Recortes con las noticias de El Tiempo y El Espectador en lasque se cuentan
los dramáticos momentos vividos por el médico-compositor en abril y mayo de 1976.
Este episodio fue noticia nacional e internacional por las características políticas, diplomáticas y culturales del hecho y la importancia de sus protagonistas.
Homenaje al gran maestro al cumplirse este 28 de febrero cuatro años de su desaparición.
El domingo 25 de abril de 1976 un escándalo jurídico, militar y
político sacudió al país no solo por tratarse de una noticia más sobre orden
público y su relación con el terrible drama del secuestro, sino porque su
protagonista fue un artista pacífico y apolítico sin nada que ver con el
conflicto guerrilla-Estado.
Radio
Colosal y Radio Neiva, filiales neivanas
de Todelar y Caracol, cadenas que en ese entonces se enfrentaban
por la chiva informativa, fueron las primeras en lanzar el extra
noticioso a toda Colombia:
El médico y compositor huilense Jorge
Villamil Cordovez acaba de ser detenido por soldados de la IX Brigada del Ejército con sede en la capital huilense. Voceros militares informaron
que Villamil Cordovez es acusado formalmente de participar en las negociaciones
tendientes a liberar al cónsul honorario de Holanda en Cali, Erick Leupin,
secuestrado el 31 de enero de 1975 por guerrillas de las autodenominadas
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia —Farc— en las montañas del Cauca.
El galeno fue detenido en una región conocida como el Alto Pato, cerca de El
Cedral, hacienda que perteneció a la familia Villamil Cordovez... Junto al
famoso hombre de la música —compositor de obras memorables como Espumas, El
Embajador y Me llevarás en ti, entre muchas otras— fueron capturados su
mayordomo, Roberto Osorio y la señora Anneke Leupin, esposa del diplomático, a
quien se le decomisaron varios millones de pesos en efectivo, los cuales,
aparentemente, iban a ser entregados a la guerrilla como pago por la liberación
del holandés. Los tres retenidos, de conformidad con las normas del Estado de
Sitio Vigente, serán escuchados en indagatoria por un juez militar y no se
descarta que en las próximas horas sean remitidos de Neiva a Santander de Quilichao,
Cauca, en donde otro juez investiga los hechos relacionados con el secuestro
del diplomático.
Un breve contexto
La
conmoción fue inmensa porque el principal detenido no era un hombre de ruana y
carriel sino un personaje famoso y respetado en importantes estamentos y por
sus relaciones al más alto nivel. Sin embargo, esas condiciones no fueron
suficientes para excusarlo de su conducta porque en ese momento regía en el
país el Estado de Sitio, una norma de carácter constitucional que facultaba al
Gobierno Nacional para legislar y actuar en materia de orden público a fin de
contrarrestar las acciones de movimientos guerrilleros izquierdistas
comandados, entre otros, por Manuel Marulanda Vélez —Tirofijo—
quienes desde los años 60 arreciaron sus acciones contra el Estado y lo que
ellos denominaban «el establecimiento oligárquico».
Al
amparo de ese régimen de excepción se expidieron numerosos decretos
extraordinarios que afectaron las protestas sociales, los derechos sindicales,
la libertad de asociación, la libre movilización y la información a través de
los medios de comunicación, aunque la norma más controvertida y severa se
refería a las facultades entregadas por el Ejecutivo a los militares para
investigar y acusar a los sospechosos de participar en actividades subversivas.
Sobre el secuestro —que ya empezaba a ser un tema de trámite rutinario en la
información diaria— los decretos de Estado de Sitio eran perentorios en señalar
el procedimiento para procesar sumariamente y muchas veces sin pruebas
contundentes, a los autores intelectuales y materiales y a sus auxiliadores. En
este sentido, los consejos verbales de guerra y los jueces militares encargados
de juzgar a civiles fueron controvertidas figuras jurídicas de primer orden
durante muchos años y en distintos gobiernos.
En la
administración del presidente Alfonso López Michelsen el problema subversivo fue notorio por
las acciones de organizaciones como las Farc
y el Eln, pero sobre todo,
por el surgimiento del Movimiento 19 de Abril, M-19, una guerrilla de corte urbano
caracterizada por osadía, muchas veces criminal, de sus acciones políticas y
militares, entre ellas el secuestro y asesinato del líder sindical José Raquel
Mercado en abril de 1976, precisamente por los días en que Villamil fue acusado
de «complicidad no necesaria con la guerrilla».
El agitado clima de inseguridad y las permanentes
protestas sindicales y estudiantiles obligaron al gobierno de López Michelsen a
adoptar meses atrás el criticado Estado de Sitio, medida de excepción que
redujo a cero la acción de los jueces penales de carácter civil y acrecentó las
funciones de los militares, encabezados por el ministro de Defensa, general
Abraham Varón Valencia. En medio de ese ambiente militarista, que el Gobierno
consideraba indispensable dadas las difíciles circunstancias planteadas por la
subversión, el artista fue acusado por los altos mandos de la IX Brigada de
colaborar y tener simpatías políticas con los guerrilleros de las FARC que
tenían su radio de acción en zonas montañosas de Huila, Meta, Cauca y Caquetá.
El
problema se remontaba al 31 de enero de 1975 cuando Erick Leupin —cónsul
honorario de Holanda en el Valle del Cauca— fue secuestrado en Tacueyó, Cauca,
cerca de Santander de Quilichao, por trece hombres de las Farc que después de asesinar a
su mayordomo, hicieron saber que pedían un millón de dólares de recompensa por
su liberación. Las cruentas circunstancias del plagio hicieron que la noticia
se propagara por todo el mundo y en cierto momento, afectaron las relaciones diplomáticas
entre Colombia y el reino de los Países Bajos. Durante un año no hubo
informaciones sobre el paradero de Leupin y en algunos medios se especuló con su muerte
debido a las supuestas heridas que habría recibido durante el operativo,
versión que se desvirtuó a cientos de kilómetros de distancia del escenario de
los hechos, en la cordillera Oriental, cuando en medio de un gran dispositivo
de seguridad una patrulla militar fuertemente armada capturó al
médico-compositor, un modesto trabajador del campo y una esposa atribulada por
la suerte de su marido y los mostró ante la opinión pública como vulgares trofeos
de guerra. En plena montaña, el capitán que comandaba la diligencia fue al
grano al notificarle a Villamil su detención por las circunstancias
relacionadas con el secuestro de Leupin y le anunció que, en cumplimiento de
órdenes superiores, debía trasladarlo al Batallón Tenerife, en Neiva.
El principal
acusado conservó la calma y le pidió a Roberto no asumir ninguna
responsabilidad por órdenes que sólo lo comprometían a él como médico y por eso
en el cuartel le explicó al juez militar, coronel Luis Carlos Camacho Leyva,
que su misión era de carácter humanitario porque había sido localizado por
insurgentes y familiares del secuestrado para examinar a Leupin y suministrarle
medicamentos para el corazón y las encías. Enseguida precisó que su
intervención fue avalada por la administración de López a la cual le informó de
una múltiple solicitud de la familia de Leupin, la embajada holandesa y las
FARC para atender a un secuestrado enfermo y procurar su libertad. Ese argumento
sacó de casillas a uno de los coroneles de la IX Brigada quien, según
testimonios, arrancó sus charreteras y las lanzó al suelo en «protesta por la
intromisión indebida del Gobierno y el desestímulo que el manejo del caso
significaba para a las labores de recuperación de la tranquilidad ciudadana
adelantadas por las Fuerzas Militares y de Policía». La pataleta exacerbó los
ánimos de otros oficiales que, aparte de no creer las razones del médico, le
ratificaron su acusación de violar los decretos de orden público y lo
apremiaron a nombrar un apoderado.
El
supuesto colaborador de la insurgencia pasó sus primeras horas en una
habitación asignada a un oficial del Batallón Tenerife. Los militares no
entregaron a la prensa mayores detalles sobre el caso y aunque se presentaron
forcejeos con allegados al músico, al final se permitió el acceso de algunos
familiares y amigos, entre ellos el sacerdote y músico italiano Andrés Rosa y
su apoderado Raúl Trujillo Trujillo, apodado Cicuta por su demoledora
capacidad verbal en las audiencias públicas. «El panorama que le espera no es
halagador, pero en todo caso téngase de la verdad y esa verdad es que usted le
avisó a tiempo al Gobierno. Pero de todas formas, le advierto: lo van a tratar
de envolver y enlodar», le dijo Cicuta con franqueza a su cliente al
conocer que en poco tiempo el compositor, el mayordomo y la señora Leupin
serían remitidos a Quilichao. Tarde en la noche, mientras la radio
y la televisión se ocupaban del escándalo, un convoy militar fuertemente armado
partió de Neiva rumbo al pueblo caucano en donde a Villamil, Anneke y Roberto
les esperaba Omar Tulio Ruiz, un temido juez al que sus propios compañeros del
poder judicial llamaban Guillotina por la rigidez de sus procesos y la
severidad de sus sentencias. Las pocas personas que vieron partir al principal
acusado lo observaron tranquilo y optimista no sólo por la fortaleza de sus
aseveraciones sino por sus antecedentes como profesional respetable, artista
prestigioso y colono de una zona roja
con una presencia subversiva de muchos años.
En
este punto de la historia es imprescindible mencionar algunos antecedentes. Por
ejemplo, la Negra Graciela Villamil dice que cuando el jefe guerrillero
Rigoberto Lozada —alias Joselo— le pidió a su hermano ir al campamento
donde estaba el secuestrado, Jorge condicionó su intervención a una visita de
carácter humanitario y a la información anticipada de su gestión al Gobierno
Nacional. Según la señora Villamil, así lo acordaron tanto los alzados en armas
como los familiares del diplomático y con base en ese entendimiento el músico
comenzó su mediación. Primero buscó al comandante de la Brigada, general
Guillermo de la Cruz Amaya, para informarle de la situación pero no lo encontró.
Luego llamó al Batallón Tenerife para hablar urgentemente con el coronel Luis
Eduardo Roca, comandante de esa guarnición y tampoco fue posible una entrevista
y, desesperado porque el tiempo apremiaba, intentó entrevistarse con el
gobernador del Huila, David Rojas Castro, para que en su condición de
representante del Presidente de la República se enterara de sus actividades
pero el mandatario, apodado el Rey David, tampoco apareció. En cambio sí
lo hizo el abogado Gentil Quintero Luna, secretario de Gobierno del Huila,
veterano dirigente político y amigo personal del presidente López Michelsen desde
los tiempos del Movimiento Revolucionario Liberal —MRL—.
El Tuerto Gentil,
como se le decía en los mentideros políticos, era un personaje franco en lo personal
y categórico en sus conceptos jurídicos y esas características facilitaron el
entendimiento con el compositor y lo salvaron de un Consejo Verbal de Guerra y,
eventualmente, de una larga condena en algún batallón del Ejército. Su amistad
y acceso directo al presidente, el gobernador y el ministro de Gobierno,
Cornelio Reyes, fueron decisivos aunque lo que más influyó fue la información
previa que tuvieron estos personajes sobre las diligencias fallidas del maestro
ante el estamento militar, de los contactos adelantados por la guerrilla con la
señora de Leupin y de la voluntad expresa del médico para prestarle en forma
personal su ayuda humanitaria y científica al secuestrado.
En
efecto, en los días previos al escándalo y ante la imposibilidad de hablar con
los militares, el músico viajó a Bogotá para entrevistarse con el ministro
Reyes quien enterado por Quintero Luna de todas las diligencias pidió el
concepto del presidente López para adelantar la acción o detenerla. «Sáquelo
pero callado la boca», fue la primera frase que lanzó el ministro tan pronto
saludó a Villamil. Luego de formularle algunas recomendaciones para el éxito de
su labor, Reyes le dijo: «El presidente López le manda a decir que tiene que
ser muy prudente», lo cual fue entendido por él como una autorización clara para
emprender su tarea. Infortunadamente para el galeno, el Gobierno y Leupin, la
inteligencia militar estaba rastreando todos los movimientos del mediador y de
Anneke y su caída se produjo en cuestión de horas ya que el compositor no fue
sigiloso ni tuvo la precaución de pedirle al Ejecutivo que informara de sus
diligencias a los altos mandos castrenses. Mientras tanto, los militares,
ansiosos de pescar a un pez gordo, tampoco se esforzaron en confirmar con el
presidente o el ministro la clase de gestiones que estaba adelantando ese
personaje del mundo musical metido en el berenjenal del desorden público.
El presidente
conoció al autor a comienzos de los años 60 cuando creó el MRL como una
alternativa política dirigida a enfrentar al establecimiento bipartidista
creado por el Frente Nacional. Durante varios años, Villamil Cordovez participó
en las tertulias bogotanas organizadas por López y su esposa Cecilia Caballero,
la Niña Ceci y a las cuales también
concurría Nelly Turbay de Muñoz, una destacada abogada liberal, oriunda
de Pitalito, quien les presentó a los López «a un paisano que compone esas
canciones tan divinas que a ustedes les gustan tanto». Turbay de Muñoz se
refería, sin lugar a dudas, a Espumas y Llorando por amor, y a
dos rajaleñas sensacionales en los que se habla de personajes de la política
regional y nacional. El primero es El barbasco, en el que se menciona a
Jaime Ucrós García, el Loco, un viejo amigo de López en sus luchas del
MRL y protagonista de una fenomenal controversia con políticos conservadores
del Huila. El otro es Afánate Afanador, picaresca creación que combina
ambiente opita con chismes políticos y en la que son protagonistas la misma
Nelly, cuando ocupaba la Secretaría General del Ministerio de Comunicaciones, y
Cornelio Reyes, titular de ese despacho hacia 1965.
La
amistad del artista con Cornelio se había afianzado desde 1964, cuando el
dirigente conservador lo invitó a conocer su tierra, Ginebra, Valle del Cauca,
un poblado de rancia estirpe musical a donde cada año, desde el siglo XVIII,
concurrían campesinos y citadinos a disfrutar los acordes de tiples, guitarras,
violines, requintos y bandolas, una tradición que mucho después se
transformaría en el Concurso de Música Vernácula Benigno Mono Núñez.
Como resultado de esa visita, a instancias de Cornelio, el autor compuso Mirando
el Valle del Cauca.
Por
tanto, al ser apresado, Villamil se consideraba muy amigo de Reyes y aunque no
era íntimo de López Michelsen, el huilense sabía que éste lo apreciaba aún más
desde los tiempos en que ambos coincidieron en México, el primero como
médico-estudiante y el segundo en calidad de embajador de Colombia en ese país.
Esa admiración no se empañó por el incidente y al contrario, se acrecentó
cuando el estadista liberal —uno de los grandes conocedores de la música
vallenata—prologó varios años después los libros Jorge Villamil Cordovez y
su obra, tomo I, e Historia de la música en Colombia a través de nuestro
bolero, en los cuales no ahorró
elogios para el músico huilense.
Remitido a Quilichao
Es
necesario regresar al lunes 26 de abril de 1976. El convoy con los detenidos,
que nunca fueron esposados, recorrió hacia media noche los áridos llanos del
Tolima. Sentado en una incómoda banca de lata y rodeado de soldados armados
hasta los dientes, al mando de un mayor, Villamil repasó una y otra vez su
vieja relación con López y Reyes, también devolvió su película al recordar
aquellos lugares a los que tanto había cantado. En la penumbra de la noche vio
el cerro del Pacandé aparecer de un lado a otro. Se lo topó de frente y hasta
lo vio haciéndole coquitos detrás de la vieja camioneta en la que viajaba y al
pasar por Natagaima no dejó de pensar en su amigo Cantalicio Rojas ni en el
viejito que años atrás en el fragor del San Pedro neivano le inspiró varias
melodías evocativas de esa tierra común. En medio de fusiles y trajes de fatiga,
creyó escuchar las carcajadas de los hermanos Jorge y Carlos Liz y mientras el
carro militar devoraba kilómetros de asfalto, en el fondo creyó que oía una caña
rasgueada en el tiple por su amiga Olga Acevedo.
Hacia
la una de la mañana cruzó por Espinal, donde evocó el curioso nacimiento de
Silva y Villalba y rumbo a Ibagué vino a su memoria la luna de miel con Olga
Lucía en Gualanday. De paso por la Capital Musical pensó en Jorge y Ana María,
sus dos pequeños hijos, a quienes imaginó llorando a pesar de no entender lo
que estaba pasando. En el ambiente paramoso de La Línea, como en uno de sus
valses, sintió «frío en el cuerpo... frío en el alma» y ya con las primeras
luces de la madrugada percibió ese aroma a café verde del Quindío que lo
transportó a las temporadas de cogienda con su padre en El
Cedral. Al pasar por los cañaduzales del Valle del Cauca no dejó de pensar en
su amigo godo, Cornelio Reyes, quien desde su influyente cargo para algo debía
servir. A punto de llegar, recordó el rezo del rosario con su madre, evocó su
formación jesuita sustentada en la fortaleza de espíritu y en silencio elevó
una oración para que Dios le ayudara a superar el trance más difícil de su vida.
En
Santander de Quilichao, después de quince horas de viaje, se dio cuenta que sus
ruegos habían sido escuchados porque en la plaza principal una multitud se lo arrebató
a los militares para vitorearlo y pedirle autógrafos en libretas, cuadernos escolares
y carátulas de discos, mientras que otros más osados gritaron abajos al
Gobierno, a López y a los militares. Los sindicados fueron conducidos
inicialmente a la casa de don Marven Peláez, la cual fue rodeada por los
habitantes del lugar a quienes las entidades oficiales y los pocos negocios
privados les dieron el día libre para no perder detalles de semejante noticia
que tenía al pueblo en la primera plana de la información pues las cadenas de
radio, los pocos noticieros de televisión existentes y los principales
periódicos y revistas habían destacado a enviados especiales para cubrir en
forma pormenorizada la noticia. Sin embargo, antes de que Jorge, Roberto y
Anneke fueran trasladados al despacho del Juez 2° Penal Municipal, Omar Tulio
Ruiz —el temible Guillotina—, una
mujer llamada Limbania Velasco apareció en casa de Peláez con un desayuno ‘trancao’, como los que se servían en
El Cedral, especialmente preparado para el famoso personaje: caldo con
costilla, huevos pericos, pandebono, mantequilla campesina, chocolate espeso y
jugo de naranja. De repente, tal vez impulsada por una admiración recóndita
hacia la heroína Manuela Beltrán, Limbania tomó la palabra y sin importarle la
presencia de los militares dijo:
—En
nombre de la mujer quilichagüeña invoco el sentimiento de admiración de todo el
país para decirle a usted doctor Villamil, que antes de que se lo lleven para
la cárcel, tendrán que pasar por encima de nuestros cadáveres.
Enseguida,
otra mujer arengó al pueblo desde un ventanal diciendo:
—Doctor
Villamil, tiene usted todo nuestro cariño y respaldo y de este lugar no nos
moveremos hasta verlo libre, lo mismo que al señor Leupin.
Ya en
el despacho, Guillotina le reconoció personería jurídica al abogado y
procedió a preguntarle a Villamil sus generales de ley. Después, el compositor relató
los pormenores del incidente, empezando por los contactos que intentó con los
militares hasta terminar en sus entrevistas con el ministro Reyes y el
secretario Quintero Luna. Tal como se lo había anticipado su apoderado, el duro
interrogatorio estuvo dirigido a establecer su simpatía con las Farc y su papel como «cómplice no
necesario» de ese movimiento, sindicaciones que fueron refutados por el acusado
al recordar su condición de colono en El Pato y su papel como médico en las
labores de rehabilitación de los insurgentes localizados en Tolima, Huila, Meta
y Caquetá a finales de los años 50 y comienzos de los 60.
El
punto que más influyó en su liberación y desvinculación del proceso penal fue
la invocación del Juramento Hipocrático que Villamil había prometido respetar
el 27 de agosto de 1958 cuando se graduó de médico cirujano en la Universidad
Javeriana. En concreto, rodeado de militares y una turba que afuera esperaba
con tensión, él hizo énfasis en estos apartes de su compromiso sagrado:
Aplicaré regímenes para beneficio del
enfermo acorde a mi habilidad y juicio (...) guardaré a estos, libres de
prejuicio e injusticia (...) En toda casa que yo visite iré sólo para beneficio
del enfermo, permaneciendo libre de toda injusticia intencional, de toda acción
mala (...) Lo que yo pueda ver y oír en el curso del tratamiento o aún fuera de
él, con respecto a la vida de los seres humanos que no deba divulgar, lo
guardaré dentro de mí mismo, considerando hablar de ello algo deshonroso para mí.
La
argumentación jurídica fue sólida, pero además le ayudó la fuerte presión de la
gente en Quilichao, Neiva, Ibagué, Bogotá y Cali en donde los medios de
comunicación y los gremios artísticos como Sayco pidieron su inmediata
liberación al considerar que su intervención era un gesto altruista enmarcado
dentro del Derecho Internacional Humanitario. Aunque el Gobierno se movió con
agilidad para evitar el agravamiento del problema, otro hecho que le dio la
mano al compositor fue la publicación de un panfleto en el que la guerrilla
amenazaba de muerte a los altos mandos militares y sus familias si los
inculpados no eran dejados en libertad.
Después de una semana entera de pugnas,
sesiones extenuantes, alegatos, interrogatorios repetitivos,
contrainterrogatorios, memoriales y respuestas reiterativas, el maestro, Roberto y la holandesa
fueron dejados en libertad el lunes 3 de mayo de 1976. Según versiones de la
época, el juez siempre estuvo convencido del error cometido por los militares y
de la buena fe de Jorge desde el punto de vista humanitario, pero en especial,
por su condición de médico obligado a asistir al hombre en cualquier
circunstancia y sin ningún condicionamiento. Al final se dijo que las
implicaciones como auxiliadores de la guerrilla eran injustificadas porque los
dos millones de pesos llevados por la esposa de Leupin para pagar el supuesto
rescate nunca estuvo en poder de los otros implicados ni llegó a sus
destinatarios, lo que según expertos en derecho penal, significó la no
tipificación del delito.
A las
ocho de la noche de ese lunes la buena nueva fue comunicada a todo el país.
Desde Santander de Quilichao la cadena Todelar dio la chiva antes de que
el médico, saludara a la multitud con los brazos en alto. Este acontecimiento
noticioso también sirvió para marcar un hito en el periodismo colombiano ya que
por primera vez las grandes organizaciones radiales transmitieron en directo la
totalidad de una improvisada conferencia de prensa en la que el personaje central
fue el compositor. Lo que acostumbraban los periodistas en esa época era grabar
las declaraciones de los protagonistas y luego emitir en los respectivos
informativos los apartes más importantes. A partir de ese evento la transmisión
de hechos noticiosos en vivo se convirtió en una práctica cotidiana de las
cadenas RCN, Caracol, Súper y Todelar como también de pequeñas
radioemisoras de provincia.
La
noticia de la liberación se festejó con alegría en diferentes lugares de
Colombia. En Neiva, la Negra Graciela, Cecilia Durán de Liévano, Héctor
Álvarez, Inés García y Ernesto Durán Cordovez, desempolvaron una vieja botella
de mistela y brindaron por el feliz desenlace. En Ibagué, Pedro J. Ramos, Jaime
Pava Navarro, Rodrigo Silva, Álvaro Villalba y Manuelito Estrada se bebieron
todo el Tapa Roja que
encontraron y hasta organizaron un desfile que partió de Ecos del Combeima y
recorrió gran parte de la Capital Musical. En Garzón, Omar Silva Vargas (e. p.
d) interrumpió la transmisión que hacía Radio Garzón de una misa
oficiada por el padre Leónidas Ortiz Losada para dar la gran noticia y mientras
suministraba fragmentarios datos de las noticias ‘pirateadas’ a otra radio, al fondo de la improvisada
emisión se escuchaban ‘cuetes’
y vivas al tiempo que las voces de Silva y Villalba empezaban a cantar: «Esta
es la historia de aquel novillo...»
En
Santander aparecieron, no se sabe de dónde, decenas de voladores que explotaron
en el aire en señal de alegría y sin nadie llamarla, por un costado de la plaza
salió la banda del pueblo tocando El sanjuanero y justo cuando el cura
del pueblo echaba las campanas al vuelo, como sólo se hacía el Domingo de
Pascua, Villamil fue cargado en hombros, cual torero triunfador, mientras por
todos lados pasaban de mano en mano canequitas de rico escarchado caucano y una
que otra botella de whisky. Los liberados pernoctaron esa noche en casa del
párroco que a nombre de la comunidad ofreció una cena de desagravio mientras
que el alcalde y los notables del pueblo les organizaron para el día siguiente
un paseo a la Ermita de Dominguillo, una hermosa capilla doctrinera levantada
por esclavos negros en 1857.
Regreso triunfal a Neiva
Con la
conciencia tranquila y el estómago a reventar por tantas atenciones
gastronómicas y etílicas, Villamil partió el 5 de mayo hacia Neiva por la vía a
La Plata. Al comienzo era un pequeño cortejo de ocho carros aunque ya en
territorio huilense, a la altura de Hobo, el número de autos era superior a
cien lo que produjo un colapso general en la carretera que conecta a Neiva con
Garzón y Florencia. Camiones, taxis, chivas,
automóviles lujosos, volquetas y carros de bomberos con reinas encaramadas en
las campanas, salieron a saludar al hombre que regresaba a su pueblo como un
héroe.
Sin embargo, al llegar a Neiva se presentó un nuevo incidente cuando los
organizadores del desfile decidieron pasar por el frente del Batallón Tenerife,
actitud que los militares entendieron como un gesto retador e inamistoso hacia
el Ejército. Incluso, el coronel Roca, comandante de ese destacamento, sentó
una enérgica protesta. El reclamo le sirvió al maestro para explicarle al
militar que en ningún momento intentó provocar otro enfrentamiento y atribuyó
el hecho a una espontánea manifestación de simpatía imposible de evitar. Pese
al malestar de los uniformados y sin perder su compostura, Jorge se disculpó
con el alto oficial, el Ejército y la Brigada por los malos momentos vividos,
aunque reiteró que en el caso Leupin actuó como médico y ciudadano respetuoso
de la ley.
Un día
después, ya reposado, habló con los periodistas sobre su odisea y se refirió a
unas eventuales conversaciones de paz entre el Gobierno y los guerrilleros
comandados por Tirofijo. El Tiempo y El Espectador
resumieron la noticia así:
Las
Farc están dispuestas a entablar diálogos de paz con el gobierno para su
rendición, según dijo el compositor Jorge Villamil quien fue detenido cuando servía
de intermediario para la liberación del cónsul Eric Leupin, secuestrado por ese
movimiento. «El gobierno estableció relaciones con la Unión Soviética y Cuba,
¿por qué no lo puede hacer con las Farc?
Ellos son tan colombianos como nosotros. Tirofijo
desea cuanto antes la paz», dijo Villamil.
El
facultativo nunca visitó al secuestrado para conocer sus problemas cardíacos y
odontológicos, aunque a las pocas semanas de su detención un colega llevado por
los guerrilleros al lugar del cautiverio le informó que Leupin siempre estuvo
recluido en un paraje cercano al nevado del Huila. 21 meses después del plagio,
el 2 de octubre de 1976, el diplomático fue liberado aunque nunca se supo si su
familia o el gobierno holandés pagaron algún rescate. Antes de marcharse del
país con Anneke y sus hijos, Leupin publicó su odisea en El lado oculto del
nevado, un libro que le sirvió de base al cineasta caleño Pascual Guerrero
para hacer en 1979 una película sobre el doloroso problema del secuestro en
Colombia. Por su parte, el mayordomo Roberto Osorio siguió trabajando en
Andalucía hasta cuando la finca perteneció a Jorge. El carcelazo que mantuvo en vilo al país durante una semana originó
El detenido, canción en la que el doctor narra su aventura, y Tierra
de oro, un homenaje a Quilichao.
El detenido
La letra del sanjuanero que se popularizó en Colombia tan pronto fue grabada por el Trío Huilense, es esta:
En abril fui detenido
al realizar una buena acción
que fue salvarle la vida
al secuestrado de Tacueyó.
Aflójeme usted la soga
pues ya lo sabe el gobernador;
«Vengo a cumplir una acción,
doctor, será remitido
con Roberto el mayordomo
a órdenes del batallón».
¡Adentro, mi coronel!
yo también soy como Roca
con la fuerza De la Cruz,
déjeme cambiar de ropa.
Y pronto fui conducido
ante Camacho, juez militar,
me dijo: «Pase al banquillo,
saque la lengua, venga a cantar».
Por ahí corren los rumores
que lo agarraron en El Cedral
con un poco de millones
porque quería liberar a Leupin
secuestrado por las fuerzas de las Farc.
¡Adentro mi general!
yo también soy como Roca,
con la fuerza De la Cruz
déjeme que abra la boca.
Corre pronto la noticia
que detuvieron a Villamil;
se prende La llamarada
allá en la corte del Rey David.
Luego lo sabe Cornelio
porque le avisa el Tuerto Gentil;
«Dígamele a Villamil
que se enteró el presidente
y que le manda decir
que tiene que ser prudente».
¡Adentro amigo Camacho!
ahora qué más le provoca,
si quiere vuelvo a cantar
y me voy pa’ la guandoca.
Con mi defensor, Cicuta,
Raúl Trujillo, buen abogao
fui conducido una noche por Valle
y Cauca hasta Quilichao.
Me senteció Guillotina
que tiene fama de ser templao,
me dijo: «!Se puede ir
usted queda liberao!»,
mientras gritaba la gente:
«¡Que suelten al secuestrao!».
Adentro amigo Camacho
ya pasamos un mal rato
usted se fue para Italia
yo me vuelvo para El Pato.
Ahora sí, mi general,
termino con mi relato;
de todo lo que pasó,
yo vine a pagar El Pato,
yo vine a pagar El Pato,
yo vine a pagar El Pato...
Es una tomadura de pelo, aunque los
hechos y todos los personajes son verdaderos y tuvieron una participación
importante en ese episodio del 76 y lo cierto es que para mí no fue nada fácil
el encierro y el problema en sí. Cuando salió el disco eso fue un batatazo
porque todos reían y recordaban el
incidente y casi todos los nombrados eran amigos míos, como el general Luis
Carlos Camacho Leyva, un hombre muy serio y competente que después fue ministro
de Defensa y embajador en Italia y quien no asumió la situación con humor sino
que se resintió mucho conmigo. Recuerdo que después de salida la canción, en un
coctel organizado por Nelly Turbay de Muñoz, estaba el general, que después fue nombrado embajador en Italia y a mí me
pareció bueno cantársela de manera informal, en especial estos versos: «Adentro
amigo Camacho ahora qué más le provoca / si quiere vuelvo a cantar / y me voy
pa’ la guandoca... Adentro amigo Camacho / ya pasamos un mal rato / usted se
fue para Italia y yo me vuelvo para El Pato... Ahora sí mi general / termino
con mi relato / de todo lo que pasó / yo vine a pagar El Pato...» Eso le
molestó y salió muy disgustado de la reunión cuando en realidad le estaba
poniendo un poco de humor, aunque luego sí me convencí que él estaba muy
berraco.
Los
Tolimenses, Silva y Villalba y el Trío Huilense grabaron El detenido, aunque la más impactante la hizo la legendaria agrupación
opita que prefirió un estilo muy alegre, diferente al de su ritmo original.
Eliécer Ortiz, en ese entonces integrante del trío con Alfonso Castelblanco e
Ismael Cerquera, recuerda los detalles del montaje y el auge de la obra:
Se nos presentó la oportunidad de grabar
El detenido pocos días después de sucedido ese
acontecimiento. Tan pronto el doctor salió de su detención y llegó a Neiva,
nosotros conocimos su composición y él nos autorizó para grabarla, pero antes
de meternos al estudio le consultamos si podíamos hacerle una variante que
consistía en interpretarla como merengue y eso se debía a que la primera voz
era un costeño, lo cual nos facilitaba las cosas. A él le gustó la forma como
la arreglamos y nos dio el visto bueno para grabarla. Así se hizo y fue un
éxito total en todo el Huila y fuera de él porque de otras partes de Colombia
también tuvimos excelentes reportes.
La letra del
bambuco en homenaje al pueblo de Santander de Quilichao, dice así:
Tierra
de oro, rincón del Cauca,
donde
a la sombra de tus samanes
se
vive plena la paz del alma.
En
ti la brisa del verde valle
mueve
con gracia las arandelas
y
los encajes de las ñapangas.
Corren
las aguas del Quilichao
que
alegres van cantando
entre
los guaduales.
Llevan
aromas fragantes de sus riberas
y
sus arenas doradas que llevan
fulgores
de tu pasado.
Tus
casas viejas,
¡nobles
ancestros!
bajo
tus cielos, cielos azules
que
contemplaron nuestros abuelos.
Desde Munchique y en lontananza
se admira al norte bello paisaje
Valle del Cauca.
La antigua ermita de Dominguillo
guarda reliquias preciadas de la Colonia,
del valor de tus mujeres
yo hago memoria.
De tu raza arrogante
raza galante guapa y morena,
de tu raza arrogante,
raza galante guapa y morena,
De tu raza arrogante
raza galante guapa y morena,
de tu raza arrogante,
raza galante guapa y morena…
Como ya se reseñó en los párrafos anteriores, los quilichagüeños vieron en el opita detenido a finales de abril y principios de mayo de 1976, no a un militante político enfrentado al establecimiento, sino a un cantor del pueblo que exaltaba la nacionalidad y pintaba el paisaje. Por esa admiración, a su lugar de detención le llevaron comida, artesanías, música y mucha solidaridad pues querían que su ánimo no decayera al momento de desvirtuar los severos cargos endilgados y cuando la pesadilla terminó, ellos lo pasearon por las legendarias calles de un pueblo que es una mixtura de estampas indias, hispanas y negras. Con sencillez, Villamil resumía otras razones que tuvo para este homenaje a los habitantes de Santander de Quilichao:
Describo a la ciudad porque mis tíos abuelos, por el lado Cordovez,
vivieron allá, pero además, porque lugares como la ría de Dominguillo, una
antigua ermita levantada por esclavos negros y el paisaje verde de la región
siempre me cautivaron.
Ver video de Tierra de oro aquí:
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