Al cumplirse este 28 de febrero tres años de la muerte de Jorge Villamil Cordovez, uno de los más notables compositores de música popular de Colombia, transcribo apartes de la entrevista con el maestro publicada en mi libro Las huellas de Villamil.
Hablar con Jorge Villamil Cordovez era un
delicioso ejercicio que podía demandar horas enteras o muchos días. Una
entrevista con él no requería de permisos ni protocolos porque desde el primer
momento el periodista era rodeado por un ambiente de confianza en el que las
ideas fluían con facilidad.
Eso
se debía a su personalidad descomplicada y a las variadas facetas del maestro
que les permitían a sus interlocutores saltar entre temas cercanos a sus
afectos como la agricultura y la ganadería y la defensa acérrima del folclor
hasta las complejidades de la política colombiana. Nunca con Villamil había asuntos
vedados porque detrás de sus gafas semi-oscuras y esa voz ronca se escondía el
mismo campesino que a principios de los años treinta aprendió a tañer pasillos
y bambucos. En su tono siempre sobresalían la anécdota, el gracejo, los
recuerdos y la nostalgia. Hablar con él era revivir las viejas charlas de los
abuelos opitas que sentados en los taburetes de cuero o recostados a las paredes
de bahareque contaban historias unas creíbles y muchas veces imposibles.
Al hablar del Huila los ojos se le iluminaban
y en sus palabras brotaban, como ráfagas luminosas, personajes de todas las
condiciones y situaciones. Cada historia alrededor de sus cantos es como una
pequeña novela universal que se pega a los huesos de sus interlocutores, dando vueltas
y revueltas, danzando y silbando como si fuera un eterno rajaleña. Lo más
reconfortante era verlo vital, alegre y cuerdo a pesar de los achaques. En sus
expresiones no se notaban amarguras ni odios y su vejez ―digna y altiva― fue muy
diferente a la de hombres consagrados y mujeres famosas que al percibir el
final de sus vidas se dedicaban a incendiar pasiones y pasar cuentas de cobro.
Esta entrevista no se hizo en un rato ni en
un día. Tampoco se realizó por teléfono, desde el escritorio de un periodista
refugiado en su búnker de cristal. Al contrario, cada pregunta con su respuesta
corresponden a encuentros sucedidos en momentos y escenarios muy variados que
empezaron hacia 1998 y terminaron en 2002, poco antes de que esta biografía llegara
a la imprenta. No hubo cuestionarios previos, preguntas vedadas ni respuestas
prefabricadas. Tan solo primó el interés del reportero por desentrañar la
interioridad de ese chico viejo que guardaba un alma monumental. Por parte de
aquel hombre, lo único que surgió fue la espontaneidad del campesino de El
Cedral que con una extraña humildad siempre fue consciente de su trascendencia
en la vida colombiana.
Los temas tratados parecen obvios, pero era
imprescindible abordarlos sólo con él para enmarcar todo este trabajo de
investigación llamado Las huellas de
Villamil. Así, sin reservas, habló de Jorge y Ana María, su apego al Huila,
los amigos, la diabetes, otros compositores, el proceso para hacer canciones,
sus obras más queridas y la gratitud con quienes lo pusieron en sitiales de
honor. Pero Villamil también era severo al criticar las nuevas tendencias
musicales del folclor y se dolía de la marginalidad en que se hallan las tonadas
populares. Como muy pocas veces lo hizo, habló de su pasado político como
miembro del Partido Conservador y analizó con crudeza el problema de la paz y
la guerra.
«Soy compositor de Dios», confesó como un
buen cristiano y lo hizo para hablar de las bendiciones del Altísimo en el ejercicio
de la Medicina como en su inspiración musical. Con el corazón abierto, sin
dramatismos, dijo cómo quería que se conservara su obra y con humor, como si fuera un
sanjuanero hecho por él, sugirió cómo debía ser su entierro.
Su testamento musical está en el vals Vieja Hacienda del Cedral. Eso lo sabía
él y siempre lo entendieron sus seguidores, aunque es en los párrafos siguientes
donde está su retrato al natural, sin ediciones, retoques o efectos, sin posturas
facilistas u opiniones oportunistas.
Empecemos
por la familia. ¿Cómo se las ingenió usted, siendo viudo, para manejar esa
etapa tan difícil de la adolescencia de sus hijos, Jorge y Ana María?
La manejé con el sentido de que nada debía ser misterio
para ellos. Siempre les dije que la vida hay que recibirla como es,
advirtiéndoles sobre peligros como la droga y la prostitución y señalándoles el
sentido de su propia responsabilidad, eso fue vital para ellos. Yo le decía que
su vida era de ellos y no la mía, pero siempre les di plena confianza. Les
recalcaba que si les provocaba fumar marihuana o hacer cualquier otra cosa
debían decírmelo porque yo les podía ayudar y guiar más que otro amigo. Hoy
cuando han pasado ya esos años, puedo decir que la juventud de Jorge y Ana
María fue muy bonita porque no tuvo sobresaltos. Ellos siempre fueron alegres,
cantaban y bailaban, pero todo lo hicieron dentro de una gran corrección.
¿Cómo
manejó su relación de padre y hombre famoso con ellos?
Somos muy buenos amigos pero cada uno dentro de una
gran independencia. Los primeros consejos fueron importantísimos, porque al
llegar a la madurez ya estaban en el otro lado. Cada uno tenía claro el
concepto de no tomar el lado torcido de las cosas sino el camino del frente, el
correcto. Desde pequeños se les enseñó que debían hacer sus cosas por sus
propios medios. Yo no me sentaba con ellos a hacerles sus tareas y siempre les
inculqué el deber de hacer sus trabajos del colegio o de la casa por ellos
mismos y que por tanto, debían destacarse por sus propios méritos. Ellos solos
escogieron sus universidades, sus carreras y todo lo demás. Lo que han
conseguido profesional y personalmente es por ellos mismos. Sin embargo, cuando
me pedían un concepto para una u otra cosa, yo les decía: háganlo. Por ejemplo,
Jorge, quería ser aviador como su abuelo, el general Mariano Ospina, pero no le
sirvió la vista. Él escribe y habla muy bien. Se inclinó por el lado cultural y
se dedicó al periodismo en donde ha tenida una carrera muy brillante. Estuvo en
El Tiempo, se fue un año al Canadá y
ahora está en Estados Unidos ocupando un puesto muy relevante en una compañía
de internet. Ana María es artista. Desde que la vi dije que iba a ser artista
porque pintaba como los ángeles. Pero alguien le dijo ¿dónde ha visto que una
artista gane plata? y se metió a la Universidad de los Andes a estudiar
ingeniería, pero no sirvió. Yo me di cuenta de esa situación y le dije que
escogiera su carrera y su profesión sin interferencias. Se metió a estudiar
diseño y ahí sí despegó porque al tener cualidades artísticas y pintar muy
bonito, todo se le facilitó. Ya siendo profesional se convirtió en una gran
diseñadora. Ella lució una juventud muy
bonita, pero muy seria. Ana María fue Reina de Reinas, en Neiva; Reina
de la Islas, en San Andrés y Reina de los Mares del Caribe, en Santa Marta.
Estando radicada en Bogotá, después de haber vivido en Neiva y terminada su
carrera, ella comenzó a trabajar en diseño de modas, formó su vida, del lado
mío y conoció al novio, un médico serio con el cual se casó. A él le gustó Ana
María por su corrección y se casó. Fue un matrimonio normal, se llama Rafael
Carrillo Flórez. Ya son padres y tienen un bebé llamado Juan Pablo, que es mi
primer nieto. (Nota del autor: Ana María Villamil Ospina falleció en diciembre
de 2009 en Bogotá luego de soportar un terrible cáncer linfático. Tenía 40 años
de edad)
¿Qué tan determinante fue su hermana Graciela en la
crianza de Ana María?
Cuando Ana María cumplió trece años yo decidí mandarla
para Neiva a casa de la Negra. Yo consideré que eso era obvio porque veía que
ella necesitaba una señora a su lado en esos años de la adolescencia que no son
nada fácil y Graciela fue decisiva en su formación. Con Jorge la situación fue
diferente porque él siempre se quedó conmigo en Bogotá.
¿Cómo ven ellos su fama y su música?
Jorge y Ana María son conscientes de lo que
yo valgo y de lo que vale mi música, pero ellos son muy respetuosos, aunque me
estimulan y ven la obra como un poquito lejana, pero no me interfieren en la
parte conceptual. Ellos quieren mucho la obra, especialmente su canción que es
La Vaca golosa, que la compuse en la
finca que yo tenía en El Pato cuando los dos estaban muy chiquitos. Pero hay un
aspecto que ha sido decisivo en nuestra relación y es que siempre, desde
pequeños, yo los persuadí de no explotar mi nombre ya fuera para el estudio o
para otras actividades. Siempre les dije: ustedes son ustedes y yo soy yo, es
decir, cada uno por su lado. Eso se debió a que en una oportunidad trataron de
alcahuetearlos con las notas y eso me disgustó sobremanera y me obligó a ir al
colegio para pedirles que no los alcahuetearan con la excusa de mi nombre.
Hablé con los directivos y maestros del colegio amigablemente para pedirles que
les exigieran igual que a los demás alumnos y les expliqué que al ser
condescendientes con ellos se conseguiría exactamente lo contrario, es decir,
se los tiraban en vez de ayudarlos.
¿Por qué
ese apego hacia el Huila tanto en su obra como en sus palabras? Eso parece
desbordado…
Porque aunque no esté allá sigo pegado a
una tierra que siento mía y sobre todo porque en el Huila desarrollé diversas
facetas como campesino, compositor, médico y artista y eso es muy bonito porque
en cada una de ellas me sentí a gusto. Sin embargo, hay cosas negativas como la
envidia y la indiferencia, pero eso es muy humano y se da en toda actividad.
Eso puede ser grave porque uno se pregunta si es que no se reconoce lo que vale
y empieza a dudar, pero eso se supera si uno logra salir de allá y ve el mundo
desde atrás. Uno no debe interferir ni sufrir por eso porque con el tiempo se
descubre porqué una persona actúa torcidamente o no. A mi en el Huila me han
valorado a lo sumo, pero hay uno pocos que no aceptan esa valoración.
¿A
qué atribuye eso?
Hay gente muy amable que me ha querido
mucho, por ejemplo, el raso, en provincia, en los municipios, conmigo siempre
han sido especiales. Yo comprendo el porqué y por eso repito lo que dijo el
filósofo: ‘Conócete a ti mismo y conocerás a los demás’. Ellos, los que no me
aceptan, reconocen en el fondo mis valores, pero hay mucha gente que me tiene
envidia o quiere establecer una rivalidad, pero eso es muy común. Prefiero no
ahondar en eso, pero la gente que hace eso no tiene estructura intelectual ni
afectiva. Una persona que me ataca a mí, lo hace por envidia, pero eso no tiene
valor, ni es una valencia. Eso lo hacen porque consideran que uno puede ser, en
determinado momento, una especie de rival en el campo intelectual y resulta que
no, yo no peleo con nadie ni le meto la zancadilla a nadie. Por eso nunca
acepté ningún cargo político.
A
propósito de los amigos y la condición humana que usted refleja en Oropel, ¿qué piensa de la amistad?
La amistad es un rasgo muy humano y muy
lindo que tiene piso divino y un amigo auténtico vale más que todo. A veces ni
un mismo hermano actúa como un amigo, porque a veces los amigos suplen eso y
hay gente que da la vida por su amigo. Por eso pienso que la amistad es como
una mata de flores que hay que regar a menudo para cuidarla y a la que es
necesario quitarle las hojas secas para que florezca y no se muera. Es muy
difícil ser buen amigo porque, por ejemplo, en mi caso, conozco tanta gente a
la que quisiera dedicarle un poquito de mi vida pero las ocupaciones y el
tiempo no me dejan. Y hay gente que se resiente y se va apartando. Hay
amistades que quieren mucho a una persona y la recuerdan pero a veces falta esa
agüita, ese abono que hay que echarle para que la flor siga viva. En el caso de
Oropel yo lo que hago es pintarla expresión del hombre y la miseria humana.
Allí estamos retratados todos porque somos seres de barro, de carne y hueso que
fallamos.
¿Quiénes
son sus amigos?
Yo tengo muchos conocidos, pero amigos
pocos. Tengo bastantes amigos, pero íntimos, ninguno pero eso se debe a una
razón sencilla: yo tengo mi fuero, yo siempre he dicho, si estoy un domingo en
mi casa y quiero estar acostado leyendo o viendo televisión, no quiero que
nadie se meta y me levante para decirme camine pa’ tal parte. Yo en eso soy muy
personal y muy individual. En mi matrimonio lo exigí y le dije a mis señora: ‘Yo
respeto tu fuero y tú respetas el mío’ y ese fue un principio. Hay amigos que
son muy especiales y aparecen cuando uno los necesita o cuando uno quiere, pero
no lo atosigan ni se entrometen. Yo no tengo de esos amigos que entran y abren
la nevera a ver qué tiene uno y que se lo pasan metidos en la casa. Eso sería
gravísimo porque es necesario el respeto mutuo. Yo tengo grandes amigos, pero
amiguísimos muy poquitos y cuando nos volvemos a ver la alegría es inmensa de
lado y lado. Entre mis amigos hay gente muy querida pero especialmente son
compositores, artistas, parientes lejanos, médicos y paisanos. Hay unos que no
cambian nada, pero otros cambian por la separación y lo miran a uno distinto.
¿Usted
es de aquellos que dicen haber concebido un plan de vida?
La vida es un proceso, es un instante entre
dos eternidades. Uno viene de la sombra, se desarrolla y pasa a otra oscuridad
que es la eternidad. Por eso es que hay que aprovechar ese espacio y
convencerse que todos vamos a recibir la muerte y uno tiene que a esa realidad.
Hay gente que sufre mucho por la muerte y se agobia cuando desaparece una
persona. Yo, por lo general, tal vez por mi formación como médico, no sufro por
la muerte porque considero que una persona muerta evolucionó a otra etapa, a
otro estado de la vida.
¿Cuál
es su receta para estar siempre de muy buen humor?
Para mí eso es normal porque siempre
entendía que la vida es muy dura para todo el mundo y esos apuntes o salidas de
humor son pequeños condimentos para suavizar y matizar esa dureza, porque la
persona que le da demasiada importancia a la vida puede sufrir grandes
cataclismos. No más al envejecer uno pierde una serie de valores exteriores
como la belleza física, la agudeza, los reflejos, toda eso va desapareciendo y
quedan pequeños tintes o pinceladas de esa vida. Yo no tengo tiempo de vivir
triste, eso nació conmigo, eso no es premeditado, eso sale porque cada persona
tiene su lado flaco o jocoso. En lo moral o intelectual yo soy muy respetuoso,
pero en la parte jocosa le pongo tinte a todo.
¿Cuáles
son esas dolencias de las que muy poco ha hablado?
Yo tengo diabetes. Me comenzó hace 30 años,
por herencia. Mi mamá murió diabética y eso me ha afectado los ojos, los
riñones y los miembros inferiores por la neuropatía. Los nervios me afectan
para caminar. Es muy difícil porque se pierde la sensibilidad de las plantas de
los pies respecto al suelo y en cualquier momento me puedo caer, por eso debo
tener mucho cuidado. De resto el corazón está bien, los ojos están mejor, ya me
operaron dos veces, y me estoy defendiendo.
¿Y de
la lengua viperina cómo está?
¿De la lengua? Esa cada día está más larga,
¡ja ja ja...!
Pasemos
ahora a su proceso creativo. ¿Cuál es el motivo predominante sus canciones?
Mi estilo es descriptivo pero tiene varias
características. En todo lo que tú agarres ves la descriptiva del paisaje y de
la naturaleza en acción. Tú no ves nada muerto, todo está en movimiento: las
aguas mansas, las espumas, la llamarada ardiendo, los guaduales meciéndose,
todo en acción. Otra cualidad es la pintura en música de cuadros y una tercera
es un sentido de frustración o de tristeza y eso tiene mucha importancia porque
¿quién no ha tenido llamaradas en la vida o espumas que se van? Todo eso es
universal y ha logrado que mis cantos gusten mucho. Pero hay otro aspecto
importante en mi obra y que he utilizado con mucho afecto. Es la parte
folclórica con la cual siempre he pegado al desarrollar rajaleñas, sanjuaneros
y cañas. En esas modalidades he podido elaborar verdaderas estampas folclóricas
del Huila y de toda Colombia.
¿De qué se nutre su
inspiración?
Para mí el compositor nace así como nacen el escultor y
el pintor. Ese es un don de Dios o del Demonio porque hay compositores que los
inspira el Diablo y hay otros que son de Dios. Yo soy de Dios, afortunadamente.
Eso nace con uno. Por ejemplo, tengo más de 150 canciones sin saber de música.
¡Yo no sé nada de música, soy analfabeto musical y sin embargo he producido
obras de talla mundial! Hay grandes intérpretes y músicos que tocan lindísimo
pero no tienen ninguna canción lindísima. La inspiración es nata, intuitiva, es
un don de Dios, eso es de ahí.
¿Por qué
en su obra insiste en muchos amores pero también en abundantes desamores?
Es que la vida es un compendio de esas cosas, partes
positiva y partes negativas. A mí me preguntan qué es la felicidad y sobre ella
pienso que es el paso de la tristeza a la alegría. Y pongo un ejemplo muy coloquial:
si a usted le duele una muela y se la sacan, del dolor de muela pasa al reposo porque
ya le sacaron la pieza que molestaba. Y viceversa, si usted está muy sabroso en
un sitio y le duele el estómago, se le daña el rato, entonces pasa de la parte
positiva a la negativa. Entonces, felicidad es pasar de la tristeza y la
desgracia, a la parte alegre que es igual a una bonanza.
¿Al
componer, hace primero la letra y después la música o al revés?
El motivo y la música siempre salen al mismo tiempo y
el ritmo sale consigo. Yo creo que el éxito de mis canciones estriba mucho en
que el tema melódico siempre está acorde con el contenido de sus letras.
¿Qué
instrumentos utiliza para componer?
Silbando, soy un gran silbador, yo escribo casi todo
silbando. Yo necesito la guitarra, el tiple, un instrumento o lo que sea, para
poder echarla a andar pero solo no me atrevo. Me pongo a silbarla, silbarla y
silbarla hasta cuando va tomando cuerpo, entonces agarro el instrumento para
que suene, pero primero la he ‘craneado’ y luego ya sale.
¿Cuándo
decide que está a punto?
Cuando ya la gente cercana y amiga la oye y comienza a
comentarla. Así me convenzo que va tomando forma.
¿Apunta
las cosas o las memoriza?
Muy pocas veces tomo apuntes. Yo tengo una memoria
auditiva impresionante y creo que es como patológica porque eso sale y se me
queda para siempre. Por ejemplo, yo no sirvo para componer con grabadora porque
si grabo un pedazo y al día siguiente lo escucho, me parece horrible, entonces
la borro. La canción tiene que salir e impactar mentalmente. Mi proceso de
composición es diferente y libre, muy libre.
¿Al
terminar una composición pide opiniones a alguien en particular?
No, a veces a la gente yo la canto y hay personas que
dicen: ‘por qué no le cambia esto o aquello’, pero no es siempre, eso es muy
ocasional. En la parte melódica o musical nunca he pedido conceptos y nadie
puede salir a decir que me ayudó o me la regaló. Gran parte de las
introducciones son mías, otras son de personajes como Alvaro Villalba que ha colaborado
con algunas, pero las estructuras de las canciones son íntegramente mías. En el
caso del porro Neiva fue Pacho Galán
quien la arregló e interpretó inicialmente, pero la estructura es toda mía.
¿Cuándo
le piden canciones de diferentes partes, pone alguna condición?
Desde que yo sienta algún afecto o simpatía, la hago,
de resto no. Por encargo es muy difícil porque se necesita ir, ver y sentir que
la canción merece escribirse y hacerse. Yo le he compuesto a todo el país en
esa forma, pero eso no es oportunismo porque son cosas que brotan
espontáneamente. Así han salido canciones que han pegado profundamente, aunque
hay gente odiosa que entiende las composiciones por encargo como algo muy fácil
y resulta que no. Cuando me critican por eso yo les digo: ‘háganlas ustedes, si
es así de sencillo, háganlas’. Debo decir que hay unas que han nacido porque la
gente les ha puesto todo el cariño y el empeño y porque son paisajes que vale
la pena dibujar. Por ejemplo, Ocaña, hembramorena, que la hice sin conocer esa ciudad y hasta me da risa de la manera
cómo la hice, incluso, me condecoraron allá. En todas esas composiciones hechas
por simpatía, que son poquitas, siempre he necesitado una motivación pero nunca
he cobrado por una canción de esas porque se perdería la valencia.
¿Por qué
decidió cantarle a muchas regiones del país?
Porque Colombia es un país de países. Cada
región es distinta. Uno no puede comparar un guajiro con un amazoniense, ni un
pastuso con un llanero. Todo mundo es distinto: las comidas, las artesanías,
los acentos, los paisajes, etc. En conjunto, al reunir todas esas regiones,
sale una gran nación y desde siempre me ha preocupado mucho cantar las estampas
de cada región. Son melodías que simplemente han surgido.
¿Cuáles
son sus canciones más queridas, esas que lleva dentro de su alma?
Hay unas como Espumas, Llamarada, Oropel (disfrute la versión de Soraya en vivo en Alemania), Los guaduales, Me Llevarás en ti, Llorando por amor, Los remansos, Luna roja, Acuérdate de mí (escuche aquí la interpretación de Vicente Fernández), entre otras, que por su
fama internacional y por la aceptación del público se pueden considerar como
clásicas. Y están las que son antología popular como La vaquería, El Barcino, Rajaleña No. 2, Tambores del Pacandé, El pájaro
pitojuí, El canalete, Pájaro diostedé y varias más que me gustan mucho
porque son estampas de la tierra.
¿Si
tuviera que seleccionar una clásica y una popular con cuáles se quedaría?
De las clásicas, Espumas (escuche la versión de Javier Solis), indudablemente, porque es una canción que ya no me
pertenece, es de la antología nacional, es una canción muy bonita. De lo
folclórico me gusta mucho El Barcino (aquí la versión original con Silva y Villalba) que es una estampa popular
muy cercana a mí.
¿Ha
quedado descontento o frustrado porque alguna canción no haya triunfado?
Prefiero no entrar en detalles porque en la
gama y cantidad de temas que he compuesto hay versiones que las pensé y las
cree de una forma, pero salieron de otra forma. Algunos dicen que hubo
intérpretes que las dañaron, otros opinan que están bien, aunque yo como
inspirador puedo pensar que se las tiraron. ¿Cuál es mi idea? Volverlas a
grabar tal como uno las creó.
¿Usted
cree que tiene una o más canciones malas?
Pues yo no sé, pero la ventaja es que todas
nacieron del corazón y que unas tienen suerte, algunas no y otras se
acrecentaron al llevarlas a las notas, a un escenario. Todas tienen su encanto
porque son momentos especiales porque casi todas fueron vividas y entonces
poseen ese valor.
¿Está
satisfecho con las regalías que ha recibido?
Sí y no. Está visto que en Colombia vivir
únicamente de la música es una utopía porque hasta ahora se están reconociendo
los derechos por la utilización de canciones con fines comerciales, pero lo que
se paga no alcanza para el sostenimiento. En el caso mío he podido vivir por
mis pensiones como médico más que todo y sí he recibido unos dineros por
derechos, pero no lo justo ni con la fuerza que hubiera podido esperar. En
Colombia todo esto de los derechos de autor está todavía muy restringido.
¿Vale
la pena o no ser compositor en Colombia?
Yo creo que en mi época sí, ahora ya no
porque en mi tiempo se componía bajo varias pautas: una letra aceptable, un
mensaje melódico. Hoy en día no porque se compone por música y si es música
brava, gran parte, generalmente, lleva consigo la marihuana o el bazuco. Eso ha
influenciado mucho, ha deformado el país y ha perjudicado a la gente. La
estridencia es lo que prima, las letras son supremamente bajas y grotescas y
por tanto, no creo que eso produzca una satisfacción.
Hablemos
de grandes compositores colombianos. ¿Qué ejemplos le dejaron Luis A. Calvo y
Morales Pino?
Calvo fue un hombre grandioso, un clásico
insuperable. La música de nuestro país está en Calvo. Fue un refinado del
pentagrama, uno de los padres de las melodías colombianas de todos los tiempos
y un verdadero ejemplo de superación porque además de soportar heroicamente una
enfermedad tan pavorosa como la lepra, supo sobreponerse a la adversidad y
seguir componiendo obras de gran calidad. A él siempre hay que mirarlo con
respeto y admiración. Igual concepto tengo sobre don Pedro Morales Pino, otro
de los pioneros de nuestra música. Comenzó su labor como músico e innovador
musical siendo muy joven, a fines del siglo XIX y se consolidó a principios del
XX. En nuestras tradiciones fue determinante, porque transformó la bandola y le
dio una identidad plena que sobrevive con gran fuerza después de un siglo.
También hizo arreglos musicales de gran calidad y llevó al pentagrama, por
primera vez, ritmos tan colombianos como el bambuco y el pasillo. Para hablar
de Morales Pino es necesario hacerlo con reverencia.
¿Y
Alejandro Wills, Eduardo Escobar, Pelón Santamarta?
Alejandro Wills fue un clásico bogotano,
cachaco, le jaló mucho al pasillo, al bambuco y a la danza. Fue muy bueno en el
canto y compuso obras grandiosas como el Galerón
llanero. Junto a él debe mencionarse a Escobar, que fue también un hombre muy
constante porque en ese tiempo los compositores eran juglares, bohemios y no
ganaban nada. Si acaso tocaban pero terminaban con el hígado achicharrado,
todos con cirrosis o tuberculosos. Pelón Santamarta fue un paisa muy
caracterizado que tocaba muy bien su bandola y la guitarra, aparte de que
componía bambucos de gran calidad como Antioqueñita.
Le gustaba formar conjuntos musicales de toda clase y viajar con su música de
un lado a otro. Colombia le debe el hecho de haber llevado a México, a la
región de Yucatán, nuestro bambuco. A Pelón le deben mucho el pasillo y el
bambuco paisa. Para cualquier compositor del interior estos personajes son un
punto de referencia que no se puede ignorar porque ellos empezaron a abrir la
brecha de la música popular.
¿Qué imagen
tiene de Guillermo Buitrago?
Para mi él es el padre del vallenato. Era
cienaguero y como se sabe, por Ciénaga entraron elementos de culturas como la
cubana, la centroamericana y la panameña y de ahí, toda esa amalgama se irrigó
al resto de la costa Caribe. En tiempos del Mono
Buitrago, Ciénaga era una ciudad más importante que Barranquilla y
comercialmente más influyente que Cartagena y por toda la zona bananera, aparte
de las culturas mencionadas, entró también cierta influencia gringa. Ahí tomó
mucha fuerza la guitarra y los cienagueros siempre se caracterizaron por ser
muy buenos guitarristas. En ese tiempo el vallenato era conocido como ‘son de
provincia’ y con ese nombre se propagó gracias a los cienagueros y sus
guitarras que con el tiempo le cedieron su espacio a los acordeones que
llegaron del norte.
¿Por qué
cree que no se la ha dado importancia a Buitrago como pionero del vallenato?
Porque él fue un músico bohemio, vivió muy
poco y se lo llevó la bohemia, pero dejó las bases del vallenato. Y cómo será
de grande que no ha muerto porque en Navidad o en Año Nuevo vuelven a salir
todas esas obras que compuso y con las cuales difundió el vallenato. A él le
cabe el mérito de haber descubierto a Escalona y como tal fue el primer
intérprete de sus canciones en la costa y el resto de Colombia, aunque después surgieron
Bovea y sus vallenatos. Buitrago fue un hombre famoso y brillante este hombre
que componía, cantaba y tocaba guitarra. Es un hito tan importante en la música
vallenata y del país que es de los pocos a los que se les puede llamar
verdaderamente inmortal.
¿Qué
recuerdos guarda de su amigo José A. Morales?
José era un hombre magnífico en toda la
extensión de la palabra. Yo lo considero más valioso en su faceta humana antes
que en su perfil de compositor, siendo un creador musical insuperable. José
tenía la enrome cualidad de no tener envidia de nada ni de nadie y por su
trato, franqueza y personalidad, resultaba ser un personaje estimulante. Con
los amigos era fiel, especial y muy delicado. Esperaba mucho de los demás, pero
no se dejaba manosear ni irrespetar. Era un eterno enamorado y por esa razón
sufrió grandes desilusiones y traiciones que le sirvieron para componer obras
de antología. En su magnífica obra mostró muy bien su tragedia personal como si
fuera un drama universal, aspecto que no es fácil de manejar y aunque no era un
docto en el campo musical, sí tenía el don de conocer muy bien los ritmos.
¿Se
considera sucesor de Morales?
Sí, en cierta forma. Él dejó cosas muy
lindas que hoy son patrimonio de los colombianos y porque yo estuve muy cercano
a su estilo, aunque yo exploré más ritmos. Él se inclinó mucho por los
pasillos, bambucos y valses, y yo, además de esos ritmos, me decidí también por
rajaleñas, sanjuaneros, cañas y algo de pasajes, porros y cumbias. No hay duda,
en su línea, José A., fue extraordinariamente grande.
¿Lucho
Bermúdez también fue su amigo personal?
Si. Pero aparte de eso debo decir que Lucho
es tan grande, históricamente hablando, que es de los compositores más
completos que haya dado Colombia, sobre todo, en el campo melódico. Lucho, antes
que nada, fue compositor de música y por eso a veces dudaba de lo que escribía
y pedía auxilio. Él mismo reconocía que no era muy fuerte al momento de
escribir, pero como músico propiamente dicho fue maravilloso y sus porros son
de antología e inolvidables para muchas generaciones. Como arreglista era
excelente y por estar dedicado al porro, la cumbia y algunos boleros, se puede
decir que fue un artista muy completo y muy ético. Desde que nos conocimos
destacó mi obra y siempre me dijo: ‘eche pa’ lante, cachaco’. La primera obra
que me grabó fue Matambo, cantada por
Lucho García y luego Neiva, con
Matilde Díaz, cuando ella era una de las cantantes más famosas de América. Más
adelante sacó una versión muy bonita de Espumas. (Aquí la versión de Matambo nada menos que con Los Melódicos de Renato Capriles y la voz de Verónica Rey).
¿Qué le
dice a usted el nombre de José Barros?
Es de los compositores colombianos que más profundo ha
calado en alma popular porque comenzó con su porro y su cumbia y después hizo
boleros, rancheras, joropos, pasajes, valses y llegó a ser tan grande, tan
grande, que impactó con fuerza propia en México y Centroamérica. José fue un
bohemio, un eterno enamorado de lo femenino que a toda hora vivía en función de
la mujer. Su figura es un símbolo de los indígenas ribereños del Magdalena y
por su carácter de hombre extraordinario ―ya sea por su ritmo, su inteligencia
sin par y su condición de andariego― se puede decir que es el típico personaje
del Caribe. Ha pasado por todas partes, desde la gloria, hasta la necesidad. Fue
un colombiano muy definido y por eso puedo decir sin temor a equívocos que es
uno de los pilares insustituibles de nuestra música.
¿Y
Rafael Escalona?
Es una persona que la hicieron y botaron el molde.
Escalona es un niño grande. Es una persona generosa a morir, es capaz de botar
lo que tiene en su bolsillo para dárselo a cualquier persona. Su gran mérito
está en haber escrito los sones de provincia con letras que son únicas y
universales. Ninguno lo puede comparar. Han tratado de igualarlo o de buscarle
un reemplazo y tampoco han podido. De él puede decirse que plasmó con acierto
la aldea universal. Rafa es sólo su vallenato, lo demás no. Él no tuvo boleros,
ni porros, solo vallenato, es el rey del son de provincia y con eso se ganó la
inmortalidad.
¿A
qué se deben sus buenas relaciones con Escalona?
Porque mi compadre es muy especial conmigo y en
diversas oportunidades ha tenido rasgos de generosidad afectiva que me
impresionaron. Por ejemplo, una vez yo llegué a Barranquilla en calidad de
Presidente de Sayco y me alojé en un hotel de cinco estrellas y él era alto
ejecutivo de la aduana y por esa razón tenía a su cargo una casa muy elegante.
Cuando llegó a buscarme en su camioneta me dijo: “Se me va ya para mi casa,
usted no tiene porqué estar en un hotel”. Cogió mi maleta, llegó a la casa y
levantó a su señora de la cama para cederme su alcoba durante mi estadía, luego
hizo arreglar muy bien el cuarto y se fue con su esposa para otra alcoba. Al
otro día se levantó muy temprano y teniendo como cuatro empleadas a su
servicio, personalmente me preparó un desayuno al estilo vallenato. Y así fue
durante toda mi estadía, solo atenciones y comodidades a toda hora y en
diferentes lugares. En otra oportunidad me llevó a Valledupar y llegó a
apoderarse tanto de mis actividades que dijo no estar dispuesto a permitir el
manoseo de otras personas. En ese viaje me invitaron a Patillal, pero me
advirtió que a ese lugar no iba si no era con él. Después en una gran parranda
vallenata alguien fumó marihuana y Rafa se pegó tal ‘emputada’ con el fumador
que lo encaró y lo insultó diciéndole: «Usted no me irrespeta al maestro
Villamil que nos honra con su visita. ¿Qué concepto se puede formar de
Valledupar?» Rafael es él, solo él.
¿Él
también tuvo un papel decisivo en Sayco?
Ayudó mucho, respaldó mucho a Sayco y la apoyó porque
Escalona es Escalona. Y Rafa tiene un valor que es único y es que se impone
como sea. Él es impositivo, no se arruga ante nadie, es imperial y eso le
sirvió mucho a la sociedad porque la gente le ha creído y por eso lo aprecia
tanto.
¿Por
el lado paisa sus afectos están por los lados de Jaime R. Echavarría?
Es una persona que recuerdo mucho porque cuando yo
llegué a Medellín por primera vez, invitado por Sonolux, fue él quien me
recibió con un concierto en mi honor en el Club Campestre de Medellín, tocando
su piano. Desde entonces fuimos como hermanos, como amigos, cantamos muchas
veces en dueto. ¡Figúrese, con esas voces nuestras, el dueto de oro de América!
Su casa fue mi casa, su finca fue mi finca y fue un gran estimulante de mi
obra. Vale mucho como bolerista porque es de la escuela de Agustín Lara, es muy
romántico y en lo folclórico tiene obras de excelente factura como Muchacha de risa loca y Cuando voy por la calle.
¿Y
Luis Uribe Bueno?
El maestro era de Salazar de las Palmas, Norte de
Santander, pero formado en Antioquia. Fue un gran maestro y arreglista de
primer orden. Era dueño de una gran exquisitez cultural y afectiva. Luis
dirigió muchas obras mías como las primeras versiones que hicieron Garzón y
Collazos e hizo los arreglos al trasfondo de mi música. Era una persona con un
sentido muy ético de la música, pero también se destacó por hacer canciones muy
buenas y bonitas como El cucarrón.
Era muy exigente y un gran señor.
¿Estercita
Forero?
Es
de las grandes artistas de nuestro país. Barranquillera y costeña de todas las
horas y dueña de un carisma extraordinario que la ha hecho merecedora del
cariño de su gente y de todo el país. Como cantante estuvo en Cuba, Venezuela y
México países a los cuales llevó la música colombiana. La novia de Barranquilla es un ser tierno y valioso con una obra
encomiable que le pertenece a todo el país. Como persona es espléndida y como
compositora magnífica. A pesar de ser costeña, compuso temas en ritmos del
interior como Las polvaredas, una
guabina que le grabaron Silva y Villalba.
¿Qué
opinión tiene sobre su paisano Luis Alberto Osorio?
Tenía una gran línea melódica y fue grandioso. A Osorio
lo mató un poquito el trago porque era muy bohemio y por su condición de
juglar, aparecía en todas partes estrenando mujer y estrenando banda. Él vivió en Huila, Tolima, Caquetá, Putumayo,
Amazonas y otras regiones, pero su manera de ser no disminuye el tamaño de su
obra. Si Osorio hubiera tenido una estructura social definida, hubiera sido más
extraordinario de lo que fue.
¿Hablamos
de otros opitas como el Pipa Prada,
Héctor Álvarez, Córdoba y Romero?
Todos ellos son valiosos porque han sostenido el
folclor huilense. Les faltó un poquito salirse de allá, salirse del forro, como
digo yo en forma constructiva. Memo Durán marcó la pauta con su sanjuanero. Pipa Prada siendo muy bueno, no ha
logrado lo que él ha querido. Héctor Álvarez es muy romántico, pero ha
preferido la parte económica a la artística. Córdoba logró penetrar con acierto
en el mundo musical, y Romero es muy inquieto en su música, ha luchado
bastante, con relativo éxito, pero todos han podido surgir mucho más porque son de gran calidad.
¿Rodrigo
Silva es su principal heredero en la composición?
Si claro, totalmente porque Rodrigo es de mi escuela.
Él tiene una línea muy bonita, ha compuesto cosas muy hermosas. Tiene unas obras
que llevan el sello de mi estilo y eso es lógico porque Silva comenzó muy joven
cuando nosotros cantábamos donde su cuñado Luis Eduardo Vanegas. Como
compositor tiene el gran mérito de ser universal y eso se demuestra en
canciones de calidad como Reclamo a Dios,
Amor marino y Viejo Tolima.
¿Ramiro
Chávarro?
El difunto Ramiro era una persona muy
querida. Fue discípulo completo y es hechura mía, aunque tenía el defecto de
hacer letras muy largas. Yo le peleaba mucho y le decía que no hiciera las
letras muy extensas porque se perdía el mensaje. Dejó canciones muy bonitas
como Mis borracheras, La chismosa y Mi regreso. Su poesía era mejor que la
composición, pero de todas maneras su música es memorable.
¿Cómo
fue su relación con sus descubridores, Los Tolimenses?
Ellos eran muy especiales. Con Lizardo nos conocíamos
desde chiquiticos en Neiva, pero él se fue a vivir a Ibagué y allá comenzó a
cantar con Jorge. Los dos le daban mucho al folclor pero con picaresca y
conmigo encontraron ambas cosas porque así como componía sanjuaneros, rajaleñas
y cañas también hacía bambucos, pasillos y valses y eso les gustó tanto que todo
lo mío lo grabaron muy bien. Había una empatía entre los tres porque Felipe era
del Huila y Emeterio de Ibagué. Jorge fue un fenómeno que nunca podrá olvidar
Colombia. Era magnífico porque con música y humor logró plasmar la
idiosincrasia del campesino colombiano en general y en su picaresca fue único y por eso pienso que
Huila y Tolima le deben gran parte de su identidad. Los Tolimenses me grabaron
por lo menos cincuenta temas, además, cuando yo me ausenté del país,
difundieron mucho mi música a través de Caracol en donde tenían un programa
diario, en vivo, de música colombiana y humor. Yo les estoy inmensamente
reconocido porque además de grabar y cantar mis canciones en sus espectáculos,
me mencionaban mucho y me incluían dentro de su trama humorística. Ellos fueron
enormes durante más de 30 años e hicieron una gran tarea por el folclor de Colombia.
¿Su
opinión sobre Garzón y Collazos?
Tengo los mejores y más gratos recuerdos, aparte de una
enorme gratitud. Como hecho curioso puedo decir que al momento de grabarme Espumas ellos estaban en la cúspide,
aunque recién reconciliados, pues acababan de superar un largo período de
separación. También recuerdo que Darío era hipertónico, irascible y muy
estricto y Eduardo Collazos, todo lo contrario: un hombre que mamaba gallo a
toda hora y le sacaba la piedra a Darío que reaccionaba muy fuerte contra él.
Esto hacía que a veces chocaran, pero si ambos hubieran sido hiperactivos no habrían
durado mucho porque Darío era absorbente. Los dos eran la justa medida.
¿Eran
muy exigentes o grababan y se iban como si no hubiera pasado nada?
Ellos montaban sus canciones sin dificultades, muy
profesionalmente, pero su mérito estaba en que cantaban con el corazón, no le
metían mucho bemol, como ahora, que le meten mucho atril a los bambucos y a los
pasillos. No, a ellos todo les salía del alma y eran muy originales.
¿Cómo
era su relación con ellos?
Conmigo eran excepcionales. Darío me quería mucho y
difundió mucho mi obra, era celoso con mis canciones, de ahí que la gente nunca
se atreviera a grabar Espumas porque
él era garrote en mano, muy estricto. Mi compadre Eduardo era una persona
afable, bonachona y me quería tanto que me buscó de padrino de su último hijo.
Con los dos logré cultivar una gran amistad.
¿Cómo
define usted a Rodrigo Silva y a Álvaro Villalba?
Es un estilo muy parecido al de Garzón y Collazos pero
con características muy definidas. Silva y Villalba estudiaron más, son muy
depurados, respiran muy bien, tienen mejor dicción y el nivel de sus
instrumentos es excelente, sin quitarle méritos a la instrumentación de los
primeros. La diferencia está en que Darío tenía la costumbre de absorber la
última sílaba, la inspiraba y para nosotros sonaba muy sabroso pero para otra gente
que lo oía no le gustaba mucho porque notaban que algo le faltaba, pero ese era
su estilo. Mientras tanto, la segunda voz ―la de mi compadre Collazos― era deficiente
pero servía porque hacía lo que llamamos ‘el cucarrón’, en cambio la voz de
Darío era metálica, lindísima. L notable de todo era que al cruzar las voces de
uno y otro, salía una cosa muy bonita. En el caso de Silva y Villalba es
notoria la excelente primera voz de Rodrigo y el buen complemento que le hace
Villalba. De tal suerte que sin imitar a Garzón y Collazos, ellos están en
primer lugar desde hace mucho tiempo y eso lo prueba su persistencia y la gran
cantidad de discos grabados.
¿Se
puede decir que los Hermanos Martínez tienen un estilo más en bruto?
Son valiosos. La segunda voz de Mario es extraordinaria
y la ejecutoria del tiple bellísima. Jaime es muy bueno, pero es superior la
voz de Mario. Ellos tienen un estilo muy propio, santandereano, un poco
golpeado, pero definido y eso ha producido en Santander y Boyacá, por vecindad,
un estilo que es inconfundible. Eso es típico de allá porque los Martínez
sembraron su escuela y ese estilo fue asimilado por Zabala y Barrera, Los
Jaimes y Los Comuneros, todos ellos estupendos cantantes y grandes ejecutantes
del tiple y la guitarra. Los Hermanos Martínez me grabaron bastante, casi a la
par de Garzón y Collazos y con temas míos ganaron discos de oro y platino en diversos
lugares.
¿Se puede hablar de escuelas de duetos y estilos diferentes?
Si. La
importancia de Garzón y Collazos, antes, y de Silva y Villalba,
actualmente, es que crearon un estilo nacional porque los antioqueños, que son
muy jodidos, tenían su propia identidad. Ellos cantaban un poquito con
influencia del gregoriano, los conventos y las iglesias. Los antioqueños son
muy románticos, muy montañeros y su temáticas era a veces muy triste. Está el
ejemplo de Carlos Viecco que era muy valioso pero solo era instrumental, la
letra se la ponían otros o se tomaba de poemas. Era algo abrillantado, muy
romántico y con vibrato, pero todo eso cambió cuando Garzón y Collazos, primero
y luego Silva y Villalba, entraron a Antioquia con fuerza e identidades
propias. Por eso hay que hablar de la escuela del Tolima Grande, en la cual
están Darío y Eduardo, Rodrigo y Álvaro y Los Tolimenses, en su estilo y con
esa simbiosis de música y humor que tanto gustaba. Y está la escuela
santandereano-boyacense en la que brillan Los Hermanos Martínez, Zabala y
Barrera y Wilson y Melquis. Y los paisas serían el Dueto de Antaño, Espinosa y
Bedoya y Obdulio y Julián.
¿Cómo
ve la corriente que algunos llaman la nueva música colombiana?
Es una variante de música y de estilo que ha nacido con
mucha influencia vallecaucana, caldense y antioqueña para tratar de reivindicar
esos aires que nos habíamos tomado los de otras regiones. Respecto a eso y al
folclor yo tengo esta observación: si al bambuco y al pasillo, que por
naturaleza son un tanto monótonos, ‘le meten atril’, resultan peores. A mí me
han atacado porque sostengo que a nuestros ritmos los han estilizado demasiado
y considero que el fracaso de muchos concursos se refleja en la poca
trascendencia de sus canciones. En los últimos años (hablamos de 2002) no hay
más de dos ó tres canciones hayan tenido acogida: El Camino de la Vida, Veinte Años y Hay que sacar al diablo, que son escuchadas porque se salieron de
lo común, lo demás es todo ‘atrilero’. Yo asistí a un concurso en el que se
presentaron unos ocho duetos con estilo central, es decir, siguiendo las
huellas de Garzón y Collazos y a esos los eliminaron y en cambio dejaron a
duetos mixtos o duetos de atril. En mi concepto eso no es correcto porque el atril
sirve mucho para los conjuntos generalmente instrumentales ―que los hay muy
buenos y muy lindos― pero que no son estrictamente folclóricos. Y es que el
folclor es auténtico, como el agua de las peñas que cae libremente. El folclor
sale del barro, pero hay que saberlo adornar, lo demás es degenerarlo.
¿Cuándo
usted habla de los ‘atrileros’ a qué se refiere?
A la música colombiana de ahora que le están poniendo
demasiada sensiblería y a la que le hace falta fuerza interpretativa y por eso
no pega ni profundiza. Si usted le hace demasiados adornitos, mucha cosita, eso
le quita fuerza a la canción. Por ejemplo Garzón y Collazos, Silva y Villalba y
los Hermanos Martínez tienen de bonito que entraban a lo que iban. Es que los
adornos deterioran la canción y pueden parecer bonitos, pero al folclor y al
momento actual no le sirven. Veamos el caso de la música llanera que es bonita
y de la cual se graban cantidades, pero se anquilosó porque todo es lo mismo y
nada ha cambiado. O todo es en tonalidad mayor o en tonalidad menor y las
letras son muy similares. Es como el vallenato de ahora que no se le queda al
público como sí se quedaron las composiciones de Escalona, Santander Durán,
Leandro Díaz o Hernando Marín, toda esa gente estupenda, pero el de ahora no,
son puros alaridos que parecen peleas de gatos. Eso ha saturado y entre más se
satura más soplan Escalona y los vallenatos de antes. Esa música de hoy no pega
y no se queda. Las empresas sacan y sacan discos y la gente se queda esperando
porque los grandes éxitos ya no existen. En lo llaneros, como en el vallenato y
en la música andina hay mucho anquilosamiento y todo porque le han metido mucho
atril.
¿Esa
posición no es un recalcitrante si se tiene en cuenta que el folclor no debe
cerrarse a la evolución?
Yo comparo el folclor con el magma de un volcán, eso va
saliendo, eso no se detiene, va bajando y saliendo lentamente y avanza hasta
llegar a su destino final. Así debe ser el folclor, tiene que ser con esencia,
con esencia. Usted escucha Ayer me echaron
del pueblo, de José Morales, Viejo
Tolima, de Rodrigo Silva o canciones
de Héctor Ochoa o Eugenio Arellano, tal como son, e impregnan porque están bien
hechas y deben conservarse como son, de lo contrario se les debilita. Mi papá
decía: ‘el bambuco no acepta calderones y tiene que ser como es, recio’. Eso es
de ahí, eso puede que produzca cierto resentimiento conmigo, pero esa es la
realidad.
¿Cuál
es su opinión sobre las canciones colombianas con temáticas urbanas?
Eso es relativo y un buen bambuco puede tener un tema
urbano y desde que sea bueno debe sonar, si es campesino debe sonar, eso es lo
importante. La letra y la música y el mensaje tienen que decir algo, pero usted
toma la mayor parte de las canciones folclóricas de ahora y les encuentra una
gran debilidad porque son demasiado largas y con letras de tres páginas se
pierde toda la esencia y el impacto deseados. Yo no sé qué pasó ahí si es que
la parte del rock infiltró al folclor o si es que los pormenores de un texto
largo debilitan el mensaje. Aun así no suena nada mal una temática de ciudad en
ritmo de bambuco, vals o pasillo, siempre y cuando el mensaje sea breve y
directo.
¿Le duele el desdén hacia el folclor por parte de los medios de
comunicación y el Estado?
Eso es un fenómeno de América Latina. Uno va a México y
se da cuenta que allá se quejan porque no está sonando lo mexicano y aquí gusta
mucho lo de ese país. Y resulta que allá también está muy metido el pop y
regresa uno a Colombia y se da cuenta que es lo mismo. Es una falta de
estructura, es una especie de babel cultural la que existe hoy día y la gente
por eso se desploma y no ama a Colombia, quiere el foco, pero no quiere la
raíz, desconoce la esencia y no tiene en cuenta que una canción le dice lo que
es su patria.
¿Cómo
se podría remediar esa falta de apego a lo autóctono?
Muy fácil, hacer lo que hizo Rojas Pinilla, el único
presidente que se acordó del fondo de Colombia. Él fue quien expidió un decreto
estableciendo que de cinco canciones que se emitieran por la radio, tres tenían
que ser colombianas. También dispuso que por la presentación de cada artista
extranjero, se debía incluir a un colombiano. Actualmente ocurre todo lo
contrario. La gente vive acomplejada totalmente por su condición de colombiano.
Ahora muchos jóvenes quieren tener el pelo rojo o amarillo, escuchar canciones
extranjeras y muchos se avergüenzan de comer un tamal en su casa o una empanada
y en el colmo del arribismo a las galletas les dicen crackets y a la carne asada la llaman baby beef. Todas esas cuestiones son estrambóticas y demuestran una
total falta de apego a nuestras tradiciones.
¿Sin
desconocer que lo extranjero puede se bueno, usted es partidario de darle
prioridad a lo colombiano?
Seguro. Yo nací bajo el influjo del charlestón, el twist y el fox que eran
la locura, pero de ellos no quedó absolutamente nada. Por ahí quedan algunas
huellas y todos esos ritmos pasaron íntegramente por el país, pero nadie
desconoció lo nuestro. Ahora es lo contrario, desapareció lo nuestro para meter
un poco de cosas, de letras amorfas o pornográficas. La televisión nuestra vive
una época trágica porque le da prioridad a lo pornográfico, al vocabulario
soez, a los anti-valores, a la exaltación de las perversiones y al elogio de
nuestras miserias. La televisión se convirtió, infortunadamente, en una trampa
mortal, tan monstruosa que la información cultural se derrumbó por completo y
el concepto de cultura se cambió por la farándula y eso es gravísimo para la
identidad de un país.
Hablemos
de política. Usted estuvo en dos procesos de paz entre el Estado y la
insurgencia. ¿Cómo analiza el fenómeno guerrillero?
Hay un principio básico que nadie puede
negar. El principio de las guerrillas colombianas es la toma del poder para un
cambio total del sistema. Yo lo pude apreciar hace 40 o 50 años y eso ellos no
lo han modificado porque han sabido aprovechar que los partidos políticos
nuestros se cansaron. Hay un debilitamiento total y la prueba está en que 30
mil guerrilleros han podido más que 40 millones de habitantes, eso es gravísimo
porque hay un debilitamiento, una fatiga intelectual tradicional. Pero hay un
ingrediente adicional que es el fenómeno de la droga que ha hecho poderosa
económicamente a la guerrilla y eso le cambió los parámetros a la lucha y los
hace diferentes en el sentido de que los primeros guerrilleros luchaban por los
principios marxistas pero no por el dinero. Pero la guerrilla no ha sabido
enfocar su lucha porque el pueblo, que tenía que ser el que la respaldaba, está
muy dolido por la toma de las poblaciones, por los hijos que se les llevan o
porque los involucran en el narcotráfico, entonces hay una desesperanza total
que ya no es sólo en las clases altas que eran las que sufrían el ordeño del
secuestro y el chantaje. Eso va descendiendo y tocó a las clases inferiores.
Eso lo que demuestra es que Colombia es un país privilegiado porque aún con
tanta bestialidad subsistimos.
Usted presagió a principios de los años 60 el desbordamiento de la guerrilla. ¿Cómo fue eso?
Yo entré a la zona de El Pato en 1958. Acababa de pasar la amnistía, la segunda, la de Alberto Lleras, cuando el gobierno le dio mucha plata a los guerrilleros, pero esos dineros fueron a parar a los burdeles, los cafés o a los traficantes de armas. Otros sí dejaron la guerrilla e iniciaron una nueva vida, pero hubo sectores que comenzaron a fundar grupos de guerrilla comunista allá por los lados de El Pato, Guayabero, Marquetalia, La Uribe y otras regiones a las que Álvaro Gómez llamó repúblicas independientes. El estado colombiano no midió el fenómeno como un asunto político y social de fondo y al pretender una solución prefirió la salida militare a la solución negociada. Yo pronostiqué la catástrofe de ahora y nadie me paró bolas porque pensaban que el crecimiento de la guerrilla no era posible y que las armas del estado eran invencibles. Todo lo que está pasando ahorita y lo que pasó antes, lo dije yo siendo vicepresidente del consejo de Neiva en 1960.
¿Le
ve futuro político a la guerrilla?
Estamos en el momento crucial porque esto
tocó fondo. Si la guerrilla, que en su cúpula tiene intelectuales, le echa
cabeza a la cuestión y llega a unos acuerdos políticos para ayudar a promover
cambios sociales, políticos y económicos estructurales por las buenas y pone
condiciones, puede pensar en un futuro cierto y serio en materia política. Pero
si se lanza derecho a la guerra lleva todas las de perder porque el pueblo ha
sufrido y no está con ellos y en cualquier revolución el pueblo es la gasolina
para la guerrilla, pero en este caso, si no hay pueblo ¿de dónde saca la
gasolina para su causa? He ahí un interrogante.
A
propósito ¿cuántas veces fue usted concejal de Neiva?
Una vez y llegué hasta el cargo de
vicepresidente. El presidente fue el
Macho Roberto Durán Alvira. Fue a nombre del Partido Conservador, en el grupo
que lideraba Felio Andrade Manrique, un movimiento muy sabroso y de gente
brillante. Fue una experiencia muy interesante. En ese tiempo el partido
conservador estaba dividido en tres ramas. A mí me ofrecieron para que hiciera
parte del consejo de Neiva las tres fracciones, pero la que primero me dijo fue
la que dirigía Álvaro Sánchez Silva, el Pájaro.
Yo acepté y le advertí que si le servía de algo a la ciudad lo haría con mucho
gusto porque veía en el Concejo la oportunidad de emprender actividades cívicas
importantes. Además entendía que los concejales eran dirigentes cívicos que
luchaban por la ciudad y que a pesar de sus diferencias políticas, podían
servirle a la comunidad.
Pero
usted es godo de tuerca y tornillo...
Yo soy conservador más por tradición
familiar que por otra cosa, pero no es que sea conservador en mis conceptos.
Por el contrario, mis ideas son bien diferentes, pero sin ser socialista. Yo me
defino de centro y soy progresista. De rótulo azul por fuera pero de otro color
por dentro.
¿Qué
experiencia le dejó su paso por el servicio público?
Hicimos una cosa muy bonita y logré
codearme con gente muy reconocida en la ciudad como Felio Andrade Manrique,
Gema de Ángel, Urbano Cabrera viejo, Alvaro Sánchez Silva, el Macho Durán
Alvira y mucha gente brillante. Fue una época muy bonita. Después me buscó
Misael Pastrana Borrero para que sirviera de suplente a la Cámara de
Representantes pero yo no quise. Yo le expliqué que al no ser un político de
carrera, la gente me apreciaba más ya fuera por mi actividad cívica o por la
parte musical y finalmente no le acepté su ofrecimiento. Misael se resintió un
tanto conmigo, pero creo que después de algún tiempo me entendió plenamente.
Como hecho curioso debo resaltar que a Pastrana siempre lo derrotaron a nivel
parlamentario en el Huila, Felio siempre lo derrotaba y entre los dos siempre
hubo una rivalidad tremenda. Después sí
fui candidato al Senado de la República en una movimiento romántico que surgió
en Bogotá. Ahí acepté ser la cabeza de lista para el Senado y lo hice porque
fue un movimiento de artistas que lideraban Harry Geitner, el padre de la
actriz Aura Cristina Geitner y Los Tolimenses. Eso fue como en 1966, pero no le
metimos mucha politiquería a la cosa porque preferimos hacer un papel
folclórico en pro de los derechos del artista. Salíamos en un carro descubierto
que era de Emeterio y él junto a Felipe actuaban y aparecían como Los
Tolimenses y yo, me presentaba como candidato al Senado. Fue algo muy chistoso
y sabroso. La gente siempre votó por nosotros y la quemada de los candidatos fue
brutal, pero al grupo eso no nos importó porque éramos conscientes de nuestro
papel pintoresco.
¿Hasta
ahí su relación con la política?
No. En una oportunidad, cuando Jaime Castro
era Ministro de Gobierno, en el mandato de Belisario, me candidatizaron para
Gobernador del Huila. Jaime me llamó para decirme si yo estaba dispuesto a
aceptar el cargo, pero yo le contesté si él estaba loco o no. Pero él, con su
paciencia de boyacense me dijo que yo
sería un buen gobernador porque había consenso sobre mi nombre. Luego me
explicó que por el respeto que me tenía la guerrilla, también podría
convertirme en un elemento fundamental para el gobierno en la búsqueda de la
paz. Le contesté que ellos me respetaban mientras no me metiera de político y
que, además, no podía cumplir con mi papel adecuadamente por tener mi finca en
El Pato. También le dije que por no tener madera de político yo no servía para
un cargo de tanta responsabilidad. Le agradecí mucho y le dije, en broma y en
serio: lo único que le falta a Colombia para acabar de terminar con todo es
meterle farándula al gobierno. No acepté por esas razones, pero también porque
entendí que para ser gobernador, sobre todo en esa época cuando ya comenzaba la
corrupción, una persona sin tacto ni finura de político, se hunde, a la cárcel
va a dar y hasta allí llegó.
Además
de esas tentaciones políticas, usted ha tenido muy buena relación con los
presidentes colombianos...
Hubo una época en que yo anduve mucho con
presidentes, pero siempre tuve buenas relaciones con López, Belisario y Barco,
aunque al primero que traté personalmente fue a Alfonso López Michelsen que
como político y ser humano me encantaba. Con Nelly Turbay de Muñoz nos
reuníamos en su apartamento para hacer tertulias y cantar, especialmente Me
llevarás en ti y Espumas que le gustan mucho al expresidente. A Mariano lo
conocí porque fundó con mi papá y otros personajes la Federación Nacional de
Cafeteros, además, el era tío segundo de mi señora y doña Berta, su esposa, fue
muy amiga de la casa. A Laureano no lo conocí y con Lleras Camargo y Lleras
Restrepo únicamente tuve trato de vista. Con Valencia hubo muy poca relación.
Él más que todo fue amigo de José A. Morales, pero le hizo la jugada de ofrecerle un cargo en España,
José vendió todo para el viaje pero después le hizo huevo.
¿Con
Misael Pastrana fue una relación muy cercana?
Sí, bastante próxima. A él le encantaban AlSur y Los guaduales. Cuando se estrenó Cafam en Melgar él me hizo invitar
especialmente con Silva y Villalba y allá cantamos con él. Con Turbay es una
relación muy vieja porque él esta ligado al Huila desde chiquito. Era muy amigo
de mis hermanas, mi papá y mi mamá y Nydia fue condiscípula mía en el colegio kínder
en Neiva. Belisario también fue muy especial conmigo no solo porque me invitó a
participar en su proceso de paz sino porque me otorgó la Gran Cruz de la
Presidencia en el grado de Gran Oficial. Además en su gobierno reconoció a los
artistas y la gente de la cultura y sus tertulias en Palacio eran muy
interesantes por lo que se decía y porque siempre brindaban bastante vinito,
mucho vino, él era muy querido. Virgilio Barco fue muy especial conmigo desde
que lo conocí cuando era Ministro de Obras Públicas. Él nos ayudó mucho en los
problemas de la carretera de El Pato y después en su despedida de la
presidencia me invitó a Palacio. Con Gaviria no hubo relación de ninguna clase
porque él cerró de un solo tajo todo el concepto que traía Belisario sobre los
artistas y la cultura. Ernesto Samper fue muy especial conmigo en la Presidencia
porque yo lo conocí soltero, cuando estaba estudiando. Iba mucho a ‘gallinacear’
una sobrina mía, era cocacolo, muy alegre y dicharachero y su gobierno fue muy
positivo con los compositores.
¿En
resumen, usted diferenció claramente el arte de la política?
Perfectamente.
En lo único en que intervine fue en las dos amnistías. Fui garante en la
cordillera Oriental, más que todo con las Farc que en ese momento eran
conocidas como el Movimiento Agrario Campesino, unas guerrillas políticas liberales
que venían del Tolima y muchos años después en el proceso de paz del presidente
Belisario Betancur.
¿Qué
concepto tiene usted de Dios?
Dios es la suprema fuerza, la suprema
fuerza es gigantesca, supremo amor, suprema comprensión, supremo perdón,
suprema justicia, todo. Y una cosa muy linda de Dios y es que a cada persona le
da su libre albedrío. Dios en su infinita sabiduría sabe lo que va a suceder, pero deja que la
persona actúe así por su propio riesgo,
¿no? En determinados momentos, en determinados momentos, por ejemplo, puede
intervenir directamente. Es tan sabio y todo que no te molesta la vida, así se
diga, ¡ay! es que Dios no me quiere, se me murió mi papá o mi mamá, Dios no me
quiere, pero no, lo que sucede es que lo dejó libre. Él deja que la persona
actúe con todos sus poderes, con toda su inteligencia, con toda su maldad para
ver qué hace. Pero en determinado momento interviene, interviene, interviene. Y
es supremo amor, la suprema comprensión, entonces para que una persona se condene
se necesita mucho, porque Él, por ejemplo, cómo va a comparar lo que está
haciendo un guerrillero de tercera clase con un intelectual, los juzga de
acuerdo con el momento en que se están moviendo por eso Dios es lo supremo en
todo.
¿Ha estado presente Dios en su vida, en sus cosas buenas y
malas?
Claro. Dios está conmigo a toda
hora, ese Dios siempre está presente. Lo importante es saber esperar de él. Yo
tengo ese concepto, en cualquier momento aparece.
Pese
a los conflictos que pueden surgir entre lo intelectual y lo espiritual, ¿usted
ha sentido la presencia de Dios?
Claro que la he sentido, sobre todo en los
actos grandes de mi vida, Él ha aparecido. Yo por ejemplo digo, bueno aquí hay
un problema, entonces yo siento una vocecita que me dice: ‘Siga por este lado’,
eso es impresionante. Por ejemplo, en las canciones Él me ha guiado y por eso siempre digo que soy un compositor de Dios.
¿Usted
ha pedido inspiración divina?
Claro, en muchas, en muchas y
hay unas como las picarescas que son medio verdes, entonces yo digo: ‘esto es
Dios’. Él tiene su chispa y nos la
dio en los rajaleña y en toda esa cosa y eso no es pecado. Si fueran perversas
sí serían del demonio porque éste interviene y compite con Dios en las
canciones. Ahorita hay mucha inspiración demoníaca.
¿En
la Medicina sintió usted esa presencia de Dios en algunos casos?
Claro, lógico. Por ejemplo yo muchas veces
le pedía porque veía pacientes que estaban al borde de la desesperanza y yo
sentía que Dios ayudaba para lo que iba a decirles, a formularles o tratarlos.
Esa presencia de Dios fue importante en mis actividades como médico.
Siempre vi la mano de Dios.
¿Se
confiesa y comulga con frecuencia?
Si, en determinados momentos. Pero hago una
confesión no mecánica, sino charlada, dialogada y eso es muy bonito, charlar
uno con Dios y no darse golpes de pecho y lamber ladrillos. No, eso no es lo
mío, yo ya superé eso. No comulgo con frecuencia pero sí unas dos veces al año
y lo hago también a conciencia, con charla.
Usted
dice que es muy mariano. ¿Tiene devoción especial por alguna virgen?
Yo quiero mucho y le pido mucho a María y
ella ha sido especialísima conmigo. No tengo una virgen predilecta, pero hay
unas advocaciones como la de Las Lajas que me pareció preciosa, es un óleo
lindísimo. La de Chiquinquirá, también es muy especial, pero cualquiera que sea
la advocación siempre veo a la misma María.
¿Se
siente en paz con Dios?
Si, si, yo estoy en paz con Dios.
¿Cómo
quiere que sea el museo proyectado en su honor?
Eso ya le tocará a los que lo vayan a
manejar pero creo que se debe mostrar por etapas, desde que yo nací, hasta el
momento actual. Que se muestre el ambiente donde yo nací, mi trabajo en Bogotá,
que haya una parte de para mi obra con énfasis en lo folclórico e internacional, que se hable de la finca de
Choachí y se muestren mis cosas porque si se dejan a la familia se reparten
eso y se acaba todo. Todas esas cosas materiales pueden quedar en un solo
lugar, en Neiva, como una especie de herencia, porque en mi casa y en El Barcino tengo de todo: los muebles de
El Cedral, que son del siglo XVIII, muebles primitivos, todas mis condecoraciones,
diplomas, trofeos, medallas, óleos, cuadros, espejos, cristalería, vajillas,
cuadros, fotografías, recortes, publicaciones, discos, casetes, libros y un 'jurgo' de cosas más, además hay gente
regada por todas partes que tiene cosas mías y eso se puede recoger. Ojalá que
quede así como yo pienso.
¿Cómo
quisiera que lo recordaran?
Que me recuerden con la música, con mi
música, ¿no? Porque lo mío, lo que vale en mí, es decir del compositor, es la
música. La parte humana es interesante como persona pero lo valioso es la obra
musical y que suenen Espumas o El Barcino dentro de 30 ó 50 años, eso
sí sería importante.
Perdóneme
la franqueza, ¿usted se ha imaginado como sería su entierro?
Por lógica debe ser muy importante porque tengo
muchas amistades y gente que me quiere y aprecia por la vida artística. Por
ejemplo, me imagino que la Sociedad de Autores y Compositores se pondrá de pie,
porque soy presidente Emérito y Sayco me quiere mucho. Acinpro, seguramente
hará lo mismo y muchas entidades artísticas se pronunciarán, pero prefiero que
me entierren al son de sanjuaneros, con aguardiente, con voladores y que la
gente esté alegre, ¡¡¡je je je!!!
La entrevista fue publicada por primera vez en 2002 y editada para este blog el 27 de febrero de 2013 en Bogotá, Colombia.