miércoles, 8 de octubre de 2014

"Soy compositor de Dios": Jorge Villamil Cordovez.

Al cumplirse este 28 de febrero tres años de la muerte de Jorge Villamil Cordovez, uno de los más notables compositores de música popular de Colombia, transcribo apartes de la entrevista con el maestro publicada en mi libro Las huellas de Villamil.

 
 
Hablar con Jorge Villamil Cordovez era un delicioso ejercicio que podía demandar horas enteras o muchos días. Una entrevista con él no requería de permisos ni protocolos porque desde el primer momento el periodista era rodeado por un ambiente de confianza en el que las ideas fluían con facilidad.

Eso se debía a su personalidad descomplicada y a las variadas facetas del maestro que les permitían a sus interlocutores saltar entre temas cercanos a sus afectos como la agricultura y la ganadería y la defensa acérrima del folclor hasta las complejidades de la política colombiana. Nunca con Villamil había asuntos vedados porque detrás de sus gafas semi-oscuras y esa voz ronca se escondía el mismo campesino que a principios de los años treinta aprendió a tañer pasillos y bambucos. En su tono siempre sobresalían la anécdota, el gracejo, los recuerdos y la nostalgia. Hablar con él era revivir las viejas charlas de los abuelos opitas que sentados en los taburetes de cuero o recostados a las paredes de bahareque contaban historias unas creíbles y muchas veces imposibles. 

Al hablar del Huila los ojos se le iluminaban y en sus palabras brotaban, como ráfagas luminosas, personajes de todas las condiciones y situaciones. Cada historia alrededor de sus cantos es como una pequeña novela universal que se pega a los huesos de sus interlocutores, dando vueltas y revueltas, danzando y silbando como si fuera un eterno rajaleña. Lo más reconfortante era verlo vital, alegre y cuerdo a pesar de los achaques. En sus expresiones no se notaban amarguras ni odios y su vejez ―digna y altiva― fue muy diferente a la de hombres consagrados y mujeres famosas que al percibir el final de sus vidas se dedicaban a incendiar pasiones y pasar cuentas de cobro.

Esta entrevista no se hizo en un rato ni en un día. Tampoco se realizó por teléfono, desde el escritorio de un periodista refugiado en su búnker de cristal. Al contrario, cada pregunta con su respuesta corresponden a encuentros sucedidos en momentos y escenarios muy variados que empezaron hacia 1998 y terminaron en 2002, poco antes de que esta biografía llegara a la imprenta. No hubo cuestionarios previos, preguntas vedadas ni respuestas prefabricadas. Tan solo primó el interés del reportero por desentrañar la interioridad de ese chico viejo que guardaba un alma monumental. Por parte de aquel hombre, lo único que surgió fue la espontaneidad del campesino de El Cedral que con una extraña humildad siempre fue consciente de su trascendencia en la vida colombiana.

Los temas tratados parecen obvios, pero era imprescindible abordarlos sólo con él para enmarcar todo este trabajo de investigación llamado Las huellas de Villamil. Así, sin reservas, habló de Jorge y Ana María, su apego al Huila, los amigos, la diabetes, otros compositores, el proceso para hacer canciones, sus obras más queridas y la gratitud con quienes lo pusieron en sitiales de honor. Pero Villamil también era severo al criticar las nuevas tendencias musicales del folclor y se dolía de la marginalidad en que se hallan las tonadas populares. Como muy pocas veces lo hizo, habló de su pasado político como miembro del Partido Conservador y analizó con crudeza el problema de la paz y la guerra.

«Soy compositor de Dios», confesó como un buen cristiano y lo hizo para hablar de las bendiciones del Altísimo en el ejercicio de la Medicina como en su inspiración musical. Con el corazón abierto, sin dramatismos, dijo cómo quería que se conservara  su obra y con humor, como si fuera un sanjuanero hecho por él, sugirió cómo debía ser su entierro.

Su testamento musical está en el vals Vieja Hacienda del Cedral. Eso lo sabía él y siempre lo entendieron sus seguidores, aunque es en los párrafos siguientes donde está su retrato al natural, sin ediciones, retoques o efectos, sin posturas facilistas u opiniones oportunistas.

Empecemos por la familia. ¿Cómo se las ingenió usted, siendo viudo, para manejar esa etapa tan difícil de la adolescencia de sus hijos, Jorge y Ana María?

La manejé con el sentido de que nada debía ser misterio para ellos. Siempre les dije que la vida hay que recibirla como es, advirtiéndoles sobre peligros como la droga y la prostitución y señalándoles el sentido de su propia responsabilidad, eso fue vital para ellos. Yo le decía que su vida era de ellos y no la mía, pero siempre les di plena confianza. Les recalcaba que si les provocaba fumar marihuana o hacer cualquier otra cosa debían decírmelo porque yo les podía ayudar y guiar más que otro amigo. Hoy cuando han pasado ya esos años, puedo decir que la juventud de Jorge y Ana María fue muy bonita porque no tuvo sobresaltos. Ellos siempre fueron alegres, cantaban y bailaban, pero todo lo hicieron dentro de una gran corrección.
 
¿Cómo manejó su relación de padre y hombre famoso con ellos?
Somos muy buenos amigos pero cada uno dentro de una gran independencia. Los primeros consejos fueron importantísimos, porque al llegar a la madurez ya estaban en el otro lado. Cada uno tenía claro el concepto de no tomar el lado torcido de las cosas sino el camino del frente, el correcto. Desde pequeños se les enseñó que debían hacer sus cosas por sus propios medios. Yo no me sentaba con ellos a hacerles sus tareas y siempre les inculqué el deber de hacer sus trabajos del colegio o de la casa por ellos mismos y que por tanto, debían destacarse por sus propios méritos. Ellos solos escogieron sus universidades, sus carreras y todo lo demás. Lo que han conseguido profesional y personalmente es por ellos mismos. Sin embargo, cuando me pedían un concepto para una u otra cosa, yo les decía: háganlo. Por ejemplo, Jorge, quería ser aviador como su abuelo, el general Mariano Ospina, pero no le sirvió la vista. Él escribe y habla muy bien. Se inclinó por el lado cultural y se dedicó al periodismo en donde ha tenida una carrera muy brillante. Estuvo en El Tiempo, se fue un año al Canadá y ahora está en Estados Unidos ocupando un puesto muy relevante en una compañía de internet. Ana María es artista. Desde que la vi dije que iba a ser artista porque pintaba como los ángeles. Pero alguien le dijo ¿dónde ha visto que una artista gane plata? y se metió a la Universidad de los Andes a estudiar ingeniería, pero no sirvió. Yo me di cuenta de esa situación y le dije que escogiera su carrera y su profesión sin interferencias. Se metió a estudiar diseño y ahí sí despegó porque al tener cualidades artísticas y pintar muy bonito, todo se le facilitó. Ya siendo profesional se convirtió en una gran diseñadora. Ella lució una juventud muy  bonita, pero muy seria. Ana María fue Reina de Reinas, en Neiva; Reina de la Islas, en San Andrés y Reina de los Mares del Caribe, en Santa Marta. Estando radicada en Bogotá, después de haber vivido en Neiva y terminada su carrera, ella comenzó a trabajar en diseño de modas, formó su vida, del lado mío y conoció al novio, un médico serio con el cual se casó. A él le gustó Ana María por su corrección y se casó. Fue un matrimonio normal, se llama Rafael Carrillo Flórez. Ya son padres y tienen un bebé llamado Juan Pablo, que es mi primer nieto. (Nota del autor: Ana María Villamil Ospina falleció en diciembre de 2009 en Bogotá luego de soportar un terrible cáncer linfático. Tenía 40 años de edad)

¿Qué tan determinante fue su hermana Graciela en la crianza de Ana María?
Cuando Ana María cumplió trece años yo decidí mandarla para Neiva a casa de la Negra. Yo consideré que eso era obvio porque veía que ella necesitaba una señora a su lado en esos años de la adolescencia que no son nada fácil y Graciela fue decisiva en su formación. Con Jorge la situación fue diferente porque él siempre se quedó conmigo en Bogotá.

¿Cómo ven ellos su fama y su música?
Jorge y Ana María son conscientes de lo que yo valgo y de lo que vale mi música, pero ellos son muy respetuosos, aunque me estimulan y ven la obra como un poquito lejana, pero no me interfieren en la parte conceptual. Ellos quieren mucho la obra, especialmente su canción que es La Vaca golosa, que la compuse en la finca que yo tenía en El Pato cuando los dos estaban muy chiquitos. Pero hay un aspecto que ha sido decisivo en nuestra relación y es que siempre, desde pequeños, yo los persuadí de no explotar mi nombre ya fuera para el estudio o para otras actividades. Siempre les dije: ustedes son ustedes y yo soy yo, es decir, cada uno por su lado. Eso se debió a que en una oportunidad trataron de alcahuetearlos con las notas y eso me disgustó sobremanera y me obligó a ir al colegio para pedirles que no los alcahuetearan con la excusa de mi nombre. Hablé con los directivos y maestros del colegio amigablemente para pedirles que les exigieran igual que a los demás alumnos y les expliqué que al ser condescendientes con ellos se conseguiría exactamente lo contrario, es decir, se los tiraban en vez de ayudarlos.
 
¿Por qué ese apego hacia el Huila tanto en su obra como en sus palabras? Eso parece desbordado…
Porque aunque no esté allá sigo pegado a una tierra que siento mía y sobre todo porque en el Huila desarrollé diversas facetas como campesino, compositor, médico y artista y eso es muy bonito porque en cada una de ellas me sentí a gusto. Sin embargo, hay cosas negativas como la envidia y la indiferencia, pero eso es muy humano y se da en toda actividad. Eso puede ser grave porque uno se pregunta si es que no se reconoce lo que vale y empieza a dudar, pero eso se supera si uno logra salir de allá y ve el mundo desde atrás. Uno no debe interferir ni sufrir por eso porque con el tiempo se descubre porqué una persona actúa torcidamente o no. A mi en el Huila me han valorado a lo sumo, pero hay uno pocos que no aceptan esa valoración.
 
¿A qué atribuye eso?
Hay gente muy amable que me ha querido mucho, por ejemplo, el raso, en provincia, en los municipios, conmigo siempre han sido especiales. Yo comprendo el porqué y por eso repito lo que dijo el filósofo: ‘Conócete a ti mismo y conocerás a los demás’. Ellos, los que no me aceptan, reconocen en el fondo mis valores, pero hay mucha gente que me tiene envidia o quiere establecer una rivalidad, pero eso es muy común. Prefiero no ahondar en eso, pero la gente que hace eso no tiene estructura intelectual ni afectiva. Una persona que me ataca a mí, lo hace por envidia, pero eso no tiene valor, ni es una valencia. Eso lo hacen porque consideran que uno puede ser, en determinado momento, una especie de rival en el campo intelectual y resulta que no, yo no peleo con nadie ni le meto la zancadilla a nadie. Por eso nunca acepté ningún cargo político.
 
A propósito de los amigos y la condición humana que usted refleja en Oropel, ¿qué piensa de la amistad?
La amistad es un rasgo muy humano y muy lindo que tiene piso divino y un amigo auténtico vale más que todo. A veces ni un mismo hermano actúa como un amigo, porque a veces los amigos suplen eso y hay gente que da la vida por su amigo. Por eso pienso que la amistad es como una mata de flores que hay que regar a menudo para cuidarla y a la que es necesario quitarle las hojas secas para que florezca y no se muera. Es muy difícil ser buen amigo porque, por ejemplo, en mi caso, conozco tanta gente a la que quisiera dedicarle un poquito de mi vida pero las ocupaciones y el tiempo no me dejan. Y hay gente que se resiente y se va apartando. Hay amistades que quieren mucho a una persona y la recuerdan pero a veces falta esa agüita, ese abono que hay que echarle para que la flor siga viva. En el caso de Oropel yo lo que hago es pintarla expresión del hombre y la miseria humana. Allí estamos retratados todos porque somos seres de barro, de carne y hueso que fallamos.
 
¿Quiénes son sus amigos?
Yo tengo muchos conocidos, pero amigos pocos. Tengo bastantes amigos, pero íntimos, ninguno pero eso se debe a una razón sencilla: yo tengo mi fuero, yo siempre he dicho, si estoy un domingo en mi casa y quiero estar acostado leyendo o viendo televisión, no quiero que nadie se meta y me levante para decirme camine pa’ tal parte. Yo en eso soy muy personal y muy individual. En mi matrimonio lo exigí y le dije a mis señora: ‘Yo respeto tu fuero y tú respetas el mío’ y ese fue un principio. Hay amigos que son muy especiales y aparecen cuando uno los necesita o cuando uno quiere, pero no lo atosigan ni se entrometen. Yo no tengo de esos amigos que entran y abren la nevera a ver qué tiene uno y que se lo pasan metidos en la casa. Eso sería gravísimo porque es necesario el respeto mutuo. Yo tengo grandes amigos, pero amiguísimos muy poquitos y cuando nos volvemos a ver la alegría es inmensa de lado y lado. Entre mis amigos hay gente muy querida pero especialmente son compositores, artistas, parientes lejanos, médicos y paisanos. Hay unos que no cambian nada, pero otros cambian por la separación y lo miran a uno distinto.
 
¿Usted es de aquellos que dicen haber concebido un plan de vida?
La vida es un proceso, es un instante entre dos eternidades. Uno viene de la sombra, se desarrolla y pasa a otra oscuridad que es la eternidad. Por eso es que hay que aprovechar ese espacio y convencerse que todos vamos a recibir la muerte y uno tiene que a esa realidad. Hay gente que sufre mucho por la muerte y se agobia cuando desaparece una persona. Yo, por lo general, tal vez por mi formación como médico, no sufro por la muerte porque considero que una persona muerta evolucionó a otra etapa, a otro estado de la vida.
 
¿Cuál es su receta para estar siempre de muy buen humor?
Para mí eso es normal porque siempre entendía que la vida es muy dura para todo el mundo y esos apuntes o salidas de humor son pequeños condimentos para suavizar y matizar esa dureza, porque la persona que le da demasiada importancia a la vida puede sufrir grandes cataclismos. No más al envejecer uno pierde una serie de valores exteriores como la belleza física, la agudeza, los reflejos, toda eso va desapareciendo y quedan pequeños tintes o pinceladas de esa vida. Yo no tengo tiempo de vivir triste, eso nació conmigo, eso no es premeditado, eso sale porque cada persona tiene su lado flaco o jocoso. En lo moral o intelectual yo soy muy respetuoso, pero en la parte jocosa le pongo tinte a todo.
 
¿Cuáles son esas dolencias de las que muy poco ha hablado?
Yo tengo diabetes. Me comenzó hace 30 años, por herencia. Mi mamá murió diabética y eso me ha afectado los ojos, los riñones y los miembros inferiores por la neuropatía. Los nervios me afectan para caminar. Es muy difícil porque se pierde la sensibilidad de las plantas de los pies respecto al suelo y en cualquier momento me puedo caer, por eso debo tener mucho cuidado. De resto el corazón está bien, los ojos están mejor, ya me operaron dos veces, y me estoy defendiendo.
 
¿Y de la lengua viperina cómo está?
¿De la lengua? Esa cada día está más larga, ¡ja ja ja...!
 
Pasemos ahora a su proceso creativo. ¿Cuál es el motivo predominante sus canciones?
Mi estilo es descriptivo pero tiene varias características. En todo lo que tú agarres ves la descriptiva del paisaje y de la naturaleza en acción. Tú no ves nada muerto, todo está en movimiento: las aguas mansas, las espumas, la llamarada ardiendo, los guaduales meciéndose, todo en acción. Otra cualidad es la pintura en música de cuadros y una tercera es un sentido de frustración o de tristeza y eso tiene mucha importancia porque ¿quién no ha tenido llamaradas en la vida o espumas que se van? Todo eso es universal y ha logrado que mis cantos gusten mucho. Pero hay otro aspecto importante en mi obra y que he utilizado con mucho afecto. Es la parte folclórica con la cual siempre he pegado al desarrollar rajaleñas, sanjuaneros y cañas. En esas modalidades he podido elaborar verdaderas estampas folclóricas del Huila y de toda Colombia.
 
¿De qué se nutre su inspiración?
Para mí el compositor nace así como nacen el escultor y el pintor. Ese es un don de Dios o del Demonio porque hay compositores que los inspira el Diablo y hay otros que son de Dios. Yo soy de Dios, afortunadamente. Eso nace con uno. Por ejemplo, tengo más de 150 canciones sin saber de música. ¡Yo no sé nada de música, soy analfabeto musical y sin embargo he producido obras de talla mundial! Hay grandes intérpretes y músicos que tocan lindísimo pero no tienen ninguna canción lindísima. La inspiración es nata, intuitiva, es un don de Dios, eso es de ahí.

¿Por qué en su obra insiste en muchos amores pero también en abundantes desamores?
Es que la vida es un compendio de esas cosas, partes positiva y partes negativas. A mí me preguntan qué es la felicidad y sobre ella pienso que es el paso de la tristeza a la alegría. Y pongo un ejemplo muy coloquial: si a usted le duele una muela y se la sacan, del dolor de muela pasa al reposo porque ya le sacaron la pieza que molestaba. Y viceversa, si usted está muy sabroso en un sitio y le duele el estómago, se le daña el rato, entonces pasa de la parte positiva a la negativa. Entonces, felicidad es pasar de la tristeza y la desgracia, a la parte alegre que es igual a una bonanza.
 
¿Al componer, hace primero la letra y después la música o al revés?
El motivo y la música siempre salen al mismo tiempo y el ritmo sale consigo. Yo creo que el éxito de mis canciones estriba mucho en que el tema melódico siempre está acorde con el contenido de sus letras.
 
¿Qué instrumentos utiliza para componer?
Silbando, soy un gran silbador, yo escribo casi todo silbando. Yo necesito la guitarra, el tiple, un instrumento o lo que sea, para poder echarla a andar pero solo no me atrevo. Me pongo a silbarla, silbarla y silbarla hasta cuando va tomando cuerpo, entonces agarro el instrumento para que suene, pero primero la he ‘craneado’ y luego ya sale.
 
¿Cuándo decide que está a punto?
Cuando ya la gente cercana y amiga la oye y comienza a comentarla. Así me convenzo que va tomando forma.
 
¿Apunta las cosas o las memoriza?
Muy pocas veces tomo apuntes. Yo tengo una memoria auditiva impresionante y creo que es como patológica porque eso sale y se me queda para siempre. Por ejemplo, yo no sirvo para componer con grabadora porque si grabo un pedazo y al día siguiente lo escucho, me parece horrible, entonces la borro. La canción tiene que salir e impactar mentalmente. Mi proceso de composición es diferente y libre, muy libre.
 
¿Al terminar una composición pide opiniones a alguien en particular?
No, a veces a la gente yo la canto y hay personas que dicen: ‘por qué no le cambia esto o aquello’, pero no es siempre, eso es muy ocasional. En la parte melódica o musical nunca he pedido conceptos y nadie puede salir a decir que me ayudó o me la regaló. Gran parte de las introducciones son mías, otras son de personajes como Alvaro Villalba que ha colaborado con algunas, pero las estructuras de las canciones son íntegramente mías. En el caso del porro Neiva fue Pacho Galán quien la arregló e interpretó inicialmente, pero la estructura es toda mía.
 
¿Cuándo le piden canciones de diferentes partes, pone alguna condición?
Desde que yo sienta algún afecto o simpatía, la hago, de resto no. Por encargo es muy difícil porque se necesita ir, ver y sentir que la canción merece escribirse y hacerse. Yo le he compuesto a todo el país en esa forma, pero eso no es oportunismo porque son cosas que brotan espontáneamente. Así han salido canciones que han pegado profundamente, aunque hay gente odiosa que entiende las composiciones por encargo como algo muy fácil y resulta que no. Cuando me critican por eso yo les digo: ‘háganlas ustedes, si es así de sencillo, háganlas’. Debo decir que hay unas que han nacido porque la gente les ha puesto todo el cariño y el empeño y porque son paisajes que vale la pena dibujar. Por ejemplo, Ocaña, hembramorena, que la hice sin conocer esa ciudad y hasta me da risa de la manera cómo la hice, incluso, me condecoraron allá. En todas esas composiciones hechas por simpatía, que son poquitas, siempre he necesitado una motivación pero nunca he cobrado por una canción de esas porque se perdería la valencia.
 
¿Por qué decidió cantarle a muchas regiones del país?
Porque Colombia es un país de países. Cada región es distinta. Uno no puede comparar un guajiro con un amazoniense, ni un pastuso con un llanero. Todo mundo es distinto: las comidas, las artesanías, los acentos, los paisajes, etc. En conjunto, al reunir todas esas regiones, sale una gran nación y desde siempre me ha preocupado mucho cantar las estampas de cada región. Son melodías que simplemente han surgido.
 
¿Cuáles son sus canciones más queridas, esas que lleva dentro de su alma?
Hay unas como Espumas, Llamarada, Oropel (disfrute la versión de Soraya en vivo en Alemania), Los guaduales, Me Llevarás en ti, Llorando por amor, Los remansos, Luna roja, Acuérdate de mí (escuche aquí la interpretación de Vicente Fernández), entre otras, que por su fama internacional y por la aceptación del público se pueden considerar como clásicas. Y están las que son antología popular como La vaquería, El Barcino, Rajaleña No. 2, Tambores del Pacandé, El pájaro pitojuí, El canalete, Pájaro diostedé y varias más que me gustan mucho porque son estampas de la tierra.    
 
¿Si tuviera que seleccionar una clásica y una popular con cuáles se quedaría?
De las clásicas, Espumas (escuche la versión de Javier Solis), indudablemente, porque es una canción que ya no me pertenece, es de la antología nacional, es una canción muy bonita. De lo folclórico me  gusta mucho El Barcino (aquí la versión original con Silva y Villalba) que es una estampa popular muy cercana a mí.
 
¿Ha quedado descontento o frustrado porque alguna canción no haya triunfado?
Prefiero no entrar en detalles porque en la gama y cantidad de temas que he compuesto hay versiones que las pensé y las cree de una forma, pero salieron de otra forma. Algunos dicen que hubo intérpretes que las dañaron, otros opinan que están bien, aunque yo como inspirador puedo pensar que se las tiraron. ¿Cuál es mi idea? Volverlas a grabar tal como uno las creó.
 
¿Usted cree que tiene una o más canciones malas?
Pues yo no sé, pero la ventaja es que todas nacieron del corazón y que unas tienen suerte, algunas no y otras se acrecentaron al llevarlas a las notas, a un escenario. Todas tienen su encanto porque son momentos especiales porque casi todas fueron vividas y entonces poseen ese valor.
 
¿Está satisfecho con las regalías que ha recibido?
Sí y no. Está visto que en Colombia vivir únicamente de la música es una utopía porque hasta ahora se están reconociendo los derechos por la utilización de canciones con fines comerciales, pero lo que se paga no alcanza para el sostenimiento. En el caso mío he podido vivir por mis pensiones como médico más que todo y sí he recibido unos dineros por derechos, pero no lo justo ni con la fuerza que hubiera podido esperar. En Colombia todo esto de los derechos de autor está todavía muy restringido.
 
¿Vale la pena o no ser compositor en Colombia?
Yo creo que en mi época sí, ahora ya no porque en mi tiempo se componía bajo varias pautas: una letra aceptable, un mensaje melódico. Hoy en día no porque se compone por música y si es música brava, gran parte, generalmente, lleva consigo la marihuana o el bazuco. Eso ha influenciado mucho, ha deformado el país y ha perjudicado a la gente. La estridencia es lo que prima, las letras son supremamente bajas y grotescas y por tanto, no creo que eso produzca una satisfacción.
 
Hablemos de grandes compositores colombianos. ¿Qué ejemplos le dejaron Luis A. Calvo y Morales Pino?
Calvo fue un hombre grandioso, un clásico insuperable. La música de nuestro país está en Calvo. Fue un refinado del pentagrama, uno de los padres de las melodías colombianas de todos los tiempos y un verdadero ejemplo de superación porque además de soportar heroicamente una enfermedad tan pavorosa como la lepra, supo sobreponerse a la adversidad y seguir componiendo obras de gran calidad. A él siempre hay que mirarlo con respeto y admiración. Igual concepto tengo sobre don Pedro Morales Pino, otro de los pioneros de nuestra música. Comenzó su labor como músico e innovador musical siendo muy joven, a fines del siglo XIX y se consolidó a principios del XX. En nuestras tradiciones fue determinante, porque transformó la bandola y le dio una identidad plena que sobrevive con gran fuerza después de un siglo. También hizo arreglos musicales de gran calidad y llevó al pentagrama, por primera vez, ritmos tan colombianos como el bambuco y el pasillo. Para hablar de Morales Pino es necesario hacerlo con reverencia.
 
¿Y Alejandro Wills, Eduardo Escobar, Pelón Santamarta?
Alejandro Wills fue un clásico bogotano, cachaco, le jaló mucho al pasillo, al bambuco y a la danza. Fue muy bueno en el canto y compuso obras grandiosas como el Galerón llanero. Junto a él debe mencionarse a Escobar, que fue también un hombre muy constante porque en ese tiempo los compositores eran juglares, bohemios y no ganaban nada. Si acaso tocaban pero terminaban con el hígado achicharrado, todos con cirrosis o tuberculosos. Pelón Santamarta fue un paisa muy caracterizado que tocaba muy bien su bandola y la guitarra, aparte de que componía bambucos de gran calidad como Antioqueñita. Le gustaba formar conjuntos musicales de toda clase y viajar con su música de un lado a otro. Colombia le debe el hecho de haber llevado a México, a la región de Yucatán, nuestro bambuco. A Pelón le deben mucho el pasillo y el bambuco paisa. Para cualquier compositor del interior estos personajes son un punto de referencia que no se puede ignorar porque ellos empezaron a abrir la brecha de la música popular.
 
¿Qué imagen tiene de Guillermo Buitrago?
Para mi él es el padre del vallenato. Era cienaguero y como se sabe, por Ciénaga entraron elementos de culturas como la cubana, la centroamericana y la panameña y de ahí, toda esa amalgama se irrigó al resto de la costa Caribe. En tiempos del Mono Buitrago, Ciénaga era una ciudad más importante que Barranquilla y comercialmente más influyente que Cartagena y por toda la zona bananera, aparte de las culturas mencionadas, entró también cierta influencia gringa. Ahí tomó mucha fuerza la guitarra y los cienagueros siempre se caracterizaron por ser muy buenos guitarristas. En ese tiempo el vallenato era conocido como ‘son de provincia’ y con ese nombre se propagó gracias a los cienagueros y sus guitarras que con el tiempo le cedieron su espacio a los acordeones que llegaron del norte.
 
¿Por qué cree que no se la ha dado importancia a Buitrago como pionero del vallenato?
Porque él fue un músico bohemio, vivió muy poco y se lo llevó la bohemia, pero dejó las bases del vallenato. Y cómo será de grande que no ha muerto porque en Navidad o en Año Nuevo vuelven a salir todas esas obras que compuso y con las cuales difundió el vallenato. A él le cabe el mérito de haber descubierto a Escalona y como tal fue el primer intérprete de sus canciones en la costa y el resto de Colombia, aunque después surgieron Bovea y sus vallenatos. Buitrago fue un hombre famoso y brillante este hombre que componía, cantaba y tocaba guitarra. Es un hito tan importante en la música vallenata y del país que es de los pocos a los que se les puede llamar verdaderamente inmortal.
 
¿Qué recuerdos guarda de su amigo José A. Morales?
José era un hombre magnífico en toda la extensión de la palabra. Yo lo considero más valioso en su faceta humana antes que en su perfil de compositor, siendo un creador musical insuperable. José tenía la enrome cualidad de no tener envidia de nada ni de nadie y por su trato, franqueza y personalidad, resultaba ser un personaje estimulante. Con los amigos era fiel, especial y muy delicado. Esperaba mucho de los demás, pero no se dejaba manosear ni irrespetar. Era un eterno enamorado y por esa razón sufrió grandes desilusiones y traiciones que le sirvieron para componer obras de antología. En su magnífica obra mostró muy bien su tragedia personal como si fuera un drama universal, aspecto que no es fácil de manejar y aunque no era un docto en el campo musical, sí tenía el don de conocer muy bien los ritmos.   
 
¿Se considera sucesor de Morales?
Sí, en cierta forma. Él dejó cosas muy lindas que hoy son patrimonio de los colombianos y porque yo estuve muy cercano a su estilo, aunque yo exploré más ritmos. Él se inclinó mucho por los pasillos, bambucos y valses, y yo, además de esos ritmos, me decidí también por rajaleñas, sanjuaneros, cañas y algo de pasajes, porros y cumbias. No hay duda, en su línea, José A., fue extraordinariamente grande.
 
¿Lucho Bermúdez también fue su amigo personal?
Si. Pero aparte de eso debo decir que Lucho es tan grande, históricamente hablando, que es de los compositores más completos que haya dado Colombia, sobre todo, en el campo melódico. Lucho, antes que nada, fue compositor de música y por eso a veces dudaba de lo que escribía y pedía auxilio. Él mismo reconocía que no era muy fuerte al momento de escribir, pero como músico propiamente dicho fue maravilloso y sus porros son de antología e inolvidables para muchas generaciones. Como arreglista era excelente y por estar dedicado al porro, la cumbia y algunos boleros, se puede decir que fue un artista muy completo y muy ético. Desde que nos conocimos destacó mi obra y siempre me dijo: ‘eche pa’ lante, cachaco’. La primera obra que me grabó fue Matambo, cantada por Lucho García y luego Neiva, con Matilde Díaz, cuando ella era una de las cantantes más famosas de América. Más adelante sacó una versión muy bonita de Espumas. (Aquí la versión de Matambo nada menos que con Los Melódicos de Renato Capriles y la voz de Verónica Rey).
 
¿Qué le dice a usted el nombre de José Barros?
Es de los compositores colombianos que más profundo ha calado en alma popular porque comenzó con su porro y su cumbia y después hizo boleros, rancheras, joropos, pasajes, valses y llegó a ser tan grande, tan grande, que impactó con fuerza propia en México y Centroamérica. José fue un bohemio, un eterno enamorado de lo femenino que a toda hora vivía en función de la mujer. Su figura es un símbolo de los indígenas ribereños del Magdalena y por su carácter de hombre extraordinario ―ya sea por su ritmo, su inteligencia sin par y su condición de andariego― se puede decir que es el típico personaje del Caribe. Ha pasado por todas partes, desde la gloria, hasta la necesidad. Fue un colombiano muy definido y por eso puedo decir sin temor a equívocos que es uno de los pilares insustituibles de nuestra música.
 
¿Y Rafael Escalona?
Es una persona que la hicieron y botaron el molde. Escalona es un niño grande. Es una persona generosa a morir, es capaz de botar lo que tiene en su bolsillo para dárselo a cualquier persona. Su gran mérito está en haber escrito los sones de provincia con letras que son únicas y universales. Ninguno lo puede comparar. Han tratado de igualarlo o de buscarle un reemplazo y tampoco han podido. De él puede decirse que plasmó con acierto la aldea universal. Rafa es sólo su vallenato, lo demás no. Él no tuvo boleros, ni porros, solo vallenato, es el rey del son de provincia y con eso se ganó la inmortalidad.
 
¿A qué se deben sus buenas relaciones con Escalona?
Porque mi compadre es muy especial conmigo y en diversas oportunidades ha tenido rasgos de generosidad afectiva que me impresionaron. Por ejemplo, una vez yo llegué a Barranquilla en calidad de Presidente de Sayco y me alojé en un hotel de cinco estrellas y él era alto ejecutivo de la aduana y por esa razón tenía a su cargo una casa muy elegante. Cuando llegó a buscarme en su camioneta me dijo: “Se me va ya para mi casa, usted no tiene porqué estar en un hotel”. Cogió mi maleta, llegó a la casa y levantó a su señora de la cama para cederme su alcoba durante mi estadía, luego hizo arreglar muy bien el cuarto y se fue con su esposa para otra alcoba. Al otro día se levantó muy temprano y teniendo como cuatro empleadas a su servicio, personalmente me preparó un desayuno al estilo vallenato. Y así fue durante toda mi estadía, solo atenciones y comodidades a toda hora y en diferentes lugares. En otra oportunidad me llevó a Valledupar y llegó a apoderarse tanto de mis actividades que dijo no estar dispuesto a permitir el manoseo de otras personas. En ese viaje me invitaron a Patillal, pero me advirtió que a ese lugar no iba si no era con él. Después en una gran parranda vallenata alguien fumó marihuana y Rafa se pegó tal ‘emputada’ con el fumador que lo encaró y lo insultó diciéndole: «Usted no me irrespeta al maestro Villamil que nos honra con su visita. ¿Qué concepto se puede formar de Valledupar?» Rafael es él, solo él.
 
¿Él también tuvo un papel decisivo en Sayco?
Ayudó mucho, respaldó mucho a Sayco y la apoyó porque Escalona es Escalona. Y Rafa tiene un valor que es único y es que se impone como sea. Él es impositivo, no se arruga ante nadie, es imperial y eso le sirvió mucho a la sociedad porque la gente le ha creído y por eso lo aprecia tanto.
 
¿Por el lado paisa sus afectos están por los lados de Jaime R. Echavarría?
Es una persona que recuerdo mucho porque cuando yo llegué a Medellín por primera vez, invitado por Sonolux, fue él quien me recibió con un concierto en mi honor en el Club Campestre de Medellín, tocando su piano. Desde entonces fuimos como hermanos, como amigos, cantamos muchas veces en dueto. ¡Figúrese, con esas voces nuestras, el dueto de oro de América! Su casa fue mi casa, su finca fue mi finca y fue un gran estimulante de mi obra. Vale mucho como bolerista porque es de la escuela de Agustín Lara, es muy romántico y en lo folclórico tiene obras de excelente factura como Muchacha de risa loca y Cuando voy por la calle.
 
¿Y Luis Uribe Bueno?
El maestro era de Salazar de las Palmas, Norte de Santander, pero formado en Antioquia. Fue un gran maestro y arreglista de primer orden. Era dueño de una gran exquisitez cultural y afectiva. Luis dirigió muchas obras mías como las primeras versiones que hicieron Garzón y Collazos e hizo los arreglos al trasfondo de mi música. Era una persona con un sentido muy ético de la música, pero también se destacó por hacer canciones muy buenas y bonitas como El cucarrón. Era muy exigente y un gran señor.
 
¿Estercita Forero?
Es de las grandes artistas de nuestro país. Barranquillera y costeña de todas las horas y dueña de un carisma extraordinario que la ha hecho merecedora del cariño de su gente y de todo el país. Como cantante estuvo en Cuba, Venezuela y México países a los cuales llevó la música colombiana. La novia de Barranquilla es un ser tierno y valioso con una obra encomiable que le pertenece a todo el país. Como persona es espléndida y como compositora magnífica. A pesar de ser costeña, compuso temas en ritmos del interior como Las polvaredas, una guabina que le grabaron Silva y Villalba.
 
¿Qué opinión tiene sobre su paisano Luis Alberto Osorio?
Tenía una gran línea melódica y fue grandioso. A Osorio lo mató un poquito el trago porque era muy bohemio y por su condición de juglar, aparecía en todas partes estrenando mujer y estrenando  banda. Él vivió en Huila, Tolima, Caquetá, Putumayo, Amazonas y otras regiones, pero su manera de ser no disminuye el tamaño de su obra. Si Osorio hubiera tenido una estructura social definida, hubiera sido más extraordinario de lo que fue.
 
¿Hablamos de otros opitas como el Pipa Prada, Héctor Álvarez, Córdoba y Romero?
Todos ellos son valiosos porque han sostenido el folclor huilense. Les faltó un poquito salirse de allá, salirse del forro, como digo yo en forma constructiva. Memo Durán marcó la pauta con su sanjuanero. Pipa Prada siendo muy bueno, no ha logrado lo que él ha querido. Héctor Álvarez es muy romántico, pero ha preferido la parte económica a la artística. Córdoba logró penetrar con acierto en el mundo musical, y Romero es muy inquieto en su música, ha luchado bastante, con relativo éxito, pero todos han podido  surgir mucho más porque son de gran calidad.
 
¿Rodrigo Silva es su principal heredero en la composición?
Si claro, totalmente porque Rodrigo es de mi escuela. Él tiene una línea muy bonita, ha compuesto cosas muy hermosas. Tiene unas obras que llevan el sello de mi estilo y eso es lógico porque Silva comenzó muy joven cuando nosotros cantábamos donde su cuñado Luis Eduardo Vanegas. Como compositor tiene el gran mérito de ser universal y eso se demuestra en canciones de calidad como Reclamo a Dios, Amor marino y Viejo Tolima.
 
¿Ramiro Chávarro?
El difunto Ramiro era una persona muy querida. Fue discípulo completo y es hechura mía, aunque tenía el defecto de hacer letras muy largas. Yo le peleaba mucho y le decía que no hiciera las letras muy extensas porque se perdía el mensaje. Dejó canciones muy bonitas como Mis borracheras, La chismosa y Mi regreso. Su poesía era mejor que la composición, pero de todas maneras su música es memorable.
 
¿Cómo fue su relación con sus descubridores, Los Tolimenses?
Ellos eran muy especiales. Con Lizardo nos conocíamos desde chiquiticos en Neiva, pero él se fue a vivir a Ibagué y allá comenzó a cantar con Jorge. Los dos le daban mucho al folclor pero con picaresca y conmigo encontraron ambas cosas porque así como componía sanjuaneros, rajaleñas y cañas también hacía bambucos, pasillos y valses y eso les gustó tanto que todo lo mío lo grabaron muy bien. Había una empatía entre los tres porque Felipe era del Huila y Emeterio de Ibagué. Jorge fue un fenómeno que nunca podrá olvidar Colombia. Era magnífico porque con música y humor logró plasmar la idiosincrasia del campesino colombiano en general y en su  picaresca fue único y por eso pienso que Huila y Tolima le deben gran parte de su identidad. Los Tolimenses me grabaron por lo menos cincuenta temas, además, cuando yo me ausenté del país, difundieron mucho mi música a través de Caracol en donde tenían un programa diario, en vivo, de música colombiana y humor. Yo les estoy inmensamente reconocido porque además de grabar y cantar mis canciones en sus espectáculos, me mencionaban mucho y me incluían dentro de su trama humorística. Ellos fueron enormes durante más de 30 años e hicieron una gran tarea por el folclor de Colombia.
 
¿Su opinión sobre Garzón y Collazos?
Tengo los mejores y más gratos recuerdos, aparte de una enorme gratitud. Como hecho curioso puedo decir que al momento de grabarme Espumas ellos estaban en la cúspide, aunque recién reconciliados, pues acababan de superar un largo período de separación. También recuerdo que Darío era hipertónico, irascible y muy estricto y Eduardo Collazos, todo lo contrario: un hombre que mamaba gallo a toda hora y le sacaba la piedra a Darío que reaccionaba muy fuerte contra él. Esto hacía que a veces chocaran, pero si ambos hubieran sido hiperactivos no habrían durado mucho porque Darío era absorbente. Los dos eran la justa medida.
 
¿Eran muy exigentes o grababan y se iban como si no hubiera pasado nada?
Ellos montaban sus canciones sin dificultades, muy profesionalmente, pero su mérito estaba en que cantaban con el corazón, no le metían mucho bemol, como ahora, que le meten mucho atril a los bambucos y a los pasillos. No, a ellos todo les salía del alma y eran muy originales.    
 
¿Cómo era su relación con ellos?
Conmigo eran excepcionales. Darío me quería mucho y difundió mucho mi obra, era celoso con mis canciones, de ahí que la gente nunca se atreviera a grabar Espumas porque él era garrote en mano, muy estricto. Mi compadre Eduardo era una persona afable, bonachona y me quería tanto que me buscó de padrino de su último hijo. Con los dos logré cultivar una gran amistad.
 
¿Cómo define usted a Rodrigo Silva y a Álvaro Villalba?
Es un estilo muy parecido al de Garzón y Collazos pero con características muy definidas. Silva y Villalba estudiaron más, son muy depurados, respiran muy bien, tienen mejor dicción y el nivel de sus instrumentos es excelente, sin quitarle méritos a la instrumentación de los primeros. La diferencia está en que Darío tenía la costumbre de absorber la última sílaba, la inspiraba y para nosotros sonaba muy sabroso pero para otra gente que lo oía no le gustaba mucho porque notaban que algo le faltaba, pero ese era su estilo. Mientras tanto, la segunda voz ―la de mi compadre Collazos― era deficiente pero servía porque hacía lo que llamamos ‘el cucarrón’, en cambio la voz de Darío era metálica, lindísima. L notable de todo era que al cruzar las voces de uno y otro, salía una cosa muy bonita. En el caso de Silva y Villalba es notoria la excelente primera voz de Rodrigo y el buen complemento que le hace Villalba. De tal suerte que sin imitar a Garzón y Collazos, ellos están en primer lugar desde hace mucho tiempo y eso lo prueba su persistencia y la gran cantidad de discos grabados.  
 
¿Se puede decir que los Hermanos Martínez tienen un estilo más en bruto?
Son valiosos. La segunda voz de Mario es extraordinaria y la ejecutoria del tiple bellísima. Jaime es muy bueno, pero es superior la voz de Mario. Ellos tienen un estilo muy propio, santandereano, un poco golpeado, pero definido y eso ha producido en Santander y Boyacá, por vecindad, un estilo que es inconfundible. Eso es típico de allá porque los Martínez sembraron su escuela y ese estilo fue asimilado por Zabala y Barrera, Los Jaimes y Los Comuneros, todos ellos estupendos cantantes y grandes ejecutantes del tiple y la guitarra. Los Hermanos Martínez me grabaron bastante, casi a la par de Garzón y Collazos y con temas míos ganaron discos de oro y platino en diversos lugares.
 
¿Se puede hablar de escuelas de duetos y estilos diferentes?
Si. La  importancia de Garzón y Collazos, antes, y de Silva y Villalba, actualmente, es que crearon un estilo nacional porque los antioqueños, que son muy jodidos, tenían su propia identidad. Ellos cantaban un poquito con influencia del gregoriano, los conventos y las iglesias. Los antioqueños son muy románticos, muy montañeros y su temáticas era a veces muy triste. Está el ejemplo de Carlos Viecco que era muy valioso pero solo era instrumental, la letra se la ponían otros o se tomaba de poemas. Era algo abrillantado, muy romántico y con vibrato, pero todo eso cambió cuando Garzón y Collazos, primero y luego Silva y Villalba, entraron a Antioquia con fuerza e identidades propias. Por eso hay que hablar de la escuela del Tolima Grande, en la cual están Darío y Eduardo, Rodrigo y Álvaro y Los Tolimenses, en su estilo y con esa simbiosis de música y humor que tanto gustaba. Y está la escuela santandereano-boyacense en la que brillan Los Hermanos Martínez, Zabala y Barrera y Wilson y Melquis. Y los paisas serían el Dueto de Antaño, Espinosa y Bedoya y Obdulio y Julián.
 
¿Cómo ve la corriente que algunos llaman la nueva música colombiana?
Es una variante de música y de estilo que ha nacido con mucha influencia vallecaucana, caldense y antioqueña para tratar de reivindicar esos aires que nos habíamos tomado los de otras regiones. Respecto a eso y al folclor yo tengo esta observación: si al bambuco y al pasillo, que por naturaleza son un tanto monótonos, ‘le meten atril’, resultan peores. A mí me han atacado porque sostengo que a nuestros ritmos los han estilizado demasiado y considero que el fracaso de muchos concursos se refleja en la poca trascendencia de sus canciones. En los últimos años (hablamos de 2002) no hay más de dos ó tres canciones hayan tenido acogida: El Camino de la Vida, Veinte Años y Hay que sacar al diablo, que son escuchadas porque se salieron de lo común, lo demás es todo ‘atrilero’. Yo asistí a un concurso en el que se presentaron unos ocho duetos con estilo central, es decir, siguiendo las huellas de Garzón y Collazos y a esos los eliminaron y en cambio dejaron a duetos mixtos o duetos de atril. En mi concepto eso no es correcto porque el atril sirve mucho para los conjuntos generalmente instrumentales ―que los hay muy buenos y muy lindos― pero que no son estrictamente folclóricos. Y es que el folclor es auténtico, como el agua de las peñas que cae libremente. El folclor sale del barro, pero hay que saberlo adornar, lo demás es degenerarlo.
 
¿Cuándo usted habla de los ‘atrileros’ a qué se refiere?
A la música colombiana de ahora que le están poniendo demasiada sensiblería y a la que le hace falta fuerza interpretativa y por eso no pega ni profundiza. Si usted le hace demasiados adornitos, mucha cosita, eso le quita fuerza a la canción. Por ejemplo Garzón y Collazos, Silva y Villalba y los Hermanos Martínez tienen de bonito que entraban a lo que iban. Es que los adornos deterioran la canción y pueden parecer bonitos, pero al folclor y al momento actual no le sirven. Veamos el caso de la música llanera que es bonita y de la cual se graban cantidades, pero se anquilosó porque todo es lo mismo y nada ha cambiado. O todo es en tonalidad mayor o en tonalidad menor y las letras son muy similares. Es como el vallenato de ahora que no se le queda al público como sí se quedaron las composiciones de Escalona, Santander Durán, Leandro Díaz o Hernando Marín, toda esa gente estupenda, pero el de ahora no, son puros alaridos que parecen peleas de gatos. Eso ha saturado y entre más se satura más soplan Escalona y los vallenatos de antes. Esa música de hoy no pega y no se queda. Las empresas sacan y sacan discos y la gente se queda esperando porque los grandes éxitos ya no existen. En lo llaneros, como en el vallenato y en la música andina hay mucho anquilosamiento y todo porque le han metido mucho atril.
 
¿Esa posición no es un recalcitrante si se tiene en cuenta que el folclor no debe cerrarse a la evolución?
Yo comparo el folclor con el magma de un volcán, eso va saliendo, eso no se detiene, va bajando y saliendo lentamente y avanza hasta llegar a su destino final. Así debe ser el folclor, tiene que ser con esencia, con esencia. Usted escucha Ayer me echaron del pueblo, de José Morales, Viejo Tolima, de  Rodrigo Silva o canciones de Héctor Ochoa o Eugenio Arellano, tal como son, e impregnan porque están bien hechas y deben conservarse como son, de lo contrario se les debilita. Mi papá decía: ‘el bambuco no acepta calderones y tiene que ser como es, recio’. Eso es de ahí, eso puede que produzca cierto resentimiento conmigo, pero esa es la realidad.
 
¿Cuál es su opinión sobre las canciones colombianas con temáticas urbanas?
Eso es relativo y un buen bambuco puede tener un tema urbano y desde que sea bueno debe sonar, si es campesino debe sonar, eso es lo importante. La letra y la música y el mensaje tienen que decir algo, pero usted toma la mayor parte de las canciones folclóricas de ahora y les encuentra una gran debilidad porque son demasiado largas y con letras de tres páginas se pierde toda la esencia y el impacto deseados. Yo no sé qué pasó ahí si es que la parte del rock infiltró al folclor o si es que los pormenores de un texto largo debilitan el mensaje. Aun así no suena nada mal una temática de ciudad en ritmo de bambuco, vals o pasillo, siempre y cuando el mensaje sea breve y directo.
 
¿Le duele el desdén hacia el folclor por parte de los medios de comunicación y el Estado?
Eso es un fenómeno de América Latina. Uno va a México y se da cuenta que allá se quejan porque no está sonando lo mexicano y aquí gusta mucho lo de ese país. Y resulta que allá también está muy metido el pop y regresa uno a Colombia y se da cuenta que es lo mismo. Es una falta de estructura, es una especie de babel cultural la que existe hoy día y la gente por eso se desploma y no ama a Colombia, quiere el foco, pero no quiere la raíz, desconoce la esencia y no tiene en cuenta que una canción le dice lo que es su patria.
 
¿Cómo se podría remediar esa falta de apego a lo autóctono?
Muy fácil, hacer lo que hizo Rojas Pinilla, el único presidente que se acordó del fondo de Colombia. Él fue quien expidió un decreto estableciendo que de cinco canciones que se emitieran por la radio, tres tenían que ser colombianas. También dispuso que por la presentación de cada artista extranjero, se debía incluir a un colombiano. Actualmente ocurre todo lo contrario. La gente vive acomplejada totalmente por su condición de colombiano. Ahora muchos jóvenes quieren tener el pelo rojo o amarillo, escuchar canciones extranjeras y muchos se avergüenzan de comer un tamal en su casa o una empanada y en el colmo del arribismo a las galletas les dicen crackets y a la carne asada la llaman baby beef. Todas esas cuestiones son estrambóticas y demuestran una total falta de apego a nuestras tradiciones.
 
¿Sin desconocer que lo extranjero puede se bueno, usted es partidario de darle prioridad a lo colombiano?
Seguro. Yo nací bajo el influjo del charlestón, el twist y el fox que eran la locura, pero de ellos no quedó absolutamente nada. Por ahí quedan algunas huellas y todos esos ritmos pasaron íntegramente por el país, pero nadie desconoció lo nuestro. Ahora es lo contrario, desapareció lo nuestro para meter un poco de cosas, de letras amorfas o pornográficas. La televisión nuestra vive una época trágica porque le da prioridad a lo pornográfico, al vocabulario soez, a los anti-valores, a la exaltación de las perversiones y al elogio de nuestras miserias. La televisión se convirtió, infortunadamente, en una trampa mortal, tan monstruosa que la información cultural se derrumbó por completo y el concepto de cultura se cambió por la farándula y eso es gravísimo para la identidad de un país.
 
Hablemos de política. Usted estuvo en dos procesos de paz entre el Estado y la insurgencia. ¿Cómo analiza el fenómeno guerrillero?
Hay un principio básico que nadie puede negar. El principio de las guerrillas colombianas es la toma del poder para un cambio total del sistema. Yo lo pude apreciar hace 40 o 50 años y eso ellos no lo han modificado porque han sabido aprovechar que los partidos políticos nuestros se cansaron. Hay un debilitamiento total y la prueba está en que 30 mil guerrilleros han podido más que 40 millones de habitantes, eso es gravísimo porque hay un debilitamiento, una fatiga intelectual tradicional. Pero hay un ingrediente adicional que es el fenómeno de la droga que ha hecho poderosa económicamente a la guerrilla y eso le cambió los parámetros a la lucha y los hace diferentes en el sentido de que los primeros guerrilleros luchaban por los principios marxistas pero no por el dinero. Pero la guerrilla no ha sabido enfocar su lucha porque el pueblo, que tenía que ser el que la respaldaba, está muy dolido por la toma de las poblaciones, por los hijos que se les llevan o porque los involucran en el narcotráfico, entonces hay una desesperanza total que ya no es sólo en las clases altas que eran las que sufrían el ordeño del secuestro y el chantaje. Eso va descendiendo y tocó a las clases inferiores. Eso lo que demuestra es que Colombia es un país privilegiado porque aún con tanta bestialidad subsistimos.

 Usted presagió a principios de los años 60 el desbordamiento de la guerrilla. ¿Cómo fue eso?
Yo entré a la zona de El Pato en 1958. Acababa de pasar la amnistía, la segunda, la de Alberto Lleras, cuando el gobierno le dio mucha plata a los guerrilleros, pero esos dineros fueron a parar a los burdeles, los cafés o a los traficantes de armas. Otros sí dejaron la guerrilla e iniciaron una nueva vida, pero hubo sectores que comenzaron a fundar grupos de guerrilla comunista allá por los lados de El Pato, Guayabero, Marquetalia, La Uribe y otras regiones a las que Álvaro Gómez llamó repúblicas independientes. El estado colombiano no midió el fenómeno como un asunto político y social de fondo y al pretender una solución prefirió la salida militare a la solución negociada. Yo pronostiqué la catástrofe de ahora y nadie me paró bolas porque pensaban que el crecimiento de la guerrilla no era posible y que las armas del estado eran invencibles. Todo lo que está pasando ahorita y lo que pasó antes, lo dije yo siendo vicepresidente del consejo de Neiva en 1960.
 
¿Le ve futuro político a la guerrilla?
Estamos en el momento crucial porque esto tocó fondo. Si la guerrilla, que en su cúpula tiene intelectuales, le echa cabeza a la cuestión y llega a unos acuerdos políticos para ayudar a promover cambios sociales, políticos y económicos estructurales por las buenas y pone condiciones, puede pensar en un futuro cierto y serio en materia política. Pero si se lanza derecho a la guerra lleva todas las de perder porque el pueblo ha sufrido y no está con ellos y en cualquier revolución el pueblo es la gasolina para la guerrilla, pero en este caso, si no hay pueblo ¿de dónde saca la gasolina para su causa? He ahí un interrogante.
 
 A propósito ¿cuántas veces fue usted concejal de Neiva?
Una vez y llegué hasta el cargo de vicepresidente. El presidente fue  el Macho Roberto Durán Alvira. Fue a nombre del Partido Conservador, en el grupo que lideraba Felio Andrade Manrique, un movimiento muy sabroso y de gente brillante. Fue una experiencia muy interesante. En ese tiempo el partido conservador estaba dividido en tres ramas. A mí me ofrecieron para que hiciera parte del consejo de Neiva las tres fracciones, pero la que primero me dijo fue la que dirigía Álvaro Sánchez Silva, el Pájaro. Yo acepté y le advertí que si le servía de algo a la ciudad lo haría con mucho gusto porque veía en el Concejo la oportunidad de emprender actividades cívicas importantes. Además entendía que los concejales eran dirigentes cívicos que luchaban por la ciudad y que a pesar de sus diferencias políticas, podían servirle a la comunidad.
 
Pero usted es godo de tuerca y tornillo...
Yo soy conservador más por tradición familiar que por otra cosa, pero no es que sea conservador en mis conceptos. Por el contrario, mis ideas son bien diferentes, pero sin ser socialista. Yo me defino de centro y soy progresista. De rótulo azul por fuera pero de otro color por dentro.
 
¿Qué experiencia le dejó su paso por el servicio público?
Hicimos una cosa muy bonita y logré codearme con gente muy reconocida en la ciudad como Felio Andrade Manrique, Gema de Ángel, Urbano Cabrera viejo, Alvaro Sánchez Silva, el Macho Durán Alvira y mucha gente brillante. Fue una época muy bonita. Después me buscó Misael Pastrana Borrero para que sirviera de suplente a la Cámara de Representantes pero yo no quise. Yo le expliqué que al no ser un político de carrera, la gente me apreciaba más ya fuera por mi actividad cívica o por la parte musical y finalmente no le acepté su ofrecimiento. Misael se resintió un tanto conmigo, pero creo que después de algún tiempo me entendió plenamente. Como hecho curioso debo resaltar que a Pastrana siempre lo derrotaron a nivel parlamentario en el Huila, Felio siempre lo derrotaba y entre los dos siempre hubo una rivalidad tremenda.  Después sí fui candidato al Senado de la República en una movimiento romántico que surgió en Bogotá. Ahí acepté ser la cabeza de lista para el Senado y lo hice porque fue un movimiento de artistas que lideraban Harry Geitner, el padre de la actriz Aura Cristina Geitner y Los Tolimenses. Eso fue como en 1966, pero no le metimos mucha politiquería a la cosa porque preferimos hacer un papel folclórico en pro de los derechos del artista. Salíamos en un carro descubierto que era de Emeterio y él junto a Felipe actuaban y aparecían como Los Tolimenses y yo, me presentaba como candidato al Senado. Fue algo muy chistoso y sabroso. La gente siempre votó por nosotros y la quemada de los candidatos fue brutal, pero al grupo eso no nos importó porque éramos conscientes de nuestro papel pintoresco.
 
¿Hasta ahí su relación con la política?
No. En una oportunidad, cuando Jaime Castro era Ministro de Gobierno, en el mandato de Belisario, me candidatizaron para Gobernador del Huila. Jaime me llamó para decirme si yo estaba dispuesto a aceptar el cargo, pero yo le contesté si él estaba loco o no. Pero él, con su paciencia de boyacense me dijo que yo  sería un buen gobernador porque había consenso sobre mi nombre. Luego me explicó que por el respeto que me tenía la guerrilla, también podría convertirme en un elemento fundamental para el gobierno en la búsqueda de la paz. Le contesté que ellos me respetaban mientras no me metiera de político y que, además, no podía cumplir con mi papel adecuadamente por tener mi finca en El Pato. También le dije que por no tener madera de político yo no servía para un cargo de tanta responsabilidad. Le agradecí mucho y le dije, en broma y en serio: lo único que le falta a Colombia para acabar de terminar con todo es meterle farándula al gobierno. No acepté por esas razones, pero también porque entendí que para ser gobernador, sobre todo en esa época cuando ya comenzaba la corrupción, una persona sin tacto ni finura de político, se hunde, a la cárcel va a dar y hasta allí llegó.
 
Además de esas tentaciones políticas, usted ha tenido muy buena relación con los presidentes colombianos...
Hubo una época en que yo anduve mucho con presidentes, pero siempre tuve buenas relaciones con López, Belisario y Barco, aunque al primero que traté personalmente fue a Alfonso López Michelsen que como político y ser humano me encantaba. Con Nelly Turbay de Muñoz nos reuníamos en su apartamento para hacer tertulias y cantar, especialmente Me llevarás en ti y Espumas que le gustan mucho al expresidente. A Mariano lo conocí porque fundó con mi papá y otros personajes la Federación Nacional de Cafeteros, además, el era tío segundo de mi señora y doña Berta, su esposa, fue muy amiga de la casa. A Laureano no lo conocí y con Lleras Camargo y Lleras Restrepo únicamente tuve trato de vista. Con Valencia hubo muy poca relación. Él más que todo fue amigo de José A. Morales, pero  le hizo la jugada de ofrecerle un cargo en España, José vendió todo para el viaje pero después le hizo huevo.
 
¿Con Misael Pastrana fue una relación muy cercana?
Sí, bastante próxima. A él le encantaban AlSur y Los guaduales. Cuando se estrenó Cafam en Melgar él me hizo invitar especialmente con Silva y Villalba y allá cantamos con él. Con Turbay es una relación muy vieja porque él esta ligado al Huila desde chiquito. Era muy amigo de mis hermanas, mi papá y mi mamá y Nydia fue condiscípula mía en el colegio kínder en Neiva. Belisario también fue muy especial conmigo no solo porque me invitó a participar en su proceso de paz sino porque me otorgó la Gran Cruz de la Presidencia en el grado de Gran Oficial. Además en su gobierno reconoció a los artistas y la gente de la cultura y sus tertulias en Palacio eran muy interesantes por lo que se decía y porque siempre brindaban bastante vinito, mucho vino, él era muy querido. Virgilio Barco fue muy especial conmigo desde que lo conocí cuando era Ministro de Obras Públicas. Él nos ayudó mucho en los problemas de la carretera de El Pato y después en su despedida de la presidencia me invitó a Palacio. Con Gaviria no hubo relación de ninguna clase porque él cerró de un solo tajo todo el concepto que traía Belisario sobre los artistas y la cultura. Ernesto Samper fue muy especial conmigo en la Presidencia porque yo lo conocí soltero, cuando estaba estudiando. Iba mucho a ‘gallinacear’ una sobrina mía, era cocacolo, muy alegre y dicharachero y su gobierno fue muy positivo con los compositores.
 
¿En resumen, usted diferenció claramente el arte de la política?
Perfectamente. En lo único en que intervine fue en las dos amnistías. Fui garante en la cordillera Oriental, más que todo con las Farc que en ese momento eran conocidas como el Movimiento Agrario Campesino, unas guerrillas políticas liberales que venían del Tolima y muchos años después en el proceso de paz del presidente Belisario Betancur.
 
¿Qué concepto tiene usted de Dios?
Dios es la suprema fuerza, la suprema fuerza es gigantesca, supremo amor, suprema comprensión, supremo perdón, suprema justicia, todo. Y una cosa muy linda de Dios y es que a cada persona le da su libre albedrío. Dios en su infinita sabiduría  sabe lo que va a suceder, pero deja que la persona actúe así por su  propio riesgo, ¿no? En determinados momentos, en determinados momentos, por ejemplo, puede intervenir directamente. Es tan sabio y todo que no te molesta la vida, así se diga, ¡ay! es que Dios no me quiere, se me murió mi papá o mi mamá, Dios no me quiere, pero no, lo que sucede es que lo dejó libre. Él deja que la persona actúe con todos sus poderes, con toda su inteligencia, con toda su maldad para ver qué hace. Pero en determinado momento interviene, interviene, interviene. Y es supremo amor, la suprema comprensión, entonces para que una persona se condene se necesita mucho, porque Él, por ejemplo, cómo va a comparar lo que está haciendo un guerrillero de tercera clase con un intelectual, los juzga de acuerdo con el momento en que se están moviendo por eso Dios es lo supremo en todo.
 
¿Ha estado presente Dios en su vida, en sus cosas buenas y malas?         
Claro. Dios está conmigo a toda hora, ese Dios siempre está presente. Lo importante es saber esperar de él. Yo tengo ese concepto, en cualquier momento aparece.
 
Pese a los conflictos que pueden surgir entre lo intelectual y lo espiritual, ¿usted ha sentido la presencia de Dios?
Claro que la he sentido, sobre todo en los actos grandes de mi vida, Él ha aparecido. Yo por ejemplo digo, bueno aquí hay un problema, entonces yo siento una vocecita que me dice: ‘Siga por este lado’, eso es impresionante. Por ejemplo, en las canciones Él me ha guiado y por eso siempre digo que soy un compositor de Dios.
 
¿Usted ha pedido inspiración divina?
Claro, en muchas, en muchas y hay unas como las picarescas que son medio verdes, entonces yo digo: ‘esto es Dios’. Él tiene su chispa y nos la dio en los rajaleña y en toda esa cosa y eso no es pecado. Si fueran perversas sí serían del demonio porque éste interviene y compite con Dios en las canciones. Ahorita hay mucha inspiración demoníaca.
 
¿En la Medicina sintió usted esa presencia de Dios en algunos casos?
Claro, lógico. Por ejemplo yo muchas veces le pedía porque veía pacientes que estaban al borde de la desesperanza y yo sentía que Dios ayudaba para lo que iba a decirles, a formularles o tratarlos. Esa presencia de Dios fue importante en mis actividades como médico. Siempre vi la mano de Dios.
 
¿Se confiesa y comulga con frecuencia?
Si, en determinados momentos. Pero hago una confesión no mecánica, sino charlada, dialogada y eso es muy bonito, charlar uno con Dios y no darse golpes de pecho y lamber ladrillos. No, eso no es lo mío, yo ya superé eso. No comulgo con frecuencia pero sí unas dos veces al año y lo hago también a conciencia, con charla.
 
Usted dice que es muy mariano. ¿Tiene devoción especial por alguna virgen?
Yo quiero mucho y le pido mucho a María y ella ha sido especialísima conmigo. No tengo una virgen predilecta, pero hay unas advocaciones como la de Las Lajas que me pareció preciosa, es un óleo lindísimo. La de Chiquinquirá, también es muy especial, pero cualquiera que sea la advocación siempre veo a la misma María.
 
¿Se siente en paz con Dios?
Si, si, yo estoy en paz con Dios.
 
¿Cómo quiere que sea el museo proyectado en su honor?
Eso ya le tocará a los que lo vayan a manejar pero creo que se debe mostrar por etapas, desde que yo nací, hasta el momento actual. Que se muestre el ambiente donde yo nací, mi trabajo en Bogotá, que haya una parte de para mi obra con énfasis en lo folclórico e  internacional, que se hable de la finca de Choachí y se muestren mis cosas porque si se dejan a la familia se reparten eso y se acaba todo. Todas esas cosas materiales pueden quedar en un solo lugar, en Neiva, como una especie de herencia, porque en mi casa y en El Barcino tengo de todo: los muebles de El Cedral, que son del siglo XVIII, muebles primitivos, todas mis condecoraciones, diplomas, trofeos, medallas, óleos, cuadros, espejos, cristalería, vajillas, cuadros, fotografías, recortes, publicaciones, discos, casetes, libros y un 'jurgo' de cosas más, además hay gente regada por todas partes que tiene cosas mías y eso se puede recoger. Ojalá que quede así como yo pienso.
 
¿Cómo quisiera que lo recordaran?
Que me recuerden con la música, con mi música, ¿no? Porque lo mío, lo que vale en mí, es decir del compositor, es la música. La parte humana es interesante como persona pero lo valioso es la obra musical y que suenen Espumas o El Barcino dentro de 30 ó 50 años, eso sí sería importante.
 
Perdóneme la franqueza, ¿usted se ha imaginado como sería su entierro?
Por lógica debe ser muy importante porque tengo muchas amistades y gente que me quiere y aprecia por la vida artística. Por ejemplo, me imagino que la Sociedad de Autores y Compositores se pondrá de pie, porque soy presidente Emérito y Sayco me quiere mucho. Acinpro, seguramente hará lo mismo y muchas entidades artísticas se pronunciarán, pero prefiero que me entierren al son de sanjuaneros, con aguardiente, con voladores y que la gente esté alegre, ¡¡¡je je je!!!
 
 
 
La entrevista fue publicada por primera vez en 2002 y editada para este blog el 27 de febrero de 2013 en Bogotá, Colombia. 
 
 

 

miércoles, 4 de junio de 2014

Villamil y Escalona: vidas más que paralelas


Villamil y Escalona: vidas más que paralelas


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Por estos días en los que el compositor vallenato habría cumplido 87 años y el opita debía estar llegando a los 85, compartimos esta breve crónica sobre las enormes coincidencias personales y artísticas entre este par de gigantes de la música colombiana.

 

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Por Vicente Silva Vargas

 
Mucho se ha dicho y escrito sobre Jorge Augusto Villamil Cordovez y Rafael Calixto Escalona Martínez. Algunos los han comparado de manera equivocada señalando que el vallenato es superior al opita porque ha tenido mejor prensa o que el huilense es mejor por haber abordado temáticas más amplias o ritmos diversos. Cualquiera que sea la intención, establecer primacías como si se tratara de campeonatos musicales entre regiones o peleas de lucha libre, no solo resulta absurdo sino perverso porque ambos, si bien nacieron y crecieron en universos diversos, vivieron épocas y circunstancias que a veces se entrecruzan, en otras ocasiones coinciden y la mayoría ocasiones resultan sorprendentes.


 Al repasar sus vidas se encuentra que dos de los compositores de música popular más famosos de Colombia fueron campesinos ilustrados que nacieron al amparo de familias ricas de dos provincias alejadas de la capital pero sorprendentemente afines por elementos sencillos como la música, la parranda, el amor, las frustraciones, los fracasos empresariales, la policía, el gremialismo y, por supuesto, la contagiosa afabilidad de sus terruños. Entre ellos solo había dos años de diferencia: Escalona nació en Patillal, antiguo Magdalena, el 27 de mayo de 1927, y Villamil en El Cedral, jurisdicción de Neiva, el 6 de junio de 1929, es decir, eran geminianos y eso es mucho decir.

 Los dos eran hijos de hombres influyentes en sus comarcas en las que la política partidista determinaba casi todo. El padre de Rafael era Manuel Clemente Escalona Labarcés, hacendado y coronel liberal sobreviviente de la Guerra de los Mil Días. El progenitor del opita era Jorge Villamil Ortega, cafetero, godo de tuerca y tornillo y sobreviviente de la guerra en las caucheras amazónicas.
 Los dos artistas dejaron sus provincias para llegar hasta otras ciudades en las que maduraron y debieron dar rienda suelta a sus inspiraciones artísticas. Escalona fue mandado muy joven a Santa Marta para que se hiciera bachiller en el famoso Liceo Celedón. Allí aguantó hambre, conquistó mujeres e hizo tantos amigos como canciones célebres (El bachiller, El hambre del Liceo y La despedida). Villamil, también obligado por su padre, salió del Huila a finales de los años 40 para terminar su bachillerato en Bogotá y luego estudiar Medicina. Al contrario de Rafa, Jorge sí fue bachiller y luego médico y, como Escalona, en la lejanía de la tierra, compuso obras memorables como La Zanquirrucia, Adiós al Huila y Sampedreando.

 Sus coincidencias también se reflejaron en proyectos empresariales en los que, como buenos artistas, fracasaron estruendosamente. Villamil nunca le paró bolas a la vieja Hacienda del Cedral y no fue cafetero como su padre o su hermana Graciela. Ya famoso se metió a tumbar selva en tiempos de la reconciliación con la guerrilla de los años 60, entre El Pato y Guayabero, donde tuvo una finca que fue expropiada por el Estado. Escalona fue arrocero de relativo éxito, intentó ser algodonero y alguna vez fue a contrabandear por La Guajira y Venezuela. Como Villamil, también fue confiado, generoso, desabrochado y tan pendejo para los negocios que muchas veces fue engañado por supuestos amigos a los que les prestó plata que nunca volvió a ver. Muestra de sus apegos comerciales son El villanuevero y Señor gerente. En el caso de Jorge, se sabe de sus calaveradas como fiador de allegados confianzudos que sí le pagaron con desprecios, habladurías y la enemistad. Su vals La mortaja lo muestra como una persona sincera que nunca estuvo interesado en los bienes materiales  

 Provincia y política
 Si bien el opita era conservador pero decía ser un hombre de centro, la verdad es que él supo moverse muy bien en las aguas partidistas de las dos corrientes tradicionales de la política colombiana. Fue amigo de casi todos los presidentes ―desde algunos de la época de la Violencia hasta los del Frente Nacional y sus sucesores en los años 80 y 90 y la primera década del siglo XXI― a varios de los cuales les aceptó invitaciones y reconocimiento pero no cargos de responsabilidad política como la Gobernación del Huila que le fue ofrecida por Belisario Betancur. En cambio, alguna vez con Los Tolimenses y el médico-entrenador Gabriel Ochoa Uribe intentó llegar al Senado de la República pero, como es de suponer, fracasó al no saber nadar en las fragosas aguas de la manzanilla y la politiquería.

 Escalona era de trapo rojo encendido como el capote de un torero y un lopista tan acérrimo que en 1974, en plena campaña electoral, compuso López, el pollo, un paseo en homenaje a su íntimo amigo el muy cachaco Alfonso López Michelsen. Fue funcionario de la Aduana Nacional por varios años y se hizo amigo cercano de por lo menos diez presidentes, entre ellos Gustavo Rojas Pinilla a quien empezando su carrera musical le hizo el paseo El general Rojas. También fue cónsul de Colombia en Colón, Panamá, en donde conoció de cerca al dictador Omar Torrijos y creó una canción que llamó La misión de Rafael. Fue amigo cercano de Belisario Betancur, Ernesto Samper Pizano, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe y se jactaba de haberlos llevado a todos a Valledupar para disfrutar de sus parrandas vallenatas.  

 Otra cualidad que los identificó fue su papel como inspiradores, promotores y embajadores de sus regiones. Villamil, junto con personajes de Neiva como Inés García de Durán, Miguel Barreto, José Domingo Liévano, Felio Andrade, el Cotudo Falla, entre muchos otros, fue uno de los creadores del Festival Nacional del Bambuco en 1961. Escalona, acompañado por López Michelsen, la Cacica Consuelo Araújo Molina y otros ilustres del Valle, fundó el Festival de la Leyenda Vallenata, en 1968. Gran parte de la proyección nacional del Huila y el Cesar se les debe a ellos que así como universalizaron sus cantos desde la provincia, mostraron a los cachacos influyentes de la política y el empresariado las bondades de unas tierras ignotas que muchos veían como las extensiones del atraso, la miseria y la corronchera.

 Los dos ayudaron a darle un vuelco total a Sayco y aprovecharon sus amistades políticas para que los creadores de música tuvieran una legislación moderna (Ley 23 de 1982), que los protegiera de las garras de las disqueras y los empresarios que como si fueran caimanes se lucraban con las obras de otros. Con ellos lucharon aclamados compositores como Jaime R, Echavarría, José Barros, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, José A. Morales  y Estercita Forero. Escalona y Villamil también fueron presidentes de su gremio por largos períodos, Jorge entre 1981 y 1987 y Rafael de 1987 a 1991. Uno le entregó la presidencia al otro y ambos fueron escogidos por aclamación de sus colegas de la música. Por la impronta que dejaron han sido los únicos reconocidos como presidentes eméritos de su organización.

 De amores y desamores
 Ambos fueron tan enamorados como parranderos. Muchas de sus canciones hablan de conquistas, celos, rivales amorosos y mujeres que los despreciaron y los dejaron viendo chispas. También fueron alcahuetas de mil amores y les compusieron canciones a amigos y amigas enamorados y desenamorados. De las muchas obras románticas del vallenato, en aras de la brevedad, se destacan La despedida, La Molinera, Honda herida, La golondrina, La Brasilera… Del huilense hay que citar Espumas, Llamarada, Me llevarás en ti, Amor en sombras, Llorando por amor

 A Villamil lo han interpretado artistas famosos como Javier Solís, Vicente Fernández, Soraya, Frank Pourcel, Nati Mistral, Silva y Villalba, Garzón y Collazos, Los Tolimenses, Isadora y por lo menos otros 200 intérpretes colombianos y extranjeros. A Escalona  lo han cantado los archifamosos Julio Iglesias y Paloma San Basilio y colombianos de gran renombre como Carlos Vives, Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los Hermanos Zuleta y decenas de conjuntos y solistas del Caribe y el interior de Colombia.

 Este par de compositores que componían a puro oído acompañados por su silbido, un tiple o una guitarra que a duras penas rasgueaban y que nunca asistieron a una academia musical, fueron pésimos cantantes pero se distinguieron como excelentes cronistas que en tres minutos convertían hechos pueblerinos en admirables historias universales. Basta citar La custodia de Badillo y El Embajador para remarcar su aporte a esta forma de construir memoria colectiva a través de la música.

 Coincidencias finales
 Rafael Calixto ―a quien Villamil llamaba Rascalona― falleció el 13 de mayo de 2009 en Bogotá. Nueve meses después, el 28 de febrero der 2010, Jorge Augusto, lo acompañó en su partida. Los dos compadres, que por su edad y sus achaques debieron soportar los agudos dolores del cáncer y la diabetes, se convirtieron en pacientes asiduos de la Fundación Santa Fe, en Bogotá. Allí murió Escalona y poco después, el Bigotón Villamil ―chapa que le puso Escalona― fue atendido varias veces hasta pocos días antes de su deceso, el 28 de febrero de 2010.

 Sus vidas concurrentes en muchos aspectos, sus temáticas de pueblos, animales, naturaleza, mujeres, amigos, traiciones y parrandas sin fin, los unieron antes que separarlos y si bien muchos quisieron enfrentarlos como gallos de pelea para plantear una primacía absurda para la música nacional, ellos tuvieron la suficiente grandeza para evadir las comparaciones odiosas y sobrevivir en medio del Oropel farandulero.  

 Al partir, el Gobierno Nacional expidió decretos de honores, ordenó tres días de duelo y dispuso funerales de Estado reservados solo a las grandes personalidades. Ambos ―como si sus fulgurantes carreras estuvieran signadas más por las identidades que por las discordias― fueron despedidos en la Catedral Primada de Bogotá. Los restos de Rafa reposan en Valledupar, mientras que parte de las cenizas de Jorge fueron esparcidas por el río Magdalena. Sus obras, hoy como ayer, siguen vigentes en el sentimiento nacional sin necesidad de encuestas o competencias destinadas a dividir antes que a conciliar.
El mejor resumen de su amistad y su cercanía, antes que cualquier distanciamiento personal marcado por la vanidad o acomodaticias comparaciones para mostrar a uno mejor que el otro, lo hizo el propio Jorge Villamil al componerle a Escalona dos paseos vallenatos. El primero es Tierra grata, en el que narra una invitación que Rafa le hizo a Valledupar, y Viento y arena, crónica sobre una amargura amorosa de cierto compositor famoso que no era otro distinto a Escalona.


Garzón, 1 de junio de 2014