La Fundación Rafael Escalona Martínez invitó al autor de este blog a escribir un artículo sobre la entrañable relación de amistad y colegaje que unió a dos grandes de la cultura popular colombiana. Además, Taryn Escalona, presidenta de esa entidad que realiza un arduo trabajo para preservar la obra del genio creador de páginas inmortales del folclor vallenato, pidió la participación de este periodista cachaco en un ameno conversatorio sobre las músicas del interior y del Valle de Upar en las que Escalona y Villamil son símbolos mayores.
El siguiente artículo fue publicado en Escalona inmortal, magnífico libro en el que auténticas plumas del periodismo nacional como Daniel Samper Pizano, Juan Gossaín, Alberto Salcedo, Daniel Coronell, Juan Manuel López, el expresidente Ernesto Samper Pizano, entre otras personalidades, plantearon diversas miradas sobre la vida del hijo de Patillal.
Las vidas de Rafael Calixto Escalona Martínez y
Jorge Augusto Villamil Cordovez se entrecruzaron más de una vez y coincidieron
de manera sorprendente pese a la considerable distancia geográfica entre Huila
y Cesar, sus entornos culturales diversos y las influencias musicales.
Estos colosos de la música popular, antes que nada, fueron
campesinos ilustrados nacidos en familias ricas de provincias marginadas pero
afines por elementos vitales como el trabajo, el campo, el ganado, la música y las
parrandas. Por supuesto, las mujeres, las frustraciones amorosas, los fracasos
empresariales, la política, el gremialismo y el profundo afecto a sus
terruños, también marcaron con el mismo sello al dueto de geminianos que nacieron
con dos años de diferencia, Escalona en Patillal, cerca de Valledupar, antiguo
Magdalena, el 27 de mayo de 1927, y Villamil que llegó a la hacienda del
Cedral, jurisdicción de Neiva, en el viejo Tolima Grande, el 6 de junio de 1929.
Ambos eran hijos de hombres influyentes en sus
comarcas en las que la política partidista determinaba todo. El padre de Rafael
era el coronel Manuel Clemente Escalona Labarcés, hacendado y bravío comandante
de huestes liberales del Caribe en la Guerra de los Mil Días. El papá del huilense
era Jorge Villamil Ortega, cafetero, godo, sobreviviente de la misma confrontación,
perseguido por el régimen de Rafael Reyes y cauchero enemigo de la Casa Arana
en el Amazonas.
Los dos partieron
muy jóvenes de sus casas para ir a otras ciudades en las que dieron rienda
suelta a sus inspiraciones. A comienzos de los 40, Escalona fue enviado a Santa Marta para que hiciera el bachillerato en
el famoso Liceo Celedón donde además de aguantar hambre conquistó mujeres,
bebió a borbotones e hizo tantos amigos como canciones célebres (El
bachiller, El hambre del Liceo y La despedida). Villamil, también
obligado, salió del Huila por la misma época para terminar bachillerato en
Bogotá y estudiar Medicina. Al contrario de Rafa, sí terminó la secundaria, se
convirtió en médico y como Escalona, lejos de su tierra, compuso obras
memorables (La Zanquirrucia, Adiós al Huila y El retorno de José Dolores).
Como buenos artistas fueron malos empresarios. Escalona,
un arrocero de poco éxito que ganó algunos pesos en los algodonales, tuvo
haciendas como Rosa María y Chapinero y llevó cerdos de contrabando a Venezuela
de donde regresó cargado de mercancía ilegal que metió por La Guajira. Fue
ingenuo, generoso, botarata y tan ingenuo que muchas veces fue engañado por
supuestos amigos a quienes les prestó plata que nunca volvió a ver. El
villanuevero, Señor gerente y El chevrolito son pruebas musicales de su condición
empresarial.
Villamil nunca le paró bolas a la Vieja hacienda del Cedral ni recogió
café como su padre, uno de los fundadores de la Federación Nacional de
Cafeteros. En tiempos de la reconciliación con la guerrilla de los años 60 tumbó
selva en El Pato y Guayabero y levantó a Andalucía, un predio otorgado por el
mismo Estado que después se lo expropió. Su vals La mortaja lo retrata como
un hombre desapegado de todo lo material.
Provincia y política
Escalona, liberal de trapo rojo escarlata como la muleta de un torero, compuso en 1973 López
el pollo, un paseo en homenaje a su íntimo amigo Alfonso López Michelsen
que tan pronto llegó a la Presidencia de la República lo nombró cónsul en
Colón, Panamá. Allí creó La misión de Rafael y se ganó la confianza del general Omar Torrijos, «el gallo panameño
pa’ enfrentárselo a los gringos».
Fue amigo de por lo menos diez presidentes, entre
ellos, Gustavo Rojas Pinilla, a quien en 1955 le compuso el paseo El general
Rojas, y de Guillermo León
Valencia que lo invitó en 1965 al Palacio de San Carlos donde Escalona y un
conjunto vallenato protagonizaron una fenomenal parranda que ciertos bogotanos calificaron
de «juerga presidencial con músicos costeños». Su lista de amigos poderosos
tenía todos los matices ideológicos: Misael Pastrana, Belisario Betancur,
Andrés Pastrana, Julio César Turbay, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto
Samper y Álvaro Uribe. De ellos decía que los llevó al Valle para ‘descachaquizarlos’
y ‘vallenatizarlos’.
El neivano era un conservador de centro que se movía
muy bien en las fragosas aguas de godos y cachiporros. Se hizo amigo de muchos presidentes,
desde Mariano Ospina Pérez hasta Álvaro Uribe. A casi todos les aceptó
invitaciones y reconocimientos pero no cargos políticos como la Gobernación del
Huila, ofrecida por Belisario Betancur, y que declinó porque «el país estaba
tan fregado que no merecía joderlo más metiéndole
farándula al Gobierno». Sin embargo, en los años 70 armó una coalición de
artistas y deportistas como Los Tolimenses y el médico-entrenador Gabriel Ochoa
Uribe para llegar al Congreso de la República pero su chamuscada fue peor que la
de los protagonistas de Llamarada.
Así como Escalona le hizo estrofas a Gurropín, López Michelsen, Fabio Lozano Simonelli,
Belisario Betancur y Torrijos, Villamil también le metió política a canciones
como El barbasco, Llano Grande, El detenido,
Sampedreando y El Barcino, en las
que nombra a los expresidentes Valencia, López, Pastrana Borrero, Rafael Azuero
Manchola, los exministros Cornelio Reyes y Rómulo González y al mismísimo Tirofijo.
Otra cualidad que los identificó fue su papel como promotores
y embajadores de Huila y el Cesar. Gran parte de la proyección nacional de sus
provincias se les debe a ellos que así como universalizaron sus cantos de provincia,
mostraron a cachacos influyentes las bondades de unas tierras ignotas
que muchos veían como la prolongación de la miseria y la ‘corronchera’.
Escalona,
acompañado por López Michelsen, la Cacica Consuelo Araújo Molina y Myriam
Pupo de Lacouture, fundó en 1968 el Festival de la Leyenda Vallenata. Por su
parte, Villamil, aliado con muchos neivanos como Inés García de Durán, Felio
Andrade Manrique, Miguel Barreto, José Domingo Liévano, el Cotudo Falla,
entre otros, fue uno de los creadores del Festival Nacional del Bambuco en 1961.
Estos dos eventos hoy son patrimonio inmaterial de los colombianos.
Escalona y Villamil aprovecharon sus influencias políticas
al más alto nivel para darle un vuelco total a Sayco y dignificar el trabajo de
los músicos mediante una legislación moderna ―la Ley 23 de 1982― que después de
muchos años logró protegerlos de las fauces de las disqueras y los empresarios
que como caimanes hambrientos devoraban sus obras. A su lado, entre otros
aclamados compositores, lucharon con tesón personajes como Jaime R, Echavarría,
José Barros, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, José A. Morales y Estercita Forero. Los
dos fueron presidentes de su gremio por largos períodos, Jorge entre 1981 y
1987 y Rafael de 1987 a 1991. El primero le entregó la presidencia al segundo y
por su impronta en la vida del gremio fueron aclamados por sus colegas que los
nombraron presidentes eméritos de su organización.
Amores y desamores
Fueron tan enamorados como parranderos. Muchas de
sus canciones hablan de conquistas, celos, rivales y mujeres que los
despreciaron y los dejaron viendo chispas. También alcahuetearon conquistas y
compusieron canciones a hombres despechados y mujeres enamoradas. Para no hacer
larga la lista, de las obras románticas del vallenato sobresalen melodías magníficas
como La despedida, La Molinera, Honda herida, La golondrina, La Brasilera. Del
huilense basta citar Espumas, Me llevarás en ti, Amor en sombras, Llorando
por amor…
Estos compadres de
verdad puesto que Villamil era padrino de uno de los tantos hijos de Escalona,
han sido interpretados por famosos artistas del mundo. A Rafael lo cantan los
archifamosos Julio Iglesias y Paloma San Basilio y colombianos de gran renombre
como Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Carlos Vives, los Hermanos Zuleta y decenas de
conjuntos y solistas del Caribe y ‘Cachaquilandia’. A
Jorge también
le grabaron luminarias como Javier Solís, Vicente Fernández, Soraya, Frank
Pourcel, Nati Mistral, Silva y Villalba, Garzón y Collazos, Los Tolimenses,
Isadora y por lo menos dos centenares de variados intérpretes.
Ellos, que componían a puro oído acompañados por su
silbido, un tiple o una guitarra que a duras penas rasgueaban porque nunca asistieron
a una academia, fueron pésimos cantantes. En su papel de ‘solistas’, se conoce el
paseo Nube rosada, grabado por Escalona en sus
últimos años con el acordeonero José del Gordo, y cuatro elepés en los que
Villamil se las dio de cantautor pese a admitir que su voz se parecía a un
graznido. En cambio, sí sobresalieron como formidables cronistas musicales, tal
vez los mejores de Colombia, y todo porque en solo tres minutos fueron capaces
de convertir episodios pueblerinos o dramas muy personales en admirables
historias universales que traspasaron fronteras y llegaron a otras culturas. La
custodia de Badillo y El Embajador remarcan su aporte a esta forma
de construir memoria a punta de acordeón y tiple.
Coincidencias finales
Durante varios años soportaron con gran discreción y
dignidad los agudos padecimientos del cáncer y la diabetes y se convirtieron en
pacientes asiduos de la Fundación Santa Fe de Bogotá donde Rafael Calixto, a quien
Villamil apodaba Rascalona, falleció el 13 de mayo de 2009. Nueve meses después, el 28 de febrero de 2010, el
Bigotón ―chapa que le puso Escalona― Jorge Augusto lo acompañó en su
partida luego de haber sido internado en la misma clínica durante más de 15
veces en diez años.
Sus vidas concurrentes y sus temáticas provincianas los
unieron antes que separarlos y si bien algunos quisieron enfrentarlos como
gallos de pelea para plantear una primacía absurda en la música nacional, ellos
tuvieron la grandeza suficiente para evadir las comparaciones y sobrevivir en
medio del Oropel farandulero.
Al partir, el Gobierno Nacional expidió decretos de
honores, ordenó tres días de duelo y dispuso funerales de Estado reservados
solo a las personalidades. Escalona y Villamil ―como si sus vidas fulgurantes
estuvieran aparejadas hasta el final― fueron despedidos por multitudes en la
Catedral Primada y la Plaza de Bolívar de Bogotá. Los restos de Rafa reposan en
Valledupar, mientras que las cenizas de Jorge fueron depositadas en una urna
que se exhibe en el museo que lleva su nombre en Neiva.
El mejor resumen de
su amistad lo hizo el opita al dedicarle al patillalero los paseos vallenatos Viento y arena, crónica sobre las
travesuras amorosas por La Guajira de un famoso compositor que no era otro
distinto al mismo Escalona, y Tierra
grata, canto que narra una accidentada invitación a
Valledupar. Esta composición, grabada por Raúl Brito y Egidio Cuadrado, dice
así en sus primeras estrofas:
Yo me fui a Valledupar
(bis)
la tierra del acordeón
porque me invitó
Escalona (bis)
a conocer su folclor.
Al llegar al aeropuerto
Rafa Escalona no estaba
ahí,
lo busqué por todas
partes,
por todas partes, más no
lo vi.
Pregunté a Pedro García,
a Rita Fernández y
Pavajeau:
¿En dónde estará
Escalona?
¿No han visto al
compositor?
¿Se fue tras La Brasilera
o en busca de un nuevo
amor?
O tal vez se fue pa’l Cauca
porque le gusta el
temblor.