El Un rápido repaso a tradiciones del Huila, en Colombia, y Pamplona, en España, permite establecer que entre ambas culturas hay llamativas aproximaciones. La principal: el rabo de gallo (raboegallo), el vistoso pañuelo rojo que opitas y pamploneses se tercian al cuello cuando llegan las fiestas.
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José Antonio Cuéllar, Rumichaca, ―el recordado rajaleñero y tamborero―
acostumbraba a ponerse el raboegallo con semanas de anticipación
a la llegada de las fiestas del San Pedro.
(Lienzo original de Jaime Piti Silva Silva).
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Por Vicente Silva Vargas
Aunque no se puede decir que San Juan y San
Pedro son fiestas de cosecha como las que celebran algunos países europeos que
se dedican al jolgorio durante los días en que el sol llega a su máxima
declinación en el hemisferio norte ―aproximadamente a partir del 21 de junio― sí
se puede afirmar que entre
los festejos opitas y los Sanfermines que desde hace siglos se desarrollan del
6 al 14 de julio en Pamplona, España, hay claras coincidencias que insinúan un
parentesco cercano.
En primer lugar, aparte de que se
cumplen en pleno solsticio de verano, ambas se hacen en homenaje a grandes
personalidades de la Iglesia católica. Mientras en Huila se rinde homenaje a
Juan Bautista ―el primo hermano que bautizó a Jesús en el Jordán― a san Pedro,
el principal discípulo de Jesús y primer obispo de
Roma y a san Pablo, el converso perseguidor de cristianos, en la ciudad
española la celebración es en memoria de San Fermín, santo, mártir y
evangelizador español a quien se tiene como patrono de los horneros.
Durante las dos
festividades el toreo ha sido una característica muy notoria como quiera que en
el comienzo del San Pedro siempre había corridas para toreros de a caballo a
quienes se llamaba garrocheros y de a pie, denominados ‘chulos’.
Infortunadamente, el toreo ―organizado
en una plaza reglamentaria o como simple corraleja― desapareció de los
programas sampedrinos huilenses para remplazarlo por los reinados, cosa que no
sucedió en Pamplona en donde los famosas corridas y los encierros callejeros
que recorren hasta tres kilómetros detrás de los fanáticos, son controvertidos espectáculos
turísticos de fama mundial.
En la capital de la
comunidad autónoma de Navarra ―como en Neiva, Pitalito, Garzón, Campoalegre o
La Plata― la pólvora es elemento primordial de la festividad y así como un
volador, llamado por los opitas cuete,
es señal de alegría infinita, en Pamplona, la explosión de un chupinazo o cohete de gran poder,
alborota el júbilo de propios y extraños.
El chupinazo, es el momento en el que un cohete anuncia
el comienzo de los Sanfermines, el 6 de julio. De inmediato, millares
de pañuelos rojos, similares a los raboegallos opitas, invitan al jolgorio general.
(Foto de la web oficial del Ayuntamiento de Pamplona).
Durante
la semana de fiesta, en uno y otro país hay derroche de música, desfiles, comparsas,
comidas y licores, Así como en Pamplona la banda municipal
de música es protagonista en todos los programas oficiales, la Sinfónica de
Vientos del Huila y otras bandas legendarias como la de Los Borrachos, en La
Plata, son indispensables a la hora de amenizar bailes y paradas callejeras.
Allá es famosa la comparsa de 25 gigantes y cabezudos de Pamplona.
Acá, en el
sureño Huila, son conocidos otros gigantes: el Taitapuro, la Mamapura y las
mojigangas. Allá
la bebida regional es la famosa sangría, que
se bebe a cántaros día y noche, y en Huila, aunque le falta más difusión y su
comercialización a gran escala, aún subsiste la mistela hecha por las manos
primorosas de abuelas que convierten el alcohol etílico de 90 grados en un
bálsamo de mil sabores y colores.
El traje blanco y el raboegallo al cuello del hombre hacen evidente
la relación entre los fiesteros del Huila y Pamplona.
(Foto en Facebook de la Fundación Cultural Baracoa, de Garzón).
En los
Sanfermines los pamplonicas portan un
pañuelo rojo en el cuello y en junio, ¡vaya coincidencia!, los huilenses
también se ponen en idéntica parte del cuerpo una pañoleta roja llamada raboegallo. Y para completar, los mozos de esa parte de España
y los sudacas del Huila, arremangan
la bota derecha de sus pantalones bien sea para bailar, formar parte de un
desfile o salir huyendo de los cuernos mortales de un toro bravo.
A la
hora de comparar los dichos populares también surgen simpáticas afinidades. Al
comienzo de las fiestas los españoles dicen “¡Viva San Fermín!” mientras que los huilenses, al arrancar las
festividades lanzan su característico “¡Ijiiiii San Pedro!” Es común que los opitas digan «A bailar, a tomar y a gozar que el
mundo se va a acabar» para expresar su deseo de sacarle el jugo a la parranda “Hasta
que San Juan agache el dedo”, Y también es corriente que los fiesteros de la capital foral
de Navarra lamentan la despedida
de sus festividades diciendo: «Pobre de mí, se han acabao las fiestas de San Fermín».
Miles de españoles y turistas, con pañuelos en alto, despiden los Sanfermines.
(Foto de la web oficial del Ayuntamiento de Pamplona).
Estos improvisados apuntes solo son
inquietudes que pretenden recalcar las raíces españolas de una parte de las fiestas
huilenses puesto que también hay importantes aportes indígenas. Considero que
las autoridades culturales del Huila, antes que interesarse por la contratación
de artistas que no forman parte de la cultura Andina, deben preocuparse por la
calidad de celebraciones que les ofrecen a niños y jóvenes. Nada positivo se consigue con emperifollar a
los guámbitos y a las reinas con
trajes de paisanos y pollerines ostentosos si ellos y ellas no saben cómo,
cuándo, donde y por qué empezó tanta alegría.