijamente, tan poco le importó la fama que sólo admitió la autoría de la composición que lo hizo famoso poco años antes de fallecer en 1995.

 
Otro de los LP exitosos de Buitrago y sus muchachos
 
 
Guillermo Buitrago pasó a la historia por su extraordinaria obra musical ―desempolvada todos los diciembres en un extraño revoltijo de nostalgia, sinsabores, alegrías, satisfacciones y cumplidos― pero también por su vida azarosa que, como si fuera el remate de una película de misterio,  terminó en tragedia el 19 de abril de 1949. Según versiones de la época no demostradas y que al parecer son simples rumores novelescos, el famoso Mono apareció muerto junto a la puerta de su casa con una botella de cerveza en una mano, 19 días después de haber cumplido 29 años de edad. Falsa o cierta esta versión, lo que sí está probado es el arribo a Ciénaga aquel día aciago de un empresario artístico con quien se había comprometido a firmar un contrato que lo haría famoso en el mundo: la grabación de varios discos con la Orquesta Casino de La Playa, una de las más importantes agrupaciones de música tropical de Cuba.
 


Una de las últimas
fotos del artista.
 
 
Como todas las partidas intempestivas de las estrellas de la música, el cine o la literatura, mucho se dijo sobre las causas de su muerte pero nada se ha probado y quizá nunca se sabrá la verdad. Algunos dijeron que murió desnutrido y tuberculoso, otros afirman que lo mató la cirrosis asociada a su vida desordenada, unos más hablan de una pulmonía severa y hay quienes especulan con una sífilis mortal contraída por sus múltiples relaciones con mujeres que lo asediaban.


Portada del excelente libro biográfico
escrito por Édgar Caballero Elías.
 
 
Sin embargo, en su pueblo natal ―donde todos los años se le recuerda con la celebración del Festival Nacional de Música con Guitarra que lleva su nombre― amigos y parientes decían que murió envenenado por un músico envidioso que nunca pudo soportar el fulgurante ascenso del llamado ‘Trovador del Magdalena’. Cualquiera que haya sido la causa de su muerte, su obra ya un patrimonio nacional que hace décadas traspasó las fronteras de la inmortalidad al presentarlo como uno de los padres del vallenato.
 
 

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Algunos datos fueron tomados de los libros Guillermo Buitrago, cantor del pueblo para todos los tiempos, de Édgar Caballero Elías (Discos Fuentes, Medellín, 1999) y Cultores de la música colombiana, de José I. Pinilla.

Otros datos se  tomaron datos de http://festivalguillermodejesusbuitrago.com/Buitrago.HTML.
 
Las fotos fueron tomadas del libro del señor Caballero Elías.
 
 

 
 

 

 

 

 

lunes, 24 de diciembre de 2012

Aproximación a una antología musical de diciembre

 Aproximación a una antología musical de Aquellos diciembres


 Carátula de uno de los elepés
tradicionales en las navidades colombianas.


Por Vicente Silva Vargas

Diciembre es el más costoso, agitado, comprometido y, sin lugar a dudas, el más sabroso y alegre de todos los meses. Esa felicidad no sólo se debe al significado cristiano, a los regalos y a las reuniones familiares sino también al estrépito que con anticipación arman los locutores y animadores ―ahora llamados disyoqueis o ‘diyeis’― cuando anuncian en pueblos y ciudades: “¡La música de diciembre... desde septiembre!” 

 

Guillermo Buitrago, al centro, símbolo indiscutible de
la música festiva de Navidad y fin de año en
Colombia y muchos países de América Latina.
Basta oír las primeras notas de Guillermo Buitrago o el pegajoso ritmo de Tutaina, para que la piel se erice y todo se predisponga para disfrutar ese variado ambiente que va desde las tiernas velitas del siete de diciembre, los árboles coloridos y los pesebres primorosamente elaborados, hasta la tentadora gastronomía que revuelve sin contemplaciones al agringado pavo con la almibarada nochebuena opita.

Todo este ambiente sería imposible en Colombia si no fuera por la música popular de Navidad y Año Nuevo, a la que muchos de nuestros compositores e intérpretes han contribuido profusamente hasta el punto de que porros, cumbias, paseos, merecumbés y merengues son por ésta época los reyes de emisoras, clubes, discotecas y casas de familia en buena parte de Latinoamérica.

Uno de los reyes de la música tropical,
incluida la de Navidad, es José Benito Barrios.

Como un modesto homenaje a esos juglares, vale la pena intentar una breve antología de esa música, infaltable en la vieja discoteca familiar de todo buen colombiano e imprescindible por éstas calendas, cuando de mover la angarilla se trata”. No sobra advertir que en esta lista imperan algunos gustos personales y que, como todas las selecciones, la siguiente es absolutamente arbitraria y por tanto, admite adiciones, supresiones, modificaciones, alteraciones e interpretaciones.

 El mexicano Tony Camargo hizo famoso
El Año Viejo, del colombiano Crescencio Salcedo.

Dentro de la llamada música bailable ―esa que se desempolva cuando asoman los nostálgicos lagrimones― no se pueden dejar de lado estos temas colombianísimos: El Año Viejo, de Crescencio Salcedo; La víspera de Año Nuevo, de Tobías Enrique Pumarejo; 24 de diciembre, de Francisco Antonio el Mono González; Diciembre Azul, de Edmundo Arias; La Negra Celina, de Cristóbal Pérez; Micaela y La puerca, de Luis Carlos Meyer; Brisas de diciembre, de Rufo Garrido; Los camarones, de Julio Torres, Aquellos diciembres, de Los Falcons, Arbolito de Navidad y Navidad negra, de José Barros y toda la magnífica obra del inolvidable Guillermo Buitrago Enríquez (Dame tu mujer José, Ron de vinola, La Capuchona, Grito vagabundo, Compadre Heliodoro, La hija de mi compadre, El huerfanito, La araña picúa, etc.).

El colombian Kike Santander compuso la totalidad de las
canciones de este famoso cedé de la cubano-americana Gloria Estefan.

Es imposible ignorar el grupo de composiciones alegres ―aplicables a toda la temporada― que le hizo el colombiano Kike Santander a Gloria Estefan como Farolito, Abriendo puertas, Tres deseos, Más allá, La parranda, todos ellos éxitos mundiales. A ellos hay que sumar todo el aporte de artistas como el venezolano Hugo Blanco con El burrito sabanero, el dominicano Billo Frómeta y su Año nuevo vida nueva, los portorriqueños Benito de Jesús con Cantares de Navidad, Richie Ray y Bobby Cruz con Bomba de Navidad y Qué bella es la Navidad y la cubana Celia Cruz que hizo elepés completos con música navideña de diferentes autores (Feliz Navidad, Aguinaldo antillano, El cha cha chá de la Navidad, Bachata de Navidad, etc.).

 En un cuatro, instrumento
típico venezolano, Hugo Blanco
hizo El burrito sabanero.

En la parte estrictamente navideña la lista la encabezan algunos villancicos españoles, venezolanos y colombianos, caracterizados en su mayoría por sus curiosos o  incomprensibles nombres, entre los que resulta imposible olvidar a Tutaina, Antón,  Zagalillo, Los peces en el río, Rin rin, Dónde será pastores, La nanita nana, Pastores venid, Campana sobre campana, Vamos pastores vamos y muchos otros que tienen embolatado su origen como su autor pero que con su estilo compaginan la alegría de una música tierna y elemental con el encanto del pesebre familiar.

 Carátula de uno de los discos
que contiene El tamborilero.

El notable aporte nacional en materia de villancicos ―género musical que en sus remotos comienzos europeos no tuvo carácter religioso― empezó con importantes composiciones de carácter litúrgico en tiempos de la Colonia y la Independencia y se fortaleció en la tercera década del siglo XX con la aparición del disco grabado y la radiodifusión que al rescatar viejas tonadas que se cantaban en las iglesias o permanecían  en la tradición oral, facilitaron la masificación de una costumbre.

Como fruto de esa difusión, aparecieron villancicos en ritmos colombianísimos como el bambuco y el pasillo que rápidamente se popularizaron en parroquias y hogares. Dos de ellos son Niño divino, creación de gran maestro nortesantandereano Luis Uribe Bueno y Ha nacido el niño, de las hermanas antioqueñas Lucía y Helena Espinosa con música de Camilo García, integrante del Dueto de Antaño. Sin desconocer cantos relacionados con la Sagrada Familia o personajes del pesebre como los alabaos navideños y los arrullos al Niño que son parte de la cultura de las comunidades negras del Pacífico y a riesgo de omitir involuntariamente a importantes artistas y sus obras, es obligatorio citar cinco composiciones recientemente rescatadas por la magnífica la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Se trata de Villancico colombiano, Sueño de Navidad Bun za ba da, de Arnulfo Briceño; Ha nacido el niño (distinto al citado renglones atrás), de Jesús Pinzón, y Viene el Salvador, de Jesús Darío Peña.  
         

Carátula del cedé de villancicos publicado
por la OFB.

Otra tanda de villancicos no emparentados con lo tropical  la encabezan Jingle bells, del estadounidense James Pierpont, Blue Christmas, de Jay W. Johnson y Billy Hayes, y aquel que recuerda la leyenda de Rudolph, el reno de la nariz roja, de Johnny Marks y Robert May. Desde luego, aplican en este apartado Noche de Paz, de los austriacos Franz Xaver Gruber y Joseph Mohr, El tamborilero, canto de procedencia checa que fue traducido por la pianista estadounidense Katherine Davis a quien se le atribuye su ‘creación’ junto con Harry Simeone y Henry Onorati, y Feliz Navidad, de José Feliciano.

En este salpicón decembrino caben canciones tristes o, si se quiere, lacrimosas, ya que esta época es propicia para todo tipo de emociones como quiera que abundan aquellos que aman a diciembre como también existen los que lo aborrecen por sus costos, su manipulación mercantilista o quizá porque las penas del corazón son superiores a cualquier manifestación de jolgorio.


 El barranquillero Luis Carlos Meyer, llamado el 'Rey del
porro', es otro de los compositores colombianos
que ha animado los fines de año. 

Entre estas tristonas caben ¿Dónde están los juguetes? y Cinco pa’ las doce, del venezolano Oswaldo Oropeza; Canción para la Navidad y Navidad, de José Luis Perales; Maldita Navidad, de Gabriel Romero; El ausente, de Pastor López; Campanas de Navidad, de Jorge Villamil ―villancico el ritmo de sanjuanero totalmente olvidado por nuestras emisoras― y Lindo diciembre, vallenato de Miguel Herrera en la voz de Jorge Oñate.

 Aunque no están todas las canciones que deberían estar y algunas podrían no incluirse en esta antología, lo indiscutible es que todas ellas forman parte de nuestras vidas y que, gracias a los convencionales medios de comunicación, internet y a las cada vez más penetrantes redes sociales, podremos revivir así sea en forma pasajera, el espíritu de la Navidad, ese sentimiento alegre y solidario que debería gobernarnos todo el año.


¡Feliz Navidad!