¡Se fue el guámbito mayor!
Al partir el nueve de noviembre de 2012 el admirado Lizardo Díaz Muñoz, el compadre Felipe del dueto cómico-musical Los Tolimenses, comparto un fragmento de mi libro Las huellas de Villamil en el que narro cómo surgió, creció y se consolidó esta formidable pareja de artistas.
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Carátula de la segunda edición de Las huellas de Villamil, de Vicente Silva Vargas |
El descubrimiento de Los
Tolimenses
La presencia de la música
del Huila a escala nacional era directamente proporcional a la participación del
departamento en los acontecimientos del país, es decir, nula. Y esa ausencia de
divulgación sonaba como una tambora en el pecho de Villamil desde hacía varios
años. Él quería contar cómo eran las fiestas de allá, quiénes eran sus personajes,
qué tan hermosos sonaban los sanjuaneros y cómo el paisaje determinaba la vida
de sus habitantes. Pero, ¿cómo hacerlo y por dónde empezar si no tenía recursos
económicos cuantiosos, carecía de contactos con el influyente medio artístico
de Bogotá y Medellín y nadie sabía de él como compositor? Además, por ser un
doctor proveniente de una familia importante y formar parte de un medio
elevado, el hecho de convertirse en artista podría ser mal visto y atentaría
contra sus actividades profesionales y sociales que le presagiaban un futuro
brillante en la medicina y en la comunidad. El dilema era agudo porque estaban
de por medio sus años de sacrificio, la influencia familiar, el qué dirán, el
futuro económicos y, naturalmente, su propia conciencia.
Tal como lo hacía desde 1949 y sin consultarlo
con nadie, había seguido escribiendo tímidamente algunas melodías a las que les
daba tonalidades rítmicas propias de su tierra como bambucos, rajaleñas y
sanjuaneros. Nadie le había enseñado que la música se aprendía en academias y
se escribía en unos cuadernos rayados en los que se colocaban unos extraños
signos llamados notas musicales. Su padre le había indicado por allá en 1933
las posturas de las manos en un tiple con clavijeras de madera hecho por algún luthier de la hacienda. De él asimiló
rápidamente las posiciones manuales diferenciando con claridad los golpes de
cada ritmo: «Si es bambuco son seis movimientos alternados empezando
desde abajo. Si se trata de un pasillo, son dos compases hacia abajo y uno solo
hacia arriba y si es un vals se hacen dos movimientos hacia abajo y uno hacia
arriba. El resto era llevar una melodía que se podía acompañar con el
canto.»
Ese era todo su conocimiento musical. Pero no importaba, porque
había tenido entre los cafetales a los mejores compañeros musicales que podía
encontrar en sus años de niñez. Eran los trabajadores que en medio de matas de
café, después de doce horas de arduo trabajo, disipaban sus tristezas con ese
rasgado siempre sonoro y entrañable que se quedaba pegado al oído como si nunca
quisiera abandonarlo. Ese sonido siempre lo acompañó en los largos viajes entre
Garzón y Gigante, luego estuvo con él en la fría Bogotá y se le apareció en la
Javeriana en donde otros jóvenes también sentían el sabor de la nostalgia y
llevaban en sus manos la tierra de sus viejos. Ese tiple con sus doce cuerdas
le sonaba a toda hora en una pieza de cuatro por cuatro en donde había montones
de huesos y vademécumes que eran muy importantes, pero no tanto como esas
historias que le daban vueltas en su cabeza y que hablaban de fiestas
campesinas, tamboras estrepitosas, aguardientes de caña y personajes
pintorescos que bailaban rajaleñas.
El hallazgo
Ese
bullicio que siempre había estado encerrado en él y que se insinuó tímidamente
en 1949, apareció con toda su fuerza en los primeros días de diciembre de 1958
durante una serenata que le brindaron Los Sinsontes a Luz Marina Zuluaga, la
manizalita que el 26 de julio de ese año había ganado en Palm Beach,
Estados Unidos, el concurso de Miss Universo. Cuando los músicos fueron
invitados a Manizales para rendirle ese homenaje musical a la beldad, ya
conocían las aptitudes musicales de Villamil y por eso lo buscaron con afán
para que les cediera tres temas inéditos de claro sabor huilense. Villamil accedió
temeroso a la solicitud pero pidió que no lo mencionaran públicamente como
compositor porque no quería ser objeto de burlas y críticas por parte de un
público al que seguramente no le haría ninguna gracia escuchar canciones sobre
asuntos poco importantes para una ciudad como Manizales famosa por su feria, el
café, los toros y su pasión por la poesía.
Los
Sinsontes y Villamil ensayaron y montaron tres canciones en Neiva y poco
después viajaron a Manizales mientras que el médico se quedó atendiendo pacientes
pero con el íntimo deseo de que su música pasara desapercibida para Luz Marina
y los caldenses. En Manizales sucedió todo lo contrario porque los desconocidos
opitas que querían llevarle a la reina un regalo de su tierra tuvieron una
presentación apoteósica que descrestó a todos los invitados. Las canciones, que
fueron repetidas varias veces, llegaron al alma de los manizalitas y esa noche,
como si se estuviera vivido una gran faena taurina arreciaron los aplausos y
aparecieron los pañuelos para secar las lágrimas. Sin que nadie se lo
propusiera, lejos de Neiva y teniendo como testigo al Nevado del Ruiz, se
presentó en sociedad el compositor Jorge Villamil Cordovez.
Toda esa emoción se debió a los bambucos El
Retorno de José Dolores y Adiós al Huila,
dos ilustres desconocidos que por su temática describían aspectos que en ese
momento golpeaban el alma de los colombianos y al rajaleña La zanquirrucia que cerró con éxito aquella memorable noche al
mostrar ante un grupo de extraños el rostro alegre de ese Huila que se había
negado a proyectar aquel ritmo como uno de sus grandes tesoros. Los Sinsontes
regresaron a Neiva y enseguida visitaron al compositor para contarle la buena
nueva. Él no podía creer en el impacto de sus historias ante una gente exigente
y pensó que los músicos simplemente le hacían un cumplido para corresponder a
su generosidad musical, pero la sorpresa se convirtió en asombro al enterarse
que además de revelarse públicamente su nombre, los famosos Emeterio y Felipe,
Los Tolimenses, habían preguntado detalles suyos para localizarlo en Neiva y eventualmente grabar
las obras conocidas.
La
euforia del trío y el compositor se esfumó con la llegada de la Navidad de 1958
y el Año Nuevo aunque en los medios artísticos y sociales de Neiva la trilogía
de Villamil se volvió tan popular que era exigida en las presentaciones
radiales de Los Sinsontes y en las serenatas en donde se le incluía junto a
hermosos boleros. De esa manera transitaron la primera mitad de 1959 y como es
de suponer, en ese ambiente no tuvieron la difusión requerida entre otras
razones porque en aquellos años no existían en Colombia la promoción musical y
la publicidad artística.
Encuentro en un San Pedro
Sin embargo, por cosas del destino, en junio
aparecieron en Neiva Los Tolimenses que tan pronto llegaron al aeropuerto
preguntaron por la dirección de Jorge Villamil «ese médico importante y
de buena familia que compone canciones tan bonitas».
Eran
días de San Pedro y aunque las fiestas no estaban oficializadas, el famoso
dueto cómico musical había sido contratado para varias presentaciones públicas
que sirvieron de antesala para el encuentro del novel compositor con los
artistas, probablemente el 30 de junio de 1959. La reunión fue coloquial y
evocadora debido a que Lizardo Díaz Muñoz tiene un ligero parentesco por el
lado materno con Villamil, amén de que su madre, Alicia Muñoz de Díaz, había
sido buena amiga de doña Leonor Cordovez. Por su parte el desaparecido Jorge
Ezequiel Ramírez Salazar, tal como lo hacía en sus presentaciones públicas se
ganó los afectos del compositor por su manera campechana de expresar las
inquietudes del dueto y su sincero interés en proyectarlo nacionalmente.
Luego
de recordar antepasados y elogiar las diez canciones que el médico cantó
acompañado de una guitarra y que se grabaron en una grabadora de carretes, los
músicos le plantearon a Villamil la necesidad de llevar al disco varios de sus
temas inéditos argumentando que esa música novedosa y muy colombiana, era
necesaria ante la falta de nuevos compositores. Ramírez y Díaz no se adornaron
para decir lo que querían decir y de sopetón le pidieron a Villamil que debían
definir con él, allí mismo, los temas de un nuevo larga duración así como los
términos de la producción.
Esos dos aspectos eran fundamentales para unos y
otro ya que Emeterio y Felipe gozaban de gran popularidad y debían renovar su
repertorio permanentemente y Jorge, simplemente necesitaba aprovechar la
oportunidad que tanto había ansiado.
Lizardo Díaz (Felipe), Jorge Villamil y Jorge Ramírez (Emeterio), recibidos como héroes en el aeropuerto Eldorado al ganar el dueto en Río de Janeiro el Gallo de Oro por el pasillo Espumas.
Uno del Huila, otro del Tolima
¿Quiénes eran esos cantantes que buscando airear su cancionero habían
descubierto casi por accidente semejante materia prima? Sería largo contarlo y
justificaría otro libro porque desde 1952 cuando surgieron en Medellín, sus
presentaciones fueron apoteósicas y hacia 1959 ya habían grabado decenas de
discos con música de compositores famosos como José A. Morales, Jorge Añez y
Alejandro Wills. Su nacimiento, evolución y permanencia de casi medio siglo los
resumió Lizardo con el autor de este blog en largas conversaciones sostenidas en Bogotá en 2002:
Éramos contemporáneos. Él nació en Ibagué el 22 de
noviembre de 1929 y yo en Baraya, Huila, el 29 de enero de 1928. A Jorge
Ezequiel lo conocí hacia 1943 en el Conservatorio en donde ambos pertenecíamos
a las Masas Corales del Tolima. Yo estudiaba en el San Simón y él lo hacía en
el Colegio Tolimense. A los dos nos encantaba la música y teníamos temperamentos afines por ser nativos de una
región muy alegre como el antiguo Tolima Grande y eso nos sirvió para que
empezáramos a nivel aficionado con un trío que actuaba en la emisora Ecos del
Combeima y del cual también hizo parte Jorge Tovar Acosta. En 1946 terminé
bachillerato y al año siguiente me radiqué en Bogotá para estudiar ingeniería
química en la Universidad Nacional, pero en 1949 me fui para Medellín a
estudiar Ingeniería en la Escuela Superior de Minas. Allí permanecí hasta 1953
cuando me retiré para hacer frente a los compromisos artísticos. Nunca me
otorgaron el título de ingeniero sencillamente porque, como decía Emeterio, me
faltó una materia para graduarme: la materia gris. Pero él tampoco fue
profesional y aunque estudió contabilidad jamás ejerció su oficio porque se
dedicó al negocio de vender llantas en Ibagué el cual alternaba con la música.
Cada vez que yo iba de vacaciones a Ibagué nos encontrábamos para cantar en
reuniones, hacer presentaciones en las emisoras y dar serenatas. Pero cierto
día de junio de 1952 se me apareció en
la residencia de universitario en Medellín y se fue a vivir conmigo como si
fuera estudiante y allá nos pusimos a cantar y a dar serenatas por todas
partes. Los fines de semana y en temporada de Navidad no dábamos abasto
complaciendo a particulares y estudiantes. A los primeros les cobrábamos 15
pesos y a los segundos 12, sumas que eran una fortuna en esa época.
En una de las tantas
reuniones alguien nos preguntó si queríamos grabar discos en 78 revoluciones y
nos presentó a un empresario de apellido Acosta que acababa de fundar la disquera Ondina. Este señor nos
ofreció grabar cinco discos, es decir diez canciones. Sorprendidos le dijimos
que sí pero pedimos un plazo para escoger repertorio y prepararlo en Ibagué ya
que la oferta coincidió con las vacaciones. Una vez montadas las canciones,
entre las cuales estaban Mi ranchito y Kirieleison, regresamos a Medellín para grabar en vivo y sin pausa como se
acostumbraba entonces, pero sucedió que no teníamos un nombre artístico que nos
identificara y aunque en la universidad y en algunos eventos yo tenía un trió
que se llamaba Los Estudiantes pensamos que eso no pegaba como tampoco se
ajustaba el que nos llamaran Ramírez y Díaz o al revés pues ya estaban de moda
duetos como Espinosa y Bedoya. Luego de pensarlo por un rato decidimos que el
mejor nombre era el de Los Tolimenses ya que el boom en todas partes era Garzón y Collazos al que todos relacionaban con la
música del Tolima. Así quedamos bautizados desde el 52, aunque en ese entonces
no éramos Emeterio y Felipe ni habíamos incursionado en el campo humorístico.
En total nos pagaron 250 pesos por cada disco, suma que nos pareció fantástica
porque era exactamente igual a lo que les pagaba Sonolux a Garzón y Collazos,
famosos en toda Colombia. Los discos fueron un éxito total en toda la región
paisa y nos dieron tanto prestigio que nos llamaron para actuar en la Voz de
Antioquia y la Voz de Medellín, las
emisoras más importantes de allá.
Sobre la
consolidación de Los Tolimenses en el ambiente artístico nacional con su propio
nombre e identidad, Lizardo acostumbraba abrir el baúl de los recuerdos para compartir
anécdotas desconocidas para los colombianos de los nuevos tiempos:
Gracias a la radio llegamos a Bogotá en plan de
artistas, justamente cuando la Esso Colombiana organizó en 1953 el concurso Tierra Mía en el que participaron 360
agrupaciones de todo el país. La competencia duró tres meses y terminó en
septiembre porque incluía eliminatorias en la Costa, Tolima Grande, Valle del
Cauca, Antioquia y Cundinamarca. De ese número de concursantes salimos cinco
semifinalistas y luego dos finalistas, el trío Visbal, de Santa Marta y Los
Tolimenses. En aquel tiempo tuvimos mucha prensa y cada vez que ganábamos o
eliminábamos a un grupo en El Tiempo y El Espectador nos sacaban reportajes y
entrevistas completísimas de hasta una página hablando de nosotros y nuestra
proyección.
Pese a los pantallazos, cuando llegamos a la final en la emisora
Nuevo Mundo, nosotros no estábamos seguros de ganar porque los costeños tenían
un repertorio más completo porque incluía canciones de allá y del interior,
mientras que nosotros estábamos limitados a la música andina. El jurado estaba
integrado por personalidades de la música y el espectáculo y siempre fue muy
exigente, pero el día de la gran final dio la gran sorpresa porque los Visbal
quedaron en el segundo lugar y nosotros de primeros. El premio que nos dieron
fue de cinco mil pesos en efectivo, cifra fantástica para la época y que nos
obligó a tomar en serio nuestra vocación artística y a trasladarnos a Bogotá.
Tan pronto nos hicimos conocidos nacionalmente empezaron a llegar los
contratos. Primero fue Sello Vergara y luego Nueva Granada y Nuevo Mundo, las
dos emisoras más importantes de Bogotá. que no eran de Caracol ni de RCN
sencillamente porque en ese tiempo no existían las cadenas como tampoco las
exclusividades. Con la primera estuvimos unos siete años haciendo un programa
diario de canciones y luego nos fuimos para la segunda en donde duramos 18 años
y medio produciendo un programa de humor y música.
Inauguraron la televisión
La nostalgia
y la alegría del compadre Felipe se confundían al repasar los primeros días de
la televisión colombiana y las giras iniciales por el mundo:
Estando en Nuevo Mundo nos sorprendieron con
la llamada para inaugurar la televisión nacional el 13 de junio de 1954, primer
aniversario del golpe de estado que llevó al poder al general Gustavo Rojas
Pinilla. Eso fue extraño porque teniendo a tipos famosos como Garzón y Collazos
y duetos berracos como Espinosa y
Bedoya, Ríos y Macías, Obdulio y Julián y todos esos vergajos, nos llamaron a
nosotros. Todo sucedió en forma chistosa porque a la pensión de la calle doce con
carrera sexta en donde vivíamos Jorge y yo, llegó como a las ocho de la mañana,
muy apurado y casi tumbado la puerta, Álvaro Monroy Guzmán, director artístico
de Nuevo Mundo para decirnos que habíamos sido escogidos para participar en la
emisión inaugural de la televisora. Nosotros le dijimos que no jodiera y nos
dejara seguir durmiendo y le pedimos muy en serio que no hiciera esa clase de
bromas porque sabíamos de la fama de otros artistas. Pero él insistió y no
dijo: "Carajo tenemos que irnos para allá a ensayar y participar en todos
los preparativos... caminen que esta noticia es de verdad y es
histórica."
A regañadientes llegamos al sótano de la Biblioteca Nacional
en donde estaban los estudios. Allí estaban todos los expertos en televisión
que eran cubanos y los colombianos participantes. Cuando el director nos vio
preguntó qué sabíamos hacer y cómo lo pensábamos realizar. Nosotros nos
presentamos como cantantes de música colombiana pero le aclaramos que para esa
ocasión pensábamos representar a dos campesinos vestidos con trajes típicos que
sabían cantar y hacer humor. A partir de ese momento dejamos nuestro uniforme
que era un smoking de chaquetas roja y verde, corbatines de idénticos colores,
pantalones blancos y zapatos del mismo color, para vestirnos como auténticos
montañeros. Luego nos pusimos con Monroy Guzmán a hacer el libreto pedido por
el director, pero al momento de identificar a los personajes caímos en cuenta
de la necesidad de un n nombre porque Jorge y Lizardo no calaban mucho con la
denominación artística del dueto y fue en ese instante cuando Álvaro tuvo un
chispazo y se le ocurrió ponernos Emeterio y Felipe y así quedamos bautizados
para siempre.
Es curioso, pero el día en que nació la televisión colombiana nacimos nosotros con un nuevo nombre, más conocido que el original,
empezamos a echar chistes y cambiamos nuestra indumentaria y así nos quedamos
de por vida. Jorge y yo nunca lo buscamos pero como dijo Álvaro ese día hicimos
historia al figurar en la primera emisión de nuestra televisión junto con el
maestro Bernardo Romero Lozano, el violinista Proust y el discurso del
Presidente Gustavo Rojas Pinilla quien aparte de felicitarnos efusivamente por
nuestra participación en la sesión inicial, se volvió hincha nuestro y con frecuencia nos invitaba al Palacio de San
Carlos y a Melgar, en donde él acostumbraba ir de descanso.
Emeterio y Felipe
se dispararon como artistas y nos volvimos personajes exclusivos de la
televisión que nos pagaba por cada presentación 600 pesos, una suma muy
respetable para cualquier artista de entonces. Pero así como estábamos en la
televisión también seguíamos en la radio con nuestros programas de música y de
humor, aspecto que agregamos radialmente desde junio del 54. Nuestra presencia
en la televisión era tan frecuente que varios amigos pidieron que no
volviéramos a presentarnos porque podíamos quemarnos y aunque en un principio
no les paramos bolas porque queríamos aprovechar el cuarto de hora, con el
tiempo nos dimos cuenta que había razón en esa crítica porque podíamos saturar
al público y volvernos cansones.
Por eso en 1955 decidimos emprender una gira
internacional que nos llevó a Panamá, Costa Rica, Guatemala y México en donde
trabajamos en el Astoria, uno de los grilles más famosos de Ciudad de México.
Después intentamos pasar a Estados Unidos para probar suerte en ese país pero
en migración Jorge no pudo pasar por tener visa de estudiante aunque yo si pude
ingresar con visa de estudiante. Él fue deportado por México y luego enviado a
Colombia. Duramos unos dos o tres meses separados, yo en Nueva York estudiando
inglés y Jorge en Ibagué, a la espera de mejores tiempos. Cuando se me acabó el
dinero regresé a Colombia para trabajar en Ferroconcreto una empresa de
ingenieros en Bogotá en donde volvimos a asociarnos con Emeterio. Allí permanecí
durante algún tiempo y alternaba mi trabajo en la construcción con las
actuaciones del dueto.
Tres alegres compinches
Lizardo Díaz Muñoz comentaba que en esa visita al Huila en
1959 el dueto encontró al compositor con el
cual se volverían amigos, compadres y socios musicales durante décadas:
Las
giras por pueblos y ciudades de todo el país se multiplicaron gracias a un contrato publicitario con Bavaria que nos
llevó a todas partes en compañía de Merceditas Baquero, esposa de Gerardo de
Francisco y madre de margarita de Francisco, para promocionar la cerveza
Costeñita. En todas las carreteras del país aparecía nuestra imagen en vallas
de publicidad, en afiches y almanaques y en todas partes nos recibían como
grandes personajes. Ese programa, Bavaria Invita era transmitido por Nueva Granada y fue un
éxito para la empresa y nosotros, pero también para el folclor porque gracias a
esa publicidad pudimos promover durante unos seis años la música y las
costumbres del interior del país, pero especialmente del Tolima Grande. Tal vez
por esa presencia continua en los medios y por las presentaciones nunca tuvimos
buena relación con Darío Garzón que nos hizo la guerra y con frecuencia hacía
comentarios descomedidos sobre Los Tolimenses.
Varias veces él dijo que nosotros
apuñalábamos la música colombiana como queriendo decir que la maltratábamos
cuando en realidad nuestro papel era de defensa y difusión del folclor, tal
como lo hacían ellos, sin embargo es bueno aclarar que con Eduardo Collazos sí
tuvimos buenas relaciones personales y llegamos a ser amiguísimos. Pese a la
mala imagen que nos quiso hacer Darío, incluso antes de contar chistes, en esa
época grabamos tal cantidad de discos en 78 y 45 revoluciones y luego en larga
duración, que ya perdí la cuenta. En todo caso, desde el momento en que Los
Tolimenses ganamos el concurso de la Esso, pasando por la inauguración de la
televisión, la primera gira internacional y las presentaciones en las emisoras
de Bogotá, grabamos con todas las disqueras que existían como Sonolux, Fuentes,
Codiscos, Ondina, Zeida y Sello Vergara.
Ese era a grandes rasgos el perfil nuestro cuando encontramos en junio de 1959
a Jorge Villamil Cordovez, amigo mío desde que éramos guámbitos,
convertido en un señor compositor que merecía ser promocionado y mostrado en
toda Colombia.
En
medio del ruidoso ambiente sanjuanero de aquel año no hubo ninguna dificultad
para el sí rotundo del autor que inmediatamente se puso a disposición de Los
Tolimenses para que todo saliera como ellos pensaban. Por ese trabajo tan
profesional que siempre los caracterizó, el Hotel Plaza, en Neiva, se convirtió
en una especie de estudio en donde Villamil grabó El retorno de José Dolores, Adiós al Huila, La zanquirrucia y otros
temas para que Emeterio y Felipe captaran en vivo las tonadas y los golpes de
los temas ideados por él. Posteriormente los compadres repitieron el ejercicio
en la misma grabadora y poco a poco fueron depurando las canciones hasta llegar
al punto en que el autor quedaba satisfecho.
Los intérpretes terminaron sus
ensayos muy emocionados y quedaron convencidos de tener entre manos unas
composiciones auténticas que iban a revolucionar el ambiente artístico. Pero
esas sensaciones percibidas por el dueto durante su estadía en aquel San Pedro
no se quedaron en simples apreciaciones de un momento. Al contrario, cuando
Lizardo se despidió de Villamil en el aeropuerto La Manguita fue franco y
profético: "Estas serán sus primeras grabaciones, Jorge, pero vendrán
muchas más porque usted tiene talento de sobra. Conserve ese estilo puro y
original que así va a llegar muy lejos. Siga trabajando esas canciones tan
lindas con mucha dedicación y nunca desmaye porque usted va a ser el gran
compositor que Colombia necesita."
A las
pocas semanas Emeterio y Felipe viajaron a Medellín en donde quedaba la sede de
Zeyda, la casa fonográfica que los tenía entre sus artistas preferidos. Allí
grabaron inicialmente un sencillo de 78 con El
retorno de José Dolores y La
zanquirrucia y poco después produjeron
un larga duración en el que además de esas composiciones figuró Adiós al Huila. Como lo habían
prometido, los tres temas iniciales de Villamil estaban entre los 12 que
formaban parte de ese disco llamado Bajo el cielo del
Tolima que
en cuestión de días se convirtió en éxito nacional. La nueva producción llegó a
Neiva en los primeros días de septiembre de 1959 y sorprendió a un público
huilense que no entendía cómo unos artistas tan famosos estuvieran cantando
cosas que hacían parte de su vida cotidiana como el río, el rajaleña, el
aguardiente y desde luego, la violencia.
Tampoco salían de su estupor al ver
que el autor de esas letras humanas y diferentes a los temas almibarados y
sensibleros, fuera hijo de un hombre rico y doctor ilustre por demás, al que le
gustaba tanto la parranda que siempre llevaba en su carro un tiple por si acaso
se le atravesaba una canción. Las dos emisoras de la ciudad, Radio Neiva y
Ondas del Huila, no cesaron de repetir el disco de Los Tolimenses durante el
final de ese año y comienzo del nuevo y rápidamente los muchachos con deseos de
convertirse en cantantes famosos empezaron a canturrear las composiciones en
los programas radiales en vivo. Los serenateros de la Plaza de San Pedro
también hicieron suyas esas melodías y hubo casos en que los clientes exigían
su interpretación sin importar que las mismas no tuvieran relación con el
motivo de la serenata.
Los locutores y periodistas empezaron a hablar del
médico compositor, tal vez porque no se atrevían a desglosar la actividad
profesional del doctor Villamil de un asunto tan mundano como el de la música o
seguramente para recalcar la doble condición de un profesional ilustre que
siendo tan cercano al dolor humano, se había bajado de su pedestal para ponerle
música a dureza de la vida. Y él aceptó esa identificación con naturalidad
quizá porque la música siempre estuvo presente como una motivación mucho antes
de nacer, mientras que la medicina fue algo tangencial que llegó a su
existencia pero que nunca fue la razón fundamental de su realización personal.
Emeterio (izquierda) y Felipe (derecha), hicieron famoso el sanjuanero El Embajador, la increíble 'mamada de gallo' de Jaime Torres a la alta sociedad de Neiva sobre la llegada de un embajador que no era de la India ni era embajador sino un antiguo seminarista de Garzón.
A partir de esos primeros éxitos
la llave Villamil-Los Tolimenses sería fructífera y amigable porque los tres
convirtieron en una especie de compromiso el arte de componer y cantar
canciones hasta el punto que se llegó a comentar que se trataba de una sociedad
informal pero tan eficiente que los accionistas aportaban su talento sin que
ninguno se pusiera a pelear las ganancias proporcionales que debían percibir
por sus aportes. Desde que salió al mercado su primera canción, los discos y
reportes de periódicos y revistas de la época muestran al maestro como un
personaje íntimamente ligado a Los Tolimenses no solo en las composiciones sino
en las presentaciones artísticas, radiales y televisivas. Entre los tres
siempre hubo una rara empatía porque el neivano tan pronto tenía una nueva
composición se comunicaba con sus compadres para ponerla a su consideración y
éstos en un alarde de lealtad y respeto, conservaban íntegramente el concepto
musical y el mensaje que el autor quería plasmar y si Villamil hacía un bambuco,
Jorge y Lizardo ensayaban, montaban y grababan un bambuco.
Según decía Emeterio
y lo confirma Felipe, nunca hubo una discusión sobre el uso de una palabra, el
contenido de una letra o la tonalidad de una obra y por parte del autor, de
acuerdo a lo dicho por Lizardo, jamás se produjo una imposición o un regaño por
cuestiones musicales o costumbristas. Al contrario, Villamil siempre gozaba con
las ocurrencias de Emeterio y se dejaba tomar el pelo de sus amigos que en sus
espectáculos casi siempre lo incluían como protagonista de cuentos tan jocosos
como el del famoso doctor Aquiles Castro (aquí les castro).
Durante
más de 30 años de relaciones artísticas, Villamil, Ramírez y Díaz entendieron
la música como la mejor manera de mostrar al Huila y el Tolima como una sola
tierra, pero también emplearon sus cantos para pintar a su gente de cuerpo
entero, sin estereotipos ni caricaturas humillantes. Por el contrario, con
canciones y humor, los tres ayudaron a perfilar a un ser humano alegre,
fiestero, trabajador, nostálgico y romántico y con esas características
Colombia entera aprendió a querer a los hombres y mujeres del Gran Tolima.
Rajaleñas y sanjuaneros
Ese
trabajo conjunto que llegó a muchos rincones del mundo está condensado en todos
los rajaleñas y sanjuaneros que escribió el maestro para ser interpretados con
sentimiento casi silvestre por Emeterio y Felipe. Un ejemplo claro de esa
afinidad entre autor, músicos e identidad opita está en El matuno, un rajaleña que Los Tolimenses hicieron muy popular:
El rajaleña que
canto es rajaleña huilense
el
rajaleña que canto es rajaleña huilense
tiene
el efecto de la sal, con un trago de aguardiente
tra la lai morena
con un trago de aguardiente.
Jorge Villamil y Lizardo Díaz: paisanos, amigos, compadres y cómplices de múltiples aventuras musicales. Ambos grandes y geniales.
Gracias a los tres, Colombia tuvo noticia de
un ritmo poco conocido como el rajaleña y pudo gozar canciones memorables como Afánate Afanador, El barbasco, El
betaniense, El guacirqueño, El matuno, El sapo, La zanquirrucia y el Rajaleña No. 2, entre otras, que
salieron del Huila para convertirse en éxitos nacionales. Pero además de esta
modalidad cultivada con esmero por el autor y el dueto, eso que ahora llaman
huilensidad para referirse a la identidad de la región, también se hizo
evidente en hermosos sanjuaneros de Jorge cantados por Emeterio y Felipe, entre
los cuales se recuerdan con especial afecto El detenido, El embajador, El huilense, El tigre de Zalamea, La vaquería, La
mistela, Llegó el San Pedro, Sampedreando, Tambores del Pacandé y por lo menos otra docena de sin igual estilo y calidad.
Por la necesidad de divulgar las costumbres regionales los tres asumieron como
un compromiso moral la composición y grabación de una canción típica cada mes
de junio para identificar las fiestas de San Pedro en el Tolima Grande, pero
especialmente las del Huila. Así lo hicieron durante más de una década y por
eso pasaron a la historia como símbolos regionales tan insustituibles que en
cada festejo de mitad de año sus nombres y canciones vuelan alegremente con los
primeras ventiscas sanjuaneras.
El extenso cancionero del maestro huilense
interpretado por Los Tolimenses no se limitó a rajaleñas y sanjuaneros sino que
abarcó otros ritmos que fueron excelsamente interpretados o si no basta
recordar a clásicos como Espumas y Me llevarás en ti ―tema central de la película Un Ángel de la calle― que fueron grabados
inicialmente por ellos y con los cuales ganaron
codiciados trofeos en otros países que los aplaudieron por su ejecución ante
multitudinarias audiencias.
Trabajo en llave
Jorge Ramírez y Lizardo Díaz formaron una
sociedad musical que fue exitosa tanto en el campo artístico como en el
empresarial. Cuando la televisión los hizo famosos los dos decidieron que su
vida debía estar ligada al arte de cantar y echar cuentos y para poder
sobrevivir no solo en términos físicos sino en el medio farandulero, fueron muy
organizados. Desde que Ramírez dejó su negocio de llantas en Ibagué para buscar
a Díaz en su residencia de estudiante en Medellín la pareja repartió sus
funciones administrativas y profesionales. Lizardo se encargó de los contactos,
las relaciones públicas y el manejo de los contratos mientras que Jorge con su
guitarra se convirtió en puntero y segunda voz, correspondiéndole a su
compañero la primera voz y el tiple como instrumento acompañante. Cuando
empezaron a hacer humor y adicionaron a su nombre artístico los remoquetes de
Emeterio y Felipe, Jorge asumió la función de recolector y contador de chistes
que eran complementados en segundo plano por Lizardo.
Según recordaba Lizardo, su compañero nutría el repertorio de grandes
cantidades de cartas, postales y hasta marconis
que les enviaban los oyentes desde diferentes lugares del país, aunque
amigos de Natagaima, Espinal e Ibagué también le hacían sus aportes. Muchos de
esos cuentos eran revisados conjuntamente pero eran escogidos por Emeterio que
hacía un enorme esfuerzo al clasificarlos aunque se sentía frustrado cuando no
podía contar en la radio los cuentos más verdes o de doble sentido, ya que si
lo hacía en las emisoras donde trabajaban éstas podían ser cerradas por el
Ministerio de Comunicaciones. Uno de los cuentos que en su momento causó roncha
entre los inspectores de esa entidad, es el que se transcribe a continuación
como sencillo homenaje al compadre Emeterio, fallecido en 2001:
Cuando me fuide a casar le dije al curita del
pueblo, padre, quiero casarme. Él me dijo: medítelo Emeterio, pero yo le
contesté, no padre, yo ya resolví que me voy a casar. Él volvió y me dijo,
medítelo, Emeterio. Fue entonces cuando le contesté: padre ya me lo medí y le
quedó al pelo.
Emeterio
y Felipe no hicieron muchas composiciones porque su fuerte siempre fue la
interpretación combinada con humor y por ese estilo tan particular y diferente
a todos los demás dúos, siempre se le conoció como el primer dueto cómico
musical de Colombia. Sin embargo los dos compusieron algunas canciones que se
hicieron populares en sus voces. De Jorge se recuerdan los temas Si no me quieres y Claro río y de Lizardo son conocidas A sanjuaniar, Morrocoy, Amanecer campesino y Mi serenata.
Lizardo Díaz Muños, el entrañable compadre Felipe. Folclorista, tiplista, cantante, humorista, empresario cinematográfico, gran señor, estupendo padre y esposo, pero sobre todo huilense excepcional. ¡Gracias compadre por tantas alegrías! ¡Que Dios te tenga en la gloria, guámbito mayor!
Durante sus 42 años de vida artística, Emeterio y Felipe grabaron cerca
de 30 elepés, es decir que llevaron al disco unas 300 canciones colombianas.
Igualmente realizaron exitosas giras a más de 40 países, siendo las más
importantes las efectuadas a Estados Unidos, Canadá, Unión Soviética, México,
Panamá, Costa Rica, Guatemala, República Dominicana, Venezuela, Ecuador, Perú,
Bolivia y Brasil.
Por la venta de sus discos Los Tolimenses obtuvieron varios
discos de oro y platino, aunque las condecoraciones más importantes las
recibieron en pueblos y ciudades. Entre otras, Lizardo recuerda la Medalla de
Oro del Festival Folclórico de Ibagué; el Taitapuro de Oro otorgado por el
Huila; la distinción como Mejores Artistas Cómico musicales dada por El Tiempo
en 1976; la Placa Nemqueteba de Oro conferida por sus actuaciones en
televisión; la Medalla Ciudad de Ibagué y la Medalla al Mérito Artístico de la
Gobernación del Tolima entregadas por su divulgación folclórica.