Una breve reflexión sobre el Día Internacional de la Mujer que se celebra este viernes 8 de marzo de 2013.
A propósito del Día
Internacional de la Mujer ―establecido por la ONU para exaltar a las mujeres de todas las
condiciones, destacar su participación en la sociedad junto al hombre y llamar
la atención sobre sus condiciones de marginalidad y violencia― vale la pena
dedicar unas modestas líneas a quienes los grandes medios de comunicación
ignoraron simplemente porque su imagen no vende o no corresponde a los clichés
del periodismo light que satura a
Colombia.
Si de méritos y reconocimientos
se trata, mis mujeres preferidas no son las sensuales modelos y reinas adobadas
con decenas de cirugías plásticas destinadas a ofrecer sus encantos como si
estuvieran en feria. Tampoco son las excitantes actrices y cantantes que
exhiben como trofeos de guerra la lista de sus compañeros de faenas de alcoba.
Por su puesto, no me halagan aquellas ejecutivas exitosas en sus ejecutorias
empresariales y hambrientas de figuración las revistas del corazón, pero
auténticos desastres en la formación familiar.
Desde luego, no me quedo
con esas que a toda hora ven en los hombres a los autores de sus desdichas afectivas
y sexuales y que por venganza ―más no por convicción― se convierten en promotoras
a ultranza de un feminismo oportunista como pasado de moda. Son de aquellas que
odian porque sí y arman conventículos de congéneres en sus entornos para perseguir
y acosar laboralmente a quienes no aprueban con genuflexiones sus ideas dizque
de avanzada.
Mis favoritas ―a las que si pudiera condecoraría de por vida y coronaría con un tocado de flores silvestres― son aquellas que nunca se mencionan en los mass media y a las que gobiernos y empresarios ignoran porque sus acciones no mueven intereses politiqueros ni generan rendimientos económicos. Mis mujeres elegidas son las artesanas que con sus manos callosas moldean el barro en La Chamba, trenzan en sus rancherías guajiras los hilos para coloridas hamacas o traman en Sandoná las hebras de iraca para regalarle a Colombia preciosas joyas que sólo se producen una vez.
Son mis predilectas
las madres cabeza de familia que hacen de papá-mamá porque los sinvergüenzas que
las embarazaron y las abandonaron, les dejaron el corazón destrozado y una
hilera de pequeños para levantar. También están en mi lista aquellas abnegadas
madres comunitarias que además de cuidar a propios sus hijos, se hacen cargo de
pequeños abandonados, muchos de ellos traumatizados o gravemente enfermos y a
los que aman con si hubieran vivido en sus entrañas.
Además de mis tres mujeres de la casa ―Lucía, María Alejandra y Daniela― me gustan aquellas que por años se quemaron las pestañas en barrios, pueblos y veredas enseñando con devoción las primeras letras a miles de colombianitos recibiendo como grandes reconocimientos la demora de sus míseros salarios y la ingratitud social. Me fascinan las que cantan arrullos de cuna y entrañables melodías con sabor a montaña.
Me encantan las que declaman poemas de amor y las contadoras de cuentos que en los barrios polvorientos representan historias fantásticas obteniendo como regalo la plácida risa de un pequeño. Admiro a las religiosas que renunciaron a los placeres del mundo para dedicarse a la gratificante oración, la abnegada instrucción de niños pobres, la corrección de jóvenes descarriados o el cuidado para nada gratificante de ancianos olvidados por sus familias.
Son millones como variadas sus profesiones y condiciones. La gran mayoría trabaja por la paz, con el fervor del silencio, contra la violencia destructiva de hombres y esa otra violencia pasiva que es el olvido social. Ellas, que siempre tienen una sonrisa abierta para agradecer a Dios por la vida, la salud y el trabajo de servir a los demás. sí que son mujeres, no del año, sino de todos los años y toda la vida y merecen el reconocimiento que no se refleja en medallas, pantallazos o cheques sino en la gratitud sincera de quienes sólo pueden hablar con las palabras del alma.
El mejor homenaje que podemos hacerles a todas, lo resume con maestría el gran artista cucuteño Arnulfo Briceño en su canto Siempre mujer: (Ver video tomado de YouTube)
Cuando
pienso en ti,
te veo de mil maneras
niña, joven, vieja,
más siempre mujer,
eres cuanto quiero,
ya madre o esposa,
niña, compañera,
amante y tantas cosas.
te veo de mil maneras
niña, joven, vieja,
más siempre mujer,
eres cuanto quiero,
ya madre o esposa,
niña, compañera,
amante y tantas cosas.
Hermano tiene la razón,felicitaciones por este artículo.
ResponderBorrarMuy oportunas y bondadosas estas letras para todas nuestras dignísimas mujeres. Muy bien Vicente.
ResponderBorrarJosé Ramiro