Villamil y Escalona: vidas más que paralelas
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Por estos días en los que el compositor vallenato habría cumplido 87 años y el opita debía estar llegando a los 85, compartimos esta breve crónica sobre las enormes coincidencias personales y artísticas entre este par de gigantes de la música colombiana.
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Por Vicente Silva Vargas
Mucho se ha dicho y escrito sobre Jorge Augusto Villamil Cordovez y Rafael Calixto Escalona Martínez. Algunos los han comparado de manera equivocada señalando que el vallenato es superior al opita porque ha tenido mejor prensa o que el huilense es mejor por haber abordado temáticas más amplias o ritmos diversos. Cualquiera que sea la intención, establecer primacías como si se tratara de campeonatos musicales entre regiones o peleas de lucha libre, no solo resulta absurdo sino perverso porque ambos, si bien nacieron y crecieron en universos diversos, vivieron épocas y circunstancias que a veces se entrecruzan, en otras ocasiones coinciden y la mayoría ocasiones resultan sorprendentes.
Los dos artistas dejaron sus provincias para llegar hasta otras ciudades en las que maduraron y debieron dar rienda suelta a sus inspiraciones artísticas. Escalona fue mandado muy joven a Santa Marta para que se hiciera bachiller en el famoso Liceo Celedón. Allí aguantó hambre, conquistó mujeres e hizo tantos amigos como canciones célebres (El bachiller, El hambre del Liceo y La despedida). Villamil, también obligado por su padre, salió del Huila a finales de los años 40 para terminar su bachillerato en Bogotá y luego estudiar Medicina. Al contrario de Rafa, Jorge sí fue bachiller y luego médico y, como Escalona, en la lejanía de la tierra, compuso obras memorables como La Zanquirrucia, Adiós al Huila y Sampedreando.
Sus coincidencias también se reflejaron en proyectos empresariales en los que, como buenos artistas, fracasaron estruendosamente. Villamil nunca le paró bolas a la vieja Hacienda del Cedral y no fue cafetero como su padre o su hermana Graciela. Ya famoso se metió a tumbar selva en tiempos de la reconciliación con la guerrilla de los años 60, entre El Pato y Guayabero, donde tuvo una finca que fue expropiada por el Estado. Escalona fue arrocero de relativo éxito, intentó ser algodonero y alguna vez fue a contrabandear por La Guajira y Venezuela. Como Villamil, también fue confiado, generoso, desabrochado y tan pendejo para los negocios que muchas veces fue engañado por supuestos amigos a los que les prestó plata que nunca volvió a ver. Muestra de sus apegos comerciales son El villanuevero y Señor gerente. En el caso de Jorge, se sabe de sus calaveradas como fiador de allegados confianzudos que sí le pagaron con desprecios, habladurías y la enemistad. Su vals La mortaja lo muestra como una persona sincera que nunca estuvo interesado en los bienes materiales
Si bien el opita era conservador pero decía ser un hombre de centro, la verdad es que él supo moverse muy bien en las aguas partidistas de las dos corrientes tradicionales de la política colombiana. Fue amigo de casi todos los presidentes ―desde algunos de la época de la Violencia hasta los del Frente Nacional y sus sucesores en los años 80 y 90 y la primera década del siglo XXI― a varios de los cuales les aceptó invitaciones y reconocimiento pero no cargos de responsabilidad política como la Gobernación del Huila que le fue ofrecida por Belisario Betancur. En cambio, alguna vez con Los Tolimenses y el médico-entrenador Gabriel Ochoa Uribe intentó llegar al Senado de la República pero, como es de suponer, fracasó al no saber nadar en las fragosas aguas de la manzanilla y la politiquería.
Otra cualidad que los identificó fue su papel como inspiradores, promotores y embajadores de sus regiones. Villamil, junto con personajes de Neiva como Inés García de Durán, Miguel Barreto, José Domingo Liévano, Felio Andrade, el Cotudo Falla, entre muchos otros, fue uno de los creadores del Festival Nacional del Bambuco en 1961. Escalona, acompañado por López Michelsen, la Cacica Consuelo Araújo Molina y otros ilustres del Valle, fundó el Festival de la Leyenda Vallenata, en 1968. Gran parte de la proyección nacional del Huila y el Cesar se les debe a ellos que así como universalizaron sus cantos desde la provincia, mostraron a los cachacos influyentes de la política y el empresariado las bondades de unas tierras ignotas que muchos veían como las extensiones del atraso, la miseria y la corronchera.
De amores y desamores
Ambos fueron tan enamorados como parranderos. Muchas de sus canciones hablan de conquistas, celos, rivales amorosos y mujeres que los despreciaron y los dejaron viendo chispas. También fueron alcahuetas de mil amores y les compusieron canciones a amigos y amigas enamorados y desenamorados. De las muchas obras románticas del vallenato, en aras de la brevedad, se destacan La despedida, La Molinera, Honda herida, La golondrina, La Brasilera… Del huilense hay que citar Espumas, Llamarada, Me llevarás en ti, Amor en sombras, Llorando por amor…
Rafael Calixto ―a quien Villamil llamaba Rascalona― falleció el 13 de mayo de 2009 en Bogotá. Nueve meses después, el 28 de febrero der 2010, Jorge Augusto, lo acompañó en su partida. Los dos compadres, que por su edad y sus achaques debieron soportar los agudos dolores del cáncer y la diabetes, se convirtieron en pacientes asiduos de la Fundación Santa Fe, en Bogotá. Allí murió Escalona y poco después, el Bigotón Villamil ―chapa que le puso Escalona― fue atendido varias veces hasta pocos días antes de su deceso, el 28 de febrero de 2010.
El mejor resumen de su amistad y su cercanía, antes que cualquier distanciamiento personal marcado por la vanidad o acomodaticias comparaciones para mostrar a uno mejor que el otro, lo hizo el propio Jorge Villamil al componerle a Escalona dos paseos vallenatos. El primero es Tierra grata, en el que narra una invitación que Rafa le hizo a Valledupar, y Viento y arena, crónica sobre una amargura amorosa de cierto compositor famoso que no era otro distinto a Escalona.
Garzón, 1 de junio de 2014
Garzón, 1 de junio de 2014