lunes, 29 de febrero de 2016

Los últimos días de Jorge Villamil

El médico Jorge Augusto Villamil Cordovez nunca imaginó que heredaría la enfermedad que mató a su mamá en 1945 y tampoco, por pura imprevisión, supuso que el mal lo atacaría con inusual virulencia antes de cumplir los 50 años, justo en uno de los momentos culminantes de su vida artística.


El autor de esta crónica estuvo junto al artista durante muchos episodios de la parte final de su vida, especialmente cuando dedicó más de cuatro años a la investigación que concluyó con la publicación del libro biográfico Las huellas de Villamil.

Homenaje a Villamil Cordovez al conmemorarse este 28 de febrero seis años de su muerte. 



En esta fotografía de 2006, el maestro firma uno de los ejemplares

de su biografía, Las huellas de Villamil.



Fue el 21 de junio de 1975, un día después de la inauguración de Si pasas por San Gil, el famoso vals en homenaje a la bella ciudad santandereana, cuando una baja en la presión arterial y un sudor frío y espeso, seguido de un desmayo, le hicieron pensar en alguna dolencia pasajera que superó de manera engañosa con una breve atención en el servicio de urgencias sangileño. 

Pese a tan severa advertencia, el galeno prefirió automedicarse y viajó a las fiestas de San Pedro en Neiva, donde emocionado por el reencuentro con tantos amigos, tomó Doble Anís a raudales y se dedicó a cantar bambucos, rajaleñas y sanjuaneros. No obstante, en medio del guayabo sampedrino, se dio cuenta que algo muy agresivo estaba pasando en su cuerpo pues en solo cinco días había perdido 18 kilos.


El grupo colombo-británico Classico Trío
hizo una excepcional versión de Si pasas por San Gil.
Escúchela aquí.

Asustado, regresó a Bogotá y pidió cita en un consultorio especializado en donde no fue el médico reconocido sino el enfermo que debía someterse a un chequeo detallado y a rigurosos exámenes de laboratorio para determinar con exactitud el origen de sus dolencias. Aunque en principio creía que podía tener cáncer, el diagnóstico fue distinto e igual de preocupante: diabetes mellitus tipo 1, una enfermedad incurable producida por una alteración del metabolismo de los carbohidratos y que, entre otros efectos, se traduce en azúcar excesiva en la sangre y la orina y daños en la vista, los riñones, el corazón y las extremidades inferiores. 

Ante el anuncio de que la afección era llevadera siempre y cuando dejara el licor, cambiara sus hábitos alimenticios y fuera disciplinado con los medicamentos prescritos, Villamil se enfrentó a la disyuntiva de vivir con limitaciones o dejar que la diabetes actuara con rapidez.

Ana María, su hija, contaba cómo era la convivencia con esta dolencia que afecta a casi el 2% de la población mundial:

Habría tenido una vida más sana si él se hubiera cuidado de una mejor manera y observado una disciplina más estricta. Desde que se le diagnosticó la diabetes todo se volvió una lucha porque en fiestas, eventos artísticos y homenajes, la gente le decía: «Maestro, tómese un trago, hagamos un brindis». Y de copa en copa, terminaba con sus buenos tragos en la cabeza, mientras yo les pedía que no le dieran licor porque le hacía daño, pero la gente más le daba. Al final de cada fiesta quedaba peleada con ellos y en unos conflictos muy grandes con papá, pero por fortuna eso se superó y dejó de tomar. En los últimos años no volvió a comer dulces y todos los días, religiosamente, él mismo empezó a ponerse dos inyecciones de insulina.

Debido a la progresiva disminución de la visión, el músico fue sometido a exámenes y consultas a las que por muchos años no les hizo mucho caso pero que le pasaron factura en 1994 cuando fue obligado a internarse en la Fundación Santa Fe de Bogotá en donde oftalmólogos especializados en el tratamiento de diabéticos lo intervinieron para evitar el deterioro del nervio óptico. 

Allí permaneció hospitalizado durante una semana completa para garantizar la eficacia de dos cirugías que le ayudaron a recuperar parte de la vista y de su rutina diaria puesto que en poco tiempo reapareció con su demoledor humor negro y retomó su manía de idear letras y tonadas mediante silbidos que después convertiría en canciones en las que se hizo evidente la calidad del otrora consagrado inspirador de Espumas, Llamarada, El Barcino, Me llevarás en ti, Oropel y muchas más. 

Últimas creaciones
De las 16 canciones compuestas entre 1994 y 2002, algunas de ellas grabadas por famosos como Silva & Villalba, Óscar Javier, los Hermanos Tejada, Bibiana y Olga Acevedo, entre otros, y cuya producción financió con dinero de su bolsillo para responderles a las disqueras y a la radio que se niegan a grabar y difundir música de la región andina con el argumento, doblemente absurdo, de que bambucos, pasillos, valses y sanjuaneros no venden, no atraen a la gente joven ni pegan en las emisoras, medio en el que sus geniales ejecutivos consideran que lo folclórico es una 'música de viejos' que 'apaga' radios. 

Entre esas creaciones de su última cosecha hay para todos los gustos, desde crónicas cantadas y paisajes musicalizados, hasta poemas de amor y desamor dirigidos a los románticos de ayer y del siglo XXI. A pueblos y regiones como Líbano, Tolima; Choachí, Cundinamarca; Vélez, Santander; Algeciras y Campoalegre, Huila; el Amazonas y las sabanas de Sucre y Bolívar, les hizo Ciudad de torres blancas, Travesuras chiguanas, El atravesao, Algeciras, El pájaro copetón, Victoria Regia y Fantasía sabanera

A los mexicanos y a la virgen de Guadalupe les dedicó Tepeyac, al vallenato Rafael Escalona ―amigo, compadre y compinche― lo pintó como el donjuán de siempre en Viento y arena y al Milagroso de Buga lo alabó con gratitud en El Peregrino. También tuvo tiempo para otra formidable crónica, Me suena me suena, un risible relato sobre el Proceso 8000 y escribió sobre amores, amantes, traiciones y frustraciones del corazón en  Paraulata fugitiva, Pintor, Calandria fugitiva, Si llegaras a olvidarme Seguiré tus pasos.

Ciudad de torres blancashomenaje de Villamil a Líbano,
Tolima. Esta interpretación de una de sus últimas
creaciones fue hecha por la Sinfónica del Tolima. 

Otra secuela de la diabetes fue la notable disminución de la sensibilidad de piernas y pies que con el paso del tiempo afectaron el equilibrio y sus desplazamientos. Aunque en su apartamento al norte de Bogotá no tenía complicaciones por el dominio pleno de los espacios y el auxilio constante de Anita Castro García —la eficiente laboyana que durante diez años le sirvió como ama de llaves, enfermera y asistente personal— las mayores dificultades las padecía en sitios como las calles, las oficinas de Sayco, los estudios de grabación o escenarios en donde debía apoyarse en otras personas para no caer, como infortunadamente sucedió el 21 de marzo de 2002 en Ibagué durante la inauguración del Concurso Nacional de Duetos Príncipes de la Canción. 

Según narraba el propio Villamil, ese día, al tratar de saludar a unos amigos, trastabilló, rodó por el piso y aprisionó con su cuerpo la mano izquierda que se fracturó en el cuarto y quinto huesos carpianos. Enseguida, recordando sus viejos tiempos de ortopedista en las salas de urgencias, hizo un rápido y fuerte movimiento para reubicar los huesos y aunque cada uno encajó en su lugar fue necesaria la inmovilización de la mano por varias semanas durante las cuales se opuso a cualquier cirugía, no por temor a las operaciones, sino porque una intervención quirúrgica en un diabético tan avanzado como él podría terminar con la amputación de la mano. Después del percance le quedó una ligera malformación que no afectó su sensibilidad ni la habilidad para pulsar la guitarra y el tiple, instrumentos que en los últimos cinco años de su vida decidió abandonar.

La diabetes continuó con un paso tan demoledor que en menos de dos años el paciente fue hospitalizado de urgencia en la Fundación Santa Fe de Bogotá en seis ocasiones. La primera, el 12 de abril de 2004, al hallársele serias complicaciones renales y detectarse una hernia inguinal que fue operada sin anestesia debido a su vulnerabilidad como diabético. Como si fuera poco, su incómoda estadía se prolongó por varias semanas al diagnosticársele una neumonía que lo obligó a utilizar temporalmente un respirador mecánico con el cual pudo mejorar su capacidad pulmonar. 

El 1º de mayo fue dado de alta pero sus actividades quedaron más limitadas porque desde entonces debió someterse a dos sesiones semanales de diálisis para eliminar el exceso de urea en la sangre. Pero los problemas siguieron porque el 8 de septiembre una hernia hiatal y el sangrado del colon lo llevaron de nuevo al hospital de donde salió tres días después con otra larga lista de medicamentos especiales y nuevos controles.

El tercer ingreso ―ocasionado por serias dificultades neurológicas― comenzó el 30 de septiembre y se extendió hasta el 8 de octubre de 2004, días en los cuales además de análisis muy avanzados fue sometido a un Tac, un electroencefalograma y una punción lumbar. Dos meses y medio después un sangrado rectal y una notoria anemia prendieron de nuevo las alarmas de los médicos que el 21 de diciembre ordenaron su hospitalización hasta la víspera de Navidad, día en el que fue dado de alta para poder disfrutar con su familia la Nochebuena y el Año Nuevo. 

La mejoría fue mentirosa porque el 4 de enero 2005, al observarse la pérdida parcial del conocimiento y la disminución del habla, fue llevado otra vez al servicio de urgencias donde los neurólogos concluyeron que padecía una isquemia cerebral. A las dos semanas Villamil recobró buena parte de sus facultades mentales y regresó a su apartamento por un corto tiempo porque desde el 15 de febrero una encefalopatía lo mantuvo en la Santa Fe durante diez angustiosos días en los que, según testimonios de familiares y allegados, estuvo a punto de morir. El 24 de febrero recuperó la memoria, identificó su entorno y pudo hablar con una fluidez muy cercana a lo normal, sin embargo, los médicos reforzaron sus cuidados y medicamentos. 
Jorge y Ana María Villamil Ospina, los dos únicos hijos del médico-compositor.

Siendo un practicante católico, más no un fervoroso participante en misas o celebraciones de la Iglesia, Villamil incrementó en los últimos años su fe y llegó a decir que era «un compositor de Dios». A partir de ese reencuentro espiritual él atribuyó su asombrosa recuperación al Señor de los Milagros de Buga a quien, decía, vio en sueños durante los días más críticos de la recaída de 2005. El maestro relataba que un Jesús misericordioso se acercó a su lecho de enfermo para decirle que cuando le extendiera sus brazos y lo tocara se lo llevaría para siempre, pero que mientras tanto lo dejaba porque su misión en la tierra no estaba terminada. A los pocos días asistió a la iglesia de san Alfonso María de Ligorio —parroquia bogotana en la que también se venera al Milagroso— para estrenar su canción El peregrino y dar testimonio de su sanación física a través del canal Teveandina.

En una de las pocas treguas que le permitió la diabetes, el Huila le rindió a Villamil uno de los homenajes más emotivos de toda su carrera al exaltarlo en el marco de las celebraciones del Centenario del Departamento como la personalidad cultural viva más importante de la región en el siglo XX y parte del XXI. Sin embargo, el reconocimiento casi se frustra porque el 4 de junio de 2005, día de la ceremonia, las exageradas medidas de seguridad obstaculizaron su llegada y lo obligaron a recorrer, paso a paso, ocho cuadras de Neiva apoyado en los brazos de Anita Castro. 

El hecho de ver a un hombre muy deteriorado, de caminar cansino, rumbo a una tribuna en la que iba a recibir uno más de los tantos honores de su vida, dio paso a una espontánea salva de aplausos y vivas de la gente del pueblo apostada en los andenes y balcones cercanos al parque Santander y se extendió hasta la tarima central. Allí el presidente Álvaro Uribe Vélez, el gobernador Rodrigo Villalba Mosquera, los ministros, congresistas, empresarios e invitados especiales, interrumpieron el orden día para ponerse de pie y ovacionar largamente al artista que en ese instante sublime comprendió por qué su nombre figuraba en el Olimpo de la cultura.

Sus complicaciones físicas reaparecieron el 4 de enero de 2006 —sexta vez en 21 meses— cuando una aguda presión en el pecho que estuvo a punto de ahogarlo lo convirtió, según su desparpajado humor, en «huésped distinguido de la Santa Fe», clínica donde permaneció diez días durante los cuales también se le atendió por una neumonía que inquietó a médicos y familiares. En este 2006, aparte de que cada vez lo amargaban más las diálisis, los ‘ok’ de repetidos controles médicos y los mismos exámenes de laboratorio de 30 años atrás, Villamil comenzó un sistemático aislamiento del medio artístico que lo acompañó gran parte de su vida, aunque en momentos muy puntuales participó en tertulias musicales con familiares y amigos en su apartamento de la calle 94.

Uno de los acontecimientos que más lo conmovió por esos días fue la noticia de la muerte de Soraya, la famosa cantante colombo-americana que popularizó en el mercado hispano de Estados Unidos una hermosa versión de Oropel. Poco antes de que hiciera público el caso de cáncer de seno que la llevó a la muerte, ella lo llamó desde Londres para pedirle en spanglish su aval para grabar el vals que, según dijo en un desconectado del canal MTV, representaba la vida materialista del mundo moderno: «...cuando uno se muere no puede llevarse el BMW, no puede llevarse su casota, no puede llevarse la cuenta del banco. Las cosas que valen la pena son las cosas que no se pueden comprar».

Durante los conciertos en los que cantaba Oropel,
Soraya siempre hablaba de su autor. Este enlace
corresponde a su 'desconectado' con MTV.

El alejamiento
A partir de 2007, la imposibilidad de desplazarse por sus propios medios, su negativa a utilizar un caminador, un bastón o una silla de ruedas motorizada y el manejo cada vez más truculento de Sayco, ahondaron su alejamiento. Pese a sus momentos de evidente jartera, aceptaba con agrado las llamadas y visitas de periodistas, entre ellos un equipo de la cadena hispana Univisión que produjo un documental sobre su obra. 

A mediados de ese año también autorizó a un centenar de niños y jóvenes huilenses para montar e interpretar la totalidad de su cancionero en conciertos gratuitos que se celebraron en Bogotá, Neiva, Garzón, La Plata, Pitalito, San Agustín y Yaguará. Con el paso de los años este proyecto denominado ‘Las nuevas generaciones cantan a Villamil’, realizado por la Fundación Cultural Baracoa, creció en volumen y calidad hasta el punto de que sus protagonistas ―muchos de ellos jóvenes talentosos que hoy están dedicados profesionalmente a la música folclórica― han sido invitados a grandes certámenes artísticos para mostrarlos como un acertado ejemplo pedagógico de transmisión de la herencia musical.

El 21 de diciembre de 2008, siete años después de la llegada de Juan Pablo, el niño que los fines de semana llenaba de risas, travesuras y preguntas el apartamento del abuelo famoso, una terrible noticia mimetizada en encriptados exámenes de laboratorio confirmó las sospechas de Ana María quien desde 2006 había comenzado a padecer extrañas dolencias en la parte superior de la faringe, justo detrás de la nariz. 

Acostumbrada desde niña a enfrentar cualquier noticia por inclemente que fuera, se reunió sin prevenciones con oncólogos y especialistas que con franqueza le hablaron del rápido y agresivo avance de un cáncer nasofaringe con mínimas posibilidades de ser atenuado, neutralizado o dilatado en sus efectos. En el mejor de los casos, le dijeron, con el aumento de la quimioterapia, paliativos contra el dolor y una buena cuota de colaboración de su parte podría sobrevivir durante un año más. Ella habló francamente con su padre y su esposo, el médico Rafael Carrillo Flórez, a quienes les pidió que debían asimilar el mensaje de uno de los equipos médicos más experimentados en el manejo de este tipo de cáncer: prepararse para una partida en corto tiempo y enfrentar la realidad con entereza, disfrutar al pequeño Juan Pablo todos los días como si fuera el último y morir con dignidad.

Durante un año completo Ana María de Guadalupe soportó de manera estoica los extenuantes procedimientos, asistió a todas las citas médicas y sicológicas programadas y no dejó de tomar ni uno solo de los costosos medicamentos formulados, aun sabiendo que eran simples lenitivos. En casa, haciéndole zancadillas a su deteriorada condición física, continuó atendiendo con afecto infinito al niño, acrecentó su fe en Dios y renovó su devoción a la Virgen de Guadalupe a quien sus padres encomendaron desde el día en que nació agregándole su mexicanísimo nombre. Incluso, cuando la enfermedad, los extenuantes tratamientos y el cargamento de medicinas le daban alguna tregua, retomaba su habitual vivacidad opita para echar chistes, hablar de la familia como si no pasara nada y escuchar en un pequeño IPod su música de mujer joven y los cantos del maestro.

La vaca golosa, sanjuanero compuesto para sus hijos, se ha
convertido en un canción de juegos infantiles en colegios y escuelas del país.

El 2009 fue una conjunción de grandes alegrías y profundas desdichas para el artista. El 10 de marzo fue internado otra vez por una hernia sangrante, el 13 de mayo murió su amigo y compadre Rafael Escalona y al día siguiente recibió de manos del presidente Álvaro Uribe la Orden Maestro del Patrimonio Musical de Colombia. 

El 6 de junio diversos estamentos y medios de comunicación celebraron con alborozo sus 80 años de vida. Por un lado, la cadena RCN le llevó hasta su casa, muy de madrugada, una serenata con los famosos Hermanos Tejada, y por otro, el reconocido periodista Gustavo Gómez Córdoba le dedicó un programa especial en Caracol Radio. Por su parte, la Gobernación del Huila le ofreció en Bogotá un concierto con la Sinfónica de Vientos y el presidente Álvaro Uribe Vélez, al comenzar un largo Consejo Comunal en Arauca lo felicitó por radio y televisión y lo llamó «gran guardián del patrimonio cultural de la Nación». 

Por esos días Villamil recibió las últimas condecoraciones de su vida: el título de Gran Maestro de la Música del Huila, concedido mediante votación electrónica organizada por el Ministerio de Cultura, y la Gran Orden Maestros del Patrimonio Musical de Colombia, conferida por la ministra de Cultura, Paula Moreno.

En julio el artista volvió a ser internado por una neumonía que lo tuvo postrado durante más de una semana y en septiembre fue hospitalizado por una inesperada descompensación. Entre octubre y noviembre de 2009, Ana María y su padre fueron internados de manera simultánea en el mismo hospital. Mientras ella agonizaba en una habitación de la Fundación Santa Fe desde la mañana del 10 de octubre, a pocos metros de distancia, separados solo por un piso, Villamil sostenía desde el 12 de noviembre otro de los tantos combates que por más de diez años lo convirtieron en el paciente con el mayor número de ingresos a la prestigiosa institución y en donde los especialistas evidenciaron esta vez la necrosis de sus pies, signo indiscutible de la devastación causada por la diabetes.

Salud Hernández-Mora, reconocida periodista hispano-colombiana que conoció al compositor por su amistad cercana con Jorge hijo, contó en el diario español El Mundo que ni siquiera durante esos días lúgubres en los que ambos estaban en el umbral de la partida, Villamil dejó de burlarse de la vida y de la Pelona, como llamaba él a la muerte: «Tenía un humor negro tan particular que hace unos meses le dijo a su hija Ana María que no corriera tanto, no fuera ser que le ganara y llegara primera a la tumba». 

Su premonición se cumplió al pie de la letra: ella murió el 5 de diciembre de 2009, justo cuando se cumplió un año del demoledor dictamen de los oncólogos y 83 días después fue él quien la escoltó en la carrera final. Con la ausencia de su padre, que se sintió incapaz de soportar en público su profundo desconsuelo, Ana María fue despedida en una conmovedora ceremonia celebrada en la iglesia de la Inmaculada Concepción donde sus amigos y familiares, con voces entrecortadas y ojos llorosos, entonaron un tristísimo Me llevarás en ti, el pasillo romántico preferido por ella.

La caída del roble
Desde entonces, el ensimismamiento, la depresión, el espeluznante deterioro de sus facciones y el alejamiento total de personas ajenas al círculo familiar evidenciaron el derrumbe total del hombre al que desde niño le habían enseñado a no caer ante las adversidades por dolorosas que fueran. En el campo político Villamil conoció el sectarismo al oír los relatos de los mayores sobre la orden del presidente liberal Tomás Cipriano de Mosquera de desterrar de Boyacá a su abuelo Mateo por el delito de ser conservador. 

Ese sino trágico también lo vivió Jorge, su padre, a quien el régimen de Rafael Reyes, empezando el siglo XX, expulsó de Colombia para obligarlo a vivir en la selva amazónica en donde La vorágine de avaricia, pasiones, degradación humana y la necesidad de salvar el pellejo todos los días, relatada con maestría por su amigo José Eustasio Rivera,  lo convirtieron en un áspero cauchero que en las mañanas dominaba a indígenas y siringueiros y de noche cantaba bambucos y pasodobles.

Ya en El Cedral, la más grande hacienda cafetera del sur colombiano, vio varias veces las caras de la violencia liberal-conservadora. Su hermana la Negra Graciela dice que allí, sin poder hacer nada porque nunca fue hombre de negocios, el futuro compositor observó cómo la propiedad familiar se descascaraba como si fuera un viejo roble podrido, sin la enorme producción de otros tiempos, pero sí con el continuo y avasallante paso de combatientes de todos los colores. «Unas veces eran los chusmeros al mando de bandoleros como Tirofijo, y en otras eran los pájaros, chulavitas, guerrilleros, limpios, policías o militares que tenían la hacienda como lugar de paso para descansar y meterse a la cordillera Oriental», recuerda la única sobreviviente del clan Villamil Cordovez.                 

Radicado en Bogotá, poco antes de cumplir los 50 años, lloró la separación de su esposa Olga Lucía Ospina y sin haber cambiado jamás un pañal o preparado un tetero, le tocó asumir el rol de padre-madre de sus dos niños pequeños. Poco después, como si la cascada de sinsabores fuera parte de su escudo familiar, se le diagnosticó la diabetes y al año siguiente fue capturado por el Ejército Nacional que lo acusó de colaborar con la guerrilla de las Farc. De 'chepa', como dirían en el Huila, se salvó de un severo consejo verbal de guerra presidido por militares y fue dejado en libertad.

En 1977, un predio en las selvas del Caquetá que el mismo Estado colombiano le había adjudicado en los años 60 para que lo pusiera a producir ―en el marco de la política de rehabilitación de territorios con influencia guerrillera― le fue expropiado por ese mismo Estado sin ninguna indemnización ni consideración. Como si la enfermedad, la estigmatización política y la quiebra económica fueran poco, en los primeros meses de 1978 recibió otro golpe letal: la muerte de Olga Lucía, su exesposa, quien accidentalmente se intoxicó al consumir un químico industrial. 

A las pocas semanas, gracias a su vals Llamarada, tuvo uno de los pocos momentos de alegría de su montaña rusa de emociones de aquellos años al ser galardonado por la Asociación de Periodistas del Espectáculo de Nueva York ―Ace―como el mejor compositor de las  Américas en 1978, algo así como un Premios Grammy del siglo XXI.    

A excepción del carcelazo que padeció en Santander de Quilichao, Cauca, estos y otros dolorosos episodios familiares nunca los compartió en público para evitar la conmiseración de sus seguidores y el morbo mediático. Tampoco, pese a que sus amigos y allegados se lo insinuaron abiertamente, quiso insinuarlos en sus obras y mucho menos los expresó a través del odio y el resentimiento social. 

Por el contrario, el discreto manejo que siempre le dio a su vida privada en épocas de gloria y figuración fue idéntico a los días que presagiaron los momentos finales del artista que pasó la última Navidad de su vida encerrado en una habitación de la Santa Fe a donde, otra vez, había sido llevado de urgencia. La víspera de Año Nuevo y los primeros días del 2010 los pasó en casa acompañado de familiares y unos pocos amigos a quienes les permitió visitarlo y aunque algunos le llevaron regalos, alimentos para diabéticos y discos con música de cuerdas, nada logró disipar unos signos de abatimiento desconocidos en él.

Carmiña Gallo, la gran soprano colombiana, acompañada por la
Sinfónica de Colombia, hizo una de las mejores interpretaciones de Me llevarás en ti.
Poco antes de morir pidió que se la cantaran el día de su entierro.

Otras malas noticias
El 29 de enero de 2010 murió en Medellín su gran amigo y colega en las lides gremiales, Jaime R. Echavarría, el autor de Noches de Cartagena, Cuando voy por la calle, Traicionera y decenas de éxitos románticos. El 8 de febrero Villamil volvió a la Fundación Santa Fe para salir el 15 y regresar, bastante delicado, cuatro días después. El martes 23, sin decir palabra pero visiblemente impactado, se enteró del deceso de su doble colega y amigo, el médico y guitarrista Jaime Martínez, integrante del dueto santandereano Hermanos Martínez

El 25, cuando fue dado de alta, les dijo con énfasis a los médicos, las enfermeras, a su hijo y a Anita Castro que «nunca, nunca, jamás» volvería a un hospital como médico ni mucho menos en calidad de paciente y al llegar a casa, pese a los ruegos de familiares, las llamadas suplicantes de amigos y las órdenes perentorias de los galenos, el médico Villamil ―a sabiendas del daño que se causaba― obstinadamente se negó a la práctica de las diálisis necesarias para mantener activo el sistema renal, en otras palabras, desconectó el único dispositivo científico que lo podía mantener con vida.

La mañana del sábado 27 ―«en uso pleno de sus facultades mentales superiores», según certificó días atrás el neurólogo clínico Hernán Bayona― lo visitó la notaria Veintitrés de Bogotá, Adriana Margarita Guerrero, ante la cual suscribió un testamento abierto que quedó consignado de manera detallada en la escritura # 00441. Por la tarde, en otra de sus inesperadas salidas de humor negro, con una sonrisa extraña, le pidió a Anita Castro que llamara al periodista Vicente Silva Vargas para recordarle una misión macabra: transmitir la ‘chiva’ de su muerte. 

El domingo 28 desayunó hacia las nueve de la mañana, almorzó sin afanes después del mediodía y conversó por teléfono con familiares a quienes les pidió que no lo ‘jodieran’ más con el cuento de las diálisis. En la noche zapeó los noticieros de televisión, lamentó la derrota de su amado Santa Fe ante el Pereira (0-2) en el Campín, le recordó a Jorge que su cuerpo no lo llevaran al Capitolio Nacional ni lo mostraran en público para que no lo vieran «vuelto mierda» y le pidió a Anita un vaso de avena casera que sorbió con fruición. 

Poco antes de las diez llamó a Jorgito para decirle de nuevo que no quería un funeral con boato oficial ni oportunismo político, le dio un fuerte, interminable y último abrazo, suspiró profundo, se recostó apaciblemente en la cabecera de su cama y quedó dormido para siempre.

Media hora después, el periodista amigo al que le prometió la ‘chiva’, lanzó al aire en RCN Radio la noticia más triste de su vida profesional:

El famoso compositor colombiano Jorge Villamil Cordovez, autor de canciones muy populares como Espumas, Llamarada, Me llevarás en ti, El Barcino y por lo menos otras 170 canciones folclóricas y románticas, falleció hace pocos minutos en su casa de Bogotá luego de soportar durante más de 30 años una diabetes mellitus tipo 1 que en los últimos años lo postró en cama y limitó sus actividades artísticas y personales...

Rodrigo Silva y Álvaro Villalba fueron los primeros en grabar El Barcino,
el sanjuanero que fue tocado indefinidamente el día del sepelio de Villamil.

De inmediato, las emisoras, periódicos y revistas de Colombia, las agencias internacionales de noticias y otros medios internacionales, replicaron la noticia en sus páginas digitales y publicaron sentidos artículos y editoriales que esbozaron la trascendencia del artista. 

Mientras El Espectador tituló: «Mejor guardo silencio porque ha llegado el fin», El Tiempo editorializó: «Fue un compositor enorme, prolífico y diverso, que le subió el volumen a la música del interior, cuando más lo requería… Que le consiguió visa al pasillo. Fue una figura cimera de nuestra música, al lado de Rafael Escalona, de José A. Morales o de Jaime R. Echavarría [...] Villamil supo verle el lado musical, poético y fiestero al entorno campesino, a esa estirpe de la cual fue uno de sus hijos grandes, pues nació en la famosa hacienda El Cedral, de su Huila amado.»

El lunes 1º de marzo el cuerpo fue velado en la Funeraria Gaviria y al día siguiente, artistas populares lo homenajearon con tiples, guitarras y cantos en la sede Sayco donde permaneció hasta el miércoles cuando fue trasladado para los funerales de Estado dispuestos por el Gobierno Nacional. 

Ese día, con una Bogotá semiparalizada por uno de los inexplicables paros de transportadores, el maestro fue despedido en una eucaristía concelebrada en la Catedral Primada de Bogotá y presidida por su amigo Libardo Ramírez Gómez, exobispo de Garzón y Armenia. De allí salió un largo, lento y triste cortejo que lo acompañó hasta el cementerio Jardines de Paz donde su cuerpo fue cremado.

Vieja hacienda del Cedral, el testamento cantado de Villamil,
en versión de sus primeros intérpretes: Garzón y Collazos.

Sus cenizas llegaron a Neiva el miércoles 17 de marzo para la despedida final, tal como lo pidió, con aguardiente, ‘cuetes’, canciones como El Barcino y Espumas y miles de paisanos que salieron a las calles con pañuelos blancos para agradecerle por haber encumbrado al Huila con su música universal. Por decisión familiar, sus cenizas no se lanzaron al río Magdalena, como era su deseo, sino que fueron depositadas en el museo, debajo de la réplica de la Vieja hacienda del Cedral. Su voluntad, expresada en aquel mítico bambuco, se cumplió en parte porque los restos quedaron en Neiva ―cerca de El Cedral―, a un paso de las aguas que inspiraron tantas canciones y al pie de sus bienes más preciados.

Al observar la urna con las cenizas junto a tantos emblemas que marcaron su vida y su música, cobra plena vigencia esta patética estrofa:

«Como si fueran palabras
que van diciendo los muertos
como si fueran plegarias
de los viejos que se fueron».

martes, 8 de diciembre de 2015


La tumba de un buen ladrón, la más popular en un cementerio del Huila

...


Habitantes de Altamira recuerdan que en 1978 un extraño llegó a la población con el propósito de robarse una valiosa custodia de oro guardada con celo en la sacristía de la iglesia. El hombre, que según otras versiones robaba para ayudar a los pobres, fue abatido a tiros por la Policía a plena luz del día. Como nadie reclamó su cadáver después de varios días de permanecer a la intemperie, cinco prostitutas reunieron un poco de dinero para evitar que fuera enterrado en una fosa común.

Después de casi cuatro décadas, la tumba de Mauro Piñeros ―el 'Robin Hood' opita― es la más visitada y adornada del cementerio de Garzón, la ciudad de mayor fervor religioso en Huila, al sur de Colombia.


Flores de todos los colores y arreglos especiales nunca faltan en la tumba.


Hace poco menos de 40 años un policía mató a balazos a Mauro Piñeros en el atrio de la iglesia de Altamira, pero hasta ahora, nadie sabe si ese era su nombre y si en verdad se trataba de un ladrón que robaba a los ricos para favorecer a los más pobres. Lo que sí está comprobado es que era un forastero joven y de buena apariencia que al ser sorprendido cuando huía de la iglesia con una custodia de oro escondida entre su chaqueta de cuero negro, fue cosido a balazos por uno de los dos policiales que vigilaba la tradicional modorra que al medio día anestesia a muchos pueblos del Huila.

Testimonios de la época contrastados con personajes de hoy indican que Mauro alcanzó a decir su nombre, aprisionó la valiosa joya contra su pecho, confesó su vocación por los desvalidos y que poco antes de morir, con el policía todavía apuntándole a la cabeza, pidió perdón a Dios por todos sus pecados. Alertado por las beatas del lugar, al cura párroco poco le importó meterse en el charco de sangre para impartirle la extremaunción en latín y esparcirle agua bendita por todo el cuerpo. Cuando comprobó que había expirado, desengarzó con dificultad los dedos que atenazaban la custodia salpicada de sangre y ayudado por el purificador, un pequeño lienzo utilizado para tocar los ornamentos sagrados, logró recuperarlo y «limpiarle la mancha del sacrilegio».

Al contrario de lo dicho por Rubén Blades en su canción, ese día de 1978 hubo mucho ruido porque todo el pueblo salió a curiosear y a hacerse repetidas cruces delante del cadáver aún caliente. Sin embargo, como sí dice el panameño en su Pedro Navajas, «no hubo preguntas [ni] nadie lloró», quizá porque se trataba de un intruso llegado de lejos a perturbar la paz de un pueblo en el que sus mil almas acostumbraban a morirse de viejos cada veinte años. Además, Altamira, ―donde siempre se han fabricado las mejores achiras del mundo― era un pueblo tan pobre que escasamente tenía presupuesto para pagarle el sueldo cada tres meses al alcalde, a la tesorera y al personero y mal podía despilfarrar sus paupérrimos recursos en el entierro de un sacrílego.

El cuerpo estuvo varios días a la intemperie. Aunque todo el pueblo fue en romería hasta el camposanto para hacerle caso al alcalde que a través del megáfono encaramado en una guadua del parque principal había pedido su colaboración para identificar al difunto y «darle cristiana sepultura», todos vieron y olieron algo peor a lo que ya habían visto: una gruesa nube negra de chulos dando vueltas interminables en el cielo y un olor nauseabundo impregnándose en todo lo que parecía tener vida.
Placas de agradecimiento dan cuenta de los favores del 'Robin Hood' opita.
Tres días después, una comisión judicial llegó de Garzón con la doble misión de investigar los hechos y, como se dice en medios policiales, «reconocer plenamente al occiso». De nuevo, nadie lo distinguió ni habló de él. Ninguno lo había visto antes ni sabía de su familia ni conocía en la región a alguien con el apellido Piñeros y, como en el primer día, «no hubo preguntas [ni] nadie lloró», aunque sí se tomó la sesuda decisión de amortajarlo en una raída sábana de soldado y tirarlo como un bulto de yuca a una volqueta de la basura para llevarlo hasta Garzón, un pueblo más grande y con distrito judicial, en donde la identificación podría arrojar mejores resultados.

Luego de otros cinco días abandonado en el piso de otro lúgubre cuarto que hacía las veces de morgue del cementerio, la diligencia de reconocimiento, pese a los anuncios transmitidos cada media hora por Radio Garzón, llegó a la misma conclusión de los primeros días: no había pistas sobre el tal Mauro Piñeros y su llegada al Huila. Nadie hizo nada por buscar a su familia y confirmar su identidad, pese a que unos pocos alcanzaron a insinuarles a los investigadores que buscaran ayuda en Bogotá y Cundinamarca en donde ese apellido era muy reconocido.

Sepelio digno
El alcalde de Garzón autorizó una modesta partida para comprar un ataúd de madera desechable y ordenó, por razones de salubridad, el inmediato entierro del ‘Ladrón de la custodia de Altamira’ en una fosa común. El trámite de la partida presupuestal y la compra del cajón se refundieron entre firmas, sellos y vistos buenos y obligaron al administrador del cementerio, Darío Rivas, a llevar el cuerpo envuelto en la misma sábana de Altamira, hasta un pestilente hueco colindante con las tumbas de los suicidas. Jaime Rivas Polo, hijo de Darío, le contó al autor de este blog que justo en el momento en que Rivas abría una zanja para ubicar al nuevo inquilino cerca a los cuerpos descompuestos de otros NN, cinco mujeres a las que nunca había visto lo abordaron con múltiples preguntas que respondió entre dudas y monosílabos.

Como acostumbraban a hacerlo todos los lunes, las mujeres habían bajado de los vagabundeaderos de Moroco para rezarles a las almas del Purgatorio, pero en lugar de minifaldas de ocasión, mallas insinuantes y yines embutidos a la fuerza, vestían discretos faldones de tafetán que ocultaban los sensuales atractivos del amor comprado. No llevaban coloretes chillones, maquillajes extravagantes ni pelucas de colorines, tan solo unos sencillos mantos de encajes negros ocultaban sus rostros ajados por el fragor de besos babosos y la trasnocha de todos las horas.

Sepulturero y prostitutas hablaron apenas lo necesario. Ellas prometieron comprar el mejor ataúd que había en la Funeraria Milflorez, la única existente en el pueblo, e hicieron ‘vaca’ para adquirir con sus ajados billetes una tumba en tierra digna, distante del pabellón de suicidas y distinta a la fosa común. Sin importarles las habladurías ni los señalamientos de las rezanderas que todos los lunes también iban al cementerio a chismosear y no a rezar, las putas buscaron a tres amigos de farra, trago y amores para que hicieran la obra de caridad de preparar el cuerpo de un pobre cristiano al que la burocracia le negó un sepelio decente.

Carlos Fériz, David Boronas Gil y Omar Silva Vargas, aparecieron en un santiamén, limpiaron el cuerpo putrefacto, lo vistieron de saco y corbata, le pusieron zapatos nuevos, lo amortajaron con una sábana nueva comprada en el Almacén Tequendama y poco antes de que las campanas de la Catedral marcaran las seis de la tarde ―tras fracasar en la búsqueda de un sacerdote que le diera cristiana sepultura, siendo Garzón un pueblo atestado de curas―, los ocho deudos llevaron el féretro hasta la capilla del cementerio.
En tiempos de lluvia o de pleno sol, siempre hay flores para Mauro.
Allí rezaron el credo, un padrenuestro y tres avemarías, y luego, en un cortejo lúgubre y silencioso, apenas cortado por el gimoteo de las cinco mujeres, entregaron el ataúd a Darío quien les advirtió que por tratarse de una persona muerta violentamente su sepultura debía identificarse con claridad a fin de que las autoridades pudieran adelantaran «las investigaciones pertinentes», investigaciones pertinentes que nunca continuaron.

Los ‘deudos’ atendieron la recomendación al tomar una cruz de madera abandonada en una tumba sin muerto y le pusieron un cartón en el que escribieron lo único que sabían de su muerto: «Mauro Piñeros». Después de rezar en coro la oración de los difuntos («Dale, Señor, el descanso eterno / brille para él la luz perpetua»), cada uno dio tres golpes largos y secos en el cajón para pedirle al difunto, en silencio, un favor desde la eternidad. Enseguida, los hombres bajaron el cuerpo a la fosa, le lanzaron unas cuantas manotadas de tierra y dejaron que Darío lo tapara con lentas paladas, tan lentas que parecían lamentos de alma en pena.

La leyenda
Las cinco mujeres de Moroco ―el más antiguo prostíbulo del Huila― se convirtieron desde ese momento en las viudas de un hombre con el que nunca hablaron ni cruzaron palabras. Allí mismo, al borde de la fosa, acordaron cuidar la sepultura, le mandaron a decir misas cantadas y sin decir quiénes eran ni qué hacían, fueron hasta el convento de las monjas Clarisas para pedirles que lo incluyeran en su lista de intenciones por las almas del Purgatorio.

Fueron aquellas muchachas desconocidas y estigmatizadas las que en el voz a voz con sus clientes, amigas y comadres empezaron a regar el cuento de un delincuente desconocido que desde el más allá les hizo milagros como conseguirles un empleo decente para retirarse del oficio, conquistar a un hombre soltero que las sacara a vivir juiciosas, levantar un billete para construir la casa de sus viejos, librarlas por siempre de la trampa del aguardiente o alejarlas del cigarrillo y la marihuana. Desde los puteaderos, el cuento del buen ladrón se regó como pólvora y llegó a todo el pueblo rezandero y al no creyente, se metió entre la ‘gente bien’ del Club Social y caló hondo en la ‘gente mal’ que no sabía de clubes ni tenía apellidos encopetados.

Cuatro décadas después, su imagen ―etérea y desconocida― está presente en la más visitada, cuidada y florida tumba de la conventual Garzón. Alberto Sanabria, un veterano sepulturero que conoce muy bien la leyenda del 'Robin Hood de Altamira' y sus alrededores recordó con el cronista algunos detalles que la memoria colectiva ha ido alimentado. «En la medida que creció el rumor de la muerte a tiros del hombre que dizque robaba para darle lo robado a los pobres, fue aumentando la peregrinación. Su tumba, que no es la más bonita ni la más lujosa o la de mayor tamaño, poco a poco empezó a llenarse de flores, placas de agradecimiento, velas y veladoras», asegura este hombre que lleva más de 30 años cuidando el cementerio que es propiedad de la Diócesis de Garzón.
Aunque es muy modesto, el sepulcro se destaca desde
cualquier lugar del cementerio.
«La sepultura estuvo abandonada durante un tiempo, apenas con la cruz de madera que le dejaron las mujeres que lo enterraron, pero un día vino de Cali una señora muy elegante y emperifollada que le prometió cuidar su tumba si le hacía un milagro. Y debió hacerle el favor porque al poco tiempo volvió y la mandó a arreglar dejándola muy bonita», afirma Alberto Cabrera, otro trabajador del cementerio que se volvió viejo viendo el diario desfile de fieles de Mauro.

Oliva, una mujer que hace más de 30 años vende flores a la entrada del cementerio, dice que «todos los lunes una señora llamada Mercedes llega a las ocho en punto de la mañana a barrer, limpiar la tumba, ponerle flores y cambiarle el agua a los floreros». Oliva no sabe quién es la misteriosa mujer ni qué hace porque, según ella, tan pronto compra los arreglos entra al cementerio de donde sale una hora después sin dar ninguna explicación.

«Es impresionante, desde el momento en que abrimos el puesto, llega gente muy diferente a pedir las flores más bonitas para ese señor, pero cuando más vendemos es los lunes que es el día de la misa de difuntos», asegura Teresa, otra vendedora que nunca ha preguntado a sus clientes si Piñeros les ha hecho milagros o no.
Empleados del cementerio aseguran que por lo menos un centenar
de personas visitan el lugar en días normales.
Según versiones de los fieles que frecuentan el camposanto, el ‘buen ladrón’ es visitado por personas de todas las condiciones sociales. «Viene de todo, desde gente adinerada del antiguo Club Social, hasta gente muy pobre que no tiene dónde caer muerta. También lo visitan los políticos del pueblo, empleados públicos, profesionales reconocidos, las prostitutas de Moroco y otros ‘metederos’ y hasta guerrilleros, paramilitares y personas del bajo mundo como raponeros y vendedores de drogas», asegura Alberto Chávarro, un pensionado que los primeros lunes de todos los meses visita el lugar «para darle las gracias a Mauro por el milagrito que me hizo», un favor que él se niega a revelar.  

«Muchos vienen con flores, le rezan un rato, se arrodillan y le prenden una esperma o una veladora. Otros hacen el rosario, le ponen una placa de agradecimiento y al final dan tres golpes lentos y secos en la cruz de concreto o en el nicho para pedirle favores, especialmente trabajo, salud o la solución a problemas económicos o familiares», atestigua con seguridad Alberto Sanabria.

Aunque la Iglesia católica no avala ni cuestiona estas manifestaciones de religiosidad popular, Sanabria y Cabrera, que nunca han golpeado con los dedos los lugares de reposo de sus vecinos para pedirles un milagro, manifiestan que junto a la florida y concurrida sepultura han escuchado muchos testimonios de personas que, Biblia en mano, juran haber recibido sorprendentes favores del 'Robin Hood opita'.

Bogotá, D. C., 7 de diciembre de 2015

sábado, 17 de octubre de 2015

Cariocas, charrúas, gauchos, incas, aztecas, chibchas y otros revueltos

Seleccionado de Brasil que participa en las 
eliminatorias a Rusia 2018.
(Foto tomada de http://www.cbf.com.br).

Causa curiosidad escuchar y leer por estos días de las eliminatorias al Mundial de Fútbol de Rusia 2018 y de la Copa América Centenario, las denominaciones que muchos periodistas colombianos y de otros países latinoamericanos les dan a algunas selecciones futboleras. Muchas de ellas no se ajustan a las realidades históricas o sociopolíticas.
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A Brasil le dicen el equipo ‘carioca’, pero según el Diccionario panhispánico de dudas es equivocado llamar así a la generalidad de los brasileños ya que ese gentilicio solo es aplicable a los de Río de Janeiro y no a los habitantes o nativos de otros estados brasileños, entre ellos los integrantes de la selección pentacampeona del mundo. Pero, según especialistas brasileños, la historia del término es más larga que la escueta referencia de la RAE ya que su origen se remonta a la época de la etnia tupí-guaraní que desde comienzos de la Conquista llamó kari-oka a la casa del hombre blanco que no era otra cosa distinta que la residencia de los portugueses.

Además, hay otras dos razones, una geográfica y otra política. La primera se refiere al río Carioca (hoy sepultado en gran parte por la modernidad de la urbe), llamado de esa manera poco después de la llegada de los conquistadores, y la segunda, está relacionada con su común utilización hacia la totalidad del Brasil hasta 1960 cuando Brasilia, constitucionalmente, se convirtió en la capital federal y Río de Janeiro perdió el poder político que había ostentado desde su fundación. Así las cosas, el capitán de la selección brasileña, David Luiz, oriundo de Sao Paulo, es un paulista mientras que Ronaldo Nazario de Lima, el temible gordo Ronaldo, sí es de Río y, por tanto, es un auténtico carioca.
Selección uruguaya que el 13 de octubre de 2015 
goleó a Colombia en Montevideo. 
(Foto tomada de www.auf.org.uy)
Algo parecido sucede con el combinado uruguayo al que se conoce como el equipo 'charrúa', pero sin saber que la palabreja está relacionada con nativos que antes de la llegada de los conquistadores habitaban grandes extensiones de tierra al norte de la actual República Oriental del Uruguay, el estado brasileño de Rio Grande do Sul y las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, en Argentina. Para la mayoría de historiadores uruguayos, la palabra 'charrúa' se originó en una extinguida tribu nómada amerindia ―sin mayor organización social o política― cuyos hombres, influenciados por los indígenas araucanos (los mismos mapuches de Chile), se convirtieron en feroces jinetes guerreros.

Esta condición que les permitió enfrentar con inusitada ferocidad a los conquistadores españoles y luego a distintos gobiernos de Buenos Aires y Montevideo que también quisieron someterlos por la vía militar, fue adoptada desde comienzos del siglo XX en el campo deportivo, especialmente en el fútbol, actividad en la cual Uruguay es conocido por la llamada 'garra charrúa". De esta manera es claro que si fuera por el origen, no todos los uruguayos deberían ser llamados 'charrúas', aunque la costumbre, que es fuente de derecho, y la influencia mediática, generalizaron este sinónimo de gentilicio para todos los habitantes de ese país, el segundo más pequeño de la región.
Lionel Messi, el principal referente del fútbol argentino 
de hoy. (Foto tomada de la página de la AFA en Facebook).
El asunto tiene cierta similitud con el de Argentina en donde ―en el sentido estricto del término― no todos los oriundos de esa nación serían necesariamente 'gauchos'. Diferentes tratados indican con claridad que este nombre se les dio hace más de un siglo a los pobladores rurales de las pampas argentinas, uruguayas, paraguayas, el chaco boliviano y del estado brasileño de Rio Grande do Sul. Los estudios señalan que los 'gauchos' eran aquellos hombres y mujeres nacidos del mestizaje entre españoles e indígenas en esa vasta región y que en medio de la rudeza de la tierra adquirieron grandes habilidades para el manejo de ganado vacuno y caballar. Son famosos por su habilidad como jinetes, el empleo del lazo y el uso del cuchillo, pero además se les identifica por su pintoresca indumentaria: camisa, chaleco, chiripá (una especie de pantalón), pañoleta, botas de cuero, poncho y sombrero.

Algún respetable historiador podría decir, por tanto, que no sería correcta la utilización de la palabra 'gaucho' para un nacido en la capital, Buenos Aires, ya que a estos los llaman comúnmente porteños, mientras que a los originarios de la provincia de Buenos Aires les dicen bonaerenses. En este sentido, a Lionel Messi, por haber nacido en Rosario, sí se le podría decir gaucho, mientras que a Sergio Agüero, originario de la ciudad de Buenos Aires, sería un porteño de verdad.
Por esas cosas maravillas de la tradición construida gracias a los pueblos sin que fuera necesaria una ley o cualquier otra norma escrita, la palabra se arraigó tanto en el alma argentina que adquirió una connotación nacional y hoy, todos ellos, sin importar si son pamperos, porteños, rosarinos, bonaerenses o patagónicos, son 'gauchos'. Juan Linares, argentino radicado en Colombia hace muchos años le 'hizo la gauchada' (el favor) de sacar de dudas al autor de este blog después de muchas vueltas: 
«Todos los argentinos somos gauchos».

Aun así, el tema sigue siendo apasionante ya que gauchos no son solo los argentinos sino también los habitantes del brasileño estado Rio Grande do Sul a quienes se les llama ‘gaúchos’, con tilde en la 'u'. Uno de sus hijos más representativos en el deporte es Ronaldo de Assis Moreira, más conocido como Ranaldinho, el mismo que agregó a su diminutivo el apelativo de 'Gaúcho'.
Jugadores de la Selección Nacional de Perú 
que participan en las eliminatorias. 
(Foto tomada de http://www.fpf.com.pe). 
A los peruanos les dicen 'incas', pero algunos narradores se han puesto a pensar, y mucho menos a averiguar, que hace 500 años, cuando llegaron los conquistadores españoles, el imperio incaico o del Tahuantinsuyo dominaba amplios territorios peruanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos y buena parte de lo que hoy son Chile y Argentina. 

Sin embargo, allí existían otras comunidades que no eran incas como los chanas, collas, huancas, chimús, cajamarcas, chachapoyas y los mismísimos mapuches que fueron sometidos, perseguidos y en muchos casos esclavizados, entre otros, por emperadores como Inca Roca, Yáhuar Huaca, Lloque Yupanqui, Mayta Cápac, Viracocha, Pachacuti, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa, el último gobernante.

Estos antecedentes ayudan a entender, si se aplicara la palabra en sentido estricto, que no todos los peruanos son incas per sé, pues no sería preciso decirl que dos magníficos futbolistas como Claudio Pizarro o Paolo Guerrero tienen los ancestros indígenas como sí posee el expresidente Alejandro el Cholo Toledo. Tampoco lo serían los millones de descendientes de europeos que viajaron en el período de entreguerras ni los familiares de japoneses llegados a finales del siglo XIX, entre ellos el expresidente Alberto el Chino Fujimori, ni los millones de afroperuanos hijos de la criminal esclavitud impuesta por los españoles.
La selección mexicana tiene una larga y exitosa
participación en las elminatorias mundialistas. 

(Foto tomada de www.femexfut.org.mx).
Existe una situación idéntica con los aztecas, que si bien eran dominadores de gran parte de lo que hoy México y una importante porción del territorio guatemalteco, no eran los únicos gobernantes ni habitantes de una gigantesca región en la que también estaban asentadas diversas familias mayas que reinaron en el sureste mexicano y en territorios correspondientes a Belice, Honduras, El Salvador y Guatemala.

Fueron los mexicas, como también se conoce a los aztecas, quienes integraron con los señoríos de Texcoco y Tlacopan la Tripe Alianza, una poderosa confederación indígena que al llegar los españoles comandados por Hernán Cortés hacia 1518 gobernaban la más avanzada civilización existente en América. Además de los mayas, también existieron otras etnias como los zapotecos, los popolocas, los tarascos, los tlapanecos, los mixtecos y los tlaxcaltecas que no pudieron ser doblegadas económica ni militarmente por los confederados.

Como en los casos anteriores ―si se interpretara la palabra en su sentido más literal― no debería decirse que todos los que tienen la condición de ciudadanos de los Estados Unidos Mexicanos son ‘aztecas’, como sería el caso de los hermanos Jonathan y Giovani Álex dos Santos Ramírez, dos futbolistas de la selección hijos de padre brasileño y madre mexicana, pero con la diferencia de que el primero se nacionalizó en España y el segundo sí nació en este país. Por supuesto, también sería un equívoco mayor hablar del nuevo ‘seleccionador azteca’ para referirse al muy colombiano Juan Carlos Osorio.

En el caso mexicano, como en los anteriores, es necesario entender que la estricta y exigente historia no aceptaría de buenas a primeras la generalización de estas denominaciones para todos los oriundos de una nación, pero también es imprescindible ponerse a tono con los tiempos de la globalización, el enorme poder de la tradición de los pueblos y la fuerza incontenible de los medios de comunicación. En nuestra opinión, el error está en exagerar su uso a toda hora y aplicar estos curiosos etnónimos sin tener el adecuado contexto.  
Equipo de Colombia que derrotó a Perú en la
primera fecha de las eliminatorias a Rusia 2018. 

(Foto tomada de www.fcf.com.co).
Para terminar, vale la pena reflexionar si en el caso de Colombia, por el hecho de haber sido los chibchas o músicas la etnia mejor organizada de lo que hoy es nuestro país, al equipo en el que juegan Teo, Falcao, Fabra, Arias, Murillo, Meza, Cuadrado, Ospina, Jackson, Zapata y demás, muchos de ellos mestizos y otros afrocolombianos, debería decírsele “el conjunto chibcha” o la “selección muisca”. Sin embargo, hay que dudar mucho de la posibilidad de que algunos arribistas se refieran así a los colombianos, primero, porque con toda seguridad, ignoran que esa denominación sería imprecisa, y segundo, porque en su filosofía trepadora muchos de aquellos que se creen blancos, descendientes de nobles europeos o del más puro de todos los linajes, no soportarían el 'oso' de sentirse 'indios'.

En cierta manera ese arribismo tranquiliza porque si bien a muchos personajes les da pena mentar su origen campesino y eluden el peyorativo 'indio' (a sabiendas de que indios son los nativos de la India), no es posible imaginarlos sacando pecho dándoselas de 'chibchas' o 'músicas'. Tampoco es probable que lo apliquen para referirse a otras etnias existentes en tiempos remotos como los motilones, panches, pijaos, natagaimas, maitos, aviramas, tayronas, calimas, yotocos…

Todo parece indicar, gracias al arribismo, que nos libraremos de las manidas frases de cajón elaboradas en molde por algunos insoportables de radio y televisión que desgañitados en amor patrio, podrían hacer la colombianada de narrar perlas de este calibre: "Juega mi equipo chibcha”, «Arriba en el marcador el cuadro muisca», «Esta es mi tierra caribe compañero, compañero», «El elenco tayrona juega como mandan los dioses», «Qué actuación portentosa tuvo la selección quimbaya», «Los panches jugaron según los cánones del fútbol…»

Gracias a Dios en Colombia no han copiado la denominación de ‘cafeteros que periodistas de otros países le dan al seleccionado nacional. Y es afortunado porque si bien el café es un producto insignia del país, el grano ya no es el principal renglón de exportación ni en todo el territorio nacional se cultiva este arbusto ni todos los colombianos son tomadores de tan estimulante bebida. 


Pero no todo es color de rosa, o mejor, con olor a cafetal porque, como si fuera un café recalentado en una vieja greca,  en todo momento en las transmisiones futboleras nos machacan esta cuña terrible: «¡Tomémonos un tinto, seamos amigos!»